“Por el don de Consejo, el Espíritu Santo responde a aquel suspiro del alma: “Señor, ¿qué queréis que haga?”. Ese don nos previene contra toda precipitación o ligereza, y, sobre todo, contra toda presunción, que es tan dañina en los caminos del espíritu. Un alma que no quiere depender de nadie, que tributa culto al yo, obra sin consultar a Dios en la oración; obra como si Dios no fuera su Padre celestial, de donde toda luz dimana: Omne donum perefectum desursum est, descedens a Patre lumninum. Ved a nuestro divino Salvador, ved cómo dice que el Hijo, esto es, El mismo, nada hace que no vea hacer al Padre: Non potest Filius a se facere quidquam nisi quod viderit Patrem facientem. El alma de Jesús contemplaba al Padre para ver en El el modelo de sus obras, y el espíritu de Consejo le descubría los deseos del Padre; de ahí que todo cuanto Jesús hacía agradaba a su Padre: Quae placita sunt et facio Semper. El don de Consejo es una disposición mediante la cual los hijos de Dios se elevan y capacitan para juzgar las cosas según principios superiores a toda sabiduría humana. La prudencia natural, miope y limitada, aconsejaría obras de tal o cual modo; mas por el don de Consejo nos descubre el Espíritu Santo más elevadas normas de la conducta por la cual debe regirse el verdadero hijo de Dios.
“No basta siempre conocer la voluntad de Dios; la naturaleza decaída ha menester a menudo energías para realizar lo que Dios quiere de nosotros; pues el Espíritu Santo, con su don de Fortaleza, nos sostiene en esos trances particularmente críticos. Hay almas apocadas que temen las pruebas de la vida interior. Es imposible que falten semejantes pruebas; y aun puede decirse que serán tanto más duras cuanto a más altas cumbres estemos llamados. Pero no hay que temer: el Espíritu de Fortaleza está cabe nosotros: Apud vos manebit t in vobis erit. Como los Apóstoles en Pentecostés, seremos también nosotros revestidos de la fuerza de lo alto: Virtute ex alto, para cumplir generosos la voluntad divina, para obedecer, si a mano viene, “a Dios antes que a los hombres”, para sobrellevar con denuedo las contrariedades que se nos ofrezcan a medida que nos vamos allegando a Dios.
“El don de Ciencia nos hace ver las cosas creadas en su aspecto sobrenatural, como sólo las puede ver un hijo de Dios. Hay múltiples modos de considerar lo que está en nosotros o en torno nuestro. Un descreído y un alma santa contemplan la naturaleza y la creación de muy diversa manera. El incrédulo tiene ciencia puramente natural, por muy vasta y profunda que sea; el hijo de Dios ve la creación con luz del Espíritu Santo y se le aparece como la hechura de un Dios que refleja sus eternas perfecciones. Este don nos hace conocer los seres de la creación, y nuestro mismo ser desde un punto de vista divino; nos enseña nuestro fin sobrenatural y los medios para alcanzarlo, pero con intuiciones que previenen contra las mentidas máximas del mundo y las sugestiones del espíritu de las tinieblas”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.
“No basta siempre conocer la voluntad de Dios; la naturaleza decaída ha menester a menudo energías para realizar lo que Dios quiere de nosotros; pues el Espíritu Santo, con su don de Fortaleza, nos sostiene en esos trances particularmente críticos. Hay almas apocadas que temen las pruebas de la vida interior. Es imposible que falten semejantes pruebas; y aun puede decirse que serán tanto más duras cuanto a más altas cumbres estemos llamados. Pero no hay que temer: el Espíritu de Fortaleza está cabe nosotros: Apud vos manebit t in vobis erit. Como los Apóstoles en Pentecostés, seremos también nosotros revestidos de la fuerza de lo alto: Virtute ex alto, para cumplir generosos la voluntad divina, para obedecer, si a mano viene, “a Dios antes que a los hombres”, para sobrellevar con denuedo las contrariedades que se nos ofrezcan a medida que nos vamos allegando a Dios.
“El don de Ciencia nos hace ver las cosas creadas en su aspecto sobrenatural, como sólo las puede ver un hijo de Dios. Hay múltiples modos de considerar lo que está en nosotros o en torno nuestro. Un descreído y un alma santa contemplan la naturaleza y la creación de muy diversa manera. El incrédulo tiene ciencia puramente natural, por muy vasta y profunda que sea; el hijo de Dios ve la creación con luz del Espíritu Santo y se le aparece como la hechura de un Dios que refleja sus eternas perfecciones. Este don nos hace conocer los seres de la creación, y nuestro mismo ser desde un punto de vista divino; nos enseña nuestro fin sobrenatural y los medios para alcanzarlo, pero con intuiciones que previenen contra las mentidas máximas del mundo y las sugestiones del espíritu de las tinieblas”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.
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