martes, 31 de agosto de 2010

Santo Dominguito del Val. Acólito, Mártir. Año 1250.


Por el año 1250 el rey Alfonso el sabio escribió: "Hemos oído decir que algunos judíos muy crueles, el Viernes Santo, en recuerdo de la Pasión de Nuestro Señor, roban algún niño cristiano y lo crucifican". Esto fue lo que hicieron con Santo Dominguito del Val. Nació este niño en Zaragoza, España, y por sus especiales cualidades de gran piedad y pureza y por su hermosa voz, fue admitido como acólito y cantor de la catedral.
Cada día iba de su casa al templo a ayudar a misa, a aprender cantos y a estudiar en la escuela parroquial. En su viaje de ida y vuelta tenía que pasar por entre un barrio de judíos, de estrechas callejuelas, y algunos de ellos se disgustaban mucho cuando Domingo y sus compañeros cantaban canciones a Cristo por las calles, al pasar por allí. Ya lo tenían fichado para tratar de hacerlo desaparecer. Y dice las antiguas tradiciones que un adivino judío anunció que si echaban a las aguas del río el corazón de un cristiano y una hostia consagrada, todos los seguidores de Cristo que bebieran de esas aguas morirían. Entonces algunos de aquellos fanáticos pagaron a una vieja malvada para que fuera a comulgar y rápidamente echara la santa Hostia en un pañuelo y se la trajera. Luego fueron donde un hombre muy pobre que estaba pasando mucha hambre y le ofrecieron una bolsa de oro si les reglaba el corazón de uno de sus niños.
Aquel hombre fingió que aceptaba el negocio y mientras hacía que uno de sus niños gritara desesperado como si le fueran a sacar el corazón, mató un cerdo y le sacó el corazón (el cual es muy parecido al del ser humano) y sangrando aún, lo entregó a los judíos a cambio de la bolsa de oro. Y siguen diciendo las crónicas que los judíos echaron el corazón del cerdo y la santa hostia consagrada, al río que pasaba por la ciudad, y que a los pocos días se produjo una terrible epidemia entre los cerdos de los alrededores y muchos murieron. Y con esto se dieron cuenta los criminales de que el hombre del corazón los había engañado. Entonces se propusieron conseguir ellos personalmente el corazón de un niño cristiano para no equivocarse.
Ya habían obtenido de manos de un sacristán una santa Hostia consagrada, y entonces el Viernes Santo se propusieron sacrificar a un niño repitiendo los tormentos con los cuales en otro tiempo los judíos antiguos mataron a Jesucristo. Y pasaba Dominguito del Val con su sotana de acólito y de pequeño cantor por enfrente de una de aquellas casas de judíos, cuando de pronto, sin tener tiempo ni siquiera de lanzar un grito, unas manotas grandes lo toman por el cuello y le cubren el rostro con un manto, tapándole la boca con una tela para que no pueda pronunciar palabra. Temblando de pavor por lo que le pueda suceder, siente que lo llevan ante un corrillo de judíos que simulan repetir el tribunal que condenó a Jesús. Uno hace de Pilato, otro de Caifás, y otro de Anás.
Le preguntan si persiste en querer seguir siendo seguidor de Cristo, y él exclama que sí, que prefiere la muerte antes que ser traidor a la religión de Nuestro Señor Jesús. Entonces le declaran sentencia a muerte, y así con sus vestidos de acólito y cantor lo crucifican. Le sacaron el corazón y enviaron a uno de los del grupo para que se fuera con la Hostia Consagrada y el corazón del niño y los arrojara al río para que todos los cristianos que de allí bebieran se murieran. Pero no imaginaban lo que ahora les iba a suceder. El que llevaba los dos tesoros para echarlos al río, para que nadie sospechara de él, dispuso entrar a un templo y simular que estaba rezando. Y he aquí que de rodillas allí en una banca, abrió el libro donde llevaba la Santa Hostia.
Pero unas señoras que estaban allí cerca vieron con admiración que de aquel libro salían resplandores. Se imaginaron que ese hombre debería ser un santo y fuero a comunicar el prodigio a los sacerdotes. Llegaron estos y le pidieron que les mostrara el libro y allí encontraron la Hostia Consagrada. Luego llamaron a las autoridades y estas al revisarlo le encontraron el corazón del niño. Aquel bandido al verse descubierto se llenó de pavor y propuso que si no lo mataban denunciaría a todos los que habían cometido el crimen. Y así lo hizo. Las autoridades fueron a la casa de los judíos y los apresaron a todos, y murieron en la horca semejantes criminales (menos el que los denunció, que pagó su pecado con cadena perpetua).
Y desde entonces Dominguito del Val ha sido invocado como patrono de los acólitos o monaguillos y de los pequeños cantores (modernamente se le invoca junto a otro Patrono de estos niños que es Santo Domingo Savio que también fue pequeño cantor y monaguillo).
Tomado de Convicción Radio.

lunes, 30 de agosto de 2010

Santa Rosa de Lima.

La flor hermosa de la virginidad, sólo puede conservarse pura y fragante entre las espinas de la mortificación.
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El día 20 de abril de 1586 nació en Lima, en el Perú, de padres humildes y honrados. Desde niña amó a Dios de todo corazón y le consagró su rara hermosura con voto de virginidad. Esta bellísima Rosa vivió entre las espinas del padecer, porque el deseo que tenía de imitar a Cristo crucificado hízola llevar una vida muy penitente; y, para hacerlo con perfección, a los veinte años recibió el hábito de tercera Orden de Santo Domingo. Se disciplinaba con cadenas de hierro todas las noches, hasta derramar mucha sangre. Pasaba quince días, y a veces un mes, sin comer ni beber, sustentándose con solo el pan del Sacramento y las palabras que proceden de la boca de Dios. Fue muy amiga de la oración y de la soledad, y tuvo espíritu de profecía. Muchas veces se le apareció Cristo en forma de niño, y fue muy favorecida de su Santísima Madre, quien quiso que se llamase Rosa de Santa María. Descanzó en paz el día 24 de agosto, año de 1618, a los treinta y dos de su edad, siendo canonizada por Clemente X el dia 12 de abril de 1671.
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ORACIÓN
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Oh Dios poderoso, dispensador
de todos los bienes, que habéis
provisto a la bienaventurada
Rosa con el rocío de la gracia
celestial, y que la habéis
hecho brillar en América con
el fulgor de la virginidad y
de la paciencia, concedednos
la gracia a nosotros servidores
vuestros, de correr tras el olor
de sus perfumes, y merecer así
llegar a ser un día el buen olor de
vuestro Hijo, que, con Vos y el
Espíritu Santo, vive y reina
por los siglos de los siglos. Amén.

domingo, 29 de agosto de 2010

Nemo potest duóbus dóminis servíre.

DOMINGO XIV DESPUES DE PENTECOSTÉS.
(II clase, verde) Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
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"Mirad las aves del cielo, mirad los lirios del campo": y confiad en vuestro Padre celestial.
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Las lecturas del Breviario están sacadas, o bien del libro santo del Eclesiástico, si el domingo cae dentro del mes de agosto, o del libro de Job, si por el contrario cae en septiembre.
Comentando S. Gregorio el libro de Job, dice: "Hay hombres que se tiran alocados a los bienes deleznables, ignorando que existen los eternos o no haciendo aprecio alguno de ellos... Crea dos para contemplar la luz de la verdad, no elevan jamás hasta ella los ojos del alma, jamás tienen un deseo, jamás intentan un vuelo hacia la contemplación de la patria perdurable. Abandónanse a los placeres en que se hallan engolfados, y aman, cual si fuera su patria, el triste lugar del destierro. En el abismo de las tinieblas están tan alegres como si una radiante luz los alumbrara. Los elegidos, por el contrario, no teniendo para ellos los bienes transitorios valor alguno, buscan aquellos para los cuales sus almas fueron criadas. Aprisionados en este mundo por las ataduras de la carne, procuran remontarse por encima de este mundo y toman la saludable resolución de despreciar lo que pasa con el tiempo y de suspirar por las cosas que perduran.
A Job nos le presenta la Sagrada Escritura como tipo despegado de los bienes de la tierra. "Job sufrió con paciencia y dijo: Si hemos recibido los dones de Dios ¿por qué no recibiremos también los males? El Señor me dio estos bienes, Él me los ha quitado; sea el nombre del Señor bendito". La misa de este día hállase embebida en los mismos pensamientos. El Espíritu Santo, cuyas abundantes efusiones recayeron sobre la Iglesia en las fiestas de Pentecostés, formó en nosotros un hombre nuevo, que se opone a las manifestaciones del hombre viejo, o sea, a la concupiscencia de la carne y la busca de riquezas.
El Espíritu de Dios es espíritu de libertad, pues nos hace hijos de Dios nuestro Padre y hermanos de Cristo nuestro Señor. Mas para llegar a redimirnos y alcanzar esa envidiable libertad de los hijos de Dios, para llegar a ser hermanos de Cristo, preciso es crucificar la carne juntamente con sus vicios y concupiscencias, y esclavizar a esa carne que guerrea contra el espíritu (Ep.).
Esos son los dos señores principales que se disputan la posesión y el servicio del hombre; y sin embargo, ya nos dice Jesús en el Evangelio de hoy, que no podemos servir a la vez a dos señores, porque, de intentarlo, no tendríamos contento a ninguno de ellos. Además, no hay lugar a vacilación cuando se trata de escoger un señor a quien servir. Porque a la carne nada le debemos, sino sucias manchas que nos afean y avergüenzan. Nada debemos al mundo, sino ocasiones de traspiés e incitaciones al mal; nada finalmente al demonio. Por eso, nadie ama al demonio, aunque se le soporta con gusto. Nadie tampoco odia a Dios, pero sí se le desprecia, o sea, que no se le teme como quien está seguro de su bondad, olvidando que la paciencia de Dios nos convida a penitencia (Eccli. 6, 6) lejos de animarnos a permanecer encharcados en el mal (Noct. 3º).
Dios y sólo Dios es nuestro Amo. Él tiene exclusivo derecho a nuestro dominio, a nuestros servicios, derecho de creación y derecho de conquista, pues tuvo a bien rescatarnos del poder de Satanás con muy subido precio". Así, busquemos ante todo servir a Dios con todas veras, porque se lo debemos en estricta justicia y además nos irá bien en su santo servicio. Es buen pagador, al revés del mundo, del demonio y de la carne, los cuales, tras de prometer mucho, dan poco, y aun eso, aguado con mil hieles de pesares y zozobras.
Busquemos en todo y siempre el reino de Dios y su justicia (Ev., Com.), o sea, su mayor gloria; que lo demás ya vendrá con esto, porque nada falta a los que le temen, y "a ningún justo se le ha visto abandonado". Cifremos en Él nuestra esperanza (Gr.), pues Él es nuestro protector (Int.) y hasta envía a su Ángel para librar a los que le sirven (0f.). El es quien conserva nuestra flaca naturaleza, que sin su ayuda, forzosamente había de sucumbir (Or.).
Preocupémonos ante todo de servir a Dios. Cualquiera otra inquietud sería injuriosa para nuestro Padre celestial, el cual nos ama: "Ipse Parer amat vos", nos ama como a hijos carísimos; por lo cual no puede consentir que nos falte lo necesario aun para la vida del cuerpo, en comida ni en vestido, pues no falta a los mismos animalitos, sin embargo de valer harto menor que nosotros. El párroco celebra hoy la misa por sus feligreses.
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INTROITUS
Ps. 83, 10 - 11. Ps. ibid., 2 - 3.
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Protéctor noster, áspice,
Deus, et réspice in fáciem
Christi tui: quia mélior est
dies una in átriis tuis super míllia.
Ps. Quam dilécta tabernácula tua,
Dómine, virtútum! concupíscit,
et déficit ánima mea in átria Dómini.
V/. Glória Patri.
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Los textos propios de la Sancta Missa los obtienes aquí.

sábado, 28 de agosto de 2010

Visitas al Santísimo Sacramento, XIX.

Oh Jesús, dame a conocer lo que vale mi alma, para que me devore el ceo que a ti te devoraba:
-Salvar un alma es hacer una reina de una esclava.
-Salvar un alma es sacar un alma del infierno y subirla a las celestiales moradas.
-Salvar un alma es sacarle a Cristo un clavo, curarle una llaga.
-Salvar un alma es sustituir en la corona de Cristo una espina por una perla preciada.
-Salvar un alma es recoger una gota de sangre de Cristo, de otra manera despreciada.
-Salvar un alma es conquistar también el cielo para el que la salva. “El que salva un alma, la suya salva”.

Oh Jesús, varón de dolores, enséñame a sufrir y amar el dolor:
-Enséñame que el dolor me aparta del pecado.
-Enséñame que el dolor me purifica y hace mejor.
-Enséñame que el dolor es fuente de merecimientos.
-Enséñame que el dolor es señal del divino amor.
-Enséñame que el amor me asemeja a ti mismo.
-Enséñame que el dolor me despega de las criaturas, me empuja hacia el cielo y me une a Dios.

Oh Jesús paciente, hazme paciente en el padecer:
-Cuando tenga hambre y sed, que me acuerde de ti, que tuviste hambre en el desierto y en la cruz sed.
-Cuando esté cansado, que me acuerde de ti, que hubiste de sentarte fatigado junto al pozo de Siquem.
-Cuando no pueda dormir, que me acuerde de ti, que pasabas las noches en claro, y no tuviste una almohada para dormir.
-Cuando me reprendan, injurien y persigan, que me acuerde de ti, que fuiste reprendido con una bofetada, injuriado y perseguido hasta el fin.
-Cuando me desprecien y abandonen, que me acuerde de ti, que te viste solo y abandonado en medio de tantas angustias como hubiste de sufrir.
-Cuando esté enfermo, llagado o dolorido, que me acuerde de ti, que fuiste “Varón de dolores, sabedor de enfermedades”, sin tener parte alguna sana de los pies a la cabeza, y todo esto por mí.
(R.P. Saturnino Junquera, S.J.).

viernes, 27 de agosto de 2010

Visitas al Santísimo Sacramento, XVIII.

Oh Jesús, que hoy eres para mí todo amor; no seas para mí eterna ira. Que yo recuerde siempre tu misericordia, pero que no olvide nunca tu justicia:
-Tú eres bueno, muy bueno, pero no eres manco; infinito es el brazo de tu misericordia, infinito es el brazo de tu justicia.
-Tú eres bueno, muy bueno, pero tú has dicho muchas veces que hay infierno, y tú no dices mentira.
-Tú eres bueno, muy bueno, pero no favoreces la maldad, siendo indiferente para la virtud y el vicio, para el que cumple los mandamientos y para el que los quebranta y viola.
-Tú eres bueno, muy bueno, y por eso no admites en el cielo la podredumbre de los malos, ni permites que los hombres miserables se burlen de Dios y se rían
-Tú eres bueno, muy bueno, pero eso no extingue el infierno para los condenados, como no nos quitas la muerte, no secas nuestras lágrimas, endulzas nuestras amarguras, y embotas nuestras espinas.
-Tú eres bueno, muy bueno. Si eres bueno deberíamos amarte y no ofenderte, abusando ingratamente de tu infinita bondad.
…………………….
Oh Jesús:
-El fuego perenne de tu lámpara me recuerda el fuego eterno de tu amor para los que salvas, y para los que condenas el fuego inextinguible de tu justicia.
-El fuego de tu amor, abrasando a los serafines, los premia; el fuego de tu justicia, abrasando a los condenados, los castiga.
-El fuego de tu amor llena a los bienaventurados de alegrías sin tristezas; el fuego de tu justicia llena a los condenados de tristezas sin alegrías.
-El fuego de tu amor muestra a los bienaventurados tu faz amorosa; el fuego de tu justicia muestra a los condenados tu faz negativa.
-El fuego de tu amor me lleva a amarte; el fuego de tu justicia temerte.
-El fuego de tu amor me impulsa a obrar el bien; y me aparta del mal el fuego de tu justicia.
……………….
Oh Jesús, muéstrame los males del pecado, y anímame a no caer más en él:
-He de morir, y sigo pecando.
-He de ser juzgado, y sigo pecando.
-Peligra mi cielo, y sigo pecando.
-Me amenaza el infierno, y sigo pecando.
-Me amas, y sigo pecando.
-Te azoto y crucifico, y sigo pecando.
…………………
(Fuente: Cien visitas a Jesús Sacramentado de Saturnino Junquera, S.J.)

miércoles, 25 de agosto de 2010

Valor impetratorio.

Este es el que más nos interesa destacar aquí como elemento de crecimiento y desarrollo de la gracia santificante en nuestras almas.
En primer lugar, veamos cuáles son las principales diferencias entre el valor meritorio y el impetratorio de la oración:
-la oración como acto meritorio dice una relación de justicia al premio; en cambio su valor impetratorio dice relación únicamente a la misericordia de Dios. Es una limosna gratuita.
-como meritoria tiene eficacia intrínseca para conseguir el premio; como impetratoria, su eficacia se apoya únicamente en la promesa de Dios: Pedid, y recibiréis… (Mt 7, 7).
-la eficacia meritoria se funda, ante todo, en la caridad; la impetratoria, ante todo, en la fe: Y todo cuanto con fe pidiereis en la oración, lo recibiréis (Mt 21, 22).
-el objeto del mérito y de la impetración no siempre es el mismo, aunque a veces pueden coincidir. El justo merece y no siempre alcanza; el pecador puede alcanzar sin haber merecido.
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Lo que puede obtenerse por vía de oración.
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Según estas nociones, podemos obtener por vía de oración el acrecentamiento de las virtudes infusas y de los dones del Espíritu Santo que las acompañan, lo que se traducirá en un incremento o desarrollo de nuestra vida cristiana; y también las gracias actuales eficaces; sobre todo la gracia soberana de la perseverancia final, que nadie absolutamente puede merecer –ni siquiera los mayores santos-, por ser total y absolutamente gratuita. Sólo la oración puede alcanzar estas gracias que escapan en absoluto al mérito propiamente dicho.
La Iglesia nos da el ejemplo de esta clase de peticiones cuando en su liturgia pide continuamente la gracia de la perseverancia final o el incremento de las virtudes infusas: “Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad…”
Escuchemos a Santo Tomás exponiendo esta doctrina con su claridad habitual:
“Con la oración podemos impetrar incluso lo que no podemos merecer. Porque Dios escucha a los mismos pecadores cuando le piden perdón, aunque de ningún modo lo merecen, como explica San Agustín comentando aquello del Evangelio: Sabemos que Dios escucha a los pecadores (Jn 9, 31). De otra suerte, hubiera sido inútil la oración del publicano cuando decía: Compadécete de mí, Señor, que soy un hombre pecador (Lc 18, 13). De semejante manera, podemos impetrar el don de la perseverancia final para nosotros o para otros, aunque no caiga bajo el mérito”.
Fuente: A. Royo Marín.

martes, 24 de agosto de 2010

El crecimiento de la gracia por vía de oración.

Vamos a recordar aquí las nociones fundamentales en torno al valor impetratorio de la oración.
Según el Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, la oración reúne en sí cuatro grandes valores: satisfactorio, meritorio, impetratorio y el de producir en el alma cierta refección espiritual. Aquí nos interesa destacar, ante todo, su valor o eficacia impetratoria; pero antes digamos una palabra sobre los otros tres.
Valor satisfactorio. Que la oración tenga un alto valor satisfactorio, es evidente con sólo tener en cuenta que supone siempre un acto de humildad y de acatamiento a Dios, a quien hemos ofendido con nuestros pecados, que tienen su raíz en el orgullo o amor propio excesivo. Brota, además, de la caridad, fuente de toda satisfacción. Y, finalmente, la oración bien hecha es, de suyo, una cosa penosa, al menos para las almas imperfectas, por el esfuerzo de atención y la tensión de la voluntad que supone. Es, pues, claramente satisfactoria de la deuda contraída por nuestros pecados ante Dios. El Concilio de Trento habló expresamente del valor satisfactorio de la oración.
Valor meritorio. Como cualquier otro acto de virtud sobrenatural, la oración recibe su valor meritorio de la caridad, de donde brota radicalmente a través de la virtud de la religión, de la que es acto propio. Como acto meritorio, la oración está sometida a las mismas condiciones de las demás obras virtuosas y se rige por sus mismas leyes. En este sentido puede merecer de condigno todo cuanto puede merecerse con esta clase de méritos, supuestas las debidas condiciones.
Refección espiritual. El tercer efecto de la oración bien hecha es el de producir una especie de refección espiritual del alma. Este efecto lo produce la oración por su sola presencia: praesentialiter efficit. Pero para que de hecho se produzca esta refección espiritual del alma, es absolutamente necesaria la atención, porque ese deleite espiritual es incompatible con la divagación voluntaria de la mente. Por eso, la oración mística –sobre todo cuando llega al verdadero éxtasis, en el que la atención del alma es máxima por la concentración de todas sus energías sicológicas en el objeto contemplado- lleva consigo la máxima delectación, incluso corporal, que puede alcanzarse en esta vida. Ante ella, todos los placeres y deleites del mundo son asco y basura, como dice Santa Teresa. (Fuente: A. Royo Marín).

lunes, 23 de agosto de 2010

La foto del día.

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El pasado domingo 15 de agosto, correspondiente al tercer domingo de mes, celebramos la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen, en la Capilla de la Casa de Pastoral de la Parroquia Santa Bárbara de Casablanca, como siempre la Santa Misa fue celebrada por nuestro capellán Msr. Jaime Astorga Paulsen, a quien le agradecemos infinitamente su labor pastoral para con nuestra agrupación. Bajo la imagen podrán encontrar una serie de fotografías de la celebración litúrgica. La casulla, estola, manípulo, velo del caliz y la bolsa de corporales, corresponden a nuestro primer ornamento enteramente nuevo.

domingo, 22 de agosto de 2010

Domingo XIII después de Pentecostés.

Para ti, descendencia de Abraham el padre de los creyentes, más numerosa que las estrellas que centellean en el cielo, las promesas divinas subsistentes en Cristo.
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(II clase, verde) Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad. 2ª Oración del Inmaculado Corazón de María.
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La Biblia y la Liturgia de este día.
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Sobre la curación de la lepra, véase lo que se dice en el 3º domingo después de Epifanía sobre la curación del leproso y la legislación relativa a esta enfermedad. Se advertirá, particularmente, que es una enfermedad impura. Se la purificaba mediante el hisopo (Levítico 14.6), que servía para diversas purificaciones (Números 19 - Hebreos 9.19).
Esto permite comprobar, refiriéndonos al Salmo 50.9, que la lepra material es símbolo de la lepra espiritual, el pecado, de igual modo que la parálisis corporal, es símbolo del embotamiento del alma (acudir al 18º domingo después de Pentecostés). Ver en Números 12.1-15 el caso de María, hermana de Moisés, herida por Dios con la lepra en castigo de sus murmuraciones; Deuteronomio 24.8-9 recuerda al pueblo este impresionante ejemplo. Ver un caso semejante en la vida del siervo de Eliseo (4 Reyes 5.20-27) y en la del rey Ozías (4 Reyes 15.1-7). Llama la atención el leer en este mismo sentido a Isaías 53.2-5, donde se designa como leproso al Siervo de Yahvé.
Para comprender la epístola, ver en el 2º domingo de Adviento, al final, las promesas hechas a Abraham, especialmente Génesis 13.15.
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Lectura de la Biblia.
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Sabiduría 10.1 a 12.2; 12.12 a 27; 16.15 a 17.6; 17.20 a 18.19; 19.
Eclesiástico 1.1 a 4.10; 5; 6; 7.27-36.

sábado, 21 de agosto de 2010

San Pío X.


“San Pío X amó y sirvió con suma fidelidad a la Iglesia. Desde el comienzo de su Pontificado acometió una serie de profundas reformas. De modo particular dedicó una especial atención a los sacerdotes, de quienes lo esperaba todo. De su santidad, dijo muchas veces y de modos distintos, dependía en gran medida la santidad del pueblo cristiano. En el cincuenta aniversario de su ordenación sacerdotal dedicó a los sacerdotes una exhortación que tenía como motivo: Sobre cómo deben ser los sacerdotes que la Iglesia necesita. Pedía, ante todo, sacerdotes santos, entregados por entero a su labor de almas.
“Muchos de los problemas, necesidades y circunstancias de aquellos once años de Pontificado de San Pío X, siguen siendo actuales. Por eso, hoy puede ser una buena ocasión para que examinemos cómo es nuestro amor con obras a la Iglesia; si, en medio de los quehaceres temporales, cada uno de nosotros tiene “una viva conciencia de ser un miembro de la Iglesia, a quien se la ha confiado una tarea original, insustituible e indelegable, que debe llevar a cabo para el bien de todos”: dar buena doctrina, aprovechando toda ocasión oportuna, o creándola; ayudar a otros a que encuentren el camino de su reconciliación con Dios, mediante la Confesión sacramental; pedir cada día y ofrecer horas de trabajo bien acabado por la santidad de los sacerdotes; ayudar, con generosidad, al sostenimiento de la Iglesia y de obras buenas; contribuir a la difusión del Magisterio del Papa y de los Obispos, principalmente en asuntos que se refieren a la justicia social, a la moralidad pública, a la enseñanza, a la familia… “¡Qué alegría, poder decir con todas las veras de mi alma: amo a mi Madre la Iglesia santa!”. Un amor que se traduce cada día en obras concretas.
“Examinemos también cómo es nuestro amor filial al Papa, que para todos los cristianos ha de ser “una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo”. Meditemos junto al Señor si pedimos todos los días por la persona del Romano Pontífice, para que el Señor lo custodie y lo vivifique y le haga dichoso en la tierra…, si estamos unidos a sus intenciones, si rezamos por ellas.
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Dios todopoderoso y eterno, que para
defender la fe católica e instaurar
todas las cosas en Cristo, colmaste
al Papa San Pío X de sabiduría
divina y de fortaleza apostólica; concédenos
que, dóciles a sus instrucciones y ejemplos,
consigamos la recompensa eterna. Amén.
*
De: Francisco Fernández Carvajal, Hablar con Dios, tomo VII, Madrid, Ediciones Palabra, 1987.

viernes, 20 de agosto de 2010

Profunda humildad.

El penitente ha de reconocer rendidamente sus miserias, y ha de empezar a repararlas aceptando voluntariamente la propia abyección ante los ojos del confesor. De ahí que cometen una grave torpeza y equivocación las personas que, al caer en una falta humillante, buscan otro confesor para que el propio y ordinario no sospeche nada ni pierdan prestigio ante él. Es imposible que con este proceder tan humano e imperfecto reporten el debido fruto de la absolución sacramental (aunque su confesión sea, no obstante, válida y lícita con cualquier confesor). Esas almas conservan todavía muy arraigada el amor propio y andan muy lejos de la verdadera humildad de corazón.
Muy al contrario obran los que desean santificarse de veras. Sin faltar a la verdad, exagerando voluntariamente la calidad o el número de sus pecados –lo que sería un gran error y hasta una verdadera profanación del sacramento-, procuran acusarse de ellos de la manera más clara y humillante posible. No solamente no los van “coloreando por que no parezcan tan malos, lo cual más es irse a excusar que a acusar” –como lamenta San Juan de la Cruz de ciertos principiantes-, sino “más gana tienen de decir sus faltas y pecados, o que los entiendan, que no sus virtudes; y así se inclinan más a tratar su alma con quien en menos tiene sus cosas y su espíritu”. Sin estos sentimientos de profunda y sincera humildad, apenas se puede conseguir verdadero fruto de la confesión sacramental en orden al crecimiento o desarrollo de la gracia hacia la perfección cristiana. (A. Royo Marín).

jueves, 19 de agosto de 2010

El sacramento de la penitencia.

Para obtener del sacramento de la penitencia el máximo rendimiento en orden al crecimiento o desarrollo de la gracia santificante en nuestras almas hay que insistir principalmente en las siguientes disposiciones:
-la contrición o arrepentimiento. Su falta absoluta haría sacrílega la confesión –si fuera con plena advertencia de no estar arrepentido- o inválida la absolución –por falta de materia próxima- aun recibida de buena fe.
La intensidad del arrepentimiento, nacido, sobre todo, de los motivos de la perfecta contrición, estará en razón directa del grado de gracia que el alma recibirá con la absolución sacramental. Con una contrición intensísima podría obtener el alma no solamente la plena remisión de sus culpas y de la pena temporal que había de pagar por ellas en el purgatorio, sino también un aumento considerable de gracia santificante, que la haría avanzar a grandes pasos por los caminos de la perfección.
-el propósito de enmienda. Por falta absoluta de él resultan inválidas –cuando menos- gran número de confesiones; sobre todo, entre gente devota y rutinaria que se confiesan por costumbre cada tantos días o semanas. Hay que poner suma diligencia en este importante punto. Para ello, no nos contentemos con un propósito general de no volver a pecar, demasiado inconcreto para que resulte eficaz. Sin excluir este propósito general, tomemos, además, una resolución concreta y enérgica de poner los medios para evitar tal o cual falta o adelantar en la práctica de una determinada virtud. Hagamos recaer sobre esa resolución una mirada especial en el examen diario de conciencia y démosle cuenta al confesor, en la próxima confesión, de nuestra debilidad o flaqueza. ¡Cuántas confesiones de gente piadosa resultan inválidas o poco menos que estériles por no tener en cuenta estas cosas tan elementales!
En torno a la sinceridad y firmeza del propósito de enmienda, nótese, sin embargo, que una cosa es prever la recaída queriéndola, y otra muy distinta preverla rechazándola. El que, conociendo su propia fragilidad, teme recaer en el pecado y hasta prevé casi con certeza que recaerá otra vez, pero no quiere esa recaída, sino que la rechaza sinceramente delante de Dios al tiempo de confesarse, puede hacer una buena confesión y recibir la gracia a pesar de esa previsión temida y rechazada. Pero el que, al tiempo de confesarse, no solamente prevé la recaída, sino que la quiere y la desea para un plazo más o menos largo o lejano, está claro que hace un sacrilegio al recibir con esa falta de disposición la absolución sacramental y no recibe de ninguna manera la gracia del perdón. (Antonio Royo Marín).

miércoles, 18 de agosto de 2010

San Alberto Hurtado.

San Alberto Hurtado, eucarístico.
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El 23 de octubre de 2005, el Papa Benedicto XVI elevó al honor de los altares al sacerdote chileno Alberto Hurtado Cruchaga. En este 18 de agosto la Iglesia universal celebra su Pascua hacia la casa del Padre, ocurrida el año 1952.
San Alberto Hurtado fue un fuego que encendió otros fuegos. Esta imagen del fuego es significativa, por cuanto toda vida cristiana que se precie de tal debe, de algún modo, ser como una antorcha encendida que no sólo da calor sino que también alumbra y destella iluminando a la humanidad, por cuanto es una cualidad de Dios revelada en Cristo y que permanece en su Iglesia por obra del Espíritu.
Las múltiples vocaciones sacerdotales y religiosas que logró despertar San Alberto Hurtado, como también vocaciones laicales al servicio del Evangelio, de hombres y mujeres que iluminados por su palabra, que no era más que la Palabra del Divino Maestro, han encarnado el Espíritu evangélico en las tareas temporales de acuerdo al que querer del Magisterio de la Iglesia.
“En su ministerio sacerdotal, marcado por un vivo amor a la Iglesia, se distinguió como maestro en la dirección espiritual y como predicador incansable, transmitiendo a todos el fuego de Cristo que llevaba adentro especialmente en el fomento de las vocaciones sacerdotales y en la formación de laicos comprometidos en la acción social”, decía Juan Pablo II cuando lo beatificó el 16 de octubre de 1994.
Todo lo anterior fue posible por la intensa vida interior, de espiritualidad profunda, ya que vivió la vida con un punto focal hacia el cual tendía y de la que provenía toda su acción, y que muchas veces es soslayada por quienes sólo lo ven como una especie de servidor social.
El centro del cual emanaba la fuerza que explica y nos ayuda a comprender la actividad sacerdotal tan intensa y variada que llevó a cabo el santo chileno, está en que Alberto Hurtado Cruchaga fue un hombre eminentemente eucarístico, lo que puede traducirse en esta impactante frase pronunciada en un retiro de sacerdotes: “¡Mi vida es una Misa prolongada!”. El sentido de la donación y el querer ser pan partido, aparece en pensamientos como estos: “Los sacrificios de mi vida no son para destrozarme sino para prepararme”; “El fin de la vida no es la destrucción, sino la oblación, la colaboración con Cristo”; “Oh, si fuéramos a la Misa a ofrecernos en el ofertorio… la consagración sería el elemento central de nuestra vida cristiana!”.
En otra sorprendente frase nos dice: “Vivir nuestro día como Cristo, ser Cristo para nosotros y para los demás: ¡Eso es comulgar!”
En el Año Sacerdotal recientemente concluido, el Papa Benedicto XVI puso a San Alberto Hurtado Cruchaga como modelo de sacerdote, pues en realidad fue una visita de Dios a nuestra patria como lo dijo Mrs. Manuel Larraín en el sermón de sus exequias; mientras que Juan Pablo II lo llamó “hijo glorioso del continente americano”; en definitiva, un modelo preclaro de santidad para el mundo de hoy.
*
Alimentados con estos sagrados misterios,
te pedimos, Señor, nos ayudes a
seguir los ejemplos de San Alberto,
que te rindió culto con devoción constante,
y se entregó a tu pueblo en un
continuo servicio de amor.
Por Jesucristo nuestro Señor
(Oración postcomunión).

martes, 17 de agosto de 2010

La acción de gracias.

Se comprende fácilmente que la acción de gracias después de comulgar tenga una eficacia santificadora extraordinaria. Los momentos que siguen a la recepción de la Eucaristía son los más preciosos de la jornada diaria del cristiano. Hay que aprovechar la presencia augusta de Nuestro Señor en nuestra alma para pedirle ardientemente que nos lleve hasta la plenitud de la gracia a que nos tenga predestinados, con el fin de glorificar a la Trinidad Beatísima con todas nuestras fuerzas y ayudarle a salvar el mayor número posible de almas redimidas con su preciosísima sangre.
Hemos de olvidarnos de nuestros propios intereses –ya cuidará El de ellos, como le dio a Santa Teresa-, para no pensar más que en los intereses de Jesucristo (cf. Flp 2, 21). Nuestra conversación entrañable con el Señor ha de estar llena de sentimientos de adoración, reparación, petición y acción de gracias –que son los cuatro fines del santo sacrificio de la misa- y ha de caracterizarse con un amor ardiente hacia El y una confianza ilimitada en su infinita bondad y misericordia.
Hay que prolongar la acción de gracias hasta el límite máximo que nos permitan las obligaciones propias de nuestro estado. Es una suerte de irreverencia e indelicadeza para con el divino Huésped tomar la iniciativa de terminar cuanto antes la visita que se ha dignado hacernos. Con las personas del mundo que nos merecen algún respeto no obramos así, sino que esperamos a que den ellas por terminada la entrevista. El Señor prolonga su permanencia eucarística en nuestras almas todo el tiempo que permanecen sin alterarse sustancialmente las especies sacramentales: alrededor de un cuarto de hora o algo más en personas normales. Permanezcamos al menos todo este tiempo a los pies del Maestro recibiendo con amor su influencia santificadora. Sólo en circunstancias extraordinarias –un trabajo o necesidad urgente- preferiremos acortar la acción de gracias antes que prescindir de la comunión, suplicando entonces al Señor que supla con su bondad y misericordia el tiempo que aquel día no le podemos dar.
Es intolerable la costumbre de ciertas personas de salirse de la iglesia casi inmediatamente después de comulgar, renunciando en absoluto a toda clase de acción de gracias. Gran irreverencia hacia el Señor, a quien no se dignan escuchar ni siquiera por unos momentos.

lunes, 16 de agosto de 2010

Reflexión: La Asunción de la Virgen María.

“Dichoso el vientre de María, la Virgen, que llevó al Hijo del eterno Padre”.
“La Asunción de María es un precioso anticipo de nuestra resurrección y se funda en la resurrección de Cristo, que reformará nuestro cuerpo corruptible conformándolo a su cuerpo glorioso (Flp 3, 21). Por eso nos recuerda también San Pablo (…) (1 Cor 15, 20-26): si la muerte llegó por un hombre (por el pecado de Adán), también por un hombre, Cristo, ha venido la resurrección. Por Él, todos volverán a la vida, pero cada uno a su tiempo: primero Cristo como primicia; después, cuando Él vuelva, todos los cristianos; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino… Esa venida de Cristo, de la que habla el Apóstol, “¿no debía acaso cumplirse, en este único caso (el de la Virgen) de modo excepcional, por decirlo así, “inmediatamente”, es decir, en el momento de la conclusión de la vida terrestre? (…) De ahí que ese final de la vida que para todos los hombres es la muerte, en el caso de María la tradición lo llama más bien dormición.
“Assumpta est Maria in caelum, gaudent Angeli! Et gaudet Ecclesia! Para nosotros, la solemnidad de hoy es como una continuación de la Pascua, de la Resurrección y de la Ascensión del Señor. Y es, al mismo tiempo, el signo y la fuente de la esperanza de la vida eterna y de la futura resurrección”(Siervo de Dios Juan Pablo II).
“La Solemnidad de hoy nos llena de confianza en nuestra peticiones. “Subió al Cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de Misericordia, tratara los negocios de nuestra salvación” (San Bernardo). Ella alienta continuamente nuestra esperanza. “Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos. Porque la Santísima Virgen no sólo es nuestro ejemplo: es auxilio de los cristianos. Y ante nuestra petición -Monstra te esse Matrem (Himno litúrgico Ave maris stella)-, no sabe ni quiere negarse a cuidar de sus hijos con solicitud maternal (…)
“Cor Mariae Dulcissimum, iter para tutum; Corazón dulcísimo de María, da fuerza y seguridad a nuestro camino en la tierra: sé tú misma nuestro camino, porque tú conoces la senda y el atajo cierto que llevan, por tu amor, al amor de Jesucristo” (S. Josemaría Escriva).
De: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Tomo 7. Madrid: Ediciones Palabra. 1987.

domingo, 15 de agosto de 2010

Asunción de la Santísima Virgen.

(I clase, blanco) Gloria, Credo y prefacio de la Virgen “Et in Assumptione”. Vísperas de la Asunción, conmemoración del Domingo.
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María, alzada al cielo, recibe en el seno de la Trinidad la corona real por manos de su Hijo, en medio de las aclamaciones de la corte de los ángeles.
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El 1º de noviembre de 1950 definía Pío XII el dogma de la Asunción. Proclamaba así solemnemente que la creencia según la cual la Santísima Virgen María, al final de su vida terrestre, fue elevada, en cuerpo y alma, a la gloria del cielo, forma parte realmente del depósito de la fe recibido de los apóstoles. La Virgen Inmaculada, "bendita entre todas las mujeres", por razón de su divina maternidad, y que había recibido desde su concepción el privilegio de ser inmune al pecado original, tampoco debía conocer la corrupción del sepulcro. Para evitar todo dato incierto, el papa se ha abstenido de precisar la manera y las circunstancias de tiempo y lugar en que debió realizarse la Asunción. Unicamente el hecho de la Asunción de María en cuerpo y alma a la gloria del cielo es el objeto de la definición.
La nueva misa de la fiesta pone de relieve la Asunción misma y las conveniencias teológicas de la misma. Ve a María glorificada en la mujer descrita en el Apocalipsis (introito), en la hija del rey vestida con manto de oro, del salmo 44 (gradual), y en la mujer que, con su hijo, será enemiga victoriosa del demonio (ofertorio). Le aplica también las alabanzas tributadas a la victoriosa Judit (epístola), y ve, sobre todo, en la Asunción el coronamiento de todas las glorias que dimanan de la divina maternidad y que María misma ha cantado en el Magníficat (evangelio). Las oraciones nos hacen pedir a Dios la gracia de estar siempre atentos, como María, a las cosas de arriba, de esperar la resurrección gloriosa y de participar de su triunfo en el cielo.
En la liturgia se encuentra el culto de la Asunción desde el siglo VI, en Oriente, y desde el VII, en Roma. En Jerusalén, en Constantinopla y en Roma se organizaban también una procesión en honor de la Santísima Virgen.
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INTROITUS
Ap. 12, 1. Ps. 97, 1
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Signum magnum appáruit in
caelo: múlier amícta sole,
et luna sub pédibus ejus, et in
cápite ejus coróna stellárum duódecim.
Ps. Cantáte Dómino cánticum novum:
quia mirabília fecit. V/. Glória Patri.
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sábado, 14 de agosto de 2010

Confianza ilimitada.

Es preciso que el recuerdo de nuestros pecados nos lleve a la humildad, pero no al abatimiento, que sería una forma disfrazada del orgullo. Jesucristo es el gran perdonador, que acogió con infinita ternura a todos los pecadores que se le acercaban en demanda de perdón. No ha cambiado de condición: es el mismo del Evangelio. Acerquémonos, pues, a El con humildad y reverencia, pero también con inmensa confianza en su bondad y misericordia. Es el Padre, el Pastor, el Médico, el Amigo divino, que quiere estrecharnos contra su Corazón palpitante de amor. La confianza le rinde y le vence; no puede resistir a ella, como El mismo manifestó a Santa Catalina de Siena y a otros grandes amigos suyos.
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Hambre y sed de comulgar.
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Es esta la disposición que más directamente afecta a la eficacia santificadora de la sagrada comunión. Esta hambre y sed de recibir a Jesús sacramentado, que procede del amor y casi se identifica con él, ensancha la capacidad del alma y la dispone a recibir la gracia sacramental en proporciones grandísimas. La cantidad de agua que se coge de una fuente depende en cada caso del tamaño del vaso que se lleva. Si nos preocupáramos de pedirle ardientemente al Señor esta hambre y sed de la Eucaristía y procuráramos fomentarla con todos los medios a nuestro alcance, muy pronto seríamos verdaderamente santos.
Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús, Santa Micaela del Santísimo Sacramento y otras muchas almas santas tenían un hambre y sed de comulgar tan devoradores, que se hubieran expuesto a los mayores sufrimientos y peligros a cambio de no perder un solo día el divino manjar que las alimentaba y sostenía. Hemos de ver precisamente en estas disposiciones no solamente un efecto, sino también una de las más eficaces causas de su excelsa santidad. La Eucaristía recibida con tan ardientes deseos aumentaba la gracia a sus almas en grado incalculable, haciéndolas avanzar a grandes pasos por los caminos de la santidad.
En realidad, cada una de nuestras comuniones debería ser más fervorosa que la anterior, aumentando nuestra hambre y sed de la Eucaristía. Porque cada nueva comunión aumenta el caudal de nuestra gracia santificante y nos dispone, en consecuencia, a recibir al Señor al día siguiente con un amor no sólo igual, sino mayor que el de la víspera. Se aumentó nuestro capital; luego ha de rendir mayores intereses. Aquí, como todo el proceso de vida espiritual, el alma debe avanzar con movimiento uniformemente acelerado; algo así como una piedra, que cae con mayor rapidez a medida que se acerca más al suelo.
Estas son las disposiciones más importantes para recibir la Eucaristía con el máximo aprovechamiento espiritual. Vamos a decir ahora unas palabras sobre la acción de gracias después de recibirla. (Fuente: Somos hijos de Dios de Royo Marín).

viernes, 13 de agosto de 2010

El crecimiento o desarrollo de la gracia. Crecimiento por los sacramentos.

El sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía no es sólo el más excelente de todos los sacramentos, sino el fin y consumación de todos ellos; de suerte que sin el deseo de la Eucaristía (al menos implícito por la recepción real o deseada del Bautismo, que se ordena a ella), nadie puede ni siquiera salvarse. Su eficacia santificadora es enorme, puesto que no solamente confiere la gracia en grado muy superior a la de cualquier otro sacramento, sino que nos da y nos une íntimamente a la persona misma de Cristo, manantial y fuente de la gracia. Una sola comunión recibida con gran fervor bastaría, sin duda alguna, para elevar un alma a la más encumbrada santidad.
Pero para obtener de ella el máximo rendimiento santificador es preciso recibir la Eucaristía con disposiciones muy perfectas. Las más importantes corresponden a las tres virtudes teologales y a la humildad de corazón. He aquí una breve exposición de las mismas.
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Fe viva.
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Cristo la exigía siempre como condición indispensable antes de conceder una gracia, aun de tipo material (cf. Mc 9, 22-23). La Eucaristía es por antonomasia el mysterium fidei, ya que en ella nada perciben de Cristo la razón natural ni los sentidos corporales. Santo Tomás recuerda que en la cruz se ocultó solamente la divinidad, pero en el altar desaparece incluso la humanidad santísima: Latet simul et humanitas. Esto exige de nosotros una fe viva, transida de adoración.
Pero no sólo en este sentido –asentimiento vivo al misterio eucarístico- la fe es absolutamente indispensable, sino también en orden al contacto vivificante de Jesús. Hemos de considerar en nuestras almas la lepra del pecado y repetir con la fe vivísima del leproso del Evangelio: Señor, si tú quieres, puedes limpiarme (Mt 8, 2); o como la del ciego de Jericó, menos infortunado con la privación de la luz natural que nosotros con la ceguera de nuestra alma: Señor, haced que vea (Mc 10, 51).
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Humildad profunda.
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Jesucristo lavó los pies de sus apóstoles antes de instituir la Eucaristía para darles ejemplo de humildad (Jn 13, 15). Si la Santísima Virgen se preparó a recibir en sus virginales entrañas al Verbo de Dios con aquella profundísima humildad que la hizo exclamar: He aquí la esclava del Señor (Lc 1, 38), ¿qué deberemos hacer nosotros en semejante coyuntura? No importa que nos hayamos arrepentido perfectamente de nuestros pecados y nos encontremos actualmente en estado de gracia. La culpa fue perdonada; el reato de pena, acaso también (si hemos hecho la debida penitencia); pero el hecho histórico de haber cometido aquel pecado no desaparecerá jamás). No olvidemos, cualquiera que sea el grado de santidad que actualmente poseamos, que hemos sido rescatados del infierno, que somos ex presidiarios de Satanás. El cristiano que haya tenido la desgracia de cometer alguna vez en su vida un solo pecado mortal, debería estar siempre anonadado de humildad. Por lo menos, al acercarnos a comulgar, repitamos con sentimientos de profundísima humildad y vivísimo arrepentimiento la fórmula sublime del centurión del Evangelio: Domine, non sum dignus… (Mt 8, 8).
(Fuente: Somos hijos de Dios, Misterio de la divina gracia de Antonio Royo Marín, BAC, Madrid, MCMLXXVII).

jueves, 12 de agosto de 2010

Santa Clara de Asís.

Santa Clara murió al atardecer del 11 de agosto de 1253, en el momento en que terminaba de rezar el versículo XV del salmo 115: “Preciosa es en la presencia del Señor la muerte de sus santos”. “Su humildad no le había dejado sospechar siquiera cuán propiamente se cumplían en su muerte aquellas palabras del salmo de la gratitud y de la esperanza que sus labios moribundos recitaba. Cabe al camastro, permanecían llorosas sus hijas, transidas de dolor por la pérdida de la amantísima madre y guía experimentada. Allí estaban los compañeros de Francisco: fray León, la ovejuela de Dios, ya anciano; fray Ángel, espejo de cortesía; fray Junípero, maestro en hacer extravagancias de raíz divina y decir inflamadas palabras de amor de Dios” (Juan Messeguer Fernández, O.F.M.). “Causó su muerte en toda la ciudad, y en la corte del Papa que a la sazón se hallaba en Asís, gran tristeza y sentimiento. Concurrieron todos, hombres y mujeres, niños y viejos, a sus exequias: y el mismo Sumo Pontífice, Inocencio IV, con el Colegio de los Cardenales, se halló presente a su entierro: y queriendo los cantores cantar la Misa de Requiem, mandó que se cantase la de una santa virgen, dando muestra de quererla canonizar antes que su sagrado cuerpo fuese puesto en la sepultura. Mas porque el cardenal ostiense, que era devotísimo de Santa Clara, le avisó que aunque era muy justo lo que Su Santidad mandaba, por los grandes merecimientos de la virgen, más convenía hacerlo con maduro consejo; y por este aviso la Misa se dijo de Requiem, y el mismo cardenal de Ostia predicó y dijo muchas y grandes cosas de la excelencia y virtudes de Santa Clara. Para que el cuerpo estuviese más seguro le llevaron adentro de la ciudad, y la enterraron en la Iglesia de San Jorge, donde un poco de tiempo había estado sepultado su padre San Francisco… Hizo Dios después de su muerte muchos y muy grandes milagros por su intercesión: por los cuales y por su vida santa, el Papa Alejandro IV la canonizó”, el 13 de agosto de 1255, esto es, casi exactamente dos años después de su muerte. Giotto (1266-1344), quizá el más grande pintor prerrenacentista, renovador de la pintura medieval, y Simone Martini (1285-1344), perteneciente a la escuela gótica sienesa y gran amigo de Petrarca, “la pintaron como una delicada hermosura sobrenatural vista en sueños” (Carlos Pujol).
¿Qué recuerda la Iglesia de la rica espiritualidad de Clara? Escribe Enzo Lodi: “La memoria obligatoria de Santa Clara nos remite a las fuentes franciscanas de la Leyenda de la vida de Santa Clara, que Tomás de Celano sacó de las Actas del proceso de canonización. De esta se deduce que, sin ella –la “pequeña planta del santo padre San Francisco”-, no sería comprensible la experiencia del Pobrecillo de Asís… En la colecta, subraya que Dios infundió en Santa Clara un profundo amor a la pobreza evangélica”. Ninguno de los discípulos de San Francisco vivió la pobreza con el rigor y el fervor de Clara … (y de hecho) en la parte de la intercesión, que, “siguiendo a Cristo en la pobreza de espíritu, merezcamos llegar a contemplarte en tu reino”… (Fuente: Santos del Siglo XIII y su época de Francisco Ansón).

miércoles, 11 de agosto de 2010

El "estipendio" de la Missa.

Los fieles que desean que el Sacerdote celebrante aplique la Missa, o mejor dicho, el fruto especial de la Missa, a su intención particular, le dan una limosna, llamada "estipendio" u "honorario", cuyo monto puede variar, según las diócesis episcopales y sus correspondientes tasas o aranceles. Es ésta práctica fundada en la razón y en la tradición eclesiástica y aprobada por la Iglesia, que sustituyó a la vieja y hermosa costumbre de ofrecer los fieles el pan y el vino eucarísticos y donativos cuantiosos para la digna sustentación del clero y de los pobres confiados a la Iglesia. Estas ofrendas libres y generosas, al suprimirse por obra de los malos tiempos, fueron sustituídas por los estipendios y los derechos parroquiales o derechos de estola, que tan malamente interpretan y acatan muchos fieles, casi siempre por ignorancia o insuficiente información. En virtud del "estipendio", el Sacerdote no vende la missa ni los fieles la compran, sino que aquél cede generosamente el fruto comunicable de la Missa, que le pertenece, en beneficio del fiel o de los fieles donantes.

martes, 10 de agosto de 2010

San Lorenzo, Diácono y mártir.

En la Passio Polychronii ( los Hechos del martirio de San Lorenzo) se lee que el mártir, antes de ser colocado en la parrilla para ser quemado, quiso rezar por Roma. La ciudad, en señal de agradecimiento, le ha dedicado 34 iglesias, la primera de las cuales fue erigida, según la costumbre, en el lugar del martirio, “in agro Verano”, el actual cementerio romano. Tanto honor no han tenido ni siquiera los mismos patronos principales de Roma, San Pedro y San Pablo. ¿Cómo explicar, pues, la innegable popularidad de este mártir (en Roma hasta el siglo antepasado su fiesta era de precepto) sin dar crédito a las noticias que nos presenta la Passio y los escritores del siglo IV, que recurren abundantemente a estas narraciones?
Su imagen, rodeada de leyenda inclusive en los escritores muy cercanos a su época (como Prudencio), nos es familiar en el gesto de distribuir a los pobres las colectas de los cristianos de Roma. Así lo representa el B. Angélico en los frescos de la capilla vaticana del Papa Nicoló V. Esta, en efecto, era una de las funciones de los diáconos, y Lorenzo, creado archidiácono por el Papa Sixto II, había sido propuesto a la comunidad de los diáconos de Roma. Es, pues, comprensible que cuando comenzó la persecución de Valeriano, el mismo Papa, al ser arrestado y llevado al martirio, haya encargado a su diácono que distribuyera a los pobres cuanto él tenía. Cuando el emperador –se lee en la Passio- impuso a Lorenzo que le entregara los tesoros de los que había oído hablar, este reunió ante Valeriano un grupo de indigentes y exclamó: “¡He aquí nuestros tesoros, que nunca disminuyen, y que siempre producen y los puedes encontrar en todas partes!”.
A esta ingeniosa y sabia respuesta hacen eco las últimas palabras del mártir, que colocado sobre la parrilla ardiente y ya rojo como un tizón, tuvo la fuerza de bromear: “Miren, por esta parte ya estoy cocinado. Pueden voltearme”. El Papa San Dámaso recuerda el heroico testimonio de fe que dio el mártir: “Verbera, carnefices,flammas, tormenta, catenas…”: los látigos, los verdugos, las llamas, las cadenas nada pudieron contra la fe de Lorenzo. El Papa, que “admiraba las virtudes del glorioso mártir”, le erigió la segunda iglesia, sobre las ruinas del teatro de Pompeyo, haciendo para él la primera excepción: ningún mártir había tenido, antes de él, una iglesia en un lugar distinto a su martirio. Según la Depositio martyrum, el diácono Lorenzo sufrió el martirio el 10 de agosto del 258. (Fuente: Un santo para cada día de Mario Sgarbossa et al. 1991).
Oratio: Da nobis, quaesemus, omnípotens Deus: vitiórum nostrórum flammas exstínguere; qui beáto Lauréntio tribuísti tormentórum suórum incéndia superáre. Per Dóminum. (Oh Dios todopoderoso, te pedimos nos concedas se apaguen las llamas de nuestros vicios, ya que diste a S. Lorenzo superar el fuego que le atormentó. Por Nuestro Señor Jesucristo).
B. Lauréntio, ora pro nobis!

lunes, 9 de agosto de 2010

Vigilia de San Lorenzo, diácono y mártir.

Oye, Señor, nuestras
súplicas: y por la intercesión
de tu mártir San Lorenzo, a
cuya festividad nos preparamos,
concédenos benigno tu perpetua
misericordia. Por N.S.J.C.

domingo, 8 de agosto de 2010

Domingo XI después de Pentecostés.

(II clase, verde)Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
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"Effeta". Abrete, boca muda. Abrete, boca cristiana, para pregonar tu fe.
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Los milagros del Salvador son algo más que un signo de su poder y de su bondad. Simbolizan también lo que obran, por medio de la gracia, en lo íntimo de las almas. El "Effeta = Abríos" que ha curado al sordomudo, lo repite la Iglesia en el bautismo de todos nosotros. La obra de la Iglesia, lo mismo que la de Cristo, es la de abrirnos a las cosas de Dios.
La catequesis cristiana, transmitida fielmente hasta nosotros desde los apóstoles, nos enseña lo que debemos creer y, en primer lugar, la muerte redentora de Jesús y su resurrección, que son la base de nuestra fe. La buena nueva de la salvación, que no cesa de predicar la Iglesia siempre y por doquier, consiste en el acceso de los hombres a Dios por la expulsión de Satanás y la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.
La misa de hoy nos hace cantar a la omnipotente e infinita bondad de Dios, que, después de salvar a su pueblo, le reúne en su Iglesia y le regocija con su protección.

sábado, 7 de agosto de 2010

El placeat y la bendición.

El sacerdote coloca las manos sobre el Altar y con la cabeza inclinada ruega a la Trinidad Beatísima, que le sea agradable el obsequio de su servicio, y que el Sacrificio que ha ofrecido, sea digno de que lo acepte, y que sea propiciatorio por todos aquellos por quienes lo ha ofrecido.
Luego besa el Altar, levanta los brazos y da la bendición al pueblo, diciendo: Bendigaos Dios Todopoderoso, Padre e Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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El último Evangelio.
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Generalmente lee el celebrante el comienzo del Evangelio de San Juan en el que se descríbela generación eterna del Verbo y su Encarnación.
En los primeros tiempos el sacerdote lo decía como acción de gracias, al volver a la sacristía, costumbre que existe en las Misas Pontificales; pero los fieles, que tenían gran veneración por este Prólogo, pedían que se dijera en el Altar a lo que accedían los sacerdotes. San Pío V, en el siglo XVI, lo hizo incluir como obligatorio al final de la Misa. A las palabras Y el Verbo se hizo carne, el sacerdote hace genuflexión adorando el Misterio de la Encarnación.
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Las oraciones finales.
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León XIII ordenó recitar al final de las Misas tres Avemarías, la Salve, y dos oraciones para pedir por la libertad de la Santa Madre Iglesia. San Pío X agregó una triple invocación al Sagrado Corazón de Jesús, enriquecida con siete años de indulgencia. El 30 de mayo de 1934, S.S. Pío XI concedió otros tres años de indulgencia a los fieles que, juntamente con el sacerdote, recen estas oraciones finales. Después del Tratado de Letrán, Pío XI mandó que estas preces se rezaran por Rusia y por las Iglesias separadas.

viernes, 6 de agosto de 2010

Transfiguración de Ntro. Señor Jesucristo.

"In illo témpore: Assúmpsit Jesus Petrum et Jacóbum, et Joánnem fratrem ejus, et duxit illos in montem excélsum seórsum: et transfigurátus est ante eos. El resplénduit fácies ejus sicut sol, vestiménta autem ejus, facta sunt alba sicut nix…” (En aquel tiempo: Tomó Jesús consigo a Pedro y a Santiago y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y allí se transfiguró en su presencia, resplandeciendo su rostro como el sol, y quedando sus vestiduras blancas como la nieve). Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthaeum 17, 1-9.
“Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto y se transfiguró ante ellos… En esto se les aparecieron Moisés y Elías hablando con El. Esta visión produjo en los Apóstoles una felicidad incontenible; Pedro la expresa con estas palabras: Señor, ¡qué bien estamos aquí!; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaba tan contento que ni siquiera pensaba en sí mismo, ni en Santiago y Juan que le acompañaban. San Marcos, que recoge la catequesis del mismo San Pedro, añade que no sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle.
“El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el Tabor fueron sin duda de gran ayuda en tantas circunstancias difíciles y dolorosas de la vida de los tres discípulos. San Pedro lo recordará hasta el final de sus días. En una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos para confortarlos en un momento de dura persecución, afirma que ellos, los Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de ingenio, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad. En efecto, El fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta voz, venida del cielo, la oímos nosotros estando con El en el monte santo. El Señor, momentáneamente, dejó entrever su divinidad, y los discípulos quedaron fuera de sí, llenos de una inmensa dicha, que llevarían en su alma toda la vida. “La transfiguración les revela a un Cristo que no se descubría en la vida de cada día. Está ante ellos como Alguien en quien se cumple la Alianza Antigua, y, sobre todo, como el Hijo elegido del Eterno Padre al que es preciso prestar fe absoluta y obediencia total” (Servus Dei Joannes Paulus II), al que debemos buscar todos los días de nuestra existencia aquí en la tierra.
“¿Qué será el cielo que nos espera, donde contemplaremos si somos fieles a Cristo glorioso, no en un instante, sino en una eternidad sin fin? “Dios mío: ¿cuándo te querré a Ti, por Ti? Aunque bien mirado, Señor, desear el premio perdurable es desearte a Ti, que Te das como recompensa” (S. Josephmariae Escrivá).
“Pidamos a Nuestra Señora que sepamos ofrecer con paz el dolor y la fatiga que cada día trae consigo, con el pensamiento puesto en Jesús, que nos acompaña en esta vida y que nos espera, glorioso, al final del camino”.
Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios, Tomo VII, Madrid, Ediciones Palabra, 1987.

jueves, 5 de agosto de 2010

La acción de gracias.

Las abluciones.
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Después de la Comunión el sacerdote purifica el Cáliz y los dedos con que tomó la Hostia consagrada. Hay dos abluciones del Cáliz: la primera se hace sólo con vino y la segunda, que sirve para purificar los dedos se hace con vino y agua. En estas abluciones el celebrante pide que el sacramento produzca en él frutos sempiternos y que no quede mancha, en virtud de los santos y puros sacramentos recibidos. En seguida el sacerdote arregla y cubre el Cáliz con el velo; en las Misas solemnes lo cubre el subdiácono.
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La antífona de la Comunión y la postcomunión.
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La antífona de la Comunión, tomada generalmente de los Libros Santos, se refiere a la fiesta del día. Su nombre se debe a que desde el siglo IV hasta el XI, el Coro cantaba el salmo 33: Bendeciré el Señor en todo tiempo, repitiendo después de cada versículo la antífona: Gustad y ved que dulce es el Señor, durante la Comunión de los fieles; ahora la Comunión es sólo una antífona: en las Misas solemnes la canta el Coro. El sacerdote, leída la antífona, va al medio del altar, lo besa y se vuelve al pueblo diciendo: El Señor sea con vosotros. Vuelto al lado de la Epístola invita a los fieles a la oración y pronuncia la Postcomunión; en ella el sacerdote da gracias por el sacramento recibido y pide que perduren en el alma sus efectos saludables.
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El Ite, Missa est.
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Terminada la Postcomunión va al medio del altar, lo besa y saluda a los fieles con el Dominus vobiscum y les dice Ite, Missa est.
En las Misas solemnes el diácono canta el Ite… Desde el siglo IV comenzó a designarse el Santo Sacrificio con el nombre de Misa.
A partir del siglo XI, en los días de penitencia y ayuno, en que no se dice el Gloria…, en vez de Ite…, se dice Benedicamus Domino… que es una invitación a continuar la oración, porque antiguamente, en estos días de ayuno y penitencia, se cantaban las Vísperas a continuación de la Misa. Al Ite…y al Benedicamus se contesta: Deo gratia.
En las Misas de difuntos, el sacerdote invita a los fieles a rogar por los difuntos diciendo: Requiescat in pace. El acólito contesta: Amén.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Santo Domingo de Guzmán, Confesor.

Oh Dios, que te dignaste alumbrar a tu Iglesia
con los méritos y doctrina de tu santo Confesor
Domingo: concédela que por su intercesión, no se
vea privada de los auxilios temporales, y que
siempre vaya en espiritual aumento. Por N. S.

lunes, 2 de agosto de 2010

Comunión del sacerdote.

Terminadas estas oraciones, el sacerdote hace genuflexión, toma la Hostia y dice: Recibiré el pan celestial e invocaré el nombre del Señor. Repite por tres veces las palabras de fe y humildad salidas de los labios del Centurión, como última preparación para la Santa Comunión: Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero mándalo con tu palabra y mi alma será sana. El ayudante toca la campanilla tres veces. Antes de comulgar hace la señal de la cruz con la Hostia, y después con el Cáliz, porque en otros tiempos las dos fórmulas de la Comunión terminaban así: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén; y naturalmente, estas palabras iban acompañas del signo de la cruz; se suprimieron las palabras y se dejó la señal dela cruz. Y diciendo: El cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna. Amén, consume la Hostia del Sacrificio.
En seguida pronuncia las fórmulas de acción de gracias tomadas de los Salmos que cantó el Señor en la última Cena: Con qué pagaré al Señor todos los beneficios que me ha hecho? Tomaré el cáliz de la salud e invocaré el nombre del Señor. Con alabanzas invocaré al Señor, y me libraré de mis enemigos.
Toma el Cáliz, hace la señal de la cruz con él y lo consume diciendo: La sangre de Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna. Amén.
El Sacrificio ya se ha completado con la Comunión del sacerdote.
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La Comunión de los fieles.
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Los fieles han estado íntimamente unidos al sacerdote durante toda la Misa, en comunicación constante, han concelebrado con el sacerdote: es justo, por lo tanto, que participen del sacrificio recibiendo el Cuerpo Sacrosanto de la Víctima Divina Inmolada en el Ara del Altar. Desde los tiempos apostólicos, hasta el siglo IV, comulgaban todos los que asistían a la Santa Misa; los que no comulgaban debían retirarse cuando el diácono decía: Las cosas santas son para los santos. Retírense los que no van a comulgar.
Hasta el siglo XII los fieles comulgaban bajo las dos especies. Poco a poco en los diversos lugares fue cayendo en desuso esta práctica, hasta que el Concilio de Constanza la suprimió totalmente, por presentar muchos inconvenientes de orden práctico.

domingo, 1 de agosto de 2010

Domingo X después de Pentecostés.

"Este y no el otro salió justificado".
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(II clase, verde) Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
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Propio de la Sancta Missa.
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Los dones que hemos recibido del Señor no proceden de nosotros, sino del Espíritu de Dios. Por tanto, debemos ponerlos al servicio de la Iglesia y de nuestros hermanos con espíritu de humildad.
La parábola del fariseo y el publicano hace resaltar de manera emocionante que de nada podemos enorgullecernos. Hay dos clases de hombres: los santos, que se estiman culpables de todas las faltas, y los pecadores, que de nada se juzgan reos. Los primeros son humildes: Dios los elevará al glorificarlos; los segundos son orgullosos, y los confundirá al castigarlos. Más profundamente define al hombre san Irineo, diciendo que es "el receptáculo de los dones divinos".
Dios no se contenta con llamarnos a la práctica de los mandamientos. Da además su Espíritu para que transforme las almas y les inspire sentimientos cristianos.
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INTROITUS
Ps. 54, 17, 18, 20 et 23. Ps. ibid., 2
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Cum clamárem ad Dóminum,
exaudívit vocem meam,
ab his qui appropínquant mihi:
et humiliávit eos qui est
ante saécula, et manet in atérnum:
jacta cogitátum tuum
in Dómino, et ipse te enútriet.
Ps. Exáudi, Deus, oratiónem
meam, et ne despéxeris
deprecatiónem meam: inténde mihi,
et exáudi me. V/. Glória Patri.