jueves, 19 de agosto de 2010

El sacramento de la penitencia.

Para obtener del sacramento de la penitencia el máximo rendimiento en orden al crecimiento o desarrollo de la gracia santificante en nuestras almas hay que insistir principalmente en las siguientes disposiciones:
-la contrición o arrepentimiento. Su falta absoluta haría sacrílega la confesión –si fuera con plena advertencia de no estar arrepentido- o inválida la absolución –por falta de materia próxima- aun recibida de buena fe.
La intensidad del arrepentimiento, nacido, sobre todo, de los motivos de la perfecta contrición, estará en razón directa del grado de gracia que el alma recibirá con la absolución sacramental. Con una contrición intensísima podría obtener el alma no solamente la plena remisión de sus culpas y de la pena temporal que había de pagar por ellas en el purgatorio, sino también un aumento considerable de gracia santificante, que la haría avanzar a grandes pasos por los caminos de la perfección.
-el propósito de enmienda. Por falta absoluta de él resultan inválidas –cuando menos- gran número de confesiones; sobre todo, entre gente devota y rutinaria que se confiesan por costumbre cada tantos días o semanas. Hay que poner suma diligencia en este importante punto. Para ello, no nos contentemos con un propósito general de no volver a pecar, demasiado inconcreto para que resulte eficaz. Sin excluir este propósito general, tomemos, además, una resolución concreta y enérgica de poner los medios para evitar tal o cual falta o adelantar en la práctica de una determinada virtud. Hagamos recaer sobre esa resolución una mirada especial en el examen diario de conciencia y démosle cuenta al confesor, en la próxima confesión, de nuestra debilidad o flaqueza. ¡Cuántas confesiones de gente piadosa resultan inválidas o poco menos que estériles por no tener en cuenta estas cosas tan elementales!
En torno a la sinceridad y firmeza del propósito de enmienda, nótese, sin embargo, que una cosa es prever la recaída queriéndola, y otra muy distinta preverla rechazándola. El que, conociendo su propia fragilidad, teme recaer en el pecado y hasta prevé casi con certeza que recaerá otra vez, pero no quiere esa recaída, sino que la rechaza sinceramente delante de Dios al tiempo de confesarse, puede hacer una buena confesión y recibir la gracia a pesar de esa previsión temida y rechazada. Pero el que, al tiempo de confesarse, no solamente prevé la recaída, sino que la quiere y la desea para un plazo más o menos largo o lejano, está claro que hace un sacrilegio al recibir con esa falta de disposición la absolución sacramental y no recibe de ninguna manera la gracia del perdón. (Antonio Royo Marín).

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