martes, 31 de marzo de 2009

SACRIS SOLEMNIIS (V)

Quinta parte (el Nº de capítulos es interno nuestro) de la Conferencia pronunciada por el Rvdo. P. D. José Calvín Torralbo (FSSP), (partes anteriores aquí), y que corresponde a "HISTORIA DE LOS RITOS PREPARATORIOS".
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En un principio la preparación ante el altar consistió solamente en una postración silenciosa. Este rito ha sido conservado el viernes santo.
En tiempos de Carlomagno se comienza a acompañar la acción con palabras. Aparecen las primeras fórmulas de oraciones ante las gradas, pero se las recitaba durante el camino de la sacristía al altar. El salmo “Iudica me” con su antífona “Introito ad altare Dei” aparece ya atestado en el siglo X.
Poco a poco se impuso la práctica de recitarlo después de haber llegado al altar, sin duda para poder hacerlo con mayor tranquilidad y devoción.
En la Misa pontifical, el Obispo se pone el manipulo, que le presenta el diácono, después del Confiteor: Es un vestigio del uso primitivo: el manipulo era el último ornamento que se revestía porque se llevaba en la mano izquierda. Cuando pasó a llevarse sujeto al antebrazo se lo pudo revestir antes (es el orden en que lo hace el sacerdote). Pero en la misa pontifical se conservó éste vestigio.
Una vez en el altar, lo primero que hace el celebrante es besarlo, porque representa a Cristo y porque en su interior contiene reliquias de mártires. En la misa pontifical se conserva el uso más antiguo de besar también el libro de los santos evangelios: el obispo, después de subir al altar y besarlo, besa también el principio del evangelio del día en el evangeliario que le presenta el subdiácono.
A continuación, en la Misa solemne, se inciensa el altar. Se trata de otro signo de veneración, pero reservado al culto solemne: al igual que la música y el canto, la luz de los cirios, las flores, la belleza de los ornamentos… el incienso también contribuye a enaltecer la solemnidad del culto.
Durante la incensación se canta el Kyrie eleyson. (Si la Misa es rezada, el sacerdote los recita, alternando con los fieles). Se trata de una antiquísima letanía de origen oriental, como lo denota claramente el hecho de que se recen en griego y no en latín. Se sabe que en Roma ya se usaba este canto en el siglo V. En un principio, como lo atestigua el Ordo romanus I, no estaba fijado en número de veces que debía repetirse cada invocación, sino que se repetía cuantas veces hiciera falta hasta que el pontífice, después de venerar el altar, llegase hasta la cátedra. Pero ya en época carolingia el número de invocaciones quedó fijado en nueve: tres Kyrie, tres Christe y de nuevo tres Kyrie. El simbolismo trinitario es evidente.
Los ritos de preparación se terminan con la oración llamada Colecta Antes de recitarla el celebrante volviéndose hacia los fieles los saluda con la fórmula Dominus vobiscum. Este saludo se repetirá a lo largo de la misa cuantas veces haya que exhortar a la comunidad para que se sume a la oración del celebrante, o cuando se debe anunciar algo como por ejemplo, el final de la misa por medio del Ite missa est o la lectura del evangelio. En todas estas ocasiones, menos al principio del prefacio cuando ya está a las puertas del sancta sanctorum, el sacerdote besa primero el altar (para significar que la paz que desea es la que viene de Cristo) y se vuelve hacia los fieles, pues a ellos se dirige su saludo.
Próximo capítulo: "LAS LECTURAS"
Fuente: Una Voce Sevilla.

lunes, 30 de marzo de 2009

Domínica de Pasión.

“Respóndit Jesus: Ego daemonium non hábeo: sed honorífico Patrem meum, et vos inhonorástis me. Ego autem non quaero glóriam meam: est qui quaerat, et júdicet. Amen, amen dico bobis: si quis sermónem meum serváverit, mortem non vidébit in aeternum…” (“Jesús respondió: Yo no estoy poseído del demonio; sino que honro a mi Padre y vosotros me habéis deshonrado a Mí. Pero yo no busco mi Gloria; hay quien la promueva y la vindique. En verdad, en verdad os digo: que quien observare mi doctrina, no morirá jamás…” (Joánnem 8, 46-59).
“No ignoramos, dice San León, que el misterio pascual ocupa el primer lugar entre todas las solemnidades religiosas. Verdad es que nuestro modo de vivir durante el año debe disponernos, mediante la reforma de nuestras costumbres, a celebrarlo de una manera digna y conveniente. Pero los días presentes exigen una muy especial devoción, sabiendo que está ya cerca aquél en que celebramos el misterio sublimísimo de la divina misericordia”.
Este misterio es el de la Pasión. De ahí que la Misa y el mismo Oficio divino se hallen como saturados del pensamiento absorbente al par que tiernísimo de la Pasión de Jesús y de la infidelidad de los judíos, cuyos sitiales en el reino de Dios vienen a ocupar los bautizados, o sea, los catecúmenos y los cristianos. En el Introito el Salmista desterrado, representa a Cristo “contra el cual se levanta un pueblo furioso”.
El Evangelio nos muestra efectivamente ese odio cada día más rabioso del Sanhedrín. Abraham creyó en las promesas divinas que le anunciaban a Cristo y, en el limbo, su alma se regocijó al verlas cumplidas. Y los judíos que debieran haber reconocido en Jesús al Hijo de Dios, más grande que el mismo Abraham y que los profetas porque es eterno, no atinaron con el sentido de sus palabras, insultando entonces al Mesías y llamándole endemoniado y blasfemo; hasta quisieron apedrearle.
Nos dice San Pablo que Jesús es el Pontífice y Mediador del Nuevo Testamento. Así como el Sumo Sacerdote solía entrar con la sangre de las víctimas en el Santo de los Santos, así también, aunque por modo excelente, entra Cristo en el cielo, en el verdadero Santo de los Santos, después de haber vertido la propia. La sangre de las terneras daba a los judíos una pureza exterior y legal, mas la de Jesús purifica realmente nuestros corazones.
Al recordar la Pasión de Jesús cuyo aniversario ya pronto vendrá, tengamos muy en cuenta que, para sentir sus benéficos efectos, es preciso sufrir por la justicia como el Maestro; y cuando aun siendo miembros de la “familia de Dios” nos vemos perseguidos con Cristo y como Cristo, pidamos a Dios que “El guarde nuestros cuerpos y nuestras almas”.
En este tiempo santísimo vamos a oír a menudo en la liturgia al gran sacerdote de Ananot, al profeta Jeremías, una de las figuras más expresivas del Salvador, paciente y perseguido sin causa por los suyos, aun cuando él sólo buscase su bien y su salvación. Jeremías fue una figura viva de Jesucristo, el gran perseguido.
Lección para nosotros los cristianos; pues por ahí podemos ver que no seremos glorificados con Cristo si no padecemos trabajos y persecuciones por Él.
Y, precisamente, para que no tengamos prisa de gozar, sino de sufrir y hacer mucho por la gloria de Dios, nos dice San León que “con razón sobrada y por inspiración del Espíritu Santo, instituyeron los apóstoles estos días de ayuno más riguroso, de manera que ayudando a llevar la cruz a Cristo, hagamos algo de lo que Él por nosotros hizo”.

domingo, 29 de marzo de 2009

Domingo de Pasión.

Estación en San Pedro
(Doble de 1ª clase - Ornamentos morados ).

INTROITUS (Ps. 42, 1-2) Júdica me, Deus, et discérne causam meam de gente non sancta: ab hómine iníquo, et dolóso éripe me: quia tu es Deus meus et fortitúdo mea.
(Ps. Ibid. 3) Emítte lucem tuam, et veritátem tuam: ipsa me deduxérunt et adduxérunt in montem sanctum tuum et in tabernácula tua.
Júdica me.

sábado, 28 de marzo de 2009

Tiempo de Pasión.

Exposición Litúrgica.

El Tiempo de Septuagésima, el de Cuaresma y el de Pasión son respectivamente una preparación remota, próxima e inmediata para las solemnidades pascuales.

Los festejos y ceremonias de la última semana, llamada Semana Mayor o Semana Santa, tuvieron su origen en la Iglesia de Jerusalén. Los cristianos seguían con el Evangelio en mano los pasos todos del Salvador, recogiendo piadosamente en el sitio mismo los preciosos recuerdos de sucesos tan solemnes. La Iglesia adoptó luego esa liturgia local en sus comienzos, y aun dispuso sus iglesias de manera que pudiesen celebrarse los Oficios de Semana Santa lo mismo que en Jerusalén.

Durante esos 15 días, y para asociar a sus hijos a su dolor la Iglesia suprime el Salmo Judica me y algunos Gloria Patri, porque no figuraban en la antigua liturgia en estos días, y sobre todo en el último Triduo de Semana Santa, ha quedado casi enteremente con su forma arcaica.

Se cubren también con oscuros velos las imágenes de los Santos. El culto a los Santos debe eclipsarse estos días ante la obra magna de la Redención; pero si se advierte que también el Crucifijo está tapado, luego se verá en este uso un vestigio de la cortina que antes se colgaba durante toda la Cuaresma entre el santuario y la nave. Y, en efecto, antiguamente los Penitentes públicos eran expulsados de la iglesia, no podían volver a entrar en ella hasta el Jueves Santo. Suprimida esta ceremonia, todos los fieles fueron asimilados más o menos a los públicos Penitentes, y sin pronunciar sobre ellos la pena de exclusión, se ocultaba a sus miradas el santuario y todo cuanto en derredor de él había, como indicando que no merecían participar en el culto eucarístico por la Comunión pascual, sino después de haber hecho dignos frutos de penitencia.

En el desnudar los altares y el callar de las campanas durante los tres días santos, quiere la Iglesia significar su tristeza al recordar la muerte de su divino Esposo.

viernes, 27 de marzo de 2009

Reflexiones cuaresmales.

Cada año consideramos que el espíritu de la Cuaresma se resume en tres prácticas tradicionales de este período: la oración, la penitencia, las obras de misericordia. Os he invitado a deteneros en estos puntos, precisamente con ocasión de este tiempo litúrgico. Ahora querría fijarme especialmente en el espíritu de penitencia, que nos ha de mover —con dolor y refugiándonos en la misericordia divina— a reparar por nuestros pecados y por los de todas las criaturas. Glosando la llamada del profeta Joel al arrepentimiento —convertíos a mí de todo corazón—, que la liturgia propone al comienzo de la Cuaresma, San Jerónimo se expresaba de la siguiente manera: «Que vuestra penitencia interior se manifieste por medio del ayuno, del llanto y de las lágrimas. Así, ayunando ahora, seréis luego saciados; llorando ahora, podréis luego reír; lamentándoos ahora, seréis luego consolados (...). No dudéis del perdón, pues, por grandes que sean vuestras culpas, la magnitud de su misericordia remitirá, sin duda, la abundancia de vuestros muchos pecados». En primer lugar, reparemos por nuestras faltas personales. Todos nosotros hemos recibido el Bautismo, que nos ha convertido en hijos de Dios y miembros del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. ¿No es lógico que correspondamos a tanto amor con toda nuestra alma? Sin embargo, debemos reconocer que con frecuencia, por nuestra debilidad, no cumplimos la Voluntad de Dios o, por lo menos, no correspondemos a su Amor con la prontitud y la generosidad que tiene derecho a esperar de nosotros. ¡Cómo le dolía a nuestro Padre que tantos cristianos olvidasen la grandeza y dignidad de su filiación divina! Podemos aplicarnos sus palabras. Reacciona. —Oye lo que te dice el Espíritu Santo: "Si inimicus meus maledixisset mihi, sustinuissem utique" —si mi enemigo me ofende, no es extraño, y es más tolerable. Pero, tú... "tu vero homo unanimis, dux meus, et notus meus, qui simul mecum dulces capiebas cibos" —¡tú, mi amigo, mi apóstol, que te asientas a mi mesa y comes conmigo dulces manjares!
Fuente: Carta de Mons. Javier Echevarría. (2008).

jueves, 26 de marzo de 2009

SACRIS SOLEMNIIS (IV)

Cuarta parte de la Conferencia pronunciada por el Rvdo. P. D. José Calvín Torralbo (FSSP), (partes anteriores aquí), y que corresponde a "MISA DE CATECUMENOS".

I PARTE: MISA DE CATECUMENOS.
La estructura de la misa se compone de dos grandes secciones. La primera es preparación y preámbulo de la segunda. Se la suele llamar “misa de los catecúmenos” porque durante los primeros siglos los catecúmenos, es decir los que se preparaban para recibir el bautismo, podían asistir a ella, mientras que desde que empezaba la segunda parte debían abandonar el templo. Por eso la segunda parte de la misa es llamada “misa de los fieles”, es decir: reservada a los fieles bautizados.
Siguiendo con nuestra comparación, la primera parte de la misa puede ser comparada a un atrio o cancel. Situado entre el exterior y la nave del templo, su función es facilitar la transición entre el trasiego exterior de la calle y la quietud religiosa del templo.
Esta estructura preparatoria se compone a su vez de dos elementos principales: los ritos preparatorios y las lecturas.
1. LOS RITOS PREPARATORIOS.
Observemos el altar:
La cruz con el crucificado está colocada en el centro. La cruz de Cristo preside.
Esta disposición del altar, donde todo gira en torno a Cristo crucificado, tiene una gran fuerza simbólica. Cristo crucificado es el centro de la celebración. El sacerdote no es más que un mediador entre los fieles y Cristo.
Desde hace treinta años existe la “moda” de ornar los altares de forma asimétrica. Un ramo de flores a un lado y unos candelabros al otro. El centro del altar (el lugar de honor) queda vacío. No hay un punto focal sobre el que se concentre la atención.
Hasta que aparece el celebrante el cual, desde el principio al final, ocupa ésta plaza. Su persona focaliza la atención y la orientación física de la acción litúrgica. El inconveniente es que más que como mediador, la figura del celebrante sea percibida como la del protagonista de la acción litúrgica.
Digamos de paso que en la liturgia tradicional el crucificado o está en el centro del altar presidiéndolo o se lleva enprocesión acompañado por dos cirios encendidos.El uso de un crucifijo como báculo es algo ajeno a la tradición litúrgica romana. Personalmente pienso que ésta ha podido ser una de las razones que han llevado a Benedicto XVI a abandonar el crucifijo de Pablo VI (usado también por Juan Pablo II, reemplazándolo por la férula (que es una cruz sin crucifijo).
El celebrante (ya sea simple sacerdote, obispo, cardenal o el mismo Papa) antes de acceder al altar se prepara con la confesión de sus pecados:
El Confiteor lo recita el celebrante profundamente inclinado delante del altar. Es decir: no en el altar, sino antes de subir a él. De hecho, el conjunto de oraciones preparatorias suelen ser llamadas Oraciones ante las gradas.
El altar según las normas del rito extraordinario debe estar elevado al menos sobre un escalón.
Esta norma de la arquitectura sacra es antiquísima y de rico significado:
La misma palabra “altar” (que es específicamente cristiana, los antiguos romanos lo llamaban “ara”), se deriva de “altus, -a”, es decir: lugar alto.
Si se tolera que los altares laterales o provisorios carezcan de la tarima prescrita, lo que no puede tolerarse es el altar “hundido”, al cual no se sube sino que se desciende…
Las rúbricas lo dicen claramente: el celebrante, tras haberse preparado ritualmente, sube al altar: Celebrans…ascendit ad médium altares (8). Toda la simbología bíblica de la montaña sagrada está detrás de éste gesto. El altar es como la montaña, lugar de encuentro con Dios. El Sinaí, el monte Carmelo, el Tabor, Pero también el Horeb donde Abraham subió para sacrificar a su unigénito Isaac, y sobre todo el Calvario, donde Cristo fue inmolado.
Próximo capítulo: "HISTORIA DE LOS RITOS PREPARATORIOS".
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(8) Ritus servandus in celebratione Missae IV, 1.
Fuente: Una Voce Sevilla.

miércoles, 25 de marzo de 2009

La Anunciación del Señor.

María ha dado su sí, y en el mismo instante, se realiza la Encarnación. Esta, o sea la creación y formación del Hombre Dios, con todos los dones naturales y sobrenaturales, en cuanto acto cuyo término está en el exterior, es obra común a las tres divinas Personas; tanto, que es atribuida a cada una de Ellas según su propiedad especial. Sin embargo, el efecto, el resultado de la Encarnación, en cuanto es la unión de la naturaleza humana con la Persona divina, se atribuye especialmente al Hijo. Así, dicen los antiguos teólogos que la Encarnación es como el acto de revestirse la naturaleza humana: el Padre y el Espíritu Santo ayudan al Hijo a revestirse este vestido terreno, pero, el único que queda revestido es el Hijo.
Este fue el momento en que la Santísima Trinidad realizó la más grande de sus obras exteriores; una obra en la cual creóse, en la santa humanidad de Jesús, una presencia nueva, sin ejemplo hasta entonces, en este mundo; una obra por la cual el Padre envió su Hijo al mundo para donárnoslo; una obra por la cual el Espíritu Santo, como principio de perfección, santidad y amor, lleva a cabo la obra más sublime de la naturaleza, de la gracia y del amor. Este fue el momento en que empezó aquella preciosa y magnífica vida, tan perfecta, verdadera y substancial en sí misma; vida sin interrupción, sin crecimiento ni decadencia, sin desfallecimientos, tentativas ni desigualdades; vida que siempre alcanza, plena y seguramente, sus fines y realiza sus propósitos; vida de incomparable excelencia intelectual, de inasequible sabiduría y de santidad sin igual; vida rebosante de misterios, méritos y satisfacciones; vida que abarca, forma, soporta, fortifica, completa, ennoblece, perfecciona todas las demás vidas; vida tan profunda y poderosa que, en comparación suya, todas las demás vidas parecen insignificantes y pobres; vida, en una palabra, de mérito infinito. Et Verbum caro factum est in habitavit in nobis. ¿Quién puede sondear la profundidad del misterio de este instante y apreciar con el corazón todos sus encantos? Si nos pasásemos toda la vida hincados y, adorando y dando gracias, meditásemos sus excelencias y maravillas, jamás llegaríamos a comprenderlo. Los cielos y la tierra deberían estar siempre adorando y haciendo acciones de gracias por este instante sublime.
Tal es el misterio de la Encarnación. Y ¿qué podemos y debemos hacer nosotros, más que dar gracias, y darlas incesantemente? Ante todo, al Ángel querido que, con tanto amor y celo, ha negociado nuestra Redención. Lo que otro ángel nos había robado, este nos lo devuelve con creces. Demos luego gracias a la amadísima Madre de Dios. ¡Oh maravillosa y nobilísima criatura, en cuyas manos y corazón puso Dios nuestra Redención, haciéndola depender toda de su consentimiento! Nosotros no tendríamos a Jesús, no habríamos sido redimidos, sin este consentimiento. Ella dio este , libremente, generosamente, y por amor a nosotros; y con él rompió el sello que cerraba las puertas del cielo, y abrió libre vía al cumplimiento de los Consejos de Dios para nuestra salvación. Como olas del mar cayeron sobre nosotros las aguas de la salvación, gracia tras gracia, la gracia de las gracias, el mismo Cristo en persona. ¿Cómo podríamos nosotros mostrar suficientemente nuestro agradecimiento? Demos, finalmente, gracias, las más afectuosas y rendidas, a la Santísima Trinidad, al Padre de las misericordias y al Dios de todo consuelo, quien, con su amor infinito, nos ha entregado su unigénito Hijo, y en El nos ha bendecido con todos los tesoros de sus gracias. Gracias sean dadas al Espíritu Santo, que, como paraninfo divino, entregó el Salvador a nuestra naturaleza y bendijo su feliz unión con los tesoros de sus dones. Gracias, finalmente, sean dadas al divino Hijo, quien, atraído hacia nuestra pobre y mortal naturaleza, por inexplicable anhelo y deseo de amor, creóse entre nosotros un nuevo hogar, sumergiéndonos en las aguas infinitas de su caridad, llenándonos, hasta hacernos rebosar, de los tesoros de su ser y de su majestad, y atrayéndonos hacia el seno de su Padre, como hijos de este y coherederos suyos. ¡Oh hermosa y feliz eficacia de su caridad! ¡Cómo debiéramos siempre rendirle gracias! Sea esta caridad nuestra acción de gracias, pues en ella hemos venido todos nosotros a ser ricos sobre toda medida. Terminemos esta meditación con un cordialísimo Te Deum.

Los reclinatorios itinerantes.


Desde hace mucho tiempo atiendo pastoralmente una capilla rural dedicada a la Virgen del Carmen en la localidad de Las Dichas, distante unos dieciocho kilómetros de la ciudad de Casablanca. Pues bien, allí no había reclinatorios, así que un día le plantee a la comunidad la necesidad de construirlos. Prestamente, un feligrés los hizo con sus propias manos, los barnizó y otro se encargó de colocarles las almohadillas cubiertas con una tela color granate para posar los antebrazos y las rodillas.
Cuando pensamos en los reclinatorios, lo hicimos para que cumplieran el fin que ahora, regularmente, tienen: servir para que los novios arrodillados reciban la bendición nupcial, ya que después de la reforma litúrgica, efectivamente para eso quedaron; pues la mayor parte del tiempo están escondidos en una bodega parroquial. Pero estábamos equivocados.
El Papa Benedicto XVI con sus catequesis litúrgicas puestas en acto en las celebraciones por él presididas nos ha mostrado la importancia que tienen los reclinatorios en la liturgia eucarística al momento de la comunión; el Papa nos enseña que “doblar las rodillas en presencia del Dios vivo es algo irrenunciable”, y que “quien aprende a creer aprende también a arrodillarse”. Así, hemos visto cómo los comulgantes se arrodillan ante la Sagrada Forma cuando el Santo Padre da la comunión; con este gesto, Benedicto XVI nos está indicando cuál es la actitud correcta y que debemos imitar.
Pues bien, los reclinatorios de Las Dichas son itinerantes porque cada treinta días los trasladamos hacia Casablanca donde se celebra –privadamente, aún-, en otra capilla, la Santa Misa en su Forma Extraordinaria. El sacerdote ante el comulgante arrodillado en el reclinatorio muestra la Sagrada Forma y dice: “Corpus Dómini nostri Jesu Christi custódiat ánima tuam in vitam aetérnam”. Al día siguiente, los reclinatorios retornan a su casa.
Pero no podemos dejar de señalar que cada vez que celebramos en la localidad rural, al momento de recibir la comunión los fieles lo hacen… ¡arrodillados en los reclinatorios! Y esto se consiguió muy fácilmente, previa una catequesis explicativa del sentido del arrodillarse al momento de recibir la comunión. El pueblo fiel entiende a cabalidad el gesto físico que expresa y es portador de un sentido espiritual de profunda adoración. Como lo enseña el Papa, allí donde el gesto (de arrodillarse) se haya perdido, hay que volver a aprenderlo…” Felizmente, los feligreses de esa capilla, así como los que asisten a la misa tradicional cuando los reclinatorios itinerantes viajan a Casablanca, lo han recuperado en plenitud.

martes, 24 de marzo de 2009

La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, IV.

“Demos, pues, gracias a Jesús, que se dignó asociarnos tan estrechamente a su vida; todo nos es común con El: méritos, intereses, bienes, bienaventuranza, gloria. Seamos, por ende, miembros de esos que no se condenan, por el pecado, a ser miembros muertos; antes bien, seamos, por la gracia que de El nos viene, por las virtudes modeladas en las suyas, por la santidad, que no es sino participación de su santidad, miembros de los cuales Cristo pueda gloriarse, miembros que formen dignamente parte de aquella sociedad que quiso que no tuviera arruga ni mancha, sino que fuera santa e inmaculada.
“Y como quiera que “somos todos uno en Cristo”, puesto que vivimos todos la misma vida de gracia bajo nuestro capitán, que es Cristo, bajo la acción de un mismo espíritu, unámonos todos íntimamente, aun cuando seamos miembros distintos y cada cual con su propia función; unámonos también con todas las almas santas que –en el cielo miembros gloriosos, en el purgatorio miembros doloridos-, forman con nosotros un solo cuerpo: ut unum sit. Es el dogma tan consolador de la comunión de los santos.
“Para San Pablo, los “santos” son aquellos que pertenecen a Cristo, ora porque habiendo recibido la corona poseen ya su sitial en el mundo eterno, ora porque luchen todavía en este destierro. Mas todos esos miembros pertenecen a un solo cuerpo, porque la Iglesia es una; todos son entre sí solidarios, todo lo tienen en común (…).
“No basta que vivamos unidos a Cristo, la Cabeza, es menester, además, que “cuidemos muy mucho de guardar entre nosotros la unidad del Espíritu, que es Espíritu de amor, el lazo de paz”: Solliciti servare unitatem Spiritus in vinculo pacis.
“Ese fue el voto supremo que hizo Cristo en el momento de acabar su divina misión en la tierra: “Padre, que sean uno como Tú y Yo somos uno; que sean consumados en la unidad” Porque, dice San Pablo, “Sois todos hijos de Dios por la fe, en Cristo Jesús”; “No hay ya judío ni griego, esclavo o libre… todos sois uno en Cristo Jesús”. La unidad en Dios, en Cristo y por Cristo es el término último: “y Dios será todo en todos”.
“Así se comprende, por fin, cómo, para dar digna cima a las misteriosas descripciones de la Jerusalén celestial, el Apóstol San Juan nos deja oír la encendida aspiración que Cristo y la Iglesia, el Esposo y la Esposa, se dicen desde ahora sin cesar, en espera de la consumación final y unión perfecta: “Ven”.
Fuente: Don Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”. 1917.

lunes, 23 de marzo de 2009

Cuarta Domínica de Cuaresma.

“Dixit ergo Jesus: Fácite hómines discúmbere. Erat autem foenum multum in loco. Discubuérunt ergo viri, número quasi quinque míllia. Accépit ergo Jesus panes, et cum grátias egísset, distríbuit discumbéntibus; simíliter et ex píscibus, quantum volébant” (“Pero Jesús dijo: Haced sentar a esas gentes. En aquel lugar había mucha hierba. Sentáronse, pues, como unos cinco mil hombres. Tomó entonces Jesús los panes, y habiendo dado gracias a su Padre, los repartió entre los que estaban sentados, y lo mismo hizo con los peces, dando a todos cuanto querían”. Joánnem 6, 1-15).
La impresión producida por este milagro de la multiplicación de los panes y de los peces debió ser naturalmente profunda y extraordinaria, ya por su larga duración, ya porque se repitió tantas veces como personas comieron del pan y de los peces multiplicados. Bajo la impresión de esta gran maravilla que, naturalmente, debió a traer a la memoria de todos la milagrosa manera con que Moisés alimentaba al pueblo de Israel el desierto, y cuando los pensamientos de todos se elevaban por la proximidad de la Pascua, no es raro que aquella multitud se preguntase si Jesús era el gran profeta anunciado y prometido, o sea el Mesías. Y en efecto, entre aquellos hombres, que, como galileos, eran naturalmente accesibles al entusiasmo, surgió el plan de proclamar a Jesús, rey de Israel. Lo que inspiró este proyecto fue seguramente la gratitud, la admiración y la convicción de que Jesús era el Mesías. Desde este punto de vista no andaba la multitud fuera de razón, pero se equivocaba al creer que el reino del Mesías debía ser un reino de este mundo. En ese designio, pues, había a la vez bien y mal, fe e incredulidad, gratitud y egoísmo.
El Salvador penetró los pensamientos de la multitud, y para frustrar sus designios, ordenó a sus discípulos que se embarcasen en seguida y fuesen a la ribera occidental, hacia Bethsaida. De este modo podría El deshacerse más fácilmente de la multitud, la cual, al ver que Jesús no contaba permanecer más allí, no tuvo más remedio que dispersarse. Jesús se retiró para orar, hacia las montañas de donde había bajado para instruir al pueblo. Esta oración extraordinaria es indicio de que aun preparaba algún otro acontecimiento importante.
Tal fue la primera multiplicación de los panes: un hermoso e importantísimo misterio. Lo es, ante todo, relativamente a la persona y al carácter de Jesús, quien nos reveló magníficamente su Corazón ardiendo en celo por las almas: a la vista de aquel pobre pueblo, olvida su necesidad de descansar, va hacia él y no se cansa de instruirle. En este misterio se nos revela también la bondad del Corazón de Jesús, cuando obra el milagro por pura misericordia, sin necesidad de que nadie se lo pidiese; su piedad, empezando el milagro por una oración; su generosidad, dando alimento, y en abundancia, a los que habían venido a privarle del descanso; su sabiduría, su humildad y su abnegación, disponiéndolo todo para que el milagro no pudiese ser negado, y no obstante obrándolo en silencio, sin aparato, con el concurso de los Apóstoles, y negándose luego a que el pueblo le proclamase rey, por reconocimiento.
Este milagro ofrece también a nuestra fe nuevas perspectivas y horizontes; ya haciendo resaltar con viva luz el poder divino de Jesús; ya dando realidad al mundo de las imágenes y figuras del pasado, recordándonos a Moisés y el maná; ya presagiando el porvenir de Jesús mismo, o sea la cuarta Pascua que debía celebrar en Jerusalén; ya descubriendo su vida eucarística en el seno de la Iglesia. Los apóstoles no pudieron menos de sentir crecer y consolidarse su fe al ver con este milagro tan gloriosamente revelada la divinidad de su Maestro. En este milagro, es la primera vez que encontramos a los Apóstoles realmente asociados a un milagro del Salvador; ellos le sirven, por decirlo así, de instrumentos, preludiando de este modo su gloriosa vocación, su sublime ministerio, por lo que se refiere a la Santa Eucaristía, que es el alma de la Iglesia.

domingo, 22 de marzo de 2009

SACRIS SOLEMNIIS (III)

Tercera parte de la Conferencia pronunciada por el Rvdo. P. D. José Calvín Torralbo (FSSP), (partes anteriores aquí), y que corresponde a "LA MISA DICHA EN LATIN".

Cambiar de lengua es cambiar de país.
El hecho que en el templo se emplee una lengua distinta de la que empleamos en nuestra vida cotidiana, debe hacernos comprender que cuando entramos en el templo entramos en otra patria.
Dejamos la “ciudad terrestre” para entrar en el cielo que es nuestra verdadera patria. La liturgia terrestre es una anticipación o una imagen de la liturgia celeste.
Cambiar de lengua es un signo que nos recuerda que al entrar en la iglesia hemos de abandonar nuestros pensamientos mundanos, nuestros intereses terrestres. En una palabra: hemos de cambiar de patria.
Además, el latín es una lengua sagrada.
Las cosas sagradas son aquellas cosas que han sido “separadas”, “puestas a parte” y destinadas al servicio y culto de Dios.
El latín cumple perfectamente la función de lengua sagrada, excluida del uso cotidiano y empleada casi exclusivamente para alabar, bendecir y dar culto a Dios. Por ello el papa Pablo VI decía con razón que el latín es una lengua angélica.
Es cierto que en nuestros días no faltan quienes nieguen la posibilidad misma de una lengua sagrada, al reducir la utilidad del lenguaje a la comunicación interpersonal. Pero esta objeción se inscribe en una crítica más general, que niega todo sentido dentro del cristianismo a la distinción entre “sagrado” y “profano”. Aceptar dicho punto de vista equivale a oponer religión y cristianismo como dos realidades opuestas, con la consiguiente reducción del cristianismo a una dimensión terrestre y horizontal, sin apertura a la trascendencia.
En su constitución apostólica Veterum Sapientia el Papa Juan XXIII expone muchas de las cualidades y valores de la lengua latina. Dice el Pontífice que el latín es la lengua católica. En efecto el latín es al mismo tiempo la lengua de todos los fieles en común y de ninguno en particular. Por eso es la lengua de la Iglesia.
La Biblia nos enseña que la división de las lenguas fue la consecuencia del pecado de los hombres. Usando un solo lenguaje universal y común, la liturgia cristiana prefigura y anuncia la concordia y la unidad del género humano en la Jerusalén celestial.
Dice también Juan XXIII que el latín no es una lengua vulgar sino por el contrario una lengua llena de nobleza y majestad.
Y ello en primer lugar porque el genio humano la ha ennoblecido con su sello usándola como instrumento en la producción de obras maestras de la literatura universal, patrimonio cultural de toda la humanidad.
Además de ello el latín es una lengua concisa que, debido a su construcción gramatical, cincela el lenguaje otorgándole una cadencia y un vigor inigualables. El latín es una lengua de frases Lapidarias
Por último, con el uso del latín la Iglesia proclama su romanidad. La lengua que nació y se desarrolló en la región del Latium, cuya capital es Roma, manifiesta que la Iglesia universal es romana, fundada sobre Pedro y sus sucesores, los obispos de Roma.
Universalidad, unidad, sacralidad, cultura, romanizad… He aquí algunos de los preciosos valores que nos transmite el latín. Esta lengua augusta no merece hallarse hoy en día en el banquillo de los acusados. Y mucho menos que sus acusadores sean los católicos, para quienes ha sido y es la lengua (7).
Próximo capítulo: "MISA DE CATECUMENOS".
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(7) A pesar de que en nuestros días sea lícito y legítimo celebrar la misa en lengua vulgar, no se han de olvidar las intervenciones del Magisterio: Por ejemplo:, Concilio de Trento (sesion XXII, can. 9): “Si alguno dijere (…) que sólo debe celebrarse la Misa en lengua vulgar (…), sea anatema”. El Papa Pío VI en la bula “Auctorem fidei ” : “La proposición que afirma que sería contra la práctica apostólica y los consejos de Dios, si no se le procuraran al pueblo modos más fáciles de unir su voz a la voz de toda la Iglesia entendida de la introducción de la lengua vulgar en las preces litúrgicas, es falsa, temeraria, perturbadora del orden prescrito para la celebración de los misterios y fácilmente causante de mayores males”.
Fuente: Una Voce Sevilla.

4º Domingo de Cuaresma: DOMINGO "LAETARE"

Laetare, Jerusalem, et conventum facite, omnes qui diligitis eam: gaudete cum laetitia, qui in tristitia fuistis; ut exsultetis, et satiemini ab uberibus consolationis vestrae. (Ps. 121) Laetatus sum in his, quae dieta sunt mihi: In domun Domini ibimus. V: Gloria Patri.

sábado, 21 de marzo de 2009

Santa María en sábado.

“¡Sagrada e ilustrísima Virgen María, cuán maravilloso y alabado en todo el mundo es tu nombre! Del Oriente al Occidente, en todas las zonas del orbe, él es proclamado a judíos y gentiles, a griegos y romanos, a latinos y a germanos junto con el Evangelio de Jesucristo tu Hijo, y asimismo es proclamado sin interrupción alguna en todas las iglesias cristianas, en las capillas y en los claustros, en los campos y en las selvas consagradas a Dios, de parte de pequeños y grandes, de sacerdotes y doctores, de los predicadores de todas las órdenes religiosas, que al unísono se complacen en alabarte y darte a conocer. Además, todos los justos desean y gozan inmensamente el poder ensalzarte hasta las estrellas, y exaltar tu santidad y tu belleza por encima de cualquier angélica dignidad. Ellos, aunque canten, recen, mediten y celebren solemnemente tus fiestas, no se cansan nunca, de acuerdo con el dicho de la sabiduría que proclama: “Quien se alimenta de mí, tendrá todavía más hambre; y quien me bebe, tendrá todavía más sed”.
“Alabanza y gloria, pues, al Dios Altísimo, que aquí en la tierra te concedió, oh María, las gracias más grandes entre todas las hijas de los hombres, y que ahora ha puesto tu trono al lado del de tu Hijo en el Reino de los Cielos, en el lugar más alto y más encantador, por encima de los coros de los ángeles y de los santos, preparado para ti desde toda la eternidad y destinado a durar con felicidad por siempre.
“A ti que eres digna de suma veneración, oh Virgen María, Madre e Hija del eterno Rey, te tribute alabanza toda boca, venerándote con los más altos honores, porque eres la más pura de las vírgenes, la más humilde, la más caritativa, la más paciente, la más misericordiosa, la más fervorosa en la oración, la más profunda en la meditación, la más excelsa en la contemplación, la más pródiga de consejos, la más poderosa para prestar socorro. Eres el palacio real de Dios, la puerta del cielo, el paraíso de las delicias, el pozo de las gracias, la gloria de los ángeles, la alegría de los hombres, el modelo de las costumbres, el esplendor de las virtudes, el faro de la vida, la esperanza de los necesitados, la salud de los enfermos y la madre de los huérfanos.
“Eres la Virgen de las vírgenes, toda suave y hermosa, resplandeciente como una estrella, dulce como una rosa, blanca como una margarita, luminosa como el sol y la luna en el cielo y en la tierra… Eres Virgen mansa, inocente como una corderita, simple como una paloma, prudente como una noble matrona, servicial como una humilde criada… Por consiguiente, mientras vivamos, todos debemos recurrir a ti, como hijos al regazo de la madre y como huérfanos a la casa del padre, a fin de ser protegidos de todo mal por tus gloriosos méritos y tus oraciones”.
Fuente: Tomás de Kempis: “Imitación de María”.

viernes, 20 de marzo de 2009

La Iglesia, Cuerpo Místico de Jesucristo, III.

“He aquí una verdad profunda que debemos traer a menudo a la memoria. Ya os dije que por Cristo Jesús, Verbo Encarnado, todo el género humano ha encontrado en su persona, constituida en Cabeza de la gran familia humana, la amistad con Dios. Santo Tomás escribe que, a consecuencia de la identificación establecida por Cristo entre El y nosotros desde el instante mismo de la Encarnación, el hecho de que Cristo padeció voluntariamente en nuestro lugar y en nombre nuestro, constituye un bien tan grande que, por haber encontrado este bien en la naturaleza humana, Dios, aplacado, olvida todas las ofensas de aquellos que se incorporan a Cristo. Las satisfacciones y méritos de Cristo nos son propios por esta unión.
“Desde este momento estamos unidos a Cristo Jesús con nudo indisoluble.
“Somos uno con Cristo en el pensamiento del Padre celestial. “Dios, dice San Pablo, es rico en misericordia; porque cuando estábamos muerto por culpa nuestra, nos ha hecho vivir con Cristo, nos ha resucitado con El, nos ha hecho sentar juntamente con El en los cielos, a fin de mostrar en los siglos venideros los infinitos tesoros de su gracia en Jesucristo”; en una palabra, nos ha hecho vivir con Cristo, en Cristo: CONVIVIFICAVIT nos in Christo, para hacernos coherederos suyos. El Padre, en su pensamiento, no nos separa nunca de Cristo; Santo Tomás dice que por un mismo acto eterno de la divina sabiduría “hemos sido predestinados Cristo y nosotros”. El Padre hace de todos los discípulos de Cristo que creen en El y viven su gracia, un mismo y único objeto de sus complacencias. Nuestro Señor mismo es quien nos dice: “Mi Padre os ama porque me habéis amado y creído que soy su Hijo”: Pater amat vos quia vos me amatis et credidistis.
“De ahí que San Pablo diga que Cristo, cuya voluntad estaba tan íntima unida a la del Padre, se haya entregado por su Iglesia: Dilexit Ecclesiam et seipsum tradidit pro ea. Como la Iglesia debía formar con El un solo cuerpo místico, se entregó por Ella, a fin de que ese cuerpo fuera glorioso, sin arruga ni mancha, santo e inmaculado: Non habens neque rugam, neque maculam, aut aliquid hujusmodi, sed ut sit sancta e inmaculata. Y después de haberla rescatado, se lo ha dado todo.
Fuente: Don Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”. 1917.

jueves, 19 de marzo de 2009

San José.

"Nunca pedí nada a San José, sin haber sido oída"
(Santa Teresa)

Fuera de Jesús y de su Madre Santísima, ¿qué abogado hallaremos más poderoso para con Dios, que el glorioso patriarca San José? El Padre Eterno le confió su Hijo amantísimo; el Hijo de Dios lo adoptó por padre y tutor de su Humanidad sacrosanta; el Espíritu Santo le entregó su amantísima Esposa; Jesús y María Santísima, después de haberlo honrado y obedecido treinta años consecutivos asistieron a su muerte preciosa. ¡Qué motivos estos tan poderosos para profesarle una cordial devoción!.
¿Queréis, pues, almas cristianas, adelantar en la virtud y alcanzar una santa muerte? Tomad por guía en la vida y por protector en el terrible trance de la muerte. al glorioso San José. Consagradle el mes de marzo y los miércoles de cada semana, rezando aquellos días un Pater Noster, Avemaría y Gloria Patri, en honor de sus principales dolores y gozos.
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*
San José, nos acercamos a ti con confianza a pedir tu protección.
Reconocemos en ti a un poderoso intercesor ante Dios.
Te pedimos nos ayudes a nosotros, pecadores, a obtener del Señor toda la gracia y misericordia que necesitamos para trabajar celosamente por el Reino de Dios, y servir a nuestro prójimo en todas sus necesidades.
Te lo pedimos por Cristo, Nuestro Señor, Amén.
San Pío X

miércoles, 18 de marzo de 2009

SACRIS SOLEMNIIS (II)

Continuamos con la segunda parte de la Conferencia pronunciada por el Rvdo. P. D. José Calvín Torralbo (FSSP), (primera parte aquí), y que corresponde a "LA ORIENTACION DEL ALTAR".
*
La posición del altar y la dirección adoptada por el celebrante y los fieles durante el culto litúrgico es una cuestión de plena actualidad en el debate teológico y litúrgico. Ya han pasado los años durante los cuales la celebración versus populum se impuso sin posibilidad de debate, hasta el punto que fueron acalladas voces tan autorizadas como las de Jungmann, L. Bouyer, e incluso Ratzinger, que ya en los años sesenta se elevaron contra la generalización de ésta práctica.
Cada vez parece mas urgente la “recuperación” del carácter sacrificial de la Misa, eclipsado con frecuencia en la pastoral litúrgica de los últimos años, en favor de una concepción de la Misa reducida a un festín, o aun encuentro fraternal. Se va extendiendo en amplios sectores la necesidad de resaltar el doble aspecto de la Eucaristía, que es un sacrificio además de un sacramento. De hecho en la sagrada Eucaristía no solo se contiene y se recibe a Cristo (eucaristía-sacramento), sino que además en ella el mismo Cristo es ofrecido en holocausto por la salvación del mundo ( eucaristía-sacrificio = Misa).
Las nociones de “sacrificio” y de “sacramento” son diferentes entre sí, aunque las dos pertenecen al ámbito de lo religioso.
El sacrificio consiste principalmente en una ofrenda que el hombre hace a Dios. El sacramento, en cambio, consiste en un don que Dios hace al hombre.
Los sacramentos han sido instituidos por Dios para los hombres, se administran a los hombres, etc. En cambio el sacrificio es sólo para Dios.
Cuando celebra la Misa, el sacerdote está ofreciendo un sacrificio a la divinidad, por eso se coloca en el altar vuelto hacia el Señor y no hacia los fieles.
En cambio, cuando administra los sacramentos (p.ej.: cuando da la comunión, o bautiza) el sacerdote se vuelve hacia los fieles.
La posición del sacerdote de cara al pueblo es menos expresiva de la verdadera naturaleza de la Misa. Los fieles acaban pensando que en dicho acto de culto ellos son los protagonistas, que el sacerdote se dirige a ellos, que la Misa es ofrecida a ellos y no por ellos, lo cual es falso.
Decir, como se oye con frecuencia, que en el rito tradicional el sacerdote celebra dándole la espalda al pueblo, es inexacto. No se trata de darle la espalda a nadie, sino de volverse todos juntos hacia el Señor.
Todos los asistentes (incluso el sacerdote) se vuelven hacia el Señor. Esto es lo que ocurre espontáneamente cada vez que un grupo de personas se reúnen para atender a una realidad distinta de ellos mismos. En el cine o en el teatro todos se sientan mirando a la pantalla o al escenario. A nadie se le ocurre decir que los espectadores se han sentado de espaldas los unos a los otros… Lo que interesa a todos es la pantalla o el escenario, por eso todos la miran. Si uno de los espectadores se sentara mirando a la sala, quien estaría sentado de espaldas sería él: De espaldas a la pantalla, que es lo que atrae y congrega a los espectadores de una sala de cine o teatro.
A las razones de sentido común que acabamos de exponer se añaden otras de carácter litúrgico e histórico.
Se sabe con certeza que ya alrededor del año 200 (y probablemente ya desde el comienzo del siglo II), tanto en oriente como en occidente, los cristianos oraban vueltos hacia el oriente, hacia el sol naciente. El testimonio de Orígenes (muerto hacia el 253) es formal, y muestra como incluso en caso de conflicto, la orientación versus orientem debe prevalecer. He aquí su texto (4) :
“Nos queda por hablar aún de la dirección celeste hacia la cual conviene mirar durante la oración. Hay cuatro puntos cardinales: norte, sur, este y oeste; ¿Quien no reconocerá que conviene orar hacia el este, como símbolo, para que el alma se oriente hacia la aparición de la luz verdadera?. Si las puertas de la casa se abren hacia otra dirección, y alguien quiere orar vuelto hacia esta apertura de la casa afirmando que el cielo libre es mas atractivo para nuestras miradas que el muro – en el caso en que, por azar, la casa no tenga ninguna apertura hacia el oriente- habrá que replicar lo siguiente: las casas disponen de aperturas según la voluntad arbitraria de los hombres, mientras que el oriente es más digno que los otros puntos cardinales por la obra misma de la naturaleza. Así pues, hemos de preferir lo que la misma naturaleza ha creado a aquello que ha sido construido arbitrariamente”. La ley de la orientación de la oración preside en la Iglesia antigua no sólo la oración privada, sino también la oración pública y la arquitectura de los edificios sagrados. Los testimonios relativos a la orientación en el culto, abundan sobre todo en oriente. Como ejemplo citaremos a S. Juan Damasceno (5):
“No es por simplismo o por azar que oramos vueltos hacia oriente… Puesto que Dios es luz inteligible y que en la Escritura Cristo es llamado Sol de justicia y Oriente, para darle culto es necesario volverse al oriente. La Escritura dice: Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y allí colocó al hombre que había plasmado. Buscando la antigua patria y tendiendo hacia ella, rendimos culto a Dios. También la tienda de Moisés tenía el propiciatorio vuelto hacia el oriente. Y la tribu de Leví, que era la más insigne, acampó en la parte vuelta hacia oriente. En el templo de Salomón la puerta del Señor se hallaba vuelta hacia oriente. Finalmente, el Señor clavado en la cruz miraba hacia occidente y por eso nosotros nos postramos hacia oriente, mirando hacia El. En el momento de ascender alcielo fue elevado hacia el oriente, así lo adoraron los discípulos y así vendrá de nuevo, en el mismo modo en que lovieron subir al cielo. Como lo dijo el mismo Señor: “Como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre” (Mat. 24, 27). Por eso, esperando su venida, nos postramos mirando hacia oriente. Se trata de una tradición no escrita, que se deriva de los Apóstoles”.
En razón de ésta práctica antiquísima las iglesias primitivas eran construidas, en general, con el altar mirando hacia el oriente. Esta orientación del altar se señaló muy pronto por medio de una cruz en el muro. Cuando por una serie de razones de índole práctica, que no podemos detenernos a explicar, ya no se tuvo en cuenta la orientación geográfica del ábside, el principio de la oración orientada hacia el Señor siguió siendo observado: La cruz puesta en el centro de todo altar, es el foco sagrado sobre el que se centra todo el culto litúrgico.
Los trabajos históricos y litúrgicos más recientes (6) ponen de manifiesto que la idea de un cara a cara entre el celebrante y la asamblea (desconocida en la iglesia primitiva) se remonta a Lutero, quien en su opúsculo Deutsche Messe (La Misa alemana) se expresa así:
“Conservaremos los ornamentos sacerdotales, el altar y las velas… hasta que nos convenga cambiarlos. Pero en la verdadera misa, entre verdaderos cristianos, será necesario que el altar no quede como está y que el sacerdote se vuelva siempre hacia el pueblo, como sin duda lo hizo Cristo durante la cena”.
Hoy en día sabemos que en tiempos de Cristo y aún siglos más tarde, se empleaba una mesa enforma de U (en semicírculo). La parte delantera quedaba libre para permitir servir los diferentesplatos. Los convidados estaban sentados o recostados detrás de la mesa semicircular. El sitio de honor no estaba, como pudiera pensarse, en el centro sino a la derecha (in cornu dextro).
Pero el verdadero motivo del fundador del protestantismo no es histórico, sino teológico. Al rechazar que la misa sea un verdadero sacrificio, la eucaristía se reduce a su dimensión de sacramento: la comunidad se reúne, hace memoria de Cristo y recibe la comunión. Pero nada de sacrificio ofrecido a Dios.
Por lo tanto es lógico que se suprima el altar y se lo reemplace por una mesa, en torno a la cual se celebra el banquete ritual…
Próximo capítulo: "LA MISA DICHA EN LATIN".
(4) De oratione, 32.
(5) Exposición sobre la fe ortodoxa, IV, 12.
(6) Se puede consultar, por ejemplo, Uwe Michael Lang « Se tourner vers le Seigneur », éditions ad solem, Ginebra2006, pag. 61-82.
Fuente: Una Voce Sevilla.

martes, 17 de marzo de 2009

La Iglesia, Cuerpo Místico de Jesucristo, II.

“Hay otro símil muy frecuente en la pluma de San Pablo, y, si cabe, todavía más expresivo, ya que lo toma de la vida misma, y sobre todo porque nos da un concepto más profundo de la Iglesia, manifestando las relaciones más íntimas que existen entre ella y Cristo. Estas relaciones se resumen en la frase del Apóstol: “La Iglesia es un cuerpo y Cristo es su cabeza”.
“Formamos con Cristo un cuerpo que va desarrollándose y debe llegar a su plena perfección. Como lo veis, no se trata aquí del cuerpo natural, físico, de Cristo, nacido de la Virgen María; ese cuerpo alcanzó mucho ha el desarrollo completo; desde que salió vivo y glorioso del sepulcro, el cuerpo de Cristo no es ya capaz de crecimiento, pues posee la plenitud de la perfección que le compete.
“Pero, como dice San Pablo, hay otro cuerpo que Cristo se va formando al correr de los siglos; ese cuerpo es la Iglesia, son las almas que, por gracia, viven la vida de Cristo. Esas almas constituyen juntas con Cristo un cuerpo místico cuya cabeza es Cristo. “Cristo se va formando con nosotros”, y “nosotros debemos crecer con El”. Esta idea sonríe extraordinariamente al gran Apóstol, que la subraya, comparando la unión de Cristo y de la Iglesia a la que media en el organismo humano entre la cabeza y el cuerpo (…) En otra parte llama a la Iglesia “complemento de Cristo”, como los miembros son complemento del organismo, y concluye: “Sois todos uno en Cristo”.
“La Iglesia forma, pues, un solo ser con Cristo. Según la bella expresión de San Agustín, eco fiel de San Pablo, Cristo no puede concebirse cumplidamente sin la Iglesia; son inseparables, del mismo modo que la cabeza es inseparable del cuerpo vivo. Cristo y su Iglesia forman un solo ser colectivo, el Cristo total: TOTUS CHRISTUS caput et corpus est: Caput Unigenitus Dei Filius et corpus ejus Ecclesia. ¿Por qué es Cristo cabeza y jefe de la Iglesia? Porque el Hijo de Dios posee la primacía. Ante todas las cosas, la primacía de honor: Deus exaltavit illum et donavit illi nomen quod est super omne nomen: “Dios otorgó a su Hijo un nombre sobre todo nombre para que toda rodilla se le doble”; luego la primacía de autoridad: Data est mihi omnis potestas: “Todo poder me ha sido dado”; pero sobre todo una primacía de vida, de influencia interior: Deus omnia subjecit sub pedibus ejus et ipsum dedit caput supra omnem Ecclesiam: “Dios se lo ha sometido todo, e hizo de El cabeza de la Iglesia”.
Fuente: Don Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”. 1917.

lunes, 16 de marzo de 2009

Tercera Domínica de Cuaresma.

“In illo témpore: Erat Jesus ejíciens daemónium, et illud erat mutum. Et cum ejecísset daemónium, locútus est mutu et admirátae sunt turbae…” ( En aquel tiempo : estaba Jesús lanzando un demonio, el cual era mudo. Y así que hubo lanzado al demonio, habló el mudo, y se maravillaban las turbas…” (Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam 11,14-28).
“La enfermedad, un mal físico normalmente sin relación con el pecado es símbolo del estado en el que se encuentra el hombre pecador; espiritualmente es ciego, sordo, paralítico… Las curaciones que hace Jesús, además del hecho concreto e histórico de la curación, son también un símbolo: representan la curación espiritual que viene a realizar en los hombres. Muchos de los gestos de Jesús para con los enfermos son como una imagen de los sacramentos.
“A propósito del pasaje del Evangelio que se lee en la Misa, comenta San Juan Crisóstomo que este hombre “no podía presentar por sí mismo su súplica, pues estaba mudo; y a los otros tampoco podía rogarle, pues el demonio había trabado su lengua, y juntamente con la lengua le tenía atada el alma”. Bien atado lo tenía el diablo.
“Cuando en la oración personal no hablamos al Señor de nuestras miserias y no le suplicamos que las cure, o cuando no exponemos esas miserias nuestras en la dirección espiritual, cuando callamos porque la soberbia ha cerrado nuestros labios, la enfermedad se convierte prácticamente en incurable. El no hablar del daño que sufre el alma suele ir acompañado del no escuchar; el alma se vuelve sorda a los requerimientos de Dios, se rechazan los argumentos y razones que podrían dar luz para retornar al buen camino. Por el contrario, nos será fácil abrir con sinceridad el corazón si procuramos vivir este consejo (de San Josemaría Escrivá): “…no te asustes al notar el lastre del pobre cuerpo y de las humanas pasiones: sería tonto e ingenuamente pueril que te enterases ahora de que “eso” existe. Tu miseria no es obstáculo, sino acicate para que unas más a Dios, para que le busques con constancia, porque El nos purifica”.
Al escuchar hoy en el Tracto de la Misa, Ad te levávi óculos meos, qui hábitas in caelis… (Levanto mis ojos a Ti, que habitas en los cielos…), formulemos el propósitos de ser dóciles a la gracia, siendo siempre muy sinceros. “Si rechazamos ese demonio mudo (…), comprobaremos que uno de los frutos inmediatos de la sinceridad es la alegría y la paz del alma. Por eso le pedimos a Dios esta virtud, para nosotros y para los demás”.

domingo, 15 de marzo de 2009

Misa Tridentina: 3º Domingo de Cuaresma

ORATIO.
Atiende, oh Dios omnipotente, los deseos de los humildes, y haz alarde del poder de tu Majestad para defendernos. Por Jesucristo Nuestro Señor.
R. Amen.

sábado, 14 de marzo de 2009

SACRIS SOLEMNIIS (I)

UN RECORRIDO POR LAS CEREMONIAS DE LA MISA, HISTORIA, SIGNIFICADO Y ACTUALIDAD DE LA FORMA EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO.

Conferencia pronunciada por el Rvdo. P. D. José Calvín Torralbo (FSSP) en la ciudad de Sevilla, el 4 de enero de 2009, festividad del Santísimo Nombre de Jesús.

Todo aquel que se acerca sin prejuicios y con un mínimo de interés a la liturgia tradicional, experimenta una sensación análoga a la que se siente al visitar una de las numerosas y antiguas catedrales que jalonan nuestra geografía.
No es lo mismo y no tiene nada que ver con la visita de un museo. El museo es una colección de objetos muertos, retirados de la vida. Nada siente el alma al entrar en un museo, si no es la melancolía de lo pasado.
Por el contrario la liturgia inmemorial es una realidad viva hoy como ayer. Sus palabras y sus ritos nos ponen en contacto con las pasadas generaciones y suscitan en el alma del creyente un sentimiento de “comunión” con la Iglesia de todos los tiempos.
Porque el rito que vamos a recorrer no ha sido la obra ni de un solo hombre ni de un solo día. En palabras de Pablo VI, “la ordenación general (del misal de S. Pío V) remonta, en lo esencial, a S. Gregorio Magno” (1). El cardenal Ratzinger (hoy Benedicto XVI) explica que, de hecho, no existe una liturgia tridentina y que esta expresión no era usada por nadie antes de 1965. Y añade que, en sentido estricto, tampoco existe un Misal de san Pío V. El Misal publicado en 1570 por orden de S. Pío V, salvo en pequeños detalles no se diferencia en nada del primer misal impreso un siglo antes, el cual a su vez era copia de los misales manuscritos usados en la curia romana (2).

En su célebre libro “El sacrificio de la Misa” el gran liturgista Jugmann decía:
“La ejecución de esta obra (la liturgia de la Misa) ha sido un proceso de lenta evolución que ha durado muchos siglos. De ahí que, lo mismo que un edificio construido a lo largo de centurias, la liturgia de la Misa, ni en su conjunto ni en sus diversas partes, presenta una idea simple arquitectónica. (…) Podríamos compararla a un vetusto y milenario castillo que, con sus tortuosos pasadizos y angostas escaleras, con sus altas torres y extensos salones, causa extrañeza a quien lo visita. Sin duda es más fácil vivir en un moderno chalecito. Pero hay en la vetustaconstrucción un aire de nobleza incomparable. En sus muros alientan ideales arquitectónicos de muchas generaciones, junto a la herencia espiritual de los siglos pasados.” (3)
Vamos pues a comenzar nuestro “recorrido” por éste edificio venerable, legado de nuestros mayores, cuyas puertas han sido reabiertas a todos por el Papa Benedicto XVI para que nuestra generación tenga la posibilidad de conocer el patrimonio litúrgico que nos transmitieron nuestros mayores.
La visita de un edificio comienza por el exterior. La fachada es lo primero que aparece a nuestra vista, y nos da una idea del edificio que vamos a visitar.
La fachada de la liturgia clásica se compone de dos elementos: por un lado el latín; por otro la orientación del altar.
Es curioso que, en teoría, ninguno de éstos dos elementos son exclusivos de la forma extraordinaria. En teoría la misa de Pablo VI puede ser celebrada en latín y de cara al altar. Pero una tal práctica es inusitada. De manera que el uso del latín y la celebración de cara al altar son los elementos que “saltan a la vista” y que permiten a la masa de los fieles identificar la forma extraordinaria respecto a la forma ordinaria.
Próximo capítulo "LA ORIENTACION DEL ALTAR".
(1) Pablo VI, Constitución apostólica Missale Romanum, 3 abril 1969.
(2) Josph Ratzinger, La célébration de la foi, éditions Téqui, Paris 1995.
(3) Jungmann, El sacrificio de la Misa, B.A.C., Madrid 1963, pag. 15-16

viernes, 13 de marzo de 2009

Reflexiones cuaresmales I.

Durante el rito litúrgico del Miércoles de Ceniza, el sacerdote, al imponernos las cenizas, pronuncia unas palabras que constituyen una llamada urgente a examinarnos: acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver. Así reza una de las fórmulas previstas. Es un recuerdo muy expresivo de nuestra condición de criaturas mortales: llegará el momento en el que el Señor nos llamará a su presencia, juzgará nuestros pensamientos, palabras y acciones, y nos dará la recompensa —de gloria, de purificación o de condena— que haya merecido nuestra existencia.La consideración de esta realidad no ha de asustarnos, sino movernos a dolor por nuestras faltas, a propósitos de mejora y a la alegría del encuentro definitivo con la Trinidad. Lo recuerda el Santo Padre en su última carta encíclica: ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios.Es lo que pone de manifiesto la otra fórmula que puede emplearse en ese rito: convertíos y creed en el Evangelio. Somos pecadores, necesitados del perdón de Dios; por eso, se nos invita a un cambio profundo, a enderezar el rumbo de nuestra peregrinación terrena hacia la meta definitiva: la felicidad eterna con Dios. Deseo que, con un sentido de optimismo, veamos en estas palabras la exigencia de mejorar día tras día: si mantenemos esa pelea, para nosotros el Juez divino no será Juez —en el sentido austero de la palabra— sino simplemente Jesús "nuestro" Jesús: un Dios que perdona.Meditemos, por tanto, lo que escribió San Josemaría: considerad esta maravilla del cuidado de Dios con nosotros, dispuesto siempre a oírnos, pendiente en cada momento de la palabra del hombre. En todo tiempo —pero de un modo especial ahora, porque nuestro corazón está bien dispuesto, decidido a purificarse—, Él nos oye, y no desatenderá lo que pide un corazón contrito y humillado (Sal 50, 19).
Fuente: Carta de Mons. Javier Echevarría. (2008).

jueves, 12 de marzo de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención VII.

“En el último día, cuando aparezcamos delante de Dios, no podremos decirle: Dios mío, he tenido grandes dificultades que vencer, triunfar era imposible, mis muchas faltas me desalentaban, porque Dios nos respondería: “Hubiera sido verdad, si te hubieras encontrado solo, pero yo te he dado a mi Hijo Jesús; El lo ha expiado, lo ha salvado todo; en su sacrificio hallas todas las satisfacciones que yo tenía derecho a reclamar por todos los pecados del mundo; todo lo mereció por ti en su muerte, ha sido tu redención y con ella mereció ser tu justificación, tu sabiduría, tu santidad; en El debieras haberte apoyado; en mi pensamiento divino, Jesús no es sólo tu salvación, sino también la fuente de tu fortaleza, porque todas sus satisfacciones, todos sus méritos, todas sus riquezas, que son infinitas, eran tuyas desde el bautismo, y desde que sentó a mi diestra, ofrecíame sin cesar por ti los frutos de su sacrificio; en El debieras haberte apoyado, pues por El yo te hubiera dado sobreabundantemente la fuerza para vencer todo mal, como El mismo me lo pidió: Rogo ut serves eos a malo; te hubiera colmado de todos los bienes, pues por ti y no por Sí mismo me interpela sin cesar.
“¡Ah, si conociésemos el valor infinito del don de Dios! Si scires donum Dei!, y sobre todo, ¡si tuviésemos fe en los inmensos méritos de Jesús, pero una fe viva, práctica, que nos llenase de una confianza invencible en la oración, de entrega total en las necesidades de nuestra alma! Entonces, imitando a la Iglesia, que en su liturgia repite esta fórmula cada vez que dirige a Dios una oración, nada pediríamos que no fuera en su nombre, porque ese mediador siempre vivo, reina en Dios con el Padre y el Espíritu Santo: Per Dominum nostrum Jesum Christum, qui tecum vivit et regnat.
“Si viviésemos de estas verdades, nuestra vida sería un cántico nunca interrumpido de alabanza, de acción de gracias a Dios, por el don inestimable que nos ha hecho en su Hijo Jesucristo: Gratias Deo super inenarrabili dono ejus”.
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma. Conferencias espirituales. 1917.

miércoles, 11 de marzo de 2009

La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, I.

“La Iglesia es visible como sabéis.
“La constituye en su jerarquía el Sumo Pontífice, sucesor de Pedro, los Obispos y los Pastores, que, unidos al Vicario de Cristo y a los Obispos, ejercen cerca de nosotros su jurisdicción en nombre de Cristo; pues Cristo nos guía y nos santifica por medio de los hombres.
“Desde la Encarnación, Dios, en sus relaciones con nosotros, obra por medio de los hombres; hablo de la economía normal, ordinaria, no de excepciones en las que Dios demuestra su soberano dominio, en esto como en todas las cosas. Dios, por ejemplo, podría revelarnos por sí y directamente lo que hemos de hacer para llegar a El; pero no lo hace, no son esos sus caminos, sino que nos envía un hombre –infalible, es verdad, pero, al fin, un hombre como nosotros, - y de él nos manda recibir toda la doctrina. Supongamos que uno cae en pecado; se hinca delante de Dios, se duele y se desgarra con todo género de penitencias; Dios dice entonces: “Bien está, pero si quieres alcanzar perdón, has de arrodillarte ante un hombre, que mi Hijo ha constituido ministro suyo, y a él has de declarar tu pecado”.
“Si no se declara el pecado a ese hombre que Cristo ha tomado por ministro, sin confesión, en otros términos, no hay perdón; la contrición más viva y profunda, las más espantables maceraciones no bastan para borrar un solo pecado mortal, si no hay la intención de someterse al hombre que hace las veces de Cristo.
“Veis, pues, cuál es la economía sobrenatural. Desde toda eternidad, el pensamiento divino se fijó en la Encarnación, y, después que su Hijo unió así la humanidad y salvó al mundo tomando carne en el seno de una Virgen, Dios quiere que, por medio de hombres como nosotros, y como nosotros débiles, se difunda la gracia por el mundo. He aquí un prolongamiento, una extensión de la Encarnación. Dios se acercó a nosotros en la persona de su Hijo hecho hombre, y desde entonces continúa, por los miembros de su Hijo, poniéndose en comunicación con nuestras almas. Dios quiere con ello enaltecer en cierto modo a su Hijo, cifrándolo todo en su Encarnación, y refiriendo a El de un modo visible, hasta el fin de los tiempos, toda la economía de nuestra salud y santificación.
“Pero ha establecido igualmente esta economía para hacer que vivamos de la fe, pues hay en la Iglesia un doble elemento, el elemento humano y el divino”.
Fuente: Don Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”. 1917.

lunes, 9 de marzo de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención VI.

“Por otra parte, obrar de este modo, es glorificar a Dios, es rendirle un homenaje muy agradable.
“¿Por qué? Porque el pensamiento divino es que lo encontremos todo en Cristo, y cuando reconocemos humildemente nuestra debilidad y nos apoyamos en la fortaleza de Cristo, el Padre nos mira con benevolencia y con alegría, porque con eso proclamamos que Jesús es el único mediador que a El le plugo poner en la tierra.
“Ved cómo el gran Apóstol estaba convencido de esta verdad. En una de sus epístolas, después de haber publicado cuán miserable es y cuántas luchas ha de sostener en su alma, exclama: Libenter gloriator in infirmitatibus meis. Glorifícase en sus enfermedades, en sus debilidades, en sus luchas, en vez de quejarse de ellas; esto parece extraño, ¿no es verdad? Pero San Pablo nos da una razón profunda: Un inhabitetin me virtus Christi. “A fin de que no sea mi fuerza, sino la fuerza de Cristo, la gracia de Cristo que habita en mí, la que me haga triunfar”, y que a El se dirija la gloria.
“Notad ahora hasta dónde llega San Pablo cuando habla de nuestra debilidad: Non quod suficientes simus cogitare aliquid a nobis quasi ex nobis. Llega hasta decir que no podemos ni siquiera tener un buen pensamiento, un pensamiento que nos merezca algo para el cielo, por nosotros mismos, quasi ex nobis. No hay duda que cuando escribió estas palabras estaba inspirado por Dios; somos incapaces de producir un buen pensamiento que salga de nosotros como de su fuente. Todo lo que es bueno, todo lo bueno que hay en nosotros, todo lo que es meritorio para la vida eterna, viene de Dios por Cristo: Sufficientia nostra ex Deo est.
“Después de haber puesto de relieve vuestra flaqueza, añade San Pablo: Omnia possum in eo qui me confortat: “Todo lo puedo –omnia-, no por mí, sino en Aquel que me fortalece”; a fin de que toda gloria sea dada a Cristo, que nos ha merecido todo, y en quien todo lo tenemos”.
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma. Conferencias espirituales. 1917.

domingo, 8 de marzo de 2009

Segunda Domínica de Cuaresma.

“In illo témpore: Assúmpsit Jesus Petrum, et jacóbum, et Joánnem fratrem ejus, et duxit illos in montem excélsum seórsum; et transfigurátus est ante eos. El resplénduit fácies ejus sicut sol, vestiménta autem ejus facta sunt alba sicut nix…” (“En aquel tiempo: Tomó Jesús consigo a Pedro y a Santiago y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y allí se transfiguró en su presencia, resplandeciendo su rostro como el sol, y quedando sus vestiduras blancas como la nieve”).
El Evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos relata lo que aconteció en el monte Tabor. Antes el Señor les había comunicado a sus discípulos que iba a sufrir y a padecer en Jerusalén, y que iba morir a manos de los príncipes de los sacerdotes, de los ancianos y de los escribas. Los discípulos habían quedado profundamente entristecidos por esta noticia del amado Maestro. Pues bien, tomando consigo a Pedro, Santiago y Juan los conduce hacia el monte donde serán testigos de la primicia de la glorificación de Cristo y de una auténtica teofanía con la voz del Padre que se escucha. Seis días llevaban los discípulos sobrecogidos y acongojados por la predicación de Cesarea de Filipo. La iniciativa de Jesús de llevarlos al monte (y estos discípulos serán los mismos que contemplarán su agonía en el monte de los Olivos) será para que entiendan que previo a la glorificación está el trance de la pasión y de la cruz. San León Magno dice que “el principal fin de la transfiguración es desterrar del alma de los discípulos el escándalo de la cruz”. Nunca olvidarán los apóstoles esta visión del glorificado en el instante de su amargura. San Pedro lo recordará hasta el final de sus días.
En la transfiguración del Tabor, el Señor, momentáneamente, dejó entrever su divinidad, y los discípulos quedaron fuera de sí, llenos de inmensa dicha. El Siervo de Dios Juan Pablo II enseñaba que “la transfiguración les revela a un Cristo que no se descubría en la vida de cada día. Está ante ellos como Alguien en quien se cumple la Alianza Antigua, y, sobre todo, como el Hijo elegido del Eterno Padre al que es preciso prestar fe absoluta y obediencia total”. San Beda, comentando el Evangelio de este día, manifiesta que el Señor “en una piadosa permisión, les permitió (a los apóstoles mencionados) gozar durante un tiempo muy corto de la contemplación de la felicidad que dura siempre, para hacerles sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad”.La existencia de cada uno de nosotros es un caminar hacia el cielo, que es nuestra morada definitiva. Pero es un camino que pasa a través de la cruz y del sacrificio. Es un caminar a veces áspero y dificultoso, porque muchas veces tendremos que remar contra la corriente, luchando con nuestros enemigos externos y nuestras inclinaciones malas que tienden a apartarnos del camino que conduce a la plena felicidad. Sin embargo, con Cristo a nuestro lado todo lo podemos, ya que con El vencemos siempre, aun en los momentos más dificultosos de nuestra condición humana. “No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar su peso”, nos exhorta San Josemaría. El misterio que hoy celebramos no sólo fue un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues como enseña San Pablo, “el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con El, para ser también con El glorificados”.

sábado, 7 de marzo de 2009

MIsa Tridentina: 2º Domingo de Cuaresma

ESTACIÓN EN SANTA MARÍA "IN DOMINICA"
(Doble de 1ª clase - Ornamentos morados )

Santa María en sábado.

María, consoladora de los afligidos.
*
Santa Magdalena de la Pacis fue una enamorada de la Virgen al pie de la Cruz. Desde su primera comunión consagró al Crucificado su virginidad y a los 16 años, renunciando a un brillantísimo porvenir, se abrazó con la austera regla carmelitana. Sus mortificaciones fueron terribles y constantes, todo su cuerpo era una llaga. Con su cuerpo sacrificó su corazón que ofreció a Jesús, unido a María, que le vio alancear el de su Hijo-Dios.
Y por hacerse más semejante a su Madre de los Dolores, renunció a todo consuelo interior y por cinco años le concedió Jesús sentir el abandono aparente de Dios, como El en la Cruz. Su devoción se trocó en aridez, su amor en tedio, su paz en tentación, su alegría en tristeza de muerte. Su consuelo era ir a la imagen de la Dolorosa, abrazarla y llena de su amor y el de Cristo, gritar: “Oh Jesús, no os pido la muerte, sino mayores dolores. Padecer y no morir”. Oh María, no me alejes jamás de la cruz, que quiero morir en ella.
“Más perdió la Virgen que yo”. Somos necios, como niños a quienes sus padres quitan el cuchillo, con que se va a herir; o apartar del precipicio en el cual se va a despeñar. No miramos sino a nuestro deseo del momento, que es contrariado; y no a la Sabiduría de Dios y a su infinito amor. Aprendamos de la Virgen y de los santos a mirar los dolores y contrariedades de la vida con ojos de fe.
Llevemos con paciencia las astillas de la Cruz del Salvador, y aún con alegría; y para esto fijémonos, que a quien más amó Dios la hizo Madre de los Dolores.

viernes, 6 de marzo de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención V.

“Verdad es que ahora, Cristo ya no merece más (no siendo posible el mérito sino hasta el instante de la muerte); pero sus méritos está adquiridos y sus satisfacciones permanecen. Porque “este Pontífice, por ser eterno, posee un sacerdocio que no tiene fin; de aquí que pueda salvar para siempre a aquellos que por El se acercan a Dios”. San Pablo insiste particularmente en mostrar que Cristo en su calidad de Pontífice Supremo, sigue actual e incesantemente intercediendo en el cielo por nosotros.
“Jesús subió al cielo como precursor nuestro”: Praecursor pro nobis introivit Jesus. Si está sentado a la diestra de su Padre, es “para interceder por nosotros”: Ut appareat nunc vultui Dei pro nobis. “Siempre vivo, intercede por nosotros sin cesar”: Semper vivens, ad interpellandum pro nobis. Sin descanso, Cristo muestra continuamente a su Padre las cicatrices que ha conservado de sus llagas; porque El es nuestro Jefe, hace valer sus méritos en nuestro favor, y porque es digno de ser siempre escuchado de su Padre, su oración surte efecto sin cesar: Pater, sciebam quia Semper me audis. ¿Qué confianza tan ilimitada no debemos tener en tal Pontífice, que es el Hijo muy amado de su Padre, y ha sido nombrado por El nuestro jefe y nuestra cabeza, que nos da parte en todos sus méritos y en todas sus satisfacciones?
“Sucede a veces que cuando gemimos bajo el peso de nuestras flaquezas, de nuestras miserias, de nuestras faltas, prorrumpimos con el Apóstol: “Desgraciado de mí; siento en mí una doble ley: la ley de la concupiscencia que me arrastra hacia el mal, y la ley de Dios que me empuja hacia el bien. ¿Quién me librará de esta lucha? ¿Quién me dará la victoria?” Escuchad la respuesta de San Pablo: Gratia Dei per Jesum Christum Dominum nostrum. “La gracia de Dios que nos ha sido merecida y dada por Jesucristo nuestro Señor”. En Jesucristo hallamos todo lo necesario para salir victoriosos aquí abajo, en espera del triunfo final en la gloria.
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono” de Aquel que es la fuente “de la gracia”; porque si así lo hacemos, “obtendremos misericordia”.
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma. Conferencias espirituales. 1917.

jueves, 5 de marzo de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención IV.

“Pero la Pasión y muerte de nuestro divino Redentor nos revelan su eficacia, sobre todo en sus frutos.
“San Pablo no se cansa de nombrar los bienes que nos valieron los infinitos méritos adquiridos por el hombre Dios en su vida y padecimientos. Cuando de ellos habla, alborózase el gran Apóstol; no encuentra para expresar este pensamiento otros términos que los de abundancia, sobreabundancia y riqueza, que declara insondables. La muerte de Cristo nos redime, “nos acerca a Dios, nos reconcilia con El”, “nos justifica”, “nos trae la santidad y la vida nueva de Cristo”. Y para resumirlo todo, el Apóstol compara a Cristo con Adán, cuya obra vino a reparar; Adán nos trajo el pecado, la condenación, la muerte; Cristo, segundo Adán, nos devuelve la justicia, la gracia, la vida. Translati de morte ad vitam; la redención ha sido abundante: Copiosa apud eum redemptio. “Porque no sucede lo mismo con el don gratuito –la gracia- como con la culpa… y si por la culpa de un solo hombre la muerte reinó aquí abajo, con mayor razón los que reciben la abundancia de la gracia reinarán en la vida únicamente por Jesucristo; donde el pecado había abundado, sobreabundó la gracia; por eso “no hay condenación para aquellos que quieren vivir unidos a Jesucristo, que están reengendrados en El”.
“Nuestro Señor, al ofrecer a su Padre en nuestro nombre una satisfacción de valor infinito, suprimió el abismo que existía entre el hombre y Dios: el Padre eterno mira desde entonces con amor a la especie humana, rescatada por la sangre de su Hijo; cólmala, a causa de su Hijo, de todas las gracias que ha menester para unirse a El, “para vivir para El de la vida misma de Dios”: Ad serviendum Deo viventi. Así todo bien sobrenatural que recibimos, todas las luces que Dios nos prodiga, todos los auxilios con que envuelve nuestra vida espiritual, nos son concedidas en virtud de la vida, de la pasión y de la muerte de Cristo; todas las gracias de perdón, de justificación, de perseverancia, que Dios da y dará eternamente a las almas de todos los tiempos, tienen su fuente única en la Cruz.
“Al morir por nosotros, Cristo nos ha abierto acceso a su Padre, un acceso libre y confiado, por el cual no hay gracia que no nos pueda venir. Almas de poca fe, ¿por qué dudamos de Dios, de nuestro Dios?”.
Fuente: Don Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma. Conferencias espirituales. 1917.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Las tentaciones de Cristo III.

“Contemplemos un poco esta intervención de los ángeles en la vida de Jesús, porque así entenderemos mejor su papel –la misión angélica- en toda vida humana. La tradición cristiana describe a los Ángeles Custodios como a unos grandes amigos, puestos por Dios al lado de cada hombre, para que acompañen en sus caminos. Y por eso nos invita a tratarlos, a acudir a ellos.
“La Iglesia, al hacernos meditar estos pasajes de la vida de Cristo, nos recuerda que, en el tiempo de Cuaresma, en el que nos reconocemos pecadores, llenos de miserias, necesitados de purificación, también cabe la alegría. Porque la Cuaresma es simultáneamente tiempo de fortaleza y de gozo: hemos de llenarnos de aliento ya que la gracia del Señor no nos faltará, porque Dios estará a nuestro lado y enviará a sus Ángeles, para que sean nuestros compañeros de viaje, nuestros prudentes consejeros a lo largo del camino, nuestros colaboradores en todas nuestras empresas. In manibus portabuntte, ne forte offendas ad lapidem pedem tuum, sigue el salmo: los Ángeles te llevarán con sus manos, para que tu pie no tropiece en piedra alguna.
“Hay que saber tratar a los Ángeles. Acudir a ellos ahora, decir a tu Ángel Custodio que esas aguas sobrenaturales de la Cuaresma no han resbalado sobre tu alma, sino que han penetrado hasta lo hondo, porque tienes el corazón contrito. Pídeles que lleven al Señor esa buena voluntad, que la gracia ha hecho germinar de nuestra miseria, como un lirio nacido en el estercolero. Sancti Angeli, Custodes nostri: defendite nos in proelio, ut non pereamus in tremendo iudicio. Santos Ángeles Custodios: defendednos en la batalla, para que no perezcamos en el tremendo juicio.
“¿Cómo se explica esa oración confiada, ese saber que no pereceremos en la batalla? Es un convencimiento que arranca de una realidad que nunca me cansaré de admirar: nuestra filiación divina. El Señor que, en esta Cuaresma, pide que nos convirtamos no es un Dominador tiránico, ni un Juez rígido e implacable: es nuestro Padre. Nos habla de nuestros pecados, de nuestros errores, de nuestras faltas de generosidad: pero es para librarnos de ellos, para prometernos su Amistad y su Amor. La conciencia de nuestra filiación divina de alegría a nuestra conversión: nos dice que estamos volviendo a la casa del Padre”.
Fuente: San Josemaría Escrivá: “Es Cristo que pasa”. Homilía 1952.

martes, 3 de marzo de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención III.

“Porque Nuestro Señor Jesucristo murió por todos nosotros, y por cada uno de nosotros”, Pro ómnibus mortuis est Christus. “Cristo es la propiciación no sólo por nuestros pecados, sino por los de todo el mundo”: Ipse est propitiatio pro peccatis nostris, non pro nostris autem tantum sed etiam pro totius mundi. De suerte que es “el único mediador colocado entre los hombres y Dios”: Unus mediator Dei et hominum homo Christus Jesus.
“Cuando se estudio el plan divino, sobre todo a la luz de las cartas de San Pablo, se ve que Dios no quiere que busquemos nuestra salud y nuestra santidad sino en la sangre de su Hijo; no hay más Redentor que El, no hay “bajo el cielo ningún otro nombre que haya sido dado a los hombres para que puedan salvarse”, porque su muerte es soberanamente eficaz: Una oblatione consummavit in sempiternum sanctificatos. La voluntad del Padre es que su Hijo Jesús, después de haberse sustituido a todo el género humano en su dolorosísima Pasión, sea constituido Jefe de todos los elegidos, a quienes ha salvado por su sacrificio y su muerte.
“Por esto el género humano redimido hace que se oiga en el Cielo un cántico de alabanza y acción de gracias a Cristo: Redemiste nos in sanguine tuo ex omni tribu et lingua et populo, et natione. Cuando lleguemos a la eterna bienaventuranza y nos hallemos unidos al coro de los santos, contemplaremos a nuestro Señor y le diremos: “Tú eres el que nos ha rescatado con tu sangre preciosa; gracias a Ti, a tu Pasión, a tu sacrificio sobre la Cruz, a tus satisfacciones, a tus méritos, hemos salido libres de la muerte y de la eterna condenación. ¡Oh Jesucristo! Cordero inmolado, a Ti la alabanza, el honor, la gloria y la bendición eternamente”.
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma. Conferencias espirituales. 1917.

lunes, 2 de marzo de 2009

Las tentaciones de Cristo II.

“Aprendamos de Jesús. Su actitud, al oponerse a toda gloria humana, está en perfecta correlación con la grandeza de su misión única: la del Hijo amadísimo de Dios, que se encarna para salvar a los hombres. Una misión que el cariño del Padre ha rodeado de una solicitud colmada de ternura: Filius meus es tu, ego hodie genui te. Postula a me et dabo tibi gentes hereditatem tuam: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pide, y te daré las gentes como heredad.
“El cristiano –que siguiendo a Cristo- vive en esa actitud de completa adoración del Padre, recibe también del Señor palabras de amorosa solicitud: Porque espera en mí, lo libraré; lo protegeré, porque conoce mi nombre.
“Jesús ha dicho que no al demonio, al príncipe de las tinieblas. Y en seguida se manifiesta la luz. Con esto lo dejó el diablo; y he aquí que se acercaron los ángeles y le servían. Jesús ha soportado la prueba. Una prueba real, porque, comenta San Ambrosio, no obró como Dios usando de su poder (¿de qué, entonces, nos hubiera aprovechado su ejemplo?), sino que, como hombre, se sirvió de los auxilios que tiene en común con nosotros.
“El demonio, con intención torcida, ha citado el Antiguo Testamento: Dios mandará a sus ángeles, para que protejan al justo en todos sus caminos. Pero Jesús, rehusando tentar a su Padre, devuelve a ese pasaje bíblico su verdadero sentido. Y, como premio a su fidelidad, cuando llega la hora, se presentan los mensajeros de Dios Padre para servirle.
“Vale la pena considerar este modo, que Satanás ha utilizado con Jesucristo Señor Nuestro: argumenta con textos de los libros sagrados, torciendo, desfigurando de modo blasfemo su sentido. Jesús no se deja engañar: bien conoce el Verbo hecho carne la Palabra divina, escrita para la salvación de los hombres, y no para confusión y condena. Quien está unido a Jesucristo por el Amor, podemos concluir, no se dejará nunca engañar por un manejo fraudulento de la Escritura Santa, porque sabe que es típica obra del diablo tratar de confundir la conciencia cristiana, discurriendo dolosamente con los mismos términos empleados por la eterna Sabiduría, intentando hacer –de la luz- tinieblas.
Fuente: San Josemaría Escrivá: “Es Cristo que pasa”. Homilía 1952.

domingo, 1 de marzo de 2009

Primera Domínica de Cuaresma.

“In illo témpore: Ductus est Jesus in desértum a Spíritu ut tentarétur a diábolo. El cum jujunásset quadragínta diébus et quadragínta nóctibus, póstea esúriit. Et accédens tentátor dixit ei…” (Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthaeum 4, 1-11).

Después del Bautismo, se retiró Jesús al desierto inspirado, tal como lo consignan los tres evangelistas que narran este misterio, por el Espíritu Santo, dándonos un hermoso ejemplo de cómo debemos confiarnos a la dirección del Paráclito. La vida en el desierto fue ante todo una vida de oración continua, fervorosa y perfecta. Fue, además, una vida de penitencia, no sólo por el lugar un espacio de montañas peladas, de profundos barrancos y abruptos peñascales, y también por su soledad, inaccesibilidad y esterilidad, sino que, además, por el ayuno de cuarenta días y cuarenta noches; ayuno tan riguroso que Jesús, al terminarlo, tuvo hambre, es decir, experimentó el dolor, el agotamiento y la debilidad. Finalmente, fue una vida de tentación y de lucha con el espíritu del mal, aunque no en el sentido que Jesús fuese constantemente tentado.
El Evangelio narra tan sólo tres tentaciones y aún las da como sucedidas después de cumplido el ayuno. ¿Por qué quiso el Señor vivir estos cuarenta días en el desierto. Primeramente, para experimentar todo lo que es propio de la naturaleza humana, aun lo más duro y humillante para El, con tal que no sea pecaminoso. Toda nuestra vida debe estribar en la oración, en la penitencia y la lucha contra las tentaciones; pues todo esto quiso El practicarlo y experimentarlo. Tan sólo el saberlo nosotros, nos sirve ya de gran consuelo. En segundo lugar quiso el Salvador servirnos de ejemplo en la oración, en la expiación y especialmente en la lucha contra las tentaciones, enseñándonos que debemos siempre estar preparados y vigilantes para rechazarlas, pues se nos pueden presentar de las maneras más variadas, con los caracteres más violentos, y aun tal vez los más peligrosos, mientras oramos o mientras nos entregamos a prácticas de mortificación. En tercer lugar porque quiso expiar, restaurar y reparar todo lo que el hombre había destruido, en grande y en pequeño, bajo ese triple aspecto Y ¡cuánto había que expiar! Por el abandono de la oración, y de la penitencia, y sobre todo por la debilidad en la tentación, la humanidad había poco a poco caído en la esclavitud de Satanás. En cuarto lugar, quiso el Salvador ganarnos la gracia necesaria para los rudos trabajos de la oración, de la penitencia y de la lucha contra la tentación.
Y esto es lo que realmente hizo. En efecto, en las sombrías horas de la lucha con los poderes infernales cuando nos sentimos solos y abandonados, ¡cuán dulce y consolador es pensar que nuestro buen Salvador no está lejos de nosotros, que está en nuestro mismo corazón, con la gracia que El mismo nos mereció! Esta vida en el desierto había de ser una preparación para el apostolado público. Nada es más apropiado que empezar toda obra importante con la oración, a fin de dar a Dios la gloria que de ella resulte y para conseguir la gracia necesaria para llevarla a cabo. La obra misma que el Divino Redentor iba a emprender, exigía aquella preparación. Tratábase nada menos que de la redención de las almas, que sólo podían ser compradas con la oración y la penitencia. Tratábase además de destruir el reino de Satanás en el mundo y, finalmente, de fundar el reino de la Iglesia. Jesús debía asegurarle la firmeza y la fuerza interior contra todos los enemigos. Esta fuerza interior reside en la oración, en la penitencia y en la lucha; las cuales infiltró Jesús para siempre en la Iglesia, mediante su vida en el desierto, ejemplo de la santa Cuaresma, tiempo de maniobras de la milicia cristiana (praesidia militiae christianae), durante la cual la Iglesia se templa y fortalece cada año.
Si con el Bautismo del Señor tuvo lugar la inauguración externa del ministerio público, con la vida en el desierto tuvo lugar la inauguración interna. La oración, la penitencia y la lucha, son las armas del fuerte. Amén.