“La Iglesia es visible como sabéis.
“La constituye en su jerarquía el Sumo Pontífice, sucesor de Pedro, los Obispos y los Pastores, que, unidos al Vicario de Cristo y a los Obispos, ejercen cerca de nosotros su jurisdicción en nombre de Cristo; pues Cristo nos guía y nos santifica por medio de los hombres.
“Desde la Encarnación, Dios, en sus relaciones con nosotros, obra por medio de los hombres; hablo de la economía normal, ordinaria, no de excepciones en las que Dios demuestra su soberano dominio, en esto como en todas las cosas. Dios, por ejemplo, podría revelarnos por sí y directamente lo que hemos de hacer para llegar a El; pero no lo hace, no son esos sus caminos, sino que nos envía un hombre –infalible, es verdad, pero, al fin, un hombre como nosotros, - y de él nos manda recibir toda la doctrina. Supongamos que uno cae en pecado; se hinca delante de Dios, se duele y se desgarra con todo género de penitencias; Dios dice entonces: “Bien está, pero si quieres alcanzar perdón, has de arrodillarte ante un hombre, que mi Hijo ha constituido ministro suyo, y a él has de declarar tu pecado”.
“Si no se declara el pecado a ese hombre que Cristo ha tomado por ministro, sin confesión, en otros términos, no hay perdón; la contrición más viva y profunda, las más espantables maceraciones no bastan para borrar un solo pecado mortal, si no hay la intención de someterse al hombre que hace las veces de Cristo.
“Veis, pues, cuál es la economía sobrenatural. Desde toda eternidad, el pensamiento divino se fijó en la Encarnación, y, después que su Hijo unió así la humanidad y salvó al mundo tomando carne en el seno de una Virgen, Dios quiere que, por medio de hombres como nosotros, y como nosotros débiles, se difunda la gracia por el mundo. He aquí un prolongamiento, una extensión de la Encarnación. Dios se acercó a nosotros en la persona de su Hijo hecho hombre, y desde entonces continúa, por los miembros de su Hijo, poniéndose en comunicación con nuestras almas. Dios quiere con ello enaltecer en cierto modo a su Hijo, cifrándolo todo en su Encarnación, y refiriendo a El de un modo visible, hasta el fin de los tiempos, toda la economía de nuestra salud y santificación.
“Pero ha establecido igualmente esta economía para hacer que vivamos de la fe, pues hay en la Iglesia un doble elemento, el elemento humano y el divino”.
Fuente: Don Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”. 1917.
“La constituye en su jerarquía el Sumo Pontífice, sucesor de Pedro, los Obispos y los Pastores, que, unidos al Vicario de Cristo y a los Obispos, ejercen cerca de nosotros su jurisdicción en nombre de Cristo; pues Cristo nos guía y nos santifica por medio de los hombres.
“Desde la Encarnación, Dios, en sus relaciones con nosotros, obra por medio de los hombres; hablo de la economía normal, ordinaria, no de excepciones en las que Dios demuestra su soberano dominio, en esto como en todas las cosas. Dios, por ejemplo, podría revelarnos por sí y directamente lo que hemos de hacer para llegar a El; pero no lo hace, no son esos sus caminos, sino que nos envía un hombre –infalible, es verdad, pero, al fin, un hombre como nosotros, - y de él nos manda recibir toda la doctrina. Supongamos que uno cae en pecado; se hinca delante de Dios, se duele y se desgarra con todo género de penitencias; Dios dice entonces: “Bien está, pero si quieres alcanzar perdón, has de arrodillarte ante un hombre, que mi Hijo ha constituido ministro suyo, y a él has de declarar tu pecado”.
“Si no se declara el pecado a ese hombre que Cristo ha tomado por ministro, sin confesión, en otros términos, no hay perdón; la contrición más viva y profunda, las más espantables maceraciones no bastan para borrar un solo pecado mortal, si no hay la intención de someterse al hombre que hace las veces de Cristo.
“Veis, pues, cuál es la economía sobrenatural. Desde toda eternidad, el pensamiento divino se fijó en la Encarnación, y, después que su Hijo unió así la humanidad y salvó al mundo tomando carne en el seno de una Virgen, Dios quiere que, por medio de hombres como nosotros, y como nosotros débiles, se difunda la gracia por el mundo. He aquí un prolongamiento, una extensión de la Encarnación. Dios se acercó a nosotros en la persona de su Hijo hecho hombre, y desde entonces continúa, por los miembros de su Hijo, poniéndose en comunicación con nuestras almas. Dios quiere con ello enaltecer en cierto modo a su Hijo, cifrándolo todo en su Encarnación, y refiriendo a El de un modo visible, hasta el fin de los tiempos, toda la economía de nuestra salud y santificación.
“Pero ha establecido igualmente esta economía para hacer que vivamos de la fe, pues hay en la Iglesia un doble elemento, el elemento humano y el divino”.
Fuente: Don Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”. 1917.
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