Exposición Litúrgica.
El Tiempo de Septuagésima, el de Cuaresma y el de Pasión son respectivamente una preparación remota, próxima e inmediata para las solemnidades pascuales.
Los festejos y ceremonias de la última semana, llamada Semana Mayor o Semana Santa, tuvieron su origen en la Iglesia de Jerusalén. Los cristianos seguían con el Evangelio en mano los pasos todos del Salvador, recogiendo piadosamente en el sitio mismo los preciosos recuerdos de sucesos tan solemnes. La Iglesia adoptó luego esa liturgia local en sus comienzos, y aun dispuso sus iglesias de manera que pudiesen celebrarse los Oficios de Semana Santa lo mismo que en Jerusalén.
Durante esos 15 días, y para asociar a sus hijos a su dolor la Iglesia suprime el Salmo Judica me y algunos Gloria Patri, porque no figuraban en la antigua liturgia en estos días, y sobre todo en el último Triduo de Semana Santa, ha quedado casi enteremente con su forma arcaica.
Se cubren también con oscuros velos las imágenes de los Santos. El culto a los Santos debe eclipsarse estos días ante la obra magna de la Redención; pero si se advierte que también el Crucifijo está tapado, luego se verá en este uso un vestigio de la cortina que antes se colgaba durante toda la Cuaresma entre el santuario y la nave. Y, en efecto, antiguamente los Penitentes públicos eran expulsados de la iglesia, no podían volver a entrar en ella hasta el Jueves Santo. Suprimida esta ceremonia, todos los fieles fueron asimilados más o menos a los públicos Penitentes, y sin pronunciar sobre ellos la pena de exclusión, se ocultaba a sus miradas el santuario y todo cuanto en derredor de él había, como indicando que no merecían participar en el culto eucarístico por la Comunión pascual, sino después de haber hecho dignos frutos de penitencia.
En el desnudar los altares y el callar de las campanas durante los tres días santos, quiere la Iglesia significar su tristeza al recordar la muerte de su divino Esposo.
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