viernes, 20 de marzo de 2009

La Iglesia, Cuerpo Místico de Jesucristo, III.

“He aquí una verdad profunda que debemos traer a menudo a la memoria. Ya os dije que por Cristo Jesús, Verbo Encarnado, todo el género humano ha encontrado en su persona, constituida en Cabeza de la gran familia humana, la amistad con Dios. Santo Tomás escribe que, a consecuencia de la identificación establecida por Cristo entre El y nosotros desde el instante mismo de la Encarnación, el hecho de que Cristo padeció voluntariamente en nuestro lugar y en nombre nuestro, constituye un bien tan grande que, por haber encontrado este bien en la naturaleza humana, Dios, aplacado, olvida todas las ofensas de aquellos que se incorporan a Cristo. Las satisfacciones y méritos de Cristo nos son propios por esta unión.
“Desde este momento estamos unidos a Cristo Jesús con nudo indisoluble.
“Somos uno con Cristo en el pensamiento del Padre celestial. “Dios, dice San Pablo, es rico en misericordia; porque cuando estábamos muerto por culpa nuestra, nos ha hecho vivir con Cristo, nos ha resucitado con El, nos ha hecho sentar juntamente con El en los cielos, a fin de mostrar en los siglos venideros los infinitos tesoros de su gracia en Jesucristo”; en una palabra, nos ha hecho vivir con Cristo, en Cristo: CONVIVIFICAVIT nos in Christo, para hacernos coherederos suyos. El Padre, en su pensamiento, no nos separa nunca de Cristo; Santo Tomás dice que por un mismo acto eterno de la divina sabiduría “hemos sido predestinados Cristo y nosotros”. El Padre hace de todos los discípulos de Cristo que creen en El y viven su gracia, un mismo y único objeto de sus complacencias. Nuestro Señor mismo es quien nos dice: “Mi Padre os ama porque me habéis amado y creído que soy su Hijo”: Pater amat vos quia vos me amatis et credidistis.
“De ahí que San Pablo diga que Cristo, cuya voluntad estaba tan íntima unida a la del Padre, se haya entregado por su Iglesia: Dilexit Ecclesiam et seipsum tradidit pro ea. Como la Iglesia debía formar con El un solo cuerpo místico, se entregó por Ella, a fin de que ese cuerpo fuera glorioso, sin arruga ni mancha, santo e inmaculado: Non habens neque rugam, neque maculam, aut aliquid hujusmodi, sed ut sit sancta e inmaculata. Y después de haberla rescatado, se lo ha dado todo.
Fuente: Don Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”. 1917.

No hay comentarios: