sábado, 31 de octubre de 2009

Particularidades de la Missa de Requiem.


La misa rezada de difuntos llamada también de Requiem a causa de las palabras con que empieza su introito comporta una serie de reglas especiales, a saber :
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Al principio de la misa se omite el salmo Judica me, es decir: después de decir la antífona Introíbo ad altare Dei y la respuesta del ministro, el celebrante prosigue diciendo inmediatamente Adjutorium nostrum in nómine Domini y el resto (Confíteor, etc.) como de ordinario.
Al comenzar a leer el introito no se santigua sino que apoyando la mano izquierda sobre el altar, con la derecha traza un signo de cruz sobre el misal. Después del versículo del psalmo no dirá Gloria Patri etc. sino que repite directamente el introito: Requiem aeternam etc.
No se dice el Gloria in excelsis ni tampoco el Alleluia, sino que tras la Epístola se lee el gradual y la prosa o sequencia Dies irae.
Antes del Evangelio no dice Jube Domine benedícere, ni Dominus sit in corde meo etc. Tampoco se besa el texto del Evangelio al final ni se dice per evangélica dicta etc.
Al ofertorio no ha de trazar el signo de cruz sobre la vinajera pero sí debe recitar la oración Deus qui humanae substantiae etc. y al final del psalmo Lavabo inter innocentes no dice Gloria Patri etc. ni hace inclinación a la cruz.
Al Agnus Dei en lugar de miserere nobis el celebrante dirá dona eis réquiem, y en lugar de dona nobis pacem dirá dona eis réquiem sempiternam. Se omiten los tres golpes de pecho, de manera que el celebrante recitará todo el Agnus Dei medianamente inclinado y con las manos juntas ante el pecho, sin apoyarlas sobre el altar.
Se omite la primera de las oraciones de preparación a la comunión, es decir: la que empieza por Domine Jesu Christe qui dixisti.
Al final de la misa en lugar de decir Ite Missa est dirá Requiescant in pace pero sin volverse de cara a los fieles sino permaneciendo de cara al altar. Y se responde Amén.
No se da la bendición final sino que tras haber dicho la oración Placeat tibi etc. el celebrante besa el altar e inmediatamente se desplaza al ángulo del Evangelio para leer el inicio del evangelio de San Juan, como de ordinario.
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Tomado de Una Voce Sevilla.

viernes, 30 de octubre de 2009

Visitas al Santísimo Sacramento del Altar (V).

I.
“Oh Jesús, tu sagrario:
-es la clínica donde curas las almas, ¡oh celestial Médico!
-es la escuela donde nos enseñas las más grandes virtudes, ¡oh divino Maestro!
-es la audiencia donde resuelves favorablemente nuestros litigios, ¡oh Juez misericordioso!
-es el despacho donde das gratuita y abundantemente tus gracias, ¡oh generoso Limosnero!
-es el templo donde intercedes por nosotros, ¡oh benigno Abogado!
-es el altar donde te ofreces por nosotros, víctima y sacerdote, ¡oh mansísimo Cordero!”
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II.
“Oh Jesús, tu Sagrada Hostia, aunque pequeña, es como una circunferencia infinita; todos los arrepentidos caben en ella:
-los traidores, que como Judas te entregan por treinta monedas caben en ella.
-los cobardes, que como Pedro reniegan de ti y te abandonan, caben en ella.
-los soberbios y envidiosos, que como Caifás te condenan, caben en ella.
-los impuros, que como Herodes se burlan de ti y te tratan de loco, caben en ella.
-los ambiciosos, que como Pilato te llevan a los azotes, a las espinas y a la muerte de cruz, cabe en ella.
-los inconstantes, que como el pueblo judío, engañados por falsos amigos, te dejan y maldicen, caben en ella”.
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III.
“Oh Jesús, desde el Sagrario pareces clamar como un día en la explanada del templo: “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba”. Yo te digo, como la Samaritana: “Dame de esa agua”. Dame de esa agua dulcísima:
-para que me sacie, que estoy sediento de bien.
-para que riegue mi alma, que está árida y falta de virtudes.
-para que me lave, porque estoy manchado con muchos vicios.
-para que me ablande, porque estoy endurecido por muchos pecados.
-para que me refrigere, porque son muchas las pasiones y amores terrenos por los que estoy abrasado.
-para que me eleve como un surtidor a la vida eterna: “El agua que yo le daré, vendrá a ser dentro de él un manantial, que saltará hasta la vida eterna”.
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De: Cien visitas a Jesús Sacramentado de Saturnino Junquera, S.J.

jueves, 29 de octubre de 2009

La Sancta Missa, explicación dogmática.

En todo lugar se verifica y se ofrece a mi nombre una ofrenda pura. (Mal. 1 - 11).
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El Sacrificio del Calvario y el de la Misa.
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El sacrificio de la Misa es esencialmente el mismo sacrificio del Calvario, sólo difiere de él accidentalmente. "Una y la misma es la hostia, dice el Concilio de Trento; el que ahora se ofrece por mano del sacerdote es el mismo que se ofreció un día a sí mismo en la cruz; la manera sólo de ofrecerla es diversa". (Ses. XXII, cap. 2º).
En el Calvario Jesucristo se ofreció por sí mismo; en el altar se ofrece por ministerio del sacerdote, pero éste obra en nombre y representación del mismo Cristo.
En el Calvario Jesucristo sufrió la muerte, derramando su sangre: en el altar no muere ni derrama su sangre, pero se cubre con las especies separadas que representan su muerte y ofrece esa misma muerte a su eterno Padre.
En el Calvario Jesucristo nos mereció con su muerte los tesoros infinitos de las gracias; en el altar ya no puede merecer más, pero nos comunica esos tesoros.
La Misa es el único acto de adoración del todo digno de Dios en la tierra; el único modo de acción de gracias digno de Dios; el único desagravio digno de la Justicia divina por nuestras ofensas; el único acto de impetración suficiente y sobreabundante para todas las gracias que quiera el Señor concedernos.
La Misa es el acto principal de nuestra Santa Religión, y la acción más augusta de la Iglesia Católica.
La Misa es la mejor devoción que puede tener un cristiano; la que más agrada a Dios; la que más alivia a las almas del purgatorio; la que más gracia obtiene del cielo.
El mejor modo de oir Misa, es ir juntamente con el sacerdote ofreciendo este sacrificio, haciendo, en cuanto pudiéremos, lo que él hace.
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Tomado de "Oremus", Manual Litúrgico de Piedad, Msr. Eladio Vicuña A. XII edición, 1954.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Visitas al Santísimo Sacramento del Altar (IV).


I.
“-Amor del Corazón de Jesús, abrasa mi corazón.
-Fortaleza del Corazón de Jesús, sostén mi corazón.
-Misericordia del Corazón de Jesús, perdona a mi corazón.
-Ciencia del Corazón de Jesús, enseña a mi corazón.
-Celo del Corazón de Jesús, devora mi corazón.
-Voluntad del Corazón de Jesús, dispón de mi corazón”.
*
II.“
Oh Jesús:
-Aquí tienes mi cabeza para conocerte.
-Aquí tienes mi lengua para ensalzarte.
-Aquí tienes mis manos para servirte.
-Aquí tienes mis rodillas para adorarte.
-Aquí tienes mis pies para seguirte.
-Aquí tienes mi corazón para amarte”.
*
III.
Oh Jesús, yo quisiera adornar tu sagrario:
-Con todos los lirios de pureza.
-Con todas las violetas de humildad.
-Con todos los heliotropos de obediencia.
-Con todas las rosas de caridad.
-Con todos los crisantemos de penitencia.
-Con todas las flores de santidad”.
*
IV.
“Oh Jesús, aquí estás de asiento en el sagrario:
-Como quien espera: desde la eternidad estabas esperando este rato.
-Como quien está cansado: así te sentaste un día junto al brocal de un pozo; el estar con nosotros es tu descanso.
-Como quien enseña: así te sentabas sobre el monte de las Bienaventuranzas, o sobre la barca de Pedro; tú sigues enseñándonos.
-Como quien vela y acecha: velas por nosotros que somos tu heredad, y nos acechas porque quieres cazarnos con los dardos de tu amor.
-Como quien gobierna: las grandes obras se hacen en el silencio; tú riges el universo desde el sagrario.
-Como quien reina: éste es el trono del amor; desde aquí reinas en miles de corazones por toda la tierra”.
*
Fuente: Cien visitas a Jesús Sacramentado de Saturnino Junquera, S.J.

martes, 27 de octubre de 2009

Visitas al Santísimo Sacramento del Altar (III).


I.
“Oh Jesús:
-Yo quisiera ser las estrellas del firmamento para alumbrarte.
-Yo quisiera ser las florecillas de los prados para adornarte.
-Yo quisiera ser las avecillas de los cielos para ensalzarte.
-Yo quisiera ser el espejo de los mares para abrazarte.
-Yo quisiera ser la inmensidad del universo para contenerte.
-Yo quisiera ser la alegría de los cielos para regocijarte”.
*
II.
“Llamas del Corazón de Jesús, alumbradme.
-Fuego del Corazón de Jesús, abrásame.
-Espinas del Corazón de Jesús, penetradme.
-Cruz del Corazón de Jesús, fortifícame.
-Agua y Sangre del Corazón de Jesús, purificadme y embriagadme.
-Herida del Corazón de Jesús, recíbeme y custódiame.
*
III.
“Oh Jesús:
-Tu sagrario me recuerda la cueva de Belén; ¡qué pobreza!
-El taller de Nazaret, ¡qué humildad!
-El Cenáculo de Jerusalén; ¡qué caridad!
-El calabozo de Caifás; ¡qué humillación!
-El Pretorio de Pilato; ¡qué torturas!
-El sepulcro del Calvario; ¡qué anonadamiento!”
*
IV.
“Oh Jesús:
-Estoy triste; consuélame.
-Estoy enfermo; sáname.
-Estoy hambriento; sáciame.
-Estoy caído; levántame.
-He pecado; perdóname”.
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Fuente: Cien visitas a Jesús Sacramentado de Saturnino Junquera, S.J.

lunes, 26 de octubre de 2009

El material litúrgico (VI).



Las Cruces de la Santa Misa.
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Como nota simplemente curiosa, insertamos en esta página las cruces que hace el Sacerdote en la Misa rezada con Gloria y Credo.
Esta curiosidad puede avivar nuestra devoción y recordarnos que el Sacrificio de la Misa es el mismo que por nosotros ofreció Jesús en el Calvario.
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Desde el principio hasta el Evangelio hace cinco cruces. Parte superior de la Cruz.
Desde el Evangelio al Ofertorio hace otras cinco. Parte izquierda del travesaño.
Del Ofertorio al Sanctus, otras cinco. Parte derecha del travesaño.
Del Sanctus a la Consagración, inclusive, hace diez cruces. Parte inferior de la Cruz.
De la Consagración a la Comunión, hace el Sacerdote veintidós cruces.
De la Comunión hasta el fin, hace cinco. Son las que se señalan en la parte inferior.
Las Misas sin Gloria ni Credo tienen dos cruces menos. Las de Requiem cuatro menos.
Las Misas solemnes tienen en conjunto doce cruces más.
Las cruces de la Misa rezada con Gloria y Credo son cincuenta y dos, como el número de domingos que suele tener el año.
Tengamos viva fe en el Sacrificio de la Cruz, que se renueva de una manera mística, pero real, en el santo Sacrificio de la Misa.
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Tomado de Una Voce Cádiz.

domingo, 25 de octubre de 2009

Cristo Rey.


(I clase, blanco) Gloria, Credo y prefacio de Cristo Rey.
En todas las Iglesias, Parroquias y Oratorios, delante del Santísimo Sacramento expuesto conviene renovar el acto de Consagración del género humano a Cristo Rey.
La fiesta de Cristo Rey es una fiesta del Señor; en la misa, se omite la conmemoración del domingo.
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"Ecce homo": adoremos en este hombre de manos encadenadas al Señor omnipotente, Rey de cielos y tierra.
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Al instituir la fiesta de Cristo Rey, Pío XI no ha pretendido sino proclamar solemnemente la realeza social de nuestro Señor Jesucristo sobre el mundo. Rey de las almas y de las conciencias, de las inteligencias y de las voluntades, Cristo lo es también de las familias y de las ciudades, de los pueblos y de las naciones; en una palabra, Rey de todo el universo. Como lo ha demostrado Pío XI en su encíclica Quas primas, del 11 de diciembre de 1925, el laicismo es la negación radical de esta realeza de Cristo; al organizar la vida social como si Dios no existiese, engendra la apostasía de las masas y conduce a la ruina de la sociedad.
Toda la misa y el oficio de la fiesta de Cristo Rey son una proclamación solemne de la realeza universal de Cristo contra el laicismo de nuestro tiempo. La misa comienza con una de las visiones mas hermosas del Apocalipsis, en que el Cordero de Dios, inmolado, pero ya victorioso en la gloria, es aclamado por la muchedumbre innumerable de los ángeles y los santos. Señalado para el último domingo de octubre, hacia el final del ciclo litúrgico y justamente en vísperas de la fiesta de Todos los Santos, la fiesta de Cristo Rey se presenta como el coronamiento de todos los misterios de Cristo y como la anticipación, en el tiempo, de la realeza eterna que ejerce sobre todos los elegidos en la gloria del cielo. La gran realidad del cristianismo es Cristo resucitado reinando con todo el esplendor de su victoria en medio de los elegidos, que son su conquista.
*
INTROITUS
*
(Apoc. 5,12; 1,6. Ps. 71, 1.)
Dignus est Agnus, qui occísus
est, accípere virtútem,
et divinitátem, et sapiéntiam,
et fortitúdinem, et honórem.
Ipsi glória, et impérium in sæcula sæculorum.
Ps. Deus, judícium tuum Regi da:
et justítiam tuam Filio Regis.
V/. Glória Patri.
*


sábado, 24 de octubre de 2009

San Rafael, Arcángel.

Porque yo soy el Ángel Rafael,
uno de los siete que asistimos
ante el Señor.
(Tobías 7, 15)
*
ORACIÓN
*
O
h Dios, que diste a tu siervo Tobías al santo Arcángel Rafael
por compañero en el camino, concede a tus siervos que
seamos siempre protegidos por el cuidado del mismo, y
esforzados con su auxilio. Por J. C. N. S.
*

viernes, 23 de octubre de 2009

El material litúrgico (V).

El Martirologio y el Calendario.
*
Martirologio es el libro oficial de la Iglesia que contiene el catálogo de los Santos canonizados o reconocidos como realmente santos de una manera pública y por la Autoridad Eclesiástica competente, que es solamente el Romano Pontífice, que goza en esta declaración del don de la infalibilidad.
El Martirologio no incluye a todos los Santos del Cielo, innumerables y superiores a todo cálculo. Sin embargo, para honrar a todos los Santos del Cielo, ha establecido la Iglesia la fiesta llamada de Todos los Santos el 1º de noviembre.
Cada día del año va proponiendo la Iglesia a nuestra veneración e imitación un número muy reducido de los Santos que murieron en aquel día, al que, con razón, se llama dies natalis, o día de nacimiento, porque es para los Santos justamente el día de su muerte el día de su nacimiento para la vida eterna del Cielo.
No de todos los Santos del Martirologio se reza oficio, ni aun Misa, sino que para cada día escoge la Iglesia de entre ellos uno señalado, o uno con sus compañeros de martirio o de vida; y aun hay días en que no se hace mención alguna de ninguno de ellos en el rezo y Misa, y son los días que el calendario nota de Feria.
*
Calendario Romano. Es el que va al frente del misal y por el que se determina de qué Santo o Misterio ha de decirse Misa aquel día. Se advierte que abundan en él los Mártires de Roma, cosa muy natural habiendo sido aquella ciudad el centro de nuestra santa Religión ya desde sus principios. Por esta causa se añade a los libros oficiales del rezo, como Misal, Breviario y Martirologio, la denominación de romano.
Además, no olvidemos que en Roma reside habitualmente el Papa, Representante de Dios sobre la tierra y Cabeza y Jefe visible de todo el Catolicismo.
No todas los fiestas tienen la misma importancia, en lo cual han influido tres circunstancias principalmente: a) las veneradas tradiciones eclesiásticas; b) la estimación del pueblo fiel, y c) actualmente la autoridad o jerarquía religiosa de la Santa Sede por medio de la Congregación de Ritos.
*
RITO Y GRADO DE LAS FIESTAS.
*
Es diversa la solemnidad de cada una de las fiestas y ésta hay que graduarla, no por la importancia más o menos externa que le dé el pueblo cristiano, sino por la categoría litúrgica que ella tiene en sí misma por disposición de la Iglesia.
Cinco grados podemos distinguir en los ritos:
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Doble de primera clase
Doble de segunda clase
Doble mayor
Doble menor
Simple
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Notas:
a) Los dobles de la 1ª y 2ª clase se llaman también clásicos,
b) Las tres Pascuas tiene también Octava, que es como una prolongación de la fiesta durante ocho días. Además, algunas fiestas tienen igualmente Vigilia, que es como una preparación para la fiesta.
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Las fiestas dobles de 1ª clase son:
Domingos de Adviento.
Navidad del Señor.
Epifanía.
Domingos de Cuaresma y de Pasión.
Jueves Santo.
Viernes Santo.
Sábado Santo.
Pascua de Resurrección y lunes y martes siguientes.
Domingo in Albis.
Ascensión del Señor.
Pentecostés y lunes y martes siguientes.
Santísima Trinidad.
Corpus.
Corazón de Jesús.
Preciosa Sangre de Jesús.
Cristo Rey.
Inmaculada Concepción de María.
Anunciación de María.
Asunción de María.
San Miguel Arcángel.
San Juan Bautista.
Fiesta de San José.
San José, Obrero.
SS. Pedro y Pablo.
Todos los Santos.
Dedicación Catedral.
Dedicación Iglesia.
Titulo propia Iglesia.
Título de la Catedral.
Patrón de la ciudad, Fundador, etc.
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Las fiestas dobles de 2ª clase son:
Domingos de Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima.
Circuncisión del Señor
Nombre de Jesús.
Invención de la Santa Cruz.
Transfiguración del Señor.
Dedicación de la Basílica del Salvador (9 noviembre).
María, Reina.
Purificación de María.
Visitación de María.
Corazón de María.
Natividad de María.
Siete Dolores (septiembre),
Santísimo Rosario.
Maternidad de María.
San Andrés, Apóstol.
Santo Tomás, Apóstol.
San Juan, Apóstol y Evangelista.
San Matías, Apóstol.
SS. Felipe y Santiago, Apóstoles.
Santiago, Apóstol.
San Bartolomé, Apóstol.
San Mateo, Apóstol y Evangelista.
SS. Simón y Judas.
San Marcos, Evangelista.
San Lucas, Evangelista.
San Esteban, Protomártir.
Santos Inocentes,
Santa Ana, madre de María Virgen.
San Lorenzo.
S. Joaquín, padre de María Virgen.
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Tomado de Una Voce Cadiz.

jueves, 22 de octubre de 2009

El material litúrgico (IV).

El Misal.
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El Misal es el libro oficial de la Iglesia, que contiene las preces y lecturas que deben recitarse en la celebración de la santa Misa y las ceremonias que deben observarse en ella.
Ceremonia es la acción que debe hacer el Sacerdote.
Rúbrica es el mandato que ordena lo que hay que hacer. Dícese rúbrica porque suele escribirse con tinta roja, rubro en latín.
Método muy excelente de oír la santa Misa es seguir los varios pasos de ella con el Misal, porque ofreciendo a una con el Sacerdote un mismo sacrificio, es natural que se conformen con él en las oraciones. Procure, sin embargo, cada uno oírla de la manera que le inspire más devoción.
El Misal Romano es el mismo en toda la Iglesia latina, y es obligatorio para todos sus Sacerdotes; no obstante, por respeto a antiguas tradiciones, se permiten algunas variantes en oraciones y ritos a los cartujos, Dominicos, etc.
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Las principales partes del Misal Romano son:
Preliminares.
Ordinario de la Misa.
Propio del Tiempo
Propio de los Santos.
Común de los Santos.
Misas votivas.
Oraciones diversas.
Misas de Difuntos.
Bendiciones varias.
Misas particulares.
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El Oficio propio del Tiempo comprende:
Adviento.
Navidad y Epifanía.
Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima.
Cuaresma.
Tiempo de Pasión.
Tiempo pascual.
Tiempo de Pentecostés.
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El Oficio común de Santos tiene los siguientes formularios:
Sumos Pontífices.
Un Mártir (fuera del Tiempo pascual).
Muchos Mártires (fuera del Tiempo pascual).
Mártires (T. pascual).
Confesor Pontífice.
Doctores.
Confesor no pontífice.
Abades.
Vírgenes.
No Vírgenes.
Dedicación iglesia.
Fiestas de la Virgen.
Santa María (sábados).
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El Propio de santos tras las Misas del Señor, de la Virgen María y de los santos que acurren durante el año, menos las comprendidas entre el 26 de diciembre al 5 de enero.
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El uso del Misal.
Conviene registrar siempre el misal antes de la Misa; y no precisamente en la iglesia, sino en casa. Para ello, procúrense los fieles un directorio de la iglesia en donde oyen la Misa.
Los registros o señales del Misal habrían de ser, por lo menos, cinco: Ordinario, Propio del Tiempo, Propio de Santos, Común de Santos y Oraciones diversas. A falta de cintas, pueden servirse de devotas estampas que causen devoción.
Sería bueno seguir siempre la misma Misa que dice el sacerdote; pero algunas veces quizá no sea esto posible, ya por celebrar en alguna iglesia particular, ya porque en ciertos días tiene el Sacerdote facultad de decir la que más devoción le inspire. También resultará, a veces, difícil a los fieles conocer exactamente la clase y número de las oraciones.
Como los fieles se sirven del misal como de un alimento de su piedad, no tengan reparo alguno en añadir o quitar algunas oraciones, o en cambiarlas por otras, porque a ellos no obliga ni el número ni la calidad. Recordemos las palabras de Pío XI: Actualmente en todas partes se hace liturgia, pero no siempre como sería necesario y Nós quisiéramos. Con frecuencia se da más importancia al aspecto externo, a la materialidad de las cosas, siendo así que lo más importante es el espíritu: rogar siguiendo el espíritu de la Iglesia en la plegaria. Y la Iglesia, continúa el mismo Papa, acepta modos deficientes e imperfectos de oración, porque se hace cargo de la flaqueza humana: lo que importa es rogar. De una manera semejante habla el Papa Pío XII.
No hay que leer la Misa sólo por leerla. Vale más leer poco despacio y con atención, que mucho y de prisa. Son de tanta unción espiritual las oraciones de la Iglesia que, cuanto más se leen, más gusto y pasto se halla en ellas.
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Tomado de Una Voce Cádiz.

miércoles, 21 de octubre de 2009

El material litúrgico (III).

Ornamentos litúrgicos.
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Los ornamentos sagrados que el sacerdote se viste para la celebración de los Santos Misterios, reciben del Obispo, o de un sacerdote autorizado, una bendición que los aparta para siempre del uso vulgar.
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EL AMITO.
Lienzo blanco de cáñamo o de lino, cubría en otro tiempo el cuello y la espalda : hoy no envuelve más que el cuello de la sotana.
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EL ALBA.
Amplia túnica de lino que desciende como la sotana hasta los pies, adornada con encajes, no es más que la larga túnica de lino que llevaban los romanos. Es la vestidura litúrgica más antigua; fue adoptada por el clero para la Liturgia Eucarística. El alba acortada para los clérigos de Órdenes menores, ha dado origen a la sobrepelliz y al roquete de los canónigos. Es símbolo de pureza.
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EL CÍNGULO.
Indispensable para sujetar el alba, es el signo de la castidad.
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EL MANÍPULO.
Banda pequeña de género igual a la casulla, que rodea el brazo izquierdo del sacerdote, tiene su origen en el lienzo del cual se servían en la antigüedad para enjugarse el rostro y las manos, y para tomar diversos objetos. No parece haber sido adoptado por la Liturgia romana antes del siglo XII. Simboliza el trabajo y el dolor.
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LA ESTOLA.
Banda mayor del mismo género que el manípulo y la casulla, era primitivamente una especie de chal más largo que ancho, que cubría las espaldas y venía a caer por delante del pecho. Cuando la iglesia romana la adoptó hacia el siglo VII, había cambiado bastante de forma y constituía más bien una insignia que un vestido. El sacerdote la cruza sobre el pecho y el diácono la pone sobre el costado izquierdo en forma de aspa. Se la considera como símbolo de inmortalidad y de inocencia reconquistada.
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LA CASULLA.
Reducida actualmente a una especie de gran escapulario que deja los brazos en libertad, era en otro tiempo una gran capa que caía hasta los pies, abierta únicamente por la parte superior para dejar pasar la cabeza. Lleva ordinariamente la imagen de la Cruz y simboliza el yugo de Jesucristo.
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EL COLOR DE LOS ORNAMENTOS.
Los colores propiamente litúrgicos son seis: blanco, rojo, verde, morado, negro y rosáceo.
El blanco, emblema de la inocencia, sirve para las fiestas de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen, de los Confesores, de las Vírgenes y de las Santas Mujeres.
El color blanco se usa en el Tiempo de Navidad, Epifanía, Pascua, Ascensión, Corpus, etc.; en las fiestas de la Virgen y de los Ángeles; en las de Santos no mártires, etc.; y, aunque hayan sido mártires, cuando no se celebra su martirio.
El color blanco denota alegría, exaltación, pureza, inocencia.
El rojo, color de sangre y de fuego, está reservado para los días siguientes : Pentecostés, en recuerdo del Espíritu Santo, que descendió sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego; las fiestas que tienen por objeto la Cruz y los misterios de la Pasión de Nuestro Señor; las fiestas de los apóstoles o de los mártires que derramaron su sangre por Jesucristo.
El color rojo simboliza el amor, la caridad, derramamiento de sangre, etc.
El verde, símbolo de la esperanza y del reposo que gozaremos en la otra vida, se usa en las Domínicas menores, después de Epifanía y después de Pentecostés; en las ferias menores desde Epifanía hasta el sábado antes de Septuagésima.
El color verde representa esperanza y deseos de alcanzar el Cielo por los méritos de Jesús.
El morado simboliza la tristeza y penitencia; se usa ordinariamente en las Misas del Tiempo de Septuagésima, Cuaresma y Pasión; en los Domingos y ferias de Adviento; en las vigilias comunes, menos en la de la Ascensión; en la bendición de las Candelas, Ceniza y Palma; en las Misas de Témporas, etc.
El color morado significa penitencia, mortificación, tiempo de oración y de ayuno.
El negro se emplea siempre que se celebra Misa de difuntos y el día de Viernes Santo.
El color negro simboliza tristeza, dolor, muerte.
El color rosáceo puede usarse solamente el Domingo 3º de Adviento (Gaudete) y 4º de Cuaresma (Laetare).
Este color significa alivio en la penitencia.
En muchas diócesis de España y en Latinoamérica hay privilegio de la Santa Sede de poder usar el color azul celeste en la festividad de la Inmaculada Concepción y misa votiva del mismo misterio, no en las fiestas de Lourdes, Medalla Milagrosa, Corazón de María, etc.
Los colores litúrgicos fundamentales, según el código de 1960, pueden sustituirse por otros, siempre por decisión de la jerarquía eclesiástica, en tierras de Misiones, donde la significación de determinado color se oponga a la señalada anteriormente.
En las Misas votivas se usa el color propio de cada Misa; pero en las votivas rezadas de 4a clase puede usarse el color propio del día litúrgico, reservando siempre el color morado y el negro para las Misas que los exigen.
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Tomado de Una Voce Cádiz.

martes, 20 de octubre de 2009

El material litúrgico (II).

Objetos litúrgicos.
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EL INCIENSO.
El uso del incienso en las Misas solemnes es general en la Iglesia católica.
El fuego del incensario expresa los sentimientos de adoración, alabanza, gratitud, sumisión, en una palabra: la oración de la Asamblea Cristiana a Dios.
EL PAN Y EL VINO.
La Iglesia latina se sirve para la consagración el pan ácimo, es decir, sin levadura. Funda su práctica en el hecho de que Nuestro Señor habiendo instituido la Eucaristía la víspera de su muerte, es decir, el día de los ácimos, no pudo servirse más que de este pan, porque la ley prohibía a los judíos, bajo pena de muerte, tener en sus casas pan fermentado en ese día.
Ordinariamente se imprime en él la imagen de Jesucristo en la cruz o algún otro emblema religioso.
El vino debe de ser puro y de buena calidad. Sólo el vino procedente de uva puede ser consagrado.
LAS SACRAS.
En número de tres, especies de cuadros, puestos el más grande en medio, y los otros dos a cada lado del altar: contienen impresas diversas oraciones de la Misa y sirven para ayudar a la memoria del sacerdote.
LAS VINAJERAS.
Dos jarritas de cristal con el vino y el agua. Se las coloca sobre la credencia que hay a la derecha del altar.
LA CAMPANILLA.
Que se toca aun en los oratorios privados.
EL CÁLIZ.
Es el vaso sagrado en el cual se hace la consagración del vino en la preciosa sangre de Jesucristo. La copa debe ser de oro o por lo menos de plata sobredorada en el interior.
LA PATENA.
Es un platito del mismo metal que el Cáliz, destinado a recibir la Sagrada Hostia.
EL COPÓN.
Copa de forma semejante al Cáliz, provista de una tapa, en la que se conservan las Hostias para la comunión.
LA CUSTODIA.
Es una pieza de orfebrería (sol de oro) destinada a exponer la Sagrada Eucaristía a la veneración de los fieles.
EL CORPORAL.
Lienzo sobre el que reposa el Cuerpo de Nuestro Señor : en tiempos antiguos era tan largo y ancho como la mesa del altar y tan amplio que se le doblaba sobre el Cáliz para cubrirlo. Por comodidad se le ha reducido considerablemente.
LA PALIA.
Lienzo de forma cuadrada, que sirve para cubrir el Cáliz después de la consagración. Corporal y palia deben de ser de cáñamo o de lino.
LA BOLSA.
Especie de carpeta recubierta de tela, que contiene el corporal doblado.
EL PURIFICADOR.
Sirve para enjugar los labios y dedos del sacerdote, así como el Cáliz después de la comunión.
EL PAÑO DE MANOS.
Lienzo pequeño con el cual el sacerdote se enjuga los dedos al Lavabo éste y el velo del Cáliz, no son lienzos sagrados: pueden ser tocados por todos.
*
Tomado de Una Voce Cádiz.

lunes, 19 de octubre de 2009

El material litúrgico (I).



El Altar.
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Está prohibido celebrar el Santo Sacrificio si no es sobre un altar consagrado. Constituye el altar la parte más importante de la Iglesia.
Los templos protestantes, donde no se ofrece ningún sacrificio, no poseen altar; no son más que simples lugares de reuniones piadosas. En la Iglesia latina el altar está puesto de manera que a ser posible lo vean todos los asistentes : también está generalmente un poco elevado del suelo. Unas gradas, por lo regular de número impar (1, 3, 5), conducen a él.
El altar represento a Jesucristo, llamado por San Pablo piedra angular de la Iglesia.
El altar puede ser fijo y móvil, según como esté construido. Se llama fijo cuando está formado por una sola piedra, que ocupa todo lo largo y ancho de la mesa, y está sostenido por columnas, a las cuales está fijamente unido. Esta piedra, consagrada por el Obispo y ornada con cinco cruces, constituye el altar propriamente dicho. El altar se llama móvil cuando está formado por una piedra cuadrangular, que se coloca en el centro de la mesa, la cual puede ser de madera u otro material.
Ya desde un principio acostumbró la Iglesia celebrar sobre los sepulcros de los Mártires; y al multiplicarse los templos, llevaba a ellos con solemnidad las reliquias de los mismos.
El altar, ya fijo, ya móvil, ha de ser consagrado por el Obispo. Las ceremonias de la consagración de un altar fijo son muy solemnes y majestuosas.
En todo altar, fijo o móvil, se hace un pequeño hueco en la parte central anterior, llamado sepulcro, donde se colocan algunas reliquias de santos Mártires y de otros Santos. El sacerdote lo besa varias veces durante el Santo Sacrificio.
El altar ha de cubrirse con tres manteles de lino o cáñamo, limpios y bendecidos por el Obispo o por quien tenga facultad de hacerlo.
El altar es la mesa donde se celebra el santo Sacrificio de la Misa, renovación del Sacrificio del Calvario. San Pablo lo llama Mesa del Señor.
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EL SAGRARIO.
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La Sagrada Eucaristía se conserva en el Sagrario. Sus paredes interiores son doradas, o por lo menos forradas de seda blanca; el exterior debe de estar recubierto de cortinillas llamadas conopeo, cuyo color varía como el de los ornamentos litúrgicos. El Sagrario no debe tener encima ningún otro adorno más que el Crucifijo : ni flores ni dosel.
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EL RETABLO.
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Llámase retablo lo que se extiende detrás del altar y a lo alto de la pared para colocar las imágenes de los Santos, que forman como la corona de Jesús. El retablo es cosa accesoria que sirve para dar mayor esplendor y suntuosidad al mismo altar.
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EL ALUMBRADO.
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La Iglesia ha limitado a seis el número de candeleros puestos sobre las gradas del Altar y dominados por la Cruz. Para la celebración de la Misa, se requieren por lo menos dos velas encendidas. Deben de ser de cera pura o al menos que predomine en su composición. Delante del altar donde se halla la Sagrada Eucaristía, debe lucir una lámpara noche y día, alimentada por aceite de oliva u otro aceite vegetal.
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Tomado de Una Voce Cádiz.

domingo, 18 de octubre de 2009

Domingo XX después de Pentecostés.

(II clase, verde) Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
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Como los tres jóvenes, ilesos en la hoguera del tirano, "llenos del Espíritu Santo", cantemos himnos a Dios que nos salva.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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El Evangelio de la Sancta Missa nos muestra la curación del hijo de un cortesano. La condición que pone el Salvador para la curación es la fe: fe de parte de todos en general, y en especial la exige al cortesano, para que su hijo sea curado. Apenas formula el cortesano su petición, prorrumpe el Salvador en estas palabras: Está bien: milagros, y grandes milagros deben de ser obrados; de otro modo no creéis en mí (Jn IV, 48). Los judíos, siguiendo el ejemplo de los samaritanos que creyeron sin milagro alguno, debieran haber creído en Jesús por el testimonio del Bautista y por su autorrevelación; mas en atención a su anhelo por los milagros, y teniendo en cuenta que en la mayor parte de los casos no los pedían con mala intención, como los fariseos, sino movidos por la necesidad, el Señor accedía bondadosamente a sus ruegos.
Este señala aquí la significación y el objeto de los milagros, que no son otros que despertar y robustecer la fe. La reprensión que envuelven las palabras de Cristo va dirigida a los judíos, pero, para el cortesano, no es más que una prueba y un medio de animarle a la fe. En concreto, la condición consistió en que, bajo su palabra, creyera y tuviese por seguro que, al volver a su casa encontraría vivo y sano a su hijo, sin necesidad de que el Salvador fuese con él. En esto demostró el Salvador su sabiduría y su bondad; no se contentó con curar milagrosamente al enfermo, sino que también quiso curar el alma del padre, por la fe y la confianza.
La curación de este joven es uno de los pocos milagros que obró el Salvador sin su presencia personal en el lugar del hecho, y es por consiguiente un milagro absoluto, que por lo tanto demuestra la omnipotencia divina del Salvador, la cual puede obrar por todas partes y sean cuales fueren las circunstancias.
El milagro fue comprobado por la noticia dada por los criados a su señor, de que la curación había tenido lugar a las siete de la mañana, o sea, al tiempo mismo que Jesús aseguró que el joven estaba curado. Caná dista de Cafarnaúm unas siete u ocho horas. La palabra ayer debe, pues, entenderse en el mismo sentido usado por nosotros, o bien, por cuanto los judíos empezaban el día, la víspera anterior, debe entenderse el día mismo en que el cortesano habló con el Señor.
De todos modos, y sea esto lo que fuere, esta curación es un milagro importante y trascendental; primeramente, porque sus circunstancias demuestran la fama de que ya entonces gozaba el Salvador; en segundo lugar, por la manera de realizarse, o sea, sin la presencia personal de Cristo en el lugar donde el hecho se realizó; tercero, por la posición del hombre cortesano; y finalmente por los efectos que de él se siguieron, o sea que toda la familia creyó en Cristo. Seguramente que este ejemplo y la fama del milagro atrajo también a otros al Salvador.
Este hecho, como muchos otros, demuestra las ventajas de las contrariedades y tribulaciones temporales. Estas nos hacen pensar en Dios, aspirar a Él y buscarlo. Las dichas temporales nos hacen olvidar fácilmente a Dios. Pero las desgracias nos hacen sensibles, tiernos y humildes. El cortesano busca él mismo al Salvador y le ruega humildemente y repetidas veces. Nos inclinan también a la fe y a la confianza. Aunque, al principio, la fe del cortesano distaba mucho de ser perfecta, por cuanto creía que la presencia del Salvador era necesaria para curar a su hijo; pero fácilmente aceptó y cumplió la condición de creer sinceramente que su hijo estaba sano o sanaría por la simple palabra de Cristo.
Las tribulaciones, en fin, nos hacen agradecidos y despiertan nuestro celo por las almas. El buen cortesano gano a toda su familia para el Salvador, y así la desgracia contribuye también para servicio y honra de Dios.
Pidamos al Señor avive nuestra fe cual la del cortesano. Que así sea.
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En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

sábado, 17 de octubre de 2009

Visitas al Santísimo Sacramento del Altar, II.


“Oh Jesús, la pequeñez de tu Hostia me habla:

-De tu pequeñez cuando viniste al mundo: te hiciste niño.

-De tu pequeñez en tu familia: elegiste por padres unos pobres carpinteros.

-De tu pequeñez en tu patria: tuviste por pueblo a Nazaret, de donde se decía no podía salir cosa buena, y te hiciste de nación judío, la raza más despreciada de la tierra.

-De tu pequeñez en tus relaciones sociales: tu círculo social eran los niños, los pobres y los enfermos. “Venid a mí todos los que estáis cansados y cargados”.

-De tu pequeñez en tus apóstoles: eran unos pobres pescadores de Galilea.

-De tu pequeñez en tus pretensiones terrenas: huiste cuando quisieron nombrarte rey, y tu doctrina fue el sacrificio, la humillación, la pobreza”.

“Oh Jesús, aquí estas en el Sagrario:

-Olvidado: ¿quién se acuerda de los que pasan por la calle de que estás en el sagrario?

-Despreciado: ¿quién estima la Misa, la Comunión y las visitas a Jesús Sacramentado?

-Ultrajado: ¡cuántas blasfemias contra este Sacramento de Amor!

-Perseguido: ¡cuántas irreverencias y profanaciones de iglesias y de sagrarios!

-Maltratado: ¡cuántos sacrilegios de los que como Judas se acercan al comulgatorio en grave pecado!

-Amado: a cambio de todo esto yo quiero amar con todo el corazón, en tu amor abrasado”.

“Memoria de Cristo, que yo te recuerde.

-Entendimiento de Cristo, que yo te conozca.

-Voluntad de Cristo, que yo te desee.

-Pies de Cristo, que yo os busque.

-Ojos de Cristo, que yo os encuentre.

-Corazón de Cristo, que yo te ama siempre”.

Fuente: Cien visitas a Jesús Sacramentado de Saturnino Junquera, S.J.

viernes, 16 de octubre de 2009

Visitas al Santísimo Sacramento del Altar.


Oh Jesús, la puertecita de tu sagrario me recuerda que tú dijiste un día: “Yo soy la puerta”.

-Sí, Tú eres la puerta del cielo.

-Puerta bien visible: sólo no la ve el que no quiere verla.

-Puerta sin salida: del cielo no se sale una vez que se entra.

-Puerta siempre franca: por ella puede entrar y se invita a que entre todo el que quiera.

-Puerta estrecha: como estrecha fue, oh Señor, la norma de tu vida y la norma de tus preceptos.

-Puerta única: para entrar en el cielo no hay otra puerta”.“Oh Jesús:

-La reina de Saba vino a visitar a Salomón; y nosotros no venimos a visitarte en el Sagrario.

-Los pastores vinieron a adorarte en la cueva de Belén; y nosotros no venimos a adorarte en el Sagrario.

-Los Reyes Magos vinieron desde lejanas tierras a ofrecerte sus dones, y nosotros no venimos a ofrecerte los nuestros en el Sagrario.

-Las turbas te buscaban para escucharte, hasta en el desierto, donde multiplicaste los panes; y nosotros no venimos a escucharte en el Sagrario.

-Los leprosos, los mudos, los sordos, los ciegos, los inválidos y toda clase de enfermos iban en busca tuya para que los curases; y nosotros no venimos para que nos cures en el Sagrario.

-La piadosas mujeres vinieron al sepulcro para honrar con sus ungüentos y aromas tu cadáver; y nosotros no venimos a honrarte vivo en el Sagrario”.“Oh Jesús, yo quisiera ser:

-Como un copón de oro para guardarte.

-Como una custodia engastada para mostrarte.

-Como una lámpara esplendorosa para alumbrarte, y como un ramillete de frescas rosas para adornarte.

-Como un incensario inmenso para adorarte.

-Como un órgano gigantesco para ensalzarte.

-Como blanca harina de trigo para en Ti transformarme”.

Fuente: Cien visitas a Jesús Sacramentado por Saturnino Junquera, s.j.

jueves, 15 de octubre de 2009

Santa Teresa de Jesús, Virgen.

“Santa Teresa nos ha dejado constancia de cómo con la oración salen adelante los “imposibles”, aquello que humanamente parecía insuperable, y que el Señor a veces nos pide.
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“Más de una vez a lo largo de su vida escucho estas palabras del Señor: ¿Qué temes? Y aquella mujer –mayor, enferma, cansada- recibía ánimo para sus empresas y volvía a la brecha superando todos los obstáculos. Un día después de la Comunión, cuando su cuerpo parecía resistirse a nuevas fundaciones, oyó en su interior a Jesús, que le decía: “¿Qué temes? ¿Cuándo te he faltado Yo? El mismo que he sido, soy ahora; no dejes de llevar a cabo esas dos fundaciones” –se refería el Señor a Palencia y Burgos-. La Madre Teresa exclamó: “¡Oh, gran Dios, cómo son diferentes vuestras palabras a las de los hombres”. Y “así –prosigue la Santa- quedé determinada y animada que todo el mundo no bastara a ponerme contradicción”. Años más tarde escribirá de la fundación hecha en Palencia, que se presentaba llena de dificultades: “En esta fundación nos va todo tan bien, que no sé en que ha de parar”. Y en otro lugar: “Cada día se entiende más cuán acertado fue hacer aquí esta fundación”. (…) Nunca la dejó sola el Señor.
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“Es en la oración donde sacamos fuerzas para ir adelante, para llevar a cabo lo que el Señor nos pide. Y esto se cumple igualmente en la vida del sacerdote, de la madre de familia, de la religiosa, del estudiante…Por eso es grande el empeño del demonio en que dejemos nuestra oración diaria, o en la hagamos de cualquier manera, mal, pues “sabe el traidor que tiene perdida el alma que persevere en la oración y que todas las caídas que pueda tener la ayudan después, por la bondad de Dios, a dar un salto mayor en su servicio al Señor: algo le va en ellos”. Las almas que han estado cerca de Dios siempre nos han hablado de la importancia capital de la oración en la vida cristiana. “No nos extrañe, pues –enseñaba el Santo Cura de Ars-, que el demonio haga todo lo posible para movernos a dejar la oración o a practicarla mal”.
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“La oración es el fundamento firme de la perseverancia, pues “el que no deja de andar e ir adelante –enseña la Santa-, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración”.“Hagamos el propósito de no dejarla nunca, de dedicarle el mejor tiempo que nos sea posible, en el mejor lugar, delante del Sagrario cuando nuestros quehaceres lo permitan”.
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Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Tomo VII.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Homilía de la Sancta Missa en memoria de Pío XII, Barcelona, España.

Pronunciada por mossèn Francesch Espinar i Comas, párroco de San Juan Bautista de Barcelona, en la iglesia parroquial de San Juan María Vianney, el 9 de octubre de 2009.
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En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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Reverendo Padre Mariné, hermanas y hermanos todos:
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Hace medio siglo acababa la peregrinación terrestre de Pío XII, un papa que marcó época y puede ser considerado entre los más grandes de los tiempos modernos. Algunos de los que están aquí presentes lo recuerdan como el papa de su niñez y juventud, crecieron a la luz y bajo la sombra de su largo pontificado de casi veinte años, fueron, por así decirlo, católicos de una era de esplendor del Catolicismo, que podemos con justicia llamar “pacelliana”. Otros nacimos después de su muerte, pero llegamos a conocerlo y a admirarlo gracias a nuestros padres y abuelos y a que su influjo en la vida de la Iglesia no sólo no se ha apagado, sino que se hace cada vez más vigente hoy, cuando el tiempo va poniendo a los personajes y los acontecimientos de la difícil época postconciliar en su justa perspectiva, gracias a la sabiduría del Santo Padre Benedicto XVI, felizmente reinante.
Las modas pasan, lo clásico queda. Y esto no es cierto sólo referido al Arte o a toda manifestación de la creatividad humana: también lo es respecto de las creencias, de la fe. La Iglesia cuenta con la Tradición como criterio de lo que es perenne y de lo que es efímera producción del capricho humano. Pero, ¡ojo!, “Tradición” no significa mero conservadurismo ni inmovilismo. La Tradición es ese padre de familia del Evangelio que saca de su tesoro cosas nuevas y antiguas. La misma palabra “traditio”, significa “transmisión”, “entrega”. Pero no se transmite ni se entrega sino lo que previamente se considera que puede servir en el futuro. Lo demás, lo inútil o lo estropeado se descarta. Así pues, la Tradición selecciona en cada momento lo que vale la pena que sea transmitido a las generaciones sucesivas y deshecha lo que sólo puede constituir un lastre, que quizás fue útil en su momento, pero ahora ya no funciona.
Esta consideración nos lleva a concluir que Pío XII no fue un papa conservador ni inmovilista, pero fue un papa tradicional, en el mejor de los sentidos, pues preservó la fe como el que más, pero estuvo siempre atento a las exigencias de los tiempos y a las necesidades de los fieles. El mismo pontífice que se sometía al antiguo y fastuoso ceremonial papal, apareciendo como una figura mayestática de otros tiempos, era el mismo que asombraba a sus auditorios más selectos y exigentes con alocuciones de la mayor actualidad y competencia en los temas más diversos. Podría citar innumerables ejemplos de cómo Pío XII fue un adelantado en diferentes aspectos del catolicismo: en materia litúrgica y sacramental, en la internacionalización del Sacro Colegio y de la Curia Romana, en la promoción de nuevas formas de vida consagrada, en el fomento del apostolado seglar, en la conveniencia de una opinión pública en la Iglesia, en la importancia que atribuyó a los modernos medios de comunicación de masas, en la renovación de los estudios bíblicos y un largo etcétera.
Pero quiero centrarme en algo que me parece de una especial importancia: la actividad misionera de la Iglesia. Pío XII fue el Papa de las Misiones, a las que dio lo que podemos considerar su “magna carta”: la encíclica Fidei donum, la conmemoración de cuyo quincuagésimo aniversario en 2007 abrió las celebraciones del año pacelliano 2008-2009 que estamos concluyendo. Como decía el sacerdote mercedario que pronunció la brillante conferencia de aquel día, este documento del papa Pacelli fue un revulsivo para todos los misioneros y los conmovió profundamente. Lo que venía a decir el Santo Padre era que el don de la Fe debía comunicarse a todas las gentes para extender el reinado de Jesucristo y edificar la ciudad de Dios ya en este mundo, contribuyendo así a una auténtica promoción humana. Pío XII sostenía que la Iglesia es misionera por vocación y que las misiones, en consecuencia, son cosa de todos, cada uno según sus posibilidades, y en ellas se colabora mediante la oración y el sacrificio, la cooperación económica y el fomento de vocaciones misioneras. En aquellos años el Papa miraba especialmente al África y sabe Dios que sus desvelos por ella dieron óptimos frutos. El sínodo de África, que tiene lugar actualmente en Roma, es testimonio de la abundante cosecha que produjo la intensiva siembra de la Fe en ese continente tan golpeado pero tan esperanzador en tiempos de Pío XII, que siguió en ello las huellas de sus predecesores, especialmente su amado mentor Pío XI.
Eugenio Pacelli estaba imbuido de la gran idea de Cristiandad, quería que la Iglesia estuviera presente y fuera pujante en todos los rincones de la Tierra para la conquista espiritual de un mundo roto por los egoísmos y las guerras. De hecho, después de la Segunda Guerra Mundial, fue el Catolicismo la fuerza más dinámica para la reconstrucción de Europa y de la civilización. Esa idea de Cristiandad, que compartía con el papa Ratti (cuyo lema era “Pax Christi in Regno Christi”), fue la que inspiró no sólo su pontificado, sino, ya antes, su labor al servicio de la Santa Sede, como diplomático y, sobre todo, como Secretario de Estado. En este sentido, sus viajes como legado pontificio de Pío XI tienen especial significación. Hoy me quiero referir concretamente al que hizo en 1934 para asistir, como representante del Papa, al XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, y lo hago por dos motivos: porque este año se cumple el 75º aniversario de tan magno evento y del paso del entonces cardenal Pacelli por nuestra querida ciudad de Barcelona rumbo a la Argentina y viniendo de ella, y porque está hoy entre nosotros, como invitado de honor, alguien que fue testigo presencial de esa breve visita y tuvo la oportunidad de saludar al ilustre purpurado: el R.P. José Mariné Jorba.
La Iglesia Católica en Hispanoamérica se había resentido del sistema del regio patronato, que interponía a la Corona Española como intermediario necesario –y, a veces, incómodo– entre ella y Roma. Al producirse la independencia de las naciones que habían formado el Imperio Español en América, muchos obispos, fieles a la metrópoli, se marcharon de vuelta a la Península, dejando a la Santa Sede en una posición incómoda frente a los nuevos regímenes, algunos de los cuales eran francamente hostiles a la Iglesia. Aunque Roma obró con la máxima prudencia y acabó aceptando la realidad de los hechos, lo cierto es que las iglesias de los distintos países no tenían una fluida comunicación con ella ni entre sí. El Congreso de Buenos Aires, con la presencia de un legado papal (cosa extraordinaria en una época en la que los Papas no viajaban y los cardenales eran relativamente pocos, lo que aumentaba su prestigio), fue una magnífica ocasión para que se reunieran los prelados del Nuevo Mundo y compartieran unos días de intensa comunión eclesial. Además, muchos otros dignatarios del Viejo Continente y del resto del mundo se hallaron también presentes, mostrando la universalidad de la Iglesia. El Congreso, pues, constituyó una experiencia extraordinaria para el catolicismo americano, cuya importancia puede parangonarse a la de la celebración del Concilio Limense III, que a finales del siglo XVI organizó el catolicismo en las tierras recién incorporadas a España.
La presencia del cardenal secretario de Estado Pacelli en América fue un acontecimiento que dejó indeleble impronta en los ánimos de todos: grandes y humildes, jefes de Estado y de Gobierno y súbditos, altos prelados y fieles sencillos… La misma que dejaría a su paso por Barcelona. Dos veces estuvo aquí: la primera el 25 de septiembre de 1934, a la ida (realizaría otra escala en Las Palmas de Gran Canaria antes de lanzarse a la travesía del Atlántico), y otra el 1º de noviembre siguiente, a la vuelta, invitado por el General Domingo Batet, capitán general de Cataluña (que acababa de sofocar con el mínimo de destrucción y violencia la insurrección de la Generalitat que había tenido lugar a principios de octubre). Fue en la primera de esas ocasiones cuando, conducido al puerto por su obispo (el futuro mártir monseñor Manuel Irurita) junto con sus otros condiscípulos, tuvo el joven seminarista menor José Mariné la preciosa oportunidad de saludar al cardenal legado de Pío XI. La impresión que aquél tuvo de la majestad y el ascetismo del estilizado príncipe de la Iglesia quedó para siempre grabada en su espíritu y reforzaría a buen seguro su vocación. Pasadas las vicisitudes de la Guerra, el seminarista Mariné logró culminar los estudios del seminario y su preparación y fue ordenado en 1944 por el Dr. Gregorio Modrego y Casaus, arzobispo eminentemente pacelliano, que protagonizaría otro memorable Congreso Eucarístico Internacional: el de Barcelona de 1952, convocado y llevado a cabo en completa sintonía con Eugenio Pacelli, convertido en el papa Pío XII.
Puede decirse que el sacerdocio de Mossèn Mariné se moldeó y adquirió su carácter definitivo teniendo a la vista estos dos grandes ejemplos de sacerdotes y pastores: Pío XII y el arzobispo Modrego. Los primeros catorce años de su ministerio coinciden con la época dorada de ambos pontificados. Y nuestro querido padre espiritual fue un discípulo ciertamente aventajado. Por allí por donde pasó dejó un recuerdo imborrable: por su caridad, por su dedicación, por su celo por las almas. No es necesario abundar en el encomio porque todos los que lo conocen saben perfectamente de la calidad humana y sentido cristiano de Mossèn Mariné, en quien saludamos a un sacerdote ejemplar, que a sus casi noventa años (que cumplirá en tres días, en la fiesta del Pilar), sigue en la brecha del buen combate por Dios y por la salvación de las almas, como eterno misionero en el estilo y el espíritu de Pío XII. Que Dios le premie, querido Don José, por ser apoyo y modelo de tantos sacerdotes, por ser solícito con tantos feligreses, por ser caritativo con tantos necesitados y por su incomparable apostolado para con los moribundos.
Con este triple recuerdo y homenaje: el del gran papa Pío XII, el del XXXII Congreso Eucarístico de Buenos Aires y el paso del cardenal Pacelli por Barcelona, y el de Mossèn Mariné, prosigamos la Santa Misa, que celebramos en el rito romano clásico, que tanto ilustró el papa Pacelli con su encíclica Mediator Dei y que nuestro Santo Padre Benedicto XVI quiere que vuelva a tener el puesto que le corresponde en la vida de los católicos, rito que, por cierto, siempre ha celebrado el Padre Mariné, sin ninguna rebelión ni espíritu de discordia, sino con la serenidad de quien está en consonancia con los Romanos Pontífices y siente con la Iglesia.
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Ave María Purísima.

martes, 13 de octubre de 2009

Qué produce nuestra Sancta Missa.


¡Qué sencillez tan sublime la de nuestra Missa! ¡Qué dicha tan grande la de los católicos a los que la Iglesia procura cada Domingo, y todos los días si ello es posible, una tan profunda intimidad con Jesucristo, Dios y Hombre verdadero!
Nuestra Missa nos hace experimentar la alegría de pertenecer a la gran familia católica. No podemos imaginarnos cuánto nos enriquece esta oración colectiva respetuosa con la personalidad de cada cual y que sólo sacrifica los errores, abusos y lagunas del subjetivismo. Al rezar “en plural” oramos por todos y con todos los católicos, con los fervientes que nos arrastran y con los pecadores a los que ayudamos. Alentados por los unos, sostenemos a los otros. Insertamos nuestros deseos y nuestras quejas en, la gran súplica de toda la Iglesia. En la Missa nos debemos levantar juntos, arrodillar juntos, pronunciar juntos las mismas oraciones. Si me parece que lo que leo no responde a mi actual estado de ánimo, rogaré por aquellos de mis hermanos a quienes pueda convenir; y al decirla con humildad, descubriré a veces que también yo lo necesitaba. Si determinado pasaje de las lecciones recuerda un deber que no me concierne, rogaré entonces por aquellos de mis hermanos que tengan que observarlo ¡Qué bueno es olvidarse de uno mismo rezando! Ese es el medio de entrar en los caminos del amor divino. Aliviado de la preocupación de mi mismo, podré esperar a Dios y descansar en Él.
Nuestra Missa es un inmenso acto de caridad pues es la oración de Jesucristo y de Su Cuerpo Místico. Formamos parte del concierto de los ángeles; rezamos con todos los elegidos del Cielo y en primer lugar con la Bienaventurada Siempre Virgen María (como los discípulos en el Cenáculo) y con los santos apóstoles; ofrecemos los frutos del Santo Sacrificio por las ánimas del Purgatorio. En la Missa oramos con y por todos los católicos de la Tierra; con y por supuesto con el Santo Padre el Papa y por nuestros obispos; la oración del más humilde sube hacia Dios con la del más grande. El contemplativo y el misionero, el rico y el pobre, el sabio y el estudiante ofrecen todos la misma Víctima.
En la Missa. el espacio y el tiempo se desvanecen; estamos en el eterno «hoy» de Dios. Nuestra Missa es la misma que se celebra en todo el derredor del Planeta. Sobre toda la Tierra cuando una Missa acaba empieza otra; alrededor de trescientas mil Missas se suceden continuadamente en el curso de los ochenta y seis mil segundos que componen las veinticuatro horas del día. Con nuestra Missa damos gracias como San Policarpo y San Cipriano, profesamos la misma fe que confesaron los mártires en los potros de tortura, recibimos la misma «Eucaristía» de la que obtuvieron el valor para entregar sus cuerpos y para derramar su sangre por amor de Cristo, que dio su Cuerpo y vertió su Sangre por nosotros lo mismos que por ellos. El Padre de los Cielos oye nuestra oración al mismo tiempo que la de todos ellos y al mismo tiempo que la de los católicos que un día nos relevarán para que nosotros vayamos a celebrar la Missa del Cielo. Cuando casi todos nosotros hayamos desaparecido de la escena uno de los niñitos que están aquí será tal vez un digno sacerdote que presidirá para unos católicos que todavía no han nacido, la misma Missa que hemos cantado hoy. Y durante tantos siglos como Dios quiera, la Iglesia repetirá la liturgia de Nuestra Missa. El Amén de las generaciones futuras será el eco del nuestro. Nuestra Misa domina los siglos; la Tierra es un vasto altar en el que Cristo y sus miembros ofrecen a Dios una eterna alabanza y la Humanidad redimida no forma ya --la frase es de San Agustín-- más que un hombre único cuya oración dura hasta el fin de los tiempos.
Igual que los Discípulos después de la última bendición de Jesús regresaron a Jerusalén llenos de alegría, nosotros vamos a continuar también el Sacrificio de Cristo en nuestra vida, mezclando la ofrenda de nuestras acciones cotidianas con la de Nuestro Redentor. Ese es el sentido de la oración “Actiones nostras” que el sacerdote reza des­pués de la Missa cuando deja los vestidos litúrgicos: ¡Rogámoste, Señor, que te dignes prevenir con Tu inspiración nuestras acciones y acompañarlas con Tu auxilio, para que toda oración y obra nues­tra tenga en Ti su principio, y sostenida por Ti llegue a su término!
Nuestra Missa se proseguirá en nuestra vida si ofrecemos a Dios nuestro trabajo de cada día uni­do al Sacrificio de Jesús. La obediencia a vuestros deberes de estado prolongará la adoración de vuestra Missa. Vuestras fatigas y vuestras penas ofrecidas a Dios con los sufrimientos del Salva­dor en el Calvario, continuarán la propiciación de vuestra Missa ¿Acaso no las habéis presentado en el Ofertorio con vuestros trabajos diarios y con las tareas de la casa? La mano que levanta un pesado instrumento, y la que se crispa de tanto escribir o y la que empuja pacientemente la aguja, continúan ofreciendo a Cristo, cuando el católico lo ha recibido en la Missa. Vosotros haréis así de vuestra vida una «anáfora» una elevación a Dios.
Convertidla igualmente en una donación de Cristo a vuestros hermanos asociándolos por vuestra caridad a los dichosos efectos de vuestra Comunión. «La Comunión sin las obras de caridad -escribe monseñor Gerbert- sería un sacrificio sin acción de gracias.» Siendo benévolos y serviciales, pacientes e indulgentes daréis a los demás los frutos del Evangelio y os adheriréis más a Cristo, que los produce en vosotros. «Cuando te arrojas a las rodillas de tus hermanos -dicé Tertuliano- es a Cristo a quien te abrazas, es a Cristo a quien ruegas.
La Missa es, finalmente el foco de toda vida apostólica. Cuando vemos caer el ateísmo sobre el mundo, materializando las almas, rebajando las aspiraciones humanas únicamente a los goces de la Tierra y exaltando el egoísmo en todas las esferas de la sociedad, podemos preguntamos si cabe detener tan devastador azote. Es necesario un milagro: sólo Dios puede destrozar las fuerzas del mal. Pero ese milagro está a nuestro alcance es nuestra Missa, que al renovar el sacrificio de la Cruz, opone el Reino de Dios al reinó del pecado. La Missa es el antídoto de la blasfemia; por ella crece y se desarrolla en las almas el espíritu de Jesús. «Cuando el sacerdote celebra, edifica a la Iglesia», la construye, la eleva, la amplifica. Católicos, volvamos llenos de alegría a la tarea de la reconstrucción del mundo, en todas las naciones y hasta el fin de los siglos. Comprendamos, amemos, vivamos nuestra Missa, y apresuraremos la victoria de Jesucristo.
«Él está allí.
»Está allí como el primer día.
»Está allí entre nosotros como el día de Su muerte.
»Está allí eternamente entre nosotros igual que el primer día.
»Su Cuerpo. Su mismo Cuerpo, cuelga de la misma cruz.
»Sus ojos. Sus mismos ojos tiemblan con las mismas lágrimas.
»Su Sangre. Su misma Sangre mana de las mis­mas llagas.
»Su Corazón. Su mismo Corazón sangra con el mismo mal.
»El mismo sacrificio inmola la misma Carne, el mismo sacrificio derrama la misma Sangre.
»Es la misma historia, exactamente la misma, eternamente la misma que sucedió en aquel tiempo y en aquel país y que sucederá todos los días de toda la eternidad.
»En todas las parroquias de toda la cristiandad»

Tomado de ICRSS.

lunes, 12 de octubre de 2009

La Sancta Missa como medio de santificación (V y final).

Disposiciones para el santo sacrificio de la misa.
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Alguien ha dicho que para celebrar o participar dignamente en una sola Missa harían falta tres eternidades: una para prepararse, otra para celebrarla o participar en ella y otra para dar gracias. Sin llegar a tanto como esto, es cierto que toda preparación será poca por diligente y fervorosa que sea.
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Las principales disposiciones son de dos clases: externas e internas.
a) Externas. Para el sacerdote consistirán en el perfecto cumplimiento de las rúbricas y ceremonias que la Iglesia le señala. Para el simple fiel, en el respeto, modestia y atención con que debe participar activamente en ella.
b) Internas. La mejor de todas es identificarse con Je­sucristo, que se inmola en el altar. Ofrecerle al Padre y ofre­cerse a sí mismo en El, con El y por El. Esta es la hora de pe­dirle que nos convierta en pan, para ser comidos por nuestros hermanos con nuestra entrega total por la caridad. Unión íntima con María al pie de la cruz; con San Juan, el discípulo amado; con el sacerdote celebrante, nuevo Cristo en la tierra («Cristo otra vez», gusta decir un alma iluminada por Dios). Unión a todas las Missas que se celebran en el mundo entero. No pidamos nunca nada a Dios sin añadir como precio infinito de la gracia que anhelamos: «Señor, por la sangre adorable de Jesús, que en este momento está elevando en su cáliz un sacer­dote católico en algún rincón del mundo». (7)
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La Sancta Missa celebrada o participada con estas disposiciones es un instrumento de santificación de primerísima categoría, sin duda alguna el más importante de todos.
Antonio Royo Marín O.P. Teología de la Perfección Cristiana
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NOTAS:
(1) Una enim eademque est hostia, idem nunc offerens sacerdotum ministerio, qui se in cruce obtuft, sola offerendi ratione diversa (D 940)
(2) ARAMi, Vive tu vida c.21.
(3) Nótese bien que nos referimos a la gracia actual, no a la habitual, que es fruto del arrepentimiento perfecto y de la absolución sacramental.
(4) Al menos en lo relativo a las penas debidas por los pecados propios. Porque, en lo relativo al grado de descuento a las almas del purgatorio, es lo más probable que ex opere operato dependa Cínicamente de la voluntad de Dios, aunque ex opere operantis ayude tam­bién mucho la devoción. del que dice la misa o del que la encargó (cf. 111,79,5; Suppl. 71,9 ad 3 et 5).
(5) Dom COLUMBA MARMION, Jesucristo, vida del alma c.7 n.4.
(6) GARRIGOU-LAGRANGE, Tres edades 11,14.
(7) Siendo más de cuatrocientos mil los sacerdotes católicos existentes actualmente en el mundo, y celebrando una sola misa diaria cada uno de ellos, resulta un total de cinco eleva­ ciones por segundo aproximadamente. Claro que la distribución del clero católico no es uni­ forme en todo el mundo, y regiones habrá donde las misas sean muchas más y en otras mu­chas menos en igualdad de tiempo.
Tomado de ICRSS.

domingo, 11 de octubre de 2009

Domingo XIX después de Pentecostés.

(II clase, verde) Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
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Místicas nupcias de Cristo y su Iglesia, nueva alianza en la sangre del esposo: unión fecunda de la que nace el cristiano a vida de gracia que recibirá su coronamiento en el banquete celestial.
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Reflexión
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En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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Ante el Señor no podemos presentarnos de cualquier manera. Entró el rey para ver a los comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de bodas; y le dijo: amigo, ¿cómo has entrado aquí sin llevar el traje de bodas?
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Nos llega la invitación –cada día- para acercarnos al banquete eucarístico, con tanto esmero preparado. Conocemos hábitos, actitudes, errores, facetas de nuestro carácter, que tal vez no se corresponden con el alto honor que Jesucristo nos hace.
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Hemos de hacer examen; no vayamos a presentarnos ante el Señor vestidos de harapos, porque tenemos el peligro de disfrazar los defectos y justificar las acciones. “Para acoger en la tierra a personas constituidas en dignidad hay luces, música, trajes de gala. Para albergar a Cristo en nuestra alma, ¿cómo debemos prepararnos? ¿Hemos pensado alguna vez en cómo nos conduciríamos, si sólo se pudiera comulgar una vez en la vida?”, nos recuerda San Josemaría Escrivá. Pasaríamos la noche en vela, sabríamos bien qué le diríamos, qué peticiones le formularíamos…, todos los preparativos nos parecerían pocos… Así deberíamos recibirle todos los días.
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El convidado que no tenía vestido nupcial ciertamente escuchó la invitación, fue a las bodas con alegría, pero no tuvo en cuenta lo que exigía esta llamada. Al Señor no le podemos recibir de cualquier manera: distraídos, sin atención, sin saber bien lo que hacemos. Toda buena Comunión supone en primer lugar recibir al Señor en gracia. Nuestra Madre la Iglesia nos enseña y nos advierte que “nadie debe acercarse a la Sagrada Eucaristía con conciencia de pecado mortal, por muy contrito que le parezca estar, sin preceder la Confesión sacramental”.
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Tan alto don requiere además que nos preparemos lo mejor que podamos en el alma y en el cuerpo: la Confesión frecuente, aunque no existan faltas graves; fomentar los deseos de purificación; aumentar los actos de fe, de amor y humildad en el momento de recibir el Señor, etc.
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“Amor con amor se paga…Amor, en primer lugar, al propio Cristo. El encuentro eucarístico es, en efecto, un encuentro de amor”, decía el Siervo de Dios Juan Pablo II. Comulgar con frecuencia nunca debe significar comulgar con tibieza. Y cae en la tibieza en que no se prepara, quien no pone lo que está de su mano para evitar que el Señor lo encuentre distraído cuando venga a su corazón. Significaría una gran falta de delicadeza acercarse a la Comunión con la imaginación puesta en otras cosas. Tibieza es falta de amor, no ir con las debidas disposiciones a comulgar. Sabemos que nunca estaremos lo suficientemente dispuestos para recibir como se merece a Aquel que viene a nuestra alma, pues nuestra pobre morada no da para más; pero sí espera el Señor esos detalles que están a nuestro alcance. “Si cualquier persona distinguida o que ocupe algún alto puesto, o algún amigo rico y poderoso nos anunciara que iba a venir a visitarnos a nuestra casa, ¡con qué solicitud limpiaríamos y ocultaríamos todo aquello que pudiera ofender la vista de esta persona o amigo! Lave primero las manchas y suciedades que tiene el que ha ejecutado malas obras, si quiere preparar a Dios una morada en su alma”, nos recuerda San Gregorio Magno.
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Al terminar nuestra oración, podemos nuestra esta plegaria que una noche dirigiera el Siervo de Dios Juan Pablo II al mismo Jesús presente en la Hostia Santa: “¡Señor Jesús! Nos presentamos ante Ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos. Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Hijo de Dios (Jn 6, 6). Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la Última Cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres. Aumenta nuestra fe… Tú eres nuestra esperanza, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo. Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives siempre intercediendo por nosotros (Heb 7, 25). Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.
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“Queremos sentir como Tú y valorar las cosas como las valoras Tú. Porque Tú eres el centro, el principio y el fin de todo. Apoyados en esta esperanza, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos, por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta…
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“Queremos amar como Tú, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres. Quisiéramos decir como San Pablo: Mi vida es Cristo (Flp 1, 21) Nuestra vida no tiene sentido sin Ti. Queremos aprender a estar con quien sabemos nos ama, porque con tan buen amigo presente todo se puede sufrir.
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“Nos has dado a tu Madre como nuestra, para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre”. Amén.
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En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

sábado, 10 de octubre de 2009

La Sancta Missa como medio de santificación (IV).


Fines y efectos de la Sancta Missa.
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4° ACCIÓN DE GRACIAS. Los inmensos beneficios de or­den natural y sobrenatural que hemos recibido de Dios nos han hecho contraer para con El una deuda infinita de gratitud. La eternidad entera resultaría impotente para saldar esa deuda si no contáramos con otros medios qué los que por nuestra cuenta pudiéramos ofrecerle. Pero está a nuestra disposición un procedimiento para liquidarla totalmente con infinito saldo a nuestro favor: el santo sacrificio de la Missa. Por, ella ofrecemos al Padre un sacrificio eucarístico, o de acción de gracias, que supera nuestra deuda, rebasándola infinitamente; porque es el mismo Cristo quien se inmola por nosotros y en nuestro lugar da gracias a Dios por sus inmensos beneficios. Y, a la vez, es una fuente de nuevas gracias, porque al bienhechor le gusta ser correspondido.
Este efecto eucarístico, o de acción de gracias, lo produce la santa misa por sí misma: siempre, infaliblemente, ex opere operato, independientemente de nuestras disposiciones.
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Tales son, a grandes rasgos, las riquezas infinitas encerradas en la Sancta Missa. Por eso, los santos, iluminados por Dios, la tenían en grandísimo aprecio. Era el centro de su vida, la fuente de su espiritualidad, el sol resplandeciente alrededor del cual giraban todas sus actividades. El santo Cura de Ars hablaba con tal fervor y convicción de la excelencia de la santa misa, que llegó a conseguir que casi todos sus feligreses la oyeran diariamente.
Pero para obtener de, su celebración o participación el má­ximo rendimiento santificador es preciso insistir en las dispo­siciones necesarias por parte del sacerdote que la celebra o del simple fiel que la sigue en compañía de toda la asamblea.

Tomado de ICRSS

viernes, 9 de octubre de 2009

La Sancta Missa como medio de santificación (III).


Fines y efectos de la Sancta Missa.
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3º PETICIÓN. «Nuestra indigencia es inmensa; necesitamos continuamente luz, fortaleza, consuelo. Todo esto lo encontramos en la Missa. Allí está, en efecto, Aquel que dijo: «Yo soy la luz del mundo, yo soy el camino, yo soy la verdad, yo soy la vida. Venid a mí los que sufrís, y yo os aliviaré. Si alguno viene a mí, no lo rechazaré» (5).

Y Cristo se ofrece en la Sancta Missa al Padre para obtener­nos, por el mérito infinito de su oblación, todas las gracias de vida divina que necesitamos. Allí está «siempre vivo intercediendo por nosotros» (Hebr 7, 25), apoyando con sus méritos infinitos nuestras súplicas y peticiones. Por eso, la fuerza impetratoria de la Sancta Missa es incomparable. De suyo ex opere operato, infalible e inmediatamente mueve a Dios a conceder a los hombres todas cuantas gracias necesiten, sin ninguna excepción; si bien la colación efectiva de esas gracias se mide por el grado de nuestras disposiciones, y hasta puede frustrarse totalmente por el obstáculo voluntario que le pongan las cria­turas.
«La razón es que la influencia de una causa universal no tiene más límites que la capacidad del sujeto que la recibe. Así, el sol alumbra y da calor lo mismo a una persona que a mil que estén en una plaza. Ahora bien: el sacrificio de la Missa, por ser sustancialmente el mismo que el de la cruz, es, en cuanto a reparación y súplica, causa universal de las gracias de ilumina­ción, atracción y fortaleza. Su influencia sobre nosotros no está, pues, limitada sino por las disposiciones y el fervor de quienes las reciben. Así, una sola Missa puede aprovechar tanto a un gran número de personas como a una sola; de la misma manera que el sacrificio de la cruz aprovechó al buen ladrón lo mismo que si por él solo se hubiese realizado. Si el sol ilumina lo mismo a una que a mil personas, la influencia de esta fuente de calor y fervor espiritual como es la Missa, no es menos eficaz en el orden de la gracia. Cuanto es mayor la fe, confianza, religión y amor con que se asiste a ella, mayores son los frutos que en las almas produce».
Al incorporarla a la Sancta Missa, nuestra oración no sola­mente entra en el río caudaloso de las oraciones litúrgicas -que ya le daría una dignidad y eficacia especial ex opere operantis Ecclesiae-, sino que se confunde con la oración infinita de Cristo. El Padre le escucha siempre: «yo sé que siem­pre me escuchas» (Io 11, 42), y en atención a El nos concederá a nosotros todo cuanto necesitemos.
Consecuencia. No hay novena ni triduo que se pueda comparar a la eficacia impetratoria de una sola Missa. ¡Cuánta desorientación entre los fieles en torno al valor objetivo de las cosas! Lo que no obtengamos con la Sancta Missa, jamás lo obtendremos con ningún otro procedimiento. Está muy bien el empleo de esos otros procedimientos bendecidos y aprobados por la Iglesia; es indudable que Dios concede muchas gracias a través de ellos; pero coloquemos cada cosa en su lugar. La Missa por encima de todo.

Tomado de ICRSS.

jueves, 8 de octubre de 2009

La Sancta Missa como medio de santificación (II).


Fines y efectos de la Sancta Missa.
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2º REPARACIÓN. Después de la adoración, ningún otro deber más apremiante para con el Creador que el de reparar las ofensas que de nosotros ha recibido. Y también en este sentido el valor de la Sancta Missa es absolutamente incomparable, ya que con ella ofrecemos al Padre la reparación infinita de Cristo con toda su eficacia redentora.
«En el día, está la tierra inundada por el pecado; la impiedad e inmoralidad no perdonan cosa alguna. ¿Por qué no nos castiga Dios? Porque cada día, cada hora, el Hijo de Dios, inmolado en el altar, aplaca la ira de su Padre y desarma su brazo pronto a castigar.
Innumerables son las chispas que brotan de las chimeneas de los buques; sin embargo, no causan incendios, porque caen al mar y son apagadas por el agua. Sin cuento son también los crímenes que a diario suben de la tierra y claman venganza ante el trono de Dios; esto no obstante, merced a la virtud reconciliadora de la misa, se anegan en el mar de la misericordia divina...» (2)
Claro que este efecto no se nos aplica en toda su plenitud infinita (bastaría una sola Missa para reparar, con gran sobre­abundancia, todos los pecados del mundo y liberar de sus penas a todas las almas del purgatorio), sino en grado limitado y finito según nuestras disposiciones. Pero con todo:
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a) Nos alcanza de suyo ex opere operato, si no le ponemos obstáculos-la gracia actual, necesaria para el arrepenti­miento de nuestros pecados (3). Lo enseña expresamente el concilio de Trento: «Huius quippe oblatione placatus Dominus, gratiam et donum paenitentiae concedens, crimina et peccata etiam ingentia dimittit» (D 940).
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Consecuencia. Nada puede hacerse más eficaz para obtener de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa intención el santo sacrificio de la Missa, rogando al mismo tiempo al Señor quite del corazón del pecador los obstáculos para la obtención infalible de esa gracia.
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b) Remite siempre, infaliblemente si no se le pone obs­táculo, parte al menos de la pena temporal que había que pagar por los pecados en este mundo o en el otro. De ahí que la Sancta Missa aproveche también (D 940 Y 950). El grado y medida de esta remisión depende de nuestras disposiciones. (4)
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Consecuencias. Ningún sufragio aprovecha tan eficazmente a las almas del purgatorio como la aplicación del santo sacrificio de la misa. Y ninguna otra penitencia sacramental pueden imponer los confesores a sus penitentes cuyo valor satisfactorio pueda compararse de suyo al de una sola misa ofre­cida a Dios. ¡Qué dulce purgatorio puede ser para el alma la Sancta Missa!.
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Tomado de ICRSS.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Una Voce Casablanca - Chile.


Con inmensa alegría, en este día de Nuestra Señora del Rosario, nos complacemos en informar que la Asociación UNA VOCE CASABLANCA-CHILE ha sido admitida en el seno de la Federación Internacional UNA VOCE (FIUV), siendo miembro de pleno derecho a partir de esta fecha.

La página oficial de UNA VOCE CASABLANCA-CHILE, será el blog Santa Bárbara de la Reina de Casablanca.

Nos unimos en consecuencia al trabajo de las distintas Asociaciones Una Voce en promover la Sancta Missa Romana Clásica y la Tradición Católica.

martes, 6 de octubre de 2009

Video de la Sancta Missa Romana Clásica.


Video de la celebración de la
SANCTA MISSA DE SIEMPRE EN LATIN
Tradición bimilenaria de la Iglesia Católica,
según el MISSALE ROMANUM EX DECRETO
SS. CONCILII TRIDENTINI
RESTITUTUM
AUCTORITATE S. PII Pp. V PROMULGATUM
B. JOANNIS Pp. XXIII CURA RECOGNITUM
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Publicado por la web Maranatha
y preparado por la Pontificia
Comisión "Ecclesia Dei".
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Click en la foto para acceder.

lunes, 5 de octubre de 2009

La Sancta Missa como medio de santificación (I).


Nociones previas.
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Recordemos en primer lugar algunas nociones dogmáticas.
1ª. La Sancta Missa es sustancialmente el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito: la misma Víctima, la misma oblación, el mismo Sacerdote principal. No hay entre ellos más que una diferencia accidental: el modo de realizarse (cruento en la cruz, incruento en el altar). Así lo declaró la Iglesia en el concilio Tridentino. (1)
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2ª La Sancta Missa, como verdadero sacrificio que es, rea­liza propísimamente las cuatro finalidades del mismo: ado­ración, reparación, petición y acción de gracias (D 948 y 950).
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3ª El valor de la Missa es en sí mismo rigurosamente in­finito. Pero sus efectos, en cuanto dependen de nosotros, no se nos aplican sino en la medida de nuestras disposiciones in­teriores.
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Fines y efectos de la Sancta Missa.
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La Sancta Missa, como reproducción que es del sacrificio redentor, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos que el sacrificio de la cruz. Son los mismos que los del sacrificio en general como acto supremo de religión, pero en grado incomparablemente superior. Helos aquí:
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1º ADORACIÓN. El sacrificio de la Missa rinde a Dios una adoración absolutamente digna de El, rigurosamente infinita. Este efecto lo produce siempre, infaliblemente, ex opere ope rato, aunque celebre la misa un sacerdote indigno y en pecado mortal. La razón es porque este valor latréutico o de adoración depende de la dignidad infinita del Sacerdote principal que lo ofrece y del valor de la Víctima ofrecida.
Recuérdese el ansia atormentadora de glorificar a Dios que experimentaban los santos. Con una sola Missa podían apagar para siempre su sed. Con ella le damos a Dios todo el honor que se le debe en reconocimiento de su soberana grandeza y su­premo dominio; y esto del modo más perfecto posible, en grado rigurosamente infinito. Por razón del Sacerdote principal y de la Víctima ofrecida, una sola Missa glorifica más a Dios que le glorificarán en el cielo por toda la eternidad todos los ángeles y santos y bienaventurados juntos, incluyendo a la misma Santísima Virgen María, Madre de Dios. La razón es muy sencilla: la gloria que proporcionarán a Dios durante toda la eternidad todas las criaturas juntas será todo lo grande que se quiera, pero no infinita, porque no puede serlo. Ahora bien: la gloria que Dios recibe a través del sacrificio de la Missa es absoluta y ri­gurosamente infinita.
En retorno de esta incomparable glorificación, Dios se in­clina amorosamente a sus criaturas. De ahí procede el inmenso valor de santificación que encierra para nosotros el santo sacrificio del altar.
Consecuencia. -¡Qué tesoro el de la Sancta Missa! ¡Y pensar que muchos cristianos-la mayor parte de las personas devotas no han caído todavía en la cuenta de ello, y prefieren sus prácticas rutinarias de devoción a su incorporación a este sublime sacrificio, que constituye el acto principal de la reli­gión y del culto católico!

Tomado de ICRSS.