miércoles, 31 de agosto de 2011

S. Dominiculus de Val, Martyr.


Por el año 1250 el rey Alfonso el sabio escribió: "Hemos oído decir que algunos judíos muy crueles, el Viernes Santo, en recuerdo de la Pasión de Nuestro Señor, roban algún niño cristiano y lo crucifican". Esto fue lo que hicieron con Santo Dominguito del Val. Nació este niño en Zaragoza, España, y por sus especiales cualidades de gran piedad y pureza y por su hermosa voz, fue admitido como acólito y cantor de la catedral.
Cada día iba de su casa al templo a ayudar a misa, a aprender cantos y a estudiar en la escuela parroquial. En su viaje de ida y vuelta tenía que pasar por entre un barrio de judíos, de estrechas callejuelas, y algunos de ellos se disgustaban mucho cuando Domingo y sus compañeros cantaban canciones a Cristo por las calles, al pasar por allí. Ya lo tenían fichado para tratar de hacerlo desaparecer. Y dice las antiguas tradiciones que un adivino judío anunció que si echaban a las aguas del río el corazón de un cristiano y una hostia consagrada, todos los seguidores de Cristo que bebieran de esas aguas morirían. Entonces algunos de aquellos fanáticos pagaron a una vieja malvada para que fuera a comulgar y rápidamente echara la santa Hostia en un pañuelo y se la trajera. Luego fueron donde un hombre muy pobre que estaba pasando mucha hambre y le ofrecieron una bolsa de oro si les reglaba el corazón de uno de sus niños.
Aquel hombre fingió que aceptaba el negocio y mientras hacía que uno de sus niños gritara desesperado como si le fueran a sacar el corazón, mató un cerdo y le sacó el corazón (el cual es muy parecido al del ser humano) y sangrando aún, lo entregó a los judíos a cambio de la bolsa de oro. Y siguen diciendo las crónicas que los judíos echaron el corazón del cerdo y la santa hostia consagrada, al río que pasaba por la ciudad, y que a los pocos días se produjo una terrible epidemia entre los cerdos de los alrededores y muchos murieron. Y con esto se dieron cuenta los criminales de que el hombre del corazón los había engañado. Entonces se propusieron conseguir ellos personalmente el corazón de un niño cristiano para no equivocarse.
Ya habían obtenido de manos de un sacristán una santa Hostia consagrada, y entonces el Viernes Santo se propusieron sacrificar a un niño repitiendo los tormentos con los cuales en otro tiempo los judíos antiguos mataron a Jesucristo. Y pasaba Dominguito del Val con su sotana de acólito y de pequeño cantor por enfrente de una de aquellas casas de judíos, cuando de pronto, sin tener tiempo ni siquiera de lanzar un grito, unas manotas grandes lo toman por el cuello y le cubren el rostro con un manto, tapándole la boca con una tela para que no pueda pronunciar palabra. Temblando de pavor por lo que le pueda suceder, siente que lo llevan ante un corrillo de judíos que simulan repetir el tribunal que condenó a Jesús. Uno hace de Pilato, otro de Caifás, y otro de Anás.
Le preguntan si persiste en querer seguir siendo seguidor de Cristo, y él exclama que sí, que prefiere la muerte antes que ser traidor a la religión de Nuestro Señor Jesús. Entonces le declaran sentencia a muerte, y así con sus vestidos de acólito y cantor lo crucifican. Le sacaron el corazón y enviaron a uno de los del grupo para que se fuera con la Hostia Consagrada y el corazón del niño y los arrojara al río para que todos los cristianos que de allí bebieran se murieran. Pero no imaginaban lo que ahora les iba a suceder. El que llevaba los dos tesoros para echarlos al río, para que nadie sospechara de él, dispuso entrar a un templo y simular que estaba rezando. Y he aquí que de rodillas allí en una banca, abrió el libro donde llevaba la Santa Hostia.
Pero unas señoras que estaban allí cerca vieron con admiración que de aquel libro salían resplandores. Se imaginaron que ese hombre debería ser un santo y fuero a comunicar el prodigio a los sacerdotes. Llegaron estos y le pidieron que les mostrara el libro y allí encontraron la Hostia Consagrada. Luego llamaron a las autoridades y estas al revisarlo le encontraron el corazón del niño. Aquel bandido al verse descubierto se llenó de pavor y propuso que si no lo mataban denunciaría a todos los que habían cometido el crimen. Y así lo hizo. Las autoridades fueron a la casa de los judíos y los apresaron a todos, y murieron en la horca semejantes criminales (menos el que los denunció, que pagó su pecado con cadena perpetua).
Y desde entonces Dominguito del Val ha sido invocado como patrono de los acólitos o monaguillos y de los pequeños cantores (modernamente se le invoca junto a otro Patrono de estos niños que es Santo Domingo Savio que también fue pequeño cantor y monaguillo).
Tomado de Convicción Radio.

martes, 30 de agosto de 2011

Sacerdote para la Misa.

Conviene recordar, con machacona insistencia, que todos los sacerdotes, seamos pecadores o sean santos, cuando celebramos la Santa Misa no somos nosotros. Somos Cristo, que renueva en el Altar su divino Sacrificio del Calvario. La obra de nuestra Redención se cumple de continuo en el misterio del Sacrificio Eucarístico, en el que los sacerdotes ejercen su principal ministerio, y por eso se recomienda encarecidamente su celebración diaria, que, aunque los fieles no puedan estar presentes, es un acto de Cristo y de la Iglesia.

Enseña el Concilio de Trento que en la Misa se realiza, se contiene e incruentamente se inmola aquel mismo Cristo que una sola vez se ofreció El mismo cruentamente en el altar de la Cruz… Una sola y la misma es, en efecto, la Víctima, y el que ahora se ofrece por el ministerio de los sacerdotes, es el mismo que entonces se ofreció en la Cruz, siendo sólo distinta la manera de ofrecerse.

La asistencia o la falta de asistencia de fieles a la Santa Misa no alteran para nada esta verdad de fe. Cuando celebro rodeado de pueblo, me encuentro muy a gusto sin necesidad de considerarme presidente de ninguna asamblea. Soy, por un lado, un fiel como los demás; pero soy, sobre todo, ¡Cristo en el Altar! Renuevo incruentamente el divino Sacrificio del Calvario y consagro in persona Christi representando realmente a Jesucristo, porque le presto mi cuerpo, y mi voz y mis manos, mi pobre corazón, tantas veces manchado, que quiero que El purifique.

Cuando celebro la Santa Misa con la sola participación del que me ayuda, también hay allí pueblo. Siento junto a mí a todos los católicos, a todos los creyentes y también a los que no creen. Están presentes todas las criaturas de Dios –la tierra y el cielo y el mar, y los animales y las plantas-, dando gloria al Señor la Creación entera.

Y especialmente, diré con palabras del Concilio Vaticano II, nos unimos en sumo grado al culto de la Iglesia celestial, comunicando y venerando sobre todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, de San José, de los santos Apóstoles y mártires y de todos los santos.

Yo pido a todos los cristianos que recen mucho por nosotros los sacerdotes, para que sepamos realizar santamente el Santo Sacrificio. Les ruego que muestren un amor tan delicado por la Santa Misa, que nos empuje a los sacerdotes a celebrarla con dignidad –con elegancia- humana y sobrenatural: con limpieza en los ornamentos y en los objetos destinados al culto, con devoción, sin prisa.

(San Josemaría Escrivá, 1972).


lunes, 29 de agosto de 2011

LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II (II)


APORTACIÓN DE PÍO XII


Sin duda el gran Papa de la liturgia fue Pío XII,
tanto en lo que se refiere a su aspecto doctrinal como en sus realizaciones prácticas. Son muchos los documentos que promulgó referentes a la liturgia; sobresalen dos de gran importancia: la enciclica Mystici Corporis, del 29 de junio de 1943, y la enciclica Mediator Dei, del 20 de noviembre de 1947. Por otro lado, el esquema que se distribuyó a los Padres conciliares del Vaticano II para el estudio del tema de la liturgia estaba plagado de citas de Pio XII.

Este Papa, eximio entre los grandes que ha tenido la historia del Pontificado romano, al ver la fuente espíritual que la celebración litúrgica lleva consigo, fue madurando en su mente una reforma general de la liturgia. En la audiencia concedida el 10 de mayo de 1946 al Prefecto de laCongregation de Ritos, cardenal Salotti, Pio XII le expresó el deseo de que se comenzase a estudiar el problema de la reforma litúrgica en general. Mas tarde, el 27 de julio de ese mismo ano, en la audiencia concedida a monsenor Carinci, secretario de la referida Congregación, se decidió que se crease una comisión especial de expertos para que estudiasen el asunto e hicieran propuestas concretas para la reforma general de la liturgia.

En octubre del mismo año, el vicerrelator general de la sección histórica de la Congregación de Ritos, padre Jose Low, redentorista austriaco, inició el esquema del proyecto. El trabajo duró unos dos años y fue publicado en una tirada de 300 ejemplares, como Positio de la sección histórica de la misma Congregación. Llevaba por título Memoria sobre la reforma litúrgica.

Los dos puntos mas desarrollados eran los referentes al año litúrgico y al Oficio divino. Para lo demas se decía allí que se prepararían estudios especiales. De hecho, se redactaron unos cuarenta, algunos de muy pocas paginas. Cuatro se publicaron como complementos de la referida Memoria. El primero fue del benedictino Anselmo Albareda. Trató de la graduación litúrgica, y no gustó por ser complicado, artificial y practicamente irrealizable. El segundo contenía las observaciónes a la referida Memoria de los padresCapelle, benedictino; Jungmann, jesuita, y monseñor Righetti. El tercero recogía el material histórico hagiográfico y litúrgico para la reforma del Calendario. Era el mas importante y de hecho ha servido mucho para la reforma del Calendario realizado despues del Vaticano II. El cuarto contenía el resultado y deducciones de la consulta que se hizo al episcopado mundial sobre la reforma del Breviario. Respondieron unos cuatrocientos obispos.

En 1948 fue nombrada la comisión para la reforma litúrgica. Presidente de la misma fue el mismo prefecto de la Congregación de Ritos, que entonces era el cardenal Micara. Miembros de la comisión fueron monsenor Carinci, secretario de dicha Congregación; Fernando Antonelli, franciscano, relator general de la misma; Jose Low, redentorista, vicerrelator; Anselmo Albareda, benedictino, prefecto de la Biblioteca Vaticana; Agustin Bea, jesuíta, director del Pontificio Instituto Biblico y confesor de Pío XII, más tarde cardenal; Anibal Bugnini, paúl, director de la revista "Ephemerides Liturgicae", que fue nombrado secretario de la comisión. En 1951 se añadió a ésta monseñor Enrico Dante, luego cardenal; en 1960, monseñor Pedro Frutaz, relator general de la Congregación; don Luis Rovigatti, parroco de una iglesia de Roma; monsenor Cesareo d'Amato, abad benedictino de San Pablo Extramuros de Roma y obispo titular de Sebaste de Cilicia; Carlos Braga, paúl, del equipo de "Ephemerides litúrgicae". En 1953 el cardenal Micara fue nombrado vicario de Roma, y le sustituyó el cardenal Gaetano Cicognani en la presidencia de la comisión y en la prefectura de Ritos.

La primera reunión de la comisión se tuvo el 22 de junio de 1949. Se pensó en un principio que sería cosa de poco tiempo; pero el padre Bea dijo que para revisar las lecturas biblicas que se leen en la liturgia y el salterio se necesitarían unos cinco años. Algunos quedaron desilusionados, pero era el plazo mínimo que se requería también para otras partes de la liturgia. En los doce años de existencia (1948-1960) la comisión tuvo mas de ochenta reuniones y trabajó en absoluto secreto, tanto que la publicación de la reforma de la Vigilia pascual, en marzo de 1951, cayó de sorpresa a los mismos oficiales de la Congregación de Ritos. La comisión gozó siempre de la plena confianza del Papa, que estaba al corriente de todo por su propio confesor, el padre Bea. Por eso se lograron grandes resultados, inesperados para no pocos. No se llego amás por el anuncio de la celebración del concilio Vaticano II.

Se llevó a cabo una revisión de todos los libros litúrgicos. En 1955 se promulgó la Semana santarestaurada, con gran gozo de todo el pueblo cristiano, aunque en algunos lugares, como en Sevilla, la misa vespertina del Jueves santo no causó buena impresión y aún se propone que se vuelva a la practica anterior.

Al pontificado de Pío XII hay que añadir la revisión del Salterio, en 1945; las misas vespertinas y la nueva disciplina del ayuno eucarístico, en 1953; la simplificación de las rubricas del Breviario y del Misal, en 1955; multitud de rituales bilingues, etc.


Tomado de "Historia de la Iglesia".

domingo, 28 de agosto de 2011

XI Domingo después de Pentecostés.

LA LITURGIA de este día nos muestra cómo la oración confiada lo puede todo ante Dios. Las grandes empresas espirituales se han llevado a feliz término gracias a la oración perseverante y confiada.
Sigue la sagrada Liturgia leyendo en estos domingos los Libros de los Reyes, salvo si se ha llegado ya al mes de Agosto, en cuyo caso se lee la Sabiduría. En consonancia con esto podemos hoy traer a la memoria lo sucedido a Ezequías, rey de Judá.
El rey de Asiria, Senaquerib quiso apoderarse de Jerusalém, pero el ángel del Señor, merced a la férvida oración del piadoso rey Ezequías, exterminó a 185.000 soldados asirios, y Senaquerib retrocedió a marchas forzadas, perdiendo la vida en la retirada. Ya se lo había anunciado a Ezequías el gran profeta Isaías, su apoyo y consejero fidelísimo. Así que el reino de Juda tuvo cien años más que su hermano el de Israel.
Sucedió que Ezequías cayó enfermo, y estando ya para morir, conforme se lo avisó el mismo profeta, oró al Señor con grandes instancias y así pudo aplazar la muerte 15 años. No sólo esto, sino que logró del cielo una señal que le certificara de la verdad de la promesa profética, y fue que se detuviera la sombra del sol en el cuadrante de su palacio.
Por donde se ve cómo Dios, bondadoso, se pliega a la voluntad de los que le sirven: voluntatem timéntium se fáciet, y aún a sus santos caprichos. Caso entre todos clásico es el milagro de la virgen santa Escolástica, hermana de San Benito.
Lo mismo que Jesús hizo y dijo al obrar aquella maravillosa curación, hace y dice el sacerdote momentos antes de administrarnos el santo Bautismo, expulsando de nosotros al demonio mediante el exorcismo del Ritual, pronunciando la palabra de Jesús: “Efeta” (Abríos); abríos, oídos, para poder oír la palabra de vida eterna. También pone el sacerdote su dedo humedecido en saliva sobre los oídos y narices del catecúmeno, imitando en esto a Jesús, mientras pronuncia aquella enérgica palabra, y luego le da a gustar un poquito de sal, la sal de la sabiduría, para que el neófito pueda saborear la celestial sabiduría, que está escondida en la religión cristiana, aunque a los ojos carnales pudiera parecer una locura, como les parece una locura y desatino el misterio de la cruz.
Nota además San Gregorio “que si Cristo levantó los ojos y suspiró, no fue porque necesitara de todo eso, Él que daba lo mismo que pedía, si no para enseñarnos a suspirar hacia aquel Señor que reina en los cielos, a fin de que abra nuestros oídos por el don del Espíritu Santo, y que, por la saliva de su boca – o sea por la ciencia de la palabra divina – desate nuestra lengua, capacitándola
para predicar la verdad” (3º noct.).
Demos en este día nuevas gracias a Dios, nuestro Señor, el cual nos asoció mediante el bautismo a
la resurrección de su Hijo benditísimo, devolviéndonos la vida perdida por el pecado, y curándonos de un modo aún más portentoso que el empleado en la curación del rey Ezequías.
Que todos aclamen a Dios (Alel.), el cual, en la abundancia de su bondad, derrama sobre nosotros sus misericordias, rebasando a todos nuestros merecimientos, y aún a nuestros mismos deseos (Or.), distribuyendo copiosamente sobre nosotros los frutos sabrosísimos del Espíritu Santo (Com.).
*
Introito (Salmo LXVII)
*
DEUS in loco sancto suo: Deus, qui inhabitáre
facit unánimes in domo: ipse
dabit virtutem et fortitúdinem plebi suæ.
- Ps. Exsúrgat Deus, et dissipéntur inimíci
ejus: et fúgiant, qui odérunt eum, a fácie
ejus. V. Gloria Patri.
*

sábado, 27 de agosto de 2011

LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II (I)


LOS ANTECEDENTES

La reforma litúrgica del Vaticano II es heredera del movimiento litúrgico, iniciado en Francia por Dom Prospero Gueranger hacia la mitad del siglo XIX. Dom Gueranger fue el restaurador de la orden benedictina en Francia, y para ello se instaló en el antiguo priorato benedictino de San Pedro de Solesmes, casi completamente destruido. Más tarde ese priorato fue erigido en abadía, convirtiendose en la cabeza de una congregación monastica que puso la liturgia como principio fundamental de toda su espiritualidad, y lo mismo hicieron los hermanos Wolter con la restauración benedictina en Alemania. De este modo se contrirbuyó a crear una corriente de simpatía en torno a la celebración litúrgica por Europa y parte de América. Ese movimiento tuvo su primer espaldarazo pontificio con el "motu proprio" de san Pío X Tra le sollecitudini, del 22 de noviembre de 1903, en el que se decía: "Siendo nuestro mas ardiente deseo que el verdadero espíritu cristiano reflorezca de todas maneras y se mantenga en todos los fieles, es necesario preocuparse ante todo de la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se reunen para encontrar precisamente este espíritu en su fuente primera e indispensable, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la plegaria pública y solemne de la Iglesia".

Los centros monasticos de irradiación litúrgica crearon multitud de publicaciones, lanzadas por doquier para fomentar el amor a la liturgia y a la instrucción y participación activa de los fieles en la misma. Fue esto tan positivo que mereció una alabanza de Pio XII en su carta enciclica Mediator Dei, del 20 de noviembre de 1947. Esta irradiación del apostolado litúrgico estimuló a muchos a cultivar el estudio de la liturgia en sus fuentes y en sus diversos aspectos. De este modo se creaba un ambiente propicio para que prestigiosos sacerdotes, religiosos y laicos se reunieran periodicamente a tratar con toda profundidad algún aspecto de la liturgia, dentro de una atmósfera espiritual de gran relieve. Surgieron nuevos centros de estudios litúrgicos con sus propias publicaciones, que ayudaron a crear y fomentar un gran entusiasmo por todo lo referente a la sagrada liturgia, como el Centro de Pastoral litúrgica de Paris, el Instituto litúrgico de Treveris y otros semejantes. También fue notable la actuación del equipo que editaba "Ephemerides liturgicae" de Roma, que captó desde el principio las realidades del movimiento litúrgico y las dio a conocer en grandes sectores de la jerarquía de la Iglesia.

Para coordinar los esfuerzos de los especialistas del mundo entero, el Instituto litúrgico de Treveris en 1951 tomó la iniciativa de invitarlos a la abadía benedictina de Maria Laach, donde se celebraron las primeras jornadas litúrgicas sobre el tema "los problemas del Misal Romano". A la conclusión, fueron enviados a Roma los votos en que se recogían los puntos principales que requerían reforma: doblajes, oraciones al pie del altar, lugar de la liturgia de la Palabra, la ordenación de las lecturas bíblicas, la plegaria universal de los fieles, nuevos prefacios, la fragmentación del canon con sus respectivas conclusiones (diversos "Amen"), el acto penitencial antes de la comunión en la misa, los ritos finales, etc. Desde entonces estos encuentros se celebraron de un modo regular hasta el año 1960. En ellos se pasó revista a casi todos los aspectos de la reforma litúrgica. En su organización intervino también el Centro de Pastoral litúrgica de Paris. Al congreso de Mont-Saint-Odile, cerca de Estrasburgo, acudieron especialistas de nueve paises europeos, que, desde el 21 al 23 de octubre de 1952, estudiaron el tema de El hombre moderno y la Misa. También se enviaron a la Santa Sede las sugerencias mas adecuadas, de modo especial las referidas a las lecturas biblicas en la misa y a la estructura del Misal en los ritos y oraciones que siguen a la recitación del padrenuestro.

Del 14 al 18 de sptiembre del 1954 tuvo lugar en Lugano la 3ª Sesión Internacional de estudios litúrgicos. Tuvo por tema principal La participación activa de los fieles segun el espíritu de Pio X. Este congreso de liturgia estuvo avalado por la presencia del cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio, y por otras personalidades de la Curia romana. Se pidió a la Santa Sede la introducción de la lengua vernácula en las lecturas bíblicas de la Misa y en los cantos y oraciones del pueblo fiel. Se pidió ardientemente la restauración de toda la Semana santa, al estilo de la Vigilia pascual.
La Santa Sede señaló los dos temas que habrían de estudiarse en la 4ª Sesión de estudios litúrgicos que habría de celebrarse en Mont-Cesar (Belgica) desde el 12 al 16 de septiembre de 1954. Esos temas fueron la ordenación de las lecturas biblicas en la Misa y los problemas de la concelebración eucarística. A partir de 1956 estos congresos internacionales adquirieron una repercusión mayor; en efecto, el celebrado en este año ganó relevancia debido a la parte que tuvo en él la jerarquía de la Iglesia. Tuvo lugar en Asis-Roma durante los dias 14-17 de septiembre y lo presidió el cardenal Gaetano Cicognani, Prefecto de la Congregación de Ritos. Pío XII participó en la clausura con un discurso programático de altísimo valor. Se estudiaron en él diversos aspectos de la pastoral litúrgica y de modo especial la historia y la reforma del Breviario. En 1958 el Congreso se celebró del 8 al 13 de septiembre en Montserrat, y el tema principal fue el de la reforma de los sacramentos de la iniciación cristiana, de modo especial el bautismo.

Munich fue la sede del 7.° Congreso internacional de Liturgia, del 30 de julio al 3 de agosto de 1959. El tema fue el de la celebración eucarística en las Iglesias orientales y occidentales. Sin estos congresos no hubiera sido tan facil ni rápida la reforma litúrgica promovida por el concilio Vaticano II. Juntamente con ellos, se dieron en diversos lugares reuniones de liturgistas mas o menos importantes en orden a la reforma litúrgica de la Iglesia en Occidente.

Tomado de "Historia de la Iglesia".

viernes, 26 de agosto de 2011

Sacerdocio común y sacerdocio ministerial.

Ni como hombre ni como fiel cristiano el sacerdote es más que el seglar. Por eso es muy conveniente que el sacerdote profese una profunda humildad, para entender cómo en su caso también de modo especial se cumplen plenamente aquellas palabras de San Pablo: ¿qué tienes que no hayas recibido? Lo recibido…¡es Dios! Lo recibido es poder celebrar la Sagrada Eucaristía, la Santa Misa –fin principal de la ordenación sacerdotal-, perdonar los pecados, administrar otros Sacramentos y predicar con autoridad la Palabra de Dios, dirigiendo a los demás fieles en las cosas que se refieren al Reino de los Cielos.

El sacerdocio de los presbíteros, si bien presupone los Sacramentos de la iniciación cristiana, se confiere mediante un Sacramento particular, por el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, son sellados con un carácter especial y se configuran con Cristo Sacerdote de tal modo que pueden actuar en la persona de Cristo Cabeza (CV. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, n 2). La Iglesia es así, no por capricho de los hombres, sino por expresa voluntad de Jesucristo, su Fundador. El sacrificio y el sacerdocio están unidos por ordenación a Dios, que en toda ley, la Antigua y la Nueva Alianza,han existido los dos. Habiendo, pues, recibido la Iglesia Católica en el Nuevo testamento, por institución del Señor, el Sacrificio visible de la Eucaristía, se debe también confesar que hay en Ella un nuevo sacerdocio, visible y externo, en el que fue trasladado el antiguo (Concilio de Trento, Doctrina sobre el Sacramento del Orden, cap. I, Denzinger-Schön 1764 (957).

En los ordenados, este sacerdocio ministerial se suma al sacerdocio común de todos los fieles. Por tanto, aunque sería un error defender que un sacerdote es más fiel cristiano que cualquier otro fiel, puede, en cambio, afirmarse que es más sacerdote: pertenece, como todos los cristianos, a ese pueblo sacerdotal redimido por Cristo y está, además, marcado con el carácter del sacerdocio ministerial, que se diferencia esencialmente, y no sólo en grado, del sacerdocio común de los fieles.

No comprendo los afanes de algunos sacerdotes por confundirse con los demás cristianos, olvidando o descuidando su específica misión en la Iglesia, aquella para la que han sido ordenados. Piensan que los cristianos desean ver, en el sacerdote, un hombre más. No es verdad. En el sacerdote, quieren admirar las virtudes propias de cualquier cristiano, y aún de cualquier hombre honrado: la comprensión, la justicia, la vida de trabajo –labor sacerdotal en este caso-, la caridad, la educación, la delicadeza en el trato.

Pero, junto a eso, los fieles pretenden que se destaque claramente el carácter sacerdotal: esperan que el sacerdote rece, que no se niegue a administrar los Sacramentos, que esté dispuesto a acoger a todos sin constituirse en jefe o militante de banderías humanas, sean del tipo que sean; que ponga amor y devoción en la celebración de la Santa Misa, que se siente en el confesionario, que consuele a los enfermos y a los afligidos; que adoctrine con la catequesis a los niños y a los adultos, que predique la Palabra de Dios y no cualquier tipo de ciencia humana que –aunque conociese perfectamente- no sería la ciencia que salva y lleva a la vida eterna; que tenga consejo y caridad con los necesitados.

(San Josemaría Escrivá, 1972).

jueves, 25 de agosto de 2011

Dignidad del sacerdocio.

l sacerdocio lleva a servir a Dios en un estado que no es, en sí, ni mejor, ni peor que otros: es distinto. Pero la vocación de sacerdote aparece revestida de una dignidad y de una grandeza que nada en la tierra la supera. Santa Catalina de Siena pone en boca de Jesucristo estas palabras: no quiero que mengüe la reverencia que se debe profesar a los sacerdotes, porque la reverencia y el respeto que se les manifiesta, no se dirige a ellos, sino a Mí, en virtud de la Sangre que yo les he dado para que la administren. Si no fuera por esto, deberíais dedicarles la misma reverencia que a los seglares, y no más… No se les ha de ofender: ofendiéndolos, se me ofende a Mí, y no a ellos. Por eso lo he prohibido, y he dispuesto que no admito que sean tocados mis Cristos (El Diálogo, cap. 116; cfr. Ps CIV, 15).

Algunos se afanan por buscar, como dicen, la identidad del sacerdote. ¡Qué claras resultan esas palabras de la Santa de Siena! ¿Cuál es la identidad del sacerdote? La de Cristo. Todos los cristianos podemos y debemos ser no ya alter Christus sino ipse Christus: otros Cristos, ¡el mismo Cristo! Pero en el sacerdote esto se da inmediatamente, de forma sacramental.

Para realizar una obra tan grande –la de la Revelación-, Cristo está siempre presente en la Iglesia, principalmente en las acciones litúrgicas. Está presente en el Sacrificio de la Misa, tanto en la persona del Ministro –“ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que se ofreció a sí mismo en la Cruz”- como sobre todo bajo las especies eucarísticas” (CVII, Const. SC, 7; cfr. Concilio de Trento, Doctrina acerca del Santísimo Sacrificio de la Misa, cap. 2). Por el Sacramento del Orden, el sacerdote se capacita efectivamente para prestar a Nuestro Señor la voz, las manos, todo su ser; es Jesucristo quien, en la Santa Misa, con las palabras de la Consagración, cambia la sustancia del pan y del vino en su Cuerpo, su Alma, su Sangre, su Divinidad.

En esto se fundamenta la incomparable dignidad del sacerdote. Una grandeza prestada, compatible con la poquedad mía. Yo pido a Dios Nuestro Señor que nos dé a todos los sacerdotes la gracia de realizar santamente las cosas santas, de reflejar, también en nuestra vida, las maravillas de las grandezas del Señor. Quienes celebramos los misterios de la Pasión del Señor, hemos de imitar lo que hacemos. Y entonces la hostia ocupará nuestro lugar ante Dios, si nos hacemos hostias de nosotros mismos(San Gregorio Magno, Dialog. 4, 59).

Si alguna vez os topáis con un sacerdote que, externamente, no parece vivir conforme al Evangelio –no le juzguéis, le juzga Dios-, sabed que si celebra válidamente la Santa Misa, con intención de consagrar, Nuestro Señor no deja de bajar a aquellas manos, aunque sean indignas. ¿Cabe más entrega, más anonadamiento? Más que en Belén y que en el Calvario. ¿Por qué? Porque Jesucristo tiene el corazón oprimido por sus ansias redentoras, porque no quiere que nadie pueda decir que no le ha llamado, porque se hace el encontradizo con los que no le buscan.

(San Josemaría Escrivá: De una homilía del 13 de abril de 1973, Viernes de Pasión, antigua conmemoración de los Siete Dolores de la Santísima Virgen María).

miércoles, 24 de agosto de 2011

Actualización de la Galería de Fotos.


Hemos actualizado la Galería de Fotos con la Santa Misa Tridentina celebrada en este 10º Domingo después de Pentecostés. La Santa Misa fue celebrada por Msr Jaime Astorga Paulsen. Las fotos se pueden ver linkeando AQUI. La galería general AQUI.

martes, 23 de agosto de 2011

La Iglesia es Apostólica.

Nuestro Señor funda su Iglesia sobre la debilidad –pero también sobre la debilidad- de unos hombres, los Apóstoles, a los que promete la asistencia constante del Espíritu Santo. Leamos el texto conocido, que es siempre nuevo y actual: a mí se me ha dado toda potestad en el Cielo y en la tierra; id, pues, e instruid a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he mandado. Y estad ciertos que yo estaré continuamente con vosotros hasta la consumación de los siglos.

La predicación del Evangelio no surge en Palestina por la iniciativa personal de unos cuantos fervorosos. ¿Qué podían hacer los Apóstoles? No contaban nada en su tiempo; no eran ni ricos ni cultos, ni héroes a lo humano. Jesús hecha sobre los hombros de este puñado de discípulos una tarea inmensa, divina. No me elegisteis vosotros a mí, sino que soy yo el que os ha elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto sea duradero, a fin de que cualquier cosa que pidiereis al Padre en mi nombre, os lo conceda.

A través de dos mil años de historia, en la Iglesia se conserva la sucesión apostólica. Los obispos, declara el Concilio de Trento, han sucedido en el lugar de los Apóstoles y están puestos, como dice el mismo Apóstol (Pablo), por el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios (Act XX, 28). Y, entre los Apóstoles, el mismo Cristo hizo objeto a Simón de una elección especial: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Yo he rezado por ti, añade también, para que tu fe no perezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos.

Pedro se traslada a Roma y fija allí la sede del primado, del Vicario de Cristo. Por eso es en Roma donde mejor se advierte la sucesión apostólica, y por eso es llamada la sede apostólica por antonomasia. Ha proclamado el Concilio Vaticano I, con palabras de un Concilio anterior, el de Florencia, que todos los fieles de Cristo deben creer que la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice poseen el primado sobre todo el orbe, y que el mismo Romano Pontífice es sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, y verdadero Vicario de Jesucristo, y cabeza de toda la Iglesia, y padre y maestro de todos los cristianos, y que a él le fue entregada por Nuestro Señor Jesucristo, en la persona del bienaventurado Pedro, plena potestad de apacentar, regir y gobernar a la Iglesia universal.

La suprema potestad del Romano Pontífice y su infalibilidad, cuando habla ex cathedra no son una invención humana: se basan en la explícita voluntad fundacional de Cristo. ¡Qué poco sentido tiene entonces enfrentar el gobierno del Papa con el de los obispos, o reducir la validez del Magisterio pontificio al consentimiento de los fieles! Nada más ajeno que el equilibrio de poderes; no nos sirven los esquemas humanos, por atractivos o funcionales que sean. Nadie en la Iglesia goza por sí mismo de potestad absoluta, en cuanto hombre; en la Iglesia no hay más jefe que Cristo; y Cristo ha querido constituir a un Vicario suyo –el Romano Pontífice- para su Esposa peregrina en esta tierra.

(San Josemaría Escrivá: Homilía de 4 de junio de 1972).

lunes, 22 de agosto de 2011

La Iglesia es Católica (II).

La Iglesia no es un partido político, ni una ideología social, ni una organización mundial de concordia o de progreso material, aun reconociendo la nobleza de esas y otras actividades. La Iglesia ha desarrollado siempre y desarrolla una inmensa labor en beneficio de los necesitados, de los que sufren, de todos cuantos padecen de alguna manera las consecuencias del único verdadero mal, que es el pecado. Y a todos –a aquellos de cualquier forma menesterosos, y a los que piensan gozar de la plenitud de los bienes de la tierra- la Iglesia viene a confirmar una sola cosa esencial, definitiva: que nuestro destino es eterno y sobrenatural, que sólo en Jesucristo nos salvamos para siempre, y que sólo en El alcanzaremos ya de algún modo en esta vida la paz y la felicidad verdaderas.

Pedid conmigo ahora a Dios Nuestro Señor que los católicos no olvidemos nunca estas verdades, y que nos decidamos a ponerlas en práctica. La Iglesia Católica no precisa el visto bueno de los hombres, porque es obra de Dios.

Católicos nos mostraremos por los frutos de santidad que demos, porque la santidad no admite fronteras ni es patrimonio de ningún particularismo humano. Católicos nos mostraremos si rezamos, si procuramos dirigirnos a Dios de continuo, si nos esforzamos siempre y en todo por ser justos –en el más amplio alcance del término justicia, utilizado en estos tiempos raramente con un matiz materialista y erróneo-, si amamos y defendemos la libertad personal de los demás hombres.

Os recuerdo también otro signo claro de la catolicidad de la Iglesia: la fiel conservación y administración de los Sacramentos tal como han sido instituidos por Jesucristo, sin tergiversaciones humanas ni malos intentos de condicionarlos psicológica o sociológicamente. (…) Aquellos intentos de quitar universalidad a la esencia de los Sacramentos, tendrían quizá justificación si se tratase sólo de signos de símbolos, que operasen por leyes naturales de comprensión y entendimiento. Pero los Sacramentos de la nueva ley son a la vez causas y signos. Por eso se enseña comúnmente que causan lo que significan. De ahí que conserven perfectamente la razón de Sacramentos en cuanto se ordenan a algo sagrado, no sólo a modo de signos, sino también como causas (Santo Tomás, S. Th. III, q. 62, a. 1 ad 1).

Esta Iglesia Católica es Romana. Yo saboreo esta palabra: ¡romana! Me siento romano, porque romano quiere decir universal, católico; porque me lleva a querer tiernamente al Papa, il dolce Cristo in terra como gustaba repetir Santa Catalina de Siena, a quien tengo por amiga amadísima. (…).

Venero con todas mis fuerzas la Roma de Pedro y de Pablo, bañada por la sangre de los mártires, centro de donde tantos han salido para propagar en el mundo entero la palabra salvadora de Cristo. Ser romano no entraña ninguna muestra de particularismo, sino de ecumenismo auténtico, supone el deseo de agrandar el corazón, de abrirlos a todos con las ansias redentoras de Cristo, que a todos busca y a todos acoge, porque a todos ha amado primero.

San Ambrosio escribió unas palabras breves, que componen como un canto de gozo: donde está Pedro allí está la Iglesia; donde está la Iglesia no reina la muerte, sino la vida eterna. Porque donde están Pedro y la Iglesia está Cristo: y El es la salvación, el único camino.

(San Josemaría Escrivá: Homilía del 4 de junio de 1972).


domingo, 21 de agosto de 2011

X Domingo después de Pentecostés.

Hay humildades de que Dios nos libre, decía Santa Teresa. Porque tan sólo tienen de tales el disfraz, ocultando bajo la máscara un orgullo refinado.
Pues el Domingo de hoy en su liturgia nos enseña a distinguir la humildad postiza de la que es auténtica y verdadera. Ésta consiste en atribuir al Espíritu Santo y no a nosotros mismos nuestra
santidad, ya que los actos del hombre, si llegan a ser sobrenaturales y a valer algo en orden a la vida eterna, es merced a la gracia del Espíritu Santo, que desde el día de Pentecostés sigue obrando la santidad en la tierra, en aquellos que no le desechan, ni le contristan, ni le extinguen, según la gráfica expresión del Apóstol.
Pero sucede que la primera disposición del alma para que en ella obre libre y eficazmente ese divino Espíritu Santo y santificador, es la humildad, es encontrarla vacía, porque si la encuentra llena de sí misma, no hay lugar para Él, y se queda afuera, si bien junto a sus puertas para llamar a ellas a menudo, mediante sus santas inspiraciones. Además, la primera condición para conseguir el perdón de los pecados es la humildad, que reconoce la propia miseria y pide a Dios limpie al alma con su gracia.
Vemos en la historia Santos humillados y después ensalzados por Dios. Pero este fenómeno, tan frecuente, está aún mejor retratado en el Evangelio del día. No hay cosa que más asquee a Dios que la soberbia y sobre todo la soberbia redomada del fariseo, al cual ni sus mismas obras buenas le aprovechan, toda vez que las convierte en ponzoña, a causa de su dañada intención de lucir y aparentar ante el mundo.
Hay dos clases de hombres, dice Pascal: los pecadores que se tienen por culpables de todo, y los pecadores que nada de reprensible encuentran en sí. Pero, a la corta o a la larga, Dios humillará a éstos y ensalzará a aquellos; porque es ley que jamás deja de cumplirse: el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado (Ev.).
Verdad que Dios es indulgente, y que amenaza más de lo que suele castigar, imitando en esto a las madres; pero sepamos que “Dios no es burlado”, y que se han dado ya muchos castigos y pavorosos escarmientos.
Aprendamos, pues, a ser mansos y humildes de corazón. Ésta es la gran, casi la única lección que quiso Jesús aprendiésemos de Él. No nos dijo: Aprended a crear mundos, como Yo los creé, o a resucitar muertos y obrar estupendos milagros. En nada de eso quiso le imitásemos, sino en la
mansedumbre y humildad, pero humildad de corazón, que no consiste en fingimientos ni en melindrosos encogimientos, sino en la verdad, porque la humildad es verdad (Sta. Teresa), ya que nos convence de lo poco que somos y de cómo seríamos todavía peores si el Señor misericordioso no nos tuviera siempre de su mano.
Guardemos en nuestra imaginación, profundamente grabada, la lección de humildad que se desprende de la parábola del Fariseo y el Publicano.
*
Introito (Salmo LIV)
*
Cum clamárem ad Dóminum, exaudívit
vocem meam, ab his qui appropínquant
mihi: et humiliávit eos qui est ante
sæcula, et manet in ætérnum: jacta cogitátum
tuum in Dómino, et ipse te enútriet. Ps.
- Exáudi, Deus, oratiónem meam, et ne despéxeris
deprecatiónem meam: inténde mihi,
et exáudi me. V. Gloria Patri.
*

sábado, 20 de agosto de 2011

La Iglesia es Santa.

Ahora entenderemos mejor cómo la unidad de la Iglesia lleva a la santidad, y cómo uno de los aspectos capitales de su santidad es esa unidad centrada en el misterio del Dios Uno y Trino: un cuerpo y un espíritu, así como fuisteis llamados a una misma esperanza de vuestra vocación; uno es el Señor, una la fe, uno el bautismo; uno el Dios y Padre de todos, el que está sobre todos y gobierna todas las cosas y habita en todos nosotros.

Santidad no significa exactamente otra cosa más que unión con Dios; a mayor intimidad con el Señor, más santidad. La Iglesia ha sido querida y fundada por Cristo, que cumple así la voluntad del Padre; la Esposa del Hijo está asistida por el Espíritu Santo. La Iglesia es obra de la Trinidad Santísima; es Santa y Madre, Nuestra Santa Madre Iglesia. Podemos admirar en la Iglesia una perfección que llamaríamos original y otra final, escatológica. A las dos se refiere San Pablo en la Epístola a los Efesios: Cristo amó a su Iglesia y se sacrificó por Ella, para santificarla, limpiándola en el bautismo de agua, a fin de hacerla comparecer delante de El llena de gloria, sin arruga, ni cosa semejante, sino siendo santa e inmaculada.

La santidad original y constitutiva de la Iglesia puede quedar velada –pero nunca destruida, porque es indefectible: las puertas del infierno no prevalecerán contra ella-, puede quedar encubierta a los ojos humanos, decía, en ciertos momentos de oscuridad poco menos que colectiva. Pero San Pedro aplica a los cristianos el título de gens sancta, pueblo santo. Y siendo miembros de un pueblo santo, todos los fieles han recibido esa vocación a la santidad, y han de esforzarse por corresponder a la gracia y ser personalmente santos. A lo largo de toda la historia, también en la actualidad, ha habido tantos católicos que se han santificado efectivamente: jóvenes y viejos, solteros y casados, sacerdotes y laicos, hombres y mujeres.

Pero sucede que la santidad personal de tantos fieles –antes y ahora- no es algo aparatoso. Con frecuencia no reconocemos a la gente común, corriente y santa, que trabaja y convive en medio de nosotros. Ante la mirada terrena, se destacan más el pecado y las faltas de fidelidad: son más llamativos.

Gens sancta, pueblo santo, compuesto por criaturas con miserias: esta aparente contradicción marca un aspecto del misterio de la Iglesia. La Iglesia, que es divina, es también humana, porque está formada por hombres y los hombres tenemos defectos: omnes homines, terrat et cinis, todos somos polvo y cenizas.

Nuestro Señor Jesucristo, que funda la Iglesia Santa, espera que los miembros de este pueblo se empeñen continuamente en adquirir la santidad. No todos responden con lealtad a su llamada. Y en la Esposa de Cristo se perciben, al mismo tiempo, la maravilla del camino de salvación y las miserias de los que lo atraviesan.

(San Josemaría Escrivá: 4 de junio de 1972).

viernes, 19 de agosto de 2011

La Iglesia es Católica.

Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan en conocimiento de la verdad. Porque uno es Dios, y uno es también el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo Hombre, que se dio a sí mismo en rescate por todos, y para testimonio en los tiempos oportunos. Jesucristo instituye una sola Iglesia, su Iglesia: por eso la Esposa de Cristo es Una y Católica: universal, para todos los hombres.

Desde hace siglos la Iglesia está extendida por todo el mundo; y cuenta con personas de todas las razas y condiciones sociales. Pero la catolicidad de la Iglesia no depende de la extensión geográfica, aunque esto sea un signo visible y un motivo de credibilidad. La Iglesia era Católica ya en Pentecostés; nace Católica del Corazón llagado de Jesús, como un fuego que el Espíritu Santo inflama.

En el siglo II, los cristianos definían Católica a la Iglesia, para distinguirlas de las sectas que, utilizando el nombre de Cristo, traicionaban en algún punto su doctrina. La llamamos Católica escribe San Cirilo, no sólo porque se halla difundida por todo el orbe de la tierra, de uno a otro confín, sino porque de modo universal y sin defecto enseña todos los dogmas que deben conocer los hombres, de lo visible y de lo invisible, de lo celestial y de lo terreno. También porque somete al recto culto a toda clase de hombres, gobernantes y ciudadanos, doctos e ignorantes. Y, finalmente, porque cura y sana todo género de pecados, sean del alma o del cuerpo, poseyendo además –con cualquier nombre que se le designe- todas las formas de virtud, en hechos y en palabras y en cualquier especie de dones espirituales.

La catolicidad de la Iglesia tampoco depende de que los no católicos la aclamen y la consideren; ni guarda relación con el hecho de que, en asuntos no espirituales, las opiniones de algunas personas, dotadas de autoridad en la Iglesia, sean consideradas –y a veces instrumentalizadas- por medio de opinión pública de corrientes afines a su pensamiento. Sucederá con frecuencia que la parte de verdad que se defiende en cualquier ideología humana, encuentre en la enseñanza perenne de la Iglesia un eco o un fundamento; y eso es, en cierta medida, una señal de la divinidad de la Revelación que ese Magisterio custodia. Pero la Esposa de Cristo es Católica aun cuando sea deliberadamente ignorada por muchos, e incluso ultrajada y perseguida, como ocurre hoy por desgracia en tantos lugares. (San Josemaría Escrivá, 1972).

jueves, 18 de agosto de 2011

San Alberto Hurtado, eucarístico.

El 23 de octubre de 2005, el Papa Benedicto XVI elevó al honor de los altares al sacerdote chileno Alberto Hurtado Cruchaga. En este 18 de agosto la Iglesia universal celebra su Pascua hacia la casa del Padre, ocurrida el año 1952.

San Alberto Hurtado fue un fuego que encendió otros fuegos. Esta imagen del fuego es significativa, por cuanto toda vida cristiana que se precie de tal debe, de algún modo, ser como una antorcha encendida que no sólo da calor sino que también alumbra y destella iluminando a la humanidad, por cuanto es una cualidad de Dios revelada en Cristo y que permanece en su Iglesia por obra del Espíritu.

Las múltiples vocaciones sacerdotales y religiosas que logró despertar San Alberto Hurtado, como también vocaciones laicales al servicio del Evangelio, de hombres y mujeres que iluminados por su palabra, que no era más que la Palabra del Divino Maestro, han encarnado el Espíritu evangélico en las tareas temporales de acuerdo al que querer del Magisterio de la Iglesia.

“En su ministerio sacerdotal, marcado por un vivo amor a la Iglesia, se distinguió como maestro en la dirección espiritual y como predicador incansable, transmitiendo a todos el fuego de Cristo que llevaba adentro especialmente en el fomento de las vocaciones sacerdotales y en la formación de laicos comprometidos en la acción social”, decía Juan Pablo II cuando lo beatificó el 16 de octubre de 1994.

Todo lo anterior fue posible por la intensa vida interior, de espiritualidad profunda, ya que vivió la vida con un punto focal hacia el cual tendía y de la que provenía toda su acción, y que muchas veces es soslayada por quienes sólo lo ven como una especie de servidor social.

El centro del cual emanaba la fuerza que explica y nos ayuda a comprender la actividad sacerdotal tan intensa y variada que llevó a cabo el santo chileno, está en que Alberto Hurtado Cruchaga fue un hombre eminentemente eucarístico, lo que puede traducirse en esta impactante frase pronunciada en un retiro de sacerdotes: “¡Mi vida es una Misa prolongada!”. El sentido de la donación y el querer ser pan partido, aparece en pensamientos como estos: “Los sacrificios de mi vida no son para destrozarme sino para prepararme”; “El fin de la vida no es la destrucción, sino la oblación, la colaboración con Cristo”; “Oh, si fuéramos a la Misa a ofrecernos en el ofertorio… la consagración sería el elemento central de nuestra vida cristiana!”.

En otra sorprendente frase nos dice: “Vivir nuestro día como Cristo, ser Cristo para nosotros y para los demás: ¡Eso es comulgar!”.

En este Año Sacerdotal, el Papa Benedicto XVI ha puesto a San Alberto Hurtado Cruchaga como modelo de sacerdote, pues en realidad fue una visita de Dios a nuestra patria como lo dijo Mrs. Manuel Larraín en el sermón de sus exequias; mientras que Juan Pablo II lo llamó “hijo glorioso del continente americano”; en definitiva, un modelo preclaro de santidad para el mundo de hoy.

“Alimentados con estos sagrados misterios, te pedimos, Señor, nos ayudes a seguir los ejemplos de San Alberto, que te rindió culto con devoción constante, y se entregó a tu pueblo en un continuo servicio de amor. Por Jesucristo, nuestro Señor” (Oración postcomunión).

martes, 16 de agosto de 2011

La Iglesia es Una.

Que sean una sola cosa, así como nosotros lo somos, clama Cristo a su Padre; que todos sean una misma cosa y que, como tú, ¡oh Padre!, estás en mí y yo en ti, así sean ellos una misma cosa en nosotros. Brota constante de los labios de Jesucristo esta exhortación a la unidad, porque todo reino dividido en facciones contrarias será desolado; y cualquier ciudad o casa, dividida en bandos, no subsistirá. Una predicación que se convierte en deseo vehemente: tengo también otras ovejas, que no son de este aprisco, a las que debo recoger; y oirán mi voz, y se hará un solo rebaño y un solo pastor.

¡Con qué acentos maravillosos ha hablado Nuestro Señor Jesucristo de esta doctrina! Multiplica las palabras y las imágenes, para que lo entendamos, para que quede grabada en nuestra alma esa pasión por la unidad. Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo cortará; y a todo aquel que diere fruto, lo podará para que dé más fruto…Permaneced en mí, que yo permaneceré en vosotros. Al modo que el sarmiento no puede de suyo producir fruto si no está unido con la vid, así tampoco vosotros, si no estáis unidos conmigo. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; quien está unido conmigo y yo con él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer.

¿No veis cómo los que se separan de la Iglesia, a veces estando llenos de frondosidad, no tardan en secarse y sus mismos frutos se convierten en gusanera viviente? Amad a la Iglesia Santa, Apostólica, Romana, ¡Una! Porque, como escribe San Cipriano, quien recoge en otra parte, fuera de la Iglesia, disipa la Iglesia de Cristo. Y San Juan Crisóstomo insiste: no te separes de la Iglesia. Nada es más fuerte que la Iglesia. Tu esperanza es la Iglesia; tu salud es la Iglesia; tu refugio es la Iglesia. Es más alta que el cielo y más ancha que la tierra; no envejece jamás, su vigor es eterno.

Defender la unidad de la Iglesia se traduce en vivir muy unidos a Jesucristo, que es nuestra vid. ¿Cómo? Aumentando nuestra fidelidad al Magisterio perenne de la Iglesia: pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles o depósito de la fe. Así conservaremos la unidad: venerando a esta Madre Nuestra sin mancha; amando al Romano Pontífice.

Algunos afirman que quedamos pocos en la Iglesia; yo les contestaría que si, todos custodiásemos con lealtad la doctrina de Cristo, pronto crecería considerablemente el número, porque Dios quiere que se llene su casa. En la Iglesia descubrimos a Cristo, que es el Amor de nuestros amores. Y hemos de desear para todos esta vocación, este gozo íntimo que nos embriaga el alma, la dulzura clara del Corazón misericordioso de Jesús.

Debemos ser ecuménicos, se oye repetir. Sea. Sin embargo, me temo que, detrás de algunas iniciativas autodenominadas ecuménicas, se cele un fraude: pues son actividades que no conducen al amor de Cristo, a la verdadera vid. Por eso carecen de fruto. Yo pido al Señor cada día que agrande mi corazón, para que siga convirtiendo en sobrenatural este amor que ha puesto en mi alma hacia todos los hombres, sin distinción de raza, de pueblo, de condiciones culturales o de fortuna. Estimo sinceramente a todos, católicos y no católicos, a los que creen en algo y a los que no creen, que me causan tristeza. Pero, Cristo fundó una sola Iglesia, tiene una sola Esposa. ¿La unión de los cristianos? Sí. Más aún: la unión de todos los que creen en Dios. Pero sólo existe una Iglesia verdadera. No hay que reconstruirla con trozos dispersos por todo el mundo. Y no necesita pasar por ningún tipo de purificación, para luego encontrarse finalmente limpia.

(De una homilía de San Josemaría Escrivá: 4 de junio de 1972).


lunes, 15 de agosto de 2011

Asunción de la Santísima Virgen.

(I clase, blanco) Gloria, Credo y prefacio de la Virgen “Et in Assumptione”. Vísperas de la Asunción, conmemoración del Domingo.
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María, alzada al cielo, recibe en el seno de la Trinidad la corona real por manos de su Hijo, en medio de las aclamaciones de la corte de los ángeles.
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El 1º de noviembre de 1950 definía Pío XII el dogma de la Asunción. Proclamaba así solemnemente que la creencia según la cual la Santísima Virgen María, al final de su vida terrestre, fue elevada, en cuerpo y alma, a la gloria del cielo, forma parte realmente del depósito de la fe recibido de los apóstoles. La Virgen Inmaculada, "bendita entre todas las mujeres", por razón de su divina maternidad, y que había recibido desde su concepción el privilegio de ser inmune al pecado original, tampoco debía conocer la corrupción del sepulcro. Para evitar todo dato incierto, el papa se ha abstenido de precisar la manera y las circunstancias de tiempo y lugar en que debió realizarse la Asunción. Unicamente el hecho de la Asunción de María en cuerpo y alma a la gloria del cielo es el objeto de la definición.
La nueva misa de la fiesta pone de relieve la Asunción misma y las conveniencias teológicas de la misma. Ve a María glorificada en la mujer descrita en el Apocalipsis (introito), en la hija del rey vestida con manto de oro, del salmo 44 (gradual), y en la mujer que, con su hijo, será enemiga victoriosa del demonio (ofertorio). Le aplica también las alabanzas tributadas a la victoriosa Judit (epístola), y ve, sobre todo, en la Asunción el coronamiento de todas las glorias que dimanan de la divina maternidad y que María misma ha cantado en el Magníficat (evangelio). Las oraciones nos hacen pedir a Dios la gracia de estar siempre atentos, como María, a las cosas de arriba, de esperar la resurrección gloriosa y de participar de su triunfo en el cielo.
En la liturgia se encuentra el culto de la Asunción desde el siglo VI, en Oriente, y desde el VII, en Roma. En Jerusalén, en Constantinopla y en Roma se organizaban también una procesión en honor de la Santísima Virgen.
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INTROITUS
Ap. 12, 1. Ps. 97, 1
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Signum magnum appáruit in
caelo: múlier amícta sole,
et luna sub pédibus ejus, et in
cápite ejus coróna stellárum duódecim.
Ps. Cantáte Dómino cánticum novum:
quia mirabília fecit. V/. Glória Patri.
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domingo, 14 de agosto de 2011

IX Domingo después de Pentecostés.

LA LITURGIA de hoy insiste en los terribles castigos que están reservados para los que hubieren renegado de Cristo. Todos ellos perecerán y ninguno entrará en el reino; al revés de sus fieles y leales servidores, los cuales le seguirán algún día imitando su gloriosa Ascensión a los cielos. A poner aún más de relieve este ideal contribuye la lectura del Breviario, al hablarnos del gran profeta Elías.
Elías, dice S. Agustín, es fi gura de nuestro Señor y Salvador, porque, como Él, sufrió también persecución por la justicia (2º Noct.) y luego subió en triunfo por los aires.
Este triunfo de Elías y de Jesús será también nuestro si es que no tentamos a Cristo, o sea, si evitamos la idolatría, la impureza y la murmuración (Ep.) siendo fieles a la gracia.
Bien se ve por toda la trama compleja de la vida de Elías y Eliseo, que Dios protege al justo, y se sacrifica por Él en los altares (Sec.), y hasta le da a comer su propia carne y a beber su propia sangre (Com.) para que, unido siempre a Él con apretado lazo (Posc.), pueda guardar fielmente los divinos mandamientos, que son más dulces que la misma miel (Ofert.). Porque Dios es fi el, y no permite que el demonio nos tiente más de lo que nuestras fuerzas consienten, y aun si somos tentados, es para que saquemos provecho espiritual de la tentación, y ganemos una victoria (Ep.).
Pero la justicia divina, no contenta con proteger al justo y premiar su fidelidad, castiga a sus perseguidores que obran la maldad. Lo vemos de un modo palmario en la vida de Elías y en la de Jesús. Y no sólo recae la ira de Dios sobre los individuos pecadores, sino también sobre las ciudades y las naciones. Terrible escarmiento fue la ruina de Jerusalén predicha por el Señor (Ev.), el cual derramó por ella lágrimas tan amargas, aunque en vano, pues no se convirtió. “Veintitrés mil Hebreos perecieron en un mismo día a causa de su impureza, y muchos también fueron muertos por el Ángel exterminador por haber murmurado.” (Ep.) Todo esto, añade el Apóstol, estaba escrito para nuestro escarmiento (Ep.). Más de un millón de Judíos pereció en el saqueo de Jerusalén por Tito (año 70), todo ello por no haber admitido a Cristo.
El fuego vendrá fi nalmente a vengar los ultrajes cometidos por los hombres contra su Dios, el cual expulsará a los malos de su templo, del cielo, no a latigazos, sino con aquel látigo harto más
doloroso de su palabra que atronará cuando diga: ¡Id, malditos, al fuego eterno! (Ev.). Si estamos de pie, procuremos no caer (Ep.), guardando los mandamientos del Señor, que son más dulces que la miel, y alegran los corazones (Ofert.).
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Introito (Salmo LIII)
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ECCE, DEUS, ádjuvat me, et Dóminus
suscéptor est ánimæ meæ: avérte
mala inimícis meis, et in veritáte tua
dispérde illos, protéctor meus, Dómine - Ps.
Deus, in nómine tuo salvum me fac: et in
virtúte tua líbera me. V. Gloria Patri.
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sábado, 13 de agosto de 2011

La caridad pastoral de Santo Toribio de Mogrovejo.

A esta caridad pastoral se le llamaba anteriormente celo por el amor a Dios y a las almas.

Para buscar con gran amor el bien espiritual de los hombres hay que ser humilde, sacrificado, casto, desinteresado y ser un cristiano de unión con Dios por los sacramentos y la oración.

El territorio del Arzobispado tenía seiscientas leguas de contorno. Realizó tres visitas pastorales. La primera, después del III Concilio Limense (1528), duró siete años. La segunda entre los años 1593 y 1597 y la tercera y última desde 1605 hasta su muerte (1606).

El mismo le escribe al Papa Clemente VII: “Andando y caminando más de cinco mil doscientas leguas, muchas ves a pie, por caminos muy fragosos, y ríos, rompiendo por todas las dificultades, y careciendo algunas veces yo y la familia de cama y comida” (1598).

El rigor del frío de las alturas, del calor de las costas, los ríos, la falta de caminos, la más mínima comodidad para alojar no fueron impedimentos para evangelizar.

Tenemos este testimonio dado por el licenciado Menacho, canónigo de Lima: “Y este testigo le vio en los llanos de Trujillo y en el valle de Jauja visitando donde tenía por imposible, aunque lo estaba mirando, que un hombre pudiese trabajar tanto, como había trabajado aquel día, y que muchas veces se ponía a comer, después de haber confirmado gran cantidad de personas, a las cuatro de la tarde, y que eran tan poco lo que comía, que admiraba que con esto pudiese satisfacer y vivir”.

Su apoteosis. Nos dice la Biblia que la muerte de los justos es preciosa ante Dios. Así fue la de Santo Toribio. Dios quiso que el encuentro definitivo con él fuera en la tercera visita pastoral, es decir, en medio de su activa labor evangelizadora.

Se dirigió a Santiago de Miraflores (comúnmente Saña o Zaña). Salió ya enfermo, visitó dos pueblos y llegó mal a Saña. Pidió ser llevado a la iglesia de la Doctrina de indios y allí recibió los últimos sacramentos, repitiendo con el Apóstol: Cupio disolví et ese tecum, deseo morir para estar contigo. En su lecho pidió le cantasen el Credo y dirigiéndose a Fray Gerónimo Ramírez, prior de los agustinos que le cantasen con el arpa el salmo In te Domine speravi, en ti Señor he esperado. Al llegar al verso: En tus manos encomiendo mi espíritu, falleció el 23 de marzo de 1609, día Jueves Santo ese año.

En sus honras fúnebres predicó el Obispo de Santiago de Chile, Fray Juan Pérez de Espinoza. Todo el pueblo desde las más altas autoridades a los menesterosos que ayudó, le lloró y participó en sus funerales.

Se cumplía en él lo que él mismo había aprobado en el III Concilio Limense: “No hay cosa en estas provincias de las Indias que deban los prelados y los demás nuestros, así eclesiásticos como seglares, tener por más encargo y encomendado por Cristo…que temer mostrar un paternal afecto y cuidado al bien y remedio de estas nuevas y tiernas plantas de la Iglesia (los indios)”.

El Cardenal Alejandro de Montalda en la carta aprobatoria del III Concilio Limense (octubre 1588), dirigida a Santo Toribio, dice en nombre del Papa, hermosas palabras que son un señuelo y a la vez una dulce esperanza para los sucesores de los Apóstoles que hoy deben guiar la Iglesia en América: “Ya que el Espíritu Santo os ha puesto para regir la Iglesia de Dios, que adquirió con su sangre, os exhorto en el Señor a cumplir vuestro ministerio con asidua vigilancia y trabajo, con la esperanza cierta de que, pues en esta vida trabajéis y llevéis esta carga por Cristo, también os veréis aliviados un día en la Jerusalén Celestial y descansaréis en el Monte Santo del Señor”.

El Beato Juan Pablo II el 10 de mayo de 1983 declaró: “Con nuestra suprema potestad y Autoridad Apostólica declaramos y confirmamos a Santo Toribio de Mogrovejo Patrono ante Dios de todos los Obispos de América Latina”.

¡Santo Toribio, Arzobispo de los Reyes, intercede por los Obispos, encargados por Pedro, de guiar estos nuevos cristianos de nuestra América y haz que siempre se conserve la fe de Cristo que tú extendiste dándonos magníficos ejemplos! (*)

(*) El día litúrgico del santoral es el 23 de marzo: Santo Toribio de Mogrovejo.

Fuente: Epopeya de la Fe de Monseñor Joaquín Matte Varas.