viernes, 29 de abril de 2011

Emaús (III).

Quédate con nosotros, porque se hace noche.

Quédate también con nosotros, Señor, porque sin Ti todo es oscuridad y nuestra vida carece de sentido. Sin Ti, andamos desorientados y perdidos. Y contigo todo tiene un sentido nuevo: hasta la misma muerte es otra realidad radicalmente diferente.Mane nobiscum, quoniam advesperascit et inclinata est iam dies. Quédate con nosotros porque ya está anocheciendo y va a caer el día.

Quédate, Señor, con nosotros…, recuérdanos siempre las cosas esenciales de nuestra existencia--- ayúdanos a hacer fieles y a saber escuchar con atención el consejo sabio de aquellas personas en las que Tú haces presente en nuestro continuo caminar hacia Ti. Danos la humildad de dejarnos ayudar.

“Quédate con nosotros, porque ha oscurecido…” Fue eficaz la oración de Cleofás y su compañero.

“¡Qué pena, si tú y yo no supiéramos detener a Jesús que pasa!, ¡qué dolor, si no le pedimos que se quede!”.

Porque El está dispuesto a quedarse. De hecho le tenemos muy cerca: en el sagrario más próximo, en cada confesión… Yo estaré con vosotros siempre (Mt), había prometido. ¡Gracias, Señor! ¡Qué distinto sería todo si Tú no te hubieras quedado!

Pero no olvidemos que el Señor se acerca de muchas otras maneras a nuestra vida: en los más necesitados, en ese amigo que precisa una palabra de aliento, en esas mociones de la gracia que nos impulsan a ser más generosos… ¡No le dejemos pasar!

(Pbro. Francisco Fernández-Carvajal).

miércoles, 27 de abril de 2011

Emaús II.

Jesús les dijo: ¡Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?

El nuevo compañero de viaje se mostró muy versado en las Escrituras, pues comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les interpretaba todos los pasajes referentes al Mesías. Las palabras de Jesús les penetraban hasta lo más íntimo del corazón.

Llegaron al término del viaje. El desconocido hizo ademán de continuar adelante. Han pasado algunas horas de la tarde y el día declina ya. Jesús quiere que le insistan para quedarse con los dos discípulos. Y ellos se lo suplicaron: Quédate con nosotros, porque ya está anocheciendo y va a caer el día. Y el Señor se quedó con ellos.

Jesús presidió la cena y realizó los gestos acostumbrados: pronunció la bendición, dividió el pan, lo distribuyó… como hacía siempre con su estilo propio. Entonces lo reconocieron; sus gestos eran inconfundibles. Se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Y Jesús desapareció de su presencia. Recordaron como su ánimo había cambiado mientras le escuchaban y su corazón se llenaba hasta rebosar: ¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? La esperanza había nacido en sus corazones y crecía ahora de modo incontenible. Y con la esperanza renació el amor a su Maestro.

Ahora caen en la cuenta: una conversación así no podía ser más que de Jesús; nadie podía hablarles de aquella manera ni desvelar de modo semejante las Escrituras. ¿Cómo no nos hemos dado cuenta antes?, pensarían.

¿Qué iban a hacer ahora que habían visto a Jesús Resucitado? Salir corriendo hacia Jerusalén, a pesar de estar oscureciendo. ¡Deben dar la enorme noticia a los demás! No hay tiempo ni para comer. Ya lo harían en la ciudad.

(Rvdo. P. Francisco Fernández Carvajal).

martes, 26 de abril de 2011

Emaús.

El domingo de Pascua estuvo lleno de una gran actividad por parte de Jesús. Parece como si le consumiera el deseo de manifestarse cuanto antes a todos los suyos. El sabe lo mal que lo han pasado, su desconcierto y su pena. Y quiere cuanto antes sacarles de su tristeza y devolverles la esperanza.

El mismo domingo se apareció a dos discípulos que se dirigían a Emaús, una aldea distante unos doce kilómetros de Jerusalén. Estos habían salido de la ciudad a primeras horas de la tarde y habían oído lo que decían las mujeres acerca del sepulcro vacío. Pero esto no había sido suficiente para levantar en ellos la fe en la Resurrección. Encontrar a Jesús vivo después de lo sucedido en el Calvario estaba muy lejos de sus mentes.

Los dos hombres caminaban apesadumbrados por la tragedia del viernes mientras hablaban de los acontecimientos que habían tenido lugar; del ir y venir de las mujeres…; también, ¡cómo no!, de los ratos pasados junto al Maestro, de sus esperanzas perdidas…

Jesús resucitado, como un viajero más, les dio alcance y se emparejó con ellos. Pero no percibieron que era El, pues sus ojos estaban incapacitados para reconocerlo. El Señor no quería aún ser identificado, y ellos podían haber pensado cualquier cosa menos que el Maestro estaba a su lado.

¿Qué conversación lleváis entre los dos mientras vais caminando?, les preguntó. Se detuvieron un instante entristecidos, dice el texto. Uno de ellos, Cleofás, le respondió: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?

Le explicaron al Señor lo que había sucedido: Lo de Jesús el Nazareno… Como le habían condenado a muerte y le habían crucificado. Le hablaron de sus esperanzas fallidas, de las noticias que habían traído las mujeres, del sepulcro vacío…pero a El nadie le había visto.

En lo hondo de su corazón, estos dos hombres profesan un fervor extraordinario hacia Jesús. Aun estando tan desolados, los discípulos no se han desligado del todo; ciertamente, desbordan veneración hacia su antiguo Maestro.

(Rvdo. P. Francisco Fernández Carvajal).

lunes, 25 de abril de 2011

María Magdalena. No está aquí porque ha resucitado (Mc).

La Resurrección de Jesús no es la de un muerto que ha vuelto a la vida, como en el caso del joven de Naín y de Lázaro, que recibieron de nuevo su vida terrena; una vida, sin embargo, destinada más tarde a la muerte definitiva. Jesucristo resucitó a una forma de vida gloriosa, y ya no muere más; vive para siempre junto al Padre, y está a la vez muy cerca de nosotros.

Resurrección y aparición sin hechos distintos. La resurrección no se agota en las apariciones. Estas no son la resurrección, sino tan sólo su reflejo, una manifestación de ella. Es el mismo Jesús quien se manifiesta, quien se hace ver, el que sale al encuentro. Las apariciones no son el resultado de la fe, no son efecto de la fe, de la esperanza o de un amor y de un deseo muy grande de los discípulos de ver al Maestro. La fe “no produce” la aparición. Es el Resucitado el que toma la iniciativa, el que se hace presente y desaparece en cada ocasión.

También se deduce claramente de los evangelios la continuidad entre el Crucificado en el Calvario y el Resucitado que se aparece en Jerusalén y en Galilea. Se trata del mismo Jesús, reconocido al hablar, al partir el pan… (…).

María Magdalena había vuelto de nuevo al sepulcro. Allí lloraba y daba rienda suelta a su dolor. Desde la entrada miró hacia el interior y vio a dos ángeles vestidos de blanco. Están como de guardia, como testigos. Ellos le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Y ella, con inmenso respeto y cariño hacia Jesús, les dijo: Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. No creía aún que Jesús había resucitado. Es muy grande su turbación y está aturdida por la desaparición del cuerpo de su Señor. Y ahora no se dan cuenta de que son ángeles quienes le hablan. Jesús era todo para ella, incluso después de muerto.

Al decir esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús, no lo reconoció. Le dijo el Señor: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella pensó que era el encargado del huerto. Por eso dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo han puesto y yo lo recogeré.

Jesús sólo pronunció entonces una palabra, una sola: ¡María! Tenía aquel acento inconfundible con el que tantas veces la había llamado. (…).

Ella se volvió hacia el Maestro y se le escapó esta exclamación hebrea, que lo decía todo: ¡Rabbuni!, ¡Maestro!, ¡Maestro, mío! Y se arrojó a sus pies, llena de una alegría sin límites. Todos los nubarrones que obscurecían su alma han pasado. Una palabra bastó para que cayera la venda de sus ojos; era toda una revelación. ¡Jesús estaba vivo! ¡Había resucitado!

(Pbro. Francisco Fernández Carvajasl.

domingo, 24 de abril de 2011

La tumba vacía.

Entre los primeros acontecimientos de la Pascua, resalta uno singular: el sepulcro, sellado, donde había sido enterrado el cuerpo de Jesús se encontró abierto y vacío en las primeras horas del domingo. Esta tumba vacía fue un signo esencial para todos los que se acercaron aquella mañana a comprobarlo; constituyó el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección.

En primer lugar fue comprobado por aquellas mujeres, discípulas fidelísimas de Jesús.

El amor es madrugador. Al amanecer, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé (Mc) se dirigieron al sepulcro con aromas para ungir el cuerpo de Jesús. Por el camino comentaban: ¿Quién nos quitará la piedra de entrada al sepulcro? (…)

Estas mujeres habían amado a Jesús mientras estaba vivo, y también ahora, muerto, le quieren honrar. Su amorosa solicitud se verá recompensada: se encontrarán la piedra a un lado, y, más tarde, esa misma mañana, a Cristo resucitado. Cuando hay empeño sobrenatural, se vencen los obstáculos o desaparecen ellos solos… El amor al Señor lo puede todo. ¡Tantas veces lo hemos comprobado! ¡El amor siempre sale vencedor! “Vive de Amor y vencerás siempre” (Camino, nº 433).

María Magdalena, apenas se hizo cargo de la situación, volvió corriendo a Jerusalén para avisar a Pedro y a Juan de la gran novedad: el sepulcro estaba abierto y no habían encontrado por ninguna parte el cuerpo del Señor.

Estos apóstoles, en cuanto lo oyeron, salieron corriendo hacia el sepulcro (Jn). Quieren comprobar cuanto antes qué está sucediendo. Corrían los dos juntos, pero Pedro no tiene la juventud y las piernas de Juan. Por eso, este –nos lo cuenta él mismo- llegó antes, y desde la puerta se inclinó y vio allí los lienzos plegados, pero no entró, esperó en la entrada, por deferencia hacia Pedro. (…).

Pudieron observar que los lienzos estaban colocados de una manera singular. El término griego que se traduce habitualmente comoplegados indica que los lienzos había quedado aplanados, fláccidos, como conservando de algún modo la forma de envoltura, como vacíos, al resucitar y desaparecer de allí el cuerpo de Jesús; como si este hubiera salido de los lienzos y vendas sin ser desenrollados, pasando a través de ellos mismos. Por eso se encuentran planos, yacentes, según la traducción literal del griego, al salir de ellos el cuerpo de Jesús que los había mantenido antes en forma abultada.

(…).

Todo esto dejó admirados a los dos discípulos. San Juan nos dice que, al ver todo aquello, creyó. Jamás olvidaría este momento. Ahora ya disponía de la clave que lo explicaba todo. ¿Dónde estará ahora Jesús?, se preguntaría. Y se encendió en deseos de verlo. Todo había cambiado en cuestión de breves instantes. Todo era nuevo. ¡Cristo había resucitado!, como les había dicho muchas veces. (…).

Se cuenta que San Severino de Sarov, el más popular de los santos rusos, después de haber permanecido en completa soledad, fue enviado a un monasterio a predicar el evangelio. Allí acudían gentes de todas partes. Y el santo, lleno de entusiasmo, sólo repetía una y otra vez: Esta es mi alegría: ¡Cristo ha resucitado! Como si dijera: ¡Aquí está todo! Este es el resumen de mis enseñanzas.

¡Cristo vive! Esta verdad nos llena el corazón, a nosotros y a quienes la anunciamos. (…) Esta es la alegría que debemos comunicar a los demás. En esto consiste esencialmente el apostolado. Ahora también muchos se acercan a nosotros como aquellos griegos que le dijeron a Felipe: queremos ver al Señor. No podemos defraudarlos. Lo daremos a conocer con nuestro ejemplo, con nuestra oración y con nuestra palabra.

(Rvdo. Francisco Fernández Carvajal).

sábado, 23 de abril de 2011

La sepultura.

Depositaron el cuerpo de Jesús en el sepulcro con suma piedad, y lo cerraron.

Mientras tanto, las mujeres que acompañaban a la Virgen (entre ellas María Magdalena, María la de Santiago y Salomé) siguieron de cerca todas estas operaciones y vieron el sepulcro y cómo fue colocado su cuerpo. Regresaron a la ciudad y, antes que fuera demasiado tarde por el descanso sabático, prepararon aromas y ungüentos (Lc).

Todos volvieron enseguida a sus casas. Juan, a quien el Señor le había confiado su Madre en el último momento, la llevó consigo, la tomó como suya. Se inició entonces una relación, un intercambio de pensamientos y de afectos que quedará bien reflejado en su evangelio. Algunos discípulos y las santas mujeres quedarían cerca de la Virgen. (…).

En cuanto a los judíos, recordaron unas palabras de Jesús acerca de su resurrección al tercer día. Por eso, sin respetar el descanso sabático y la gran solemnidad de la Pascua, se presentaron de nuevo en el pretorio al día siguiente para exponer a Pilato los temores que aún tenían.

Le pidieron a Pilato una guardia militar para que guardase el sepulcro al menos hasta el tercer día, pues Jesús había dicho que pasadas tres jornadas resucitaría de entre los muertos. Piensan que el cuerpo de Jesús podía ser robado por sus discípulos, y entonces el último engaño sería peor que el primero.

(…)

El cuerpo de Jesús ha quedado en el sepulcro. Cuando nació no dispuso siquiera de la cuna de un niño pobre; en su vida pública no tendrá donde reclinar su cabeza, y morirá desnudo de todo ropaje. Pero ahora, cuando es entregado a los que le quieren y le siguen de cerca, la veneración, el respeto y el amor harán que sea enterrado como un judío pudiente, con la mayor dignidad posible.

No debemos olvidar nosotros que en nuestros sagrarios esta Jesús ¡vivo!, pero tan indefenso como en la Cruz, o como en el sepulcro. En la Sagrada Eucaristía Jesús permanece entre nosotros. Allí se encuentra verdadera, real y substancialmente presente. Es el mismo de Betania, de Cafarnaún, del Calvario… (…).

Cristo se nos entrega para que nuestro amor lo cuide y lo atienda, y para que nuestra vida limpia lo envuelva como aquel lienzo que compró José. Pero además de esas manifestaciones de nuestro amor, debe haber otras que quizá exijan alguna vez parte de nuestro dinero, de nuestro tiempo, de nuestro esfuerzo: José de Arimatea y Nicodemo no escatimaron esas otras muestras de amor real. (…)

Te trataremos bien, Señor, en la Comunión, cuando te visitemos en una iglesia, cuando pasemos delante de Ti en el sagrario…¡siempre!

(Rvdo. Francisco Fernández Carvajal)

viernes, 22 de abril de 2011

La Crucifixión

En cuanto llegaron los reos se procedió a la crucifixión. Jesús estaba exhausto. Hacía tiempo que todos sus esfuerzos estaban centrados en un único objetivo: mantenerse en pie. Era mediodía. Los evangelistas no facilitan muchos datos sobre este suplicio, porque era bien conocido por todos.

Los soldados comenzaron su tarea despojando a Jesús de sus vestiduras y pertenencias. Los judíos solían llevar una túnica que iba en contacto con el cuerpo, y el manto, por fuera. Este estaba compuesto por varias piezas de tela cosidas. En cambio, la túnica podía estar tejida de una sola pieza.

Al contacto con la túnica, las heridas producidas por la flagelación se habían restañado. Ahora, vuelven a abrirse y la sangre mana de nuevo. Entre las llagas de los látigos y las producidas por la cruz y las caídas, el cuerpo de Jesús no tiene un solo lugar sano.

Cuando iban a comenzar a clavar las manos en el madero, los soldados ofrecieron a Jesús un vino fuerte mirrado (Mc). Era costumbre reservarlo para el instante en que el condenado iba a sufrir ese terrible tormento. Tenía un cierto carácter de analgésico; adormecía y amortiguaba un poco la sensibilidad de la víctima ante el desgarro que producían los clavos al penetrar en la carne.

Jesús lo probó (Mt), pero no lo tomó. Lo rechazó porque quería estar bien consciente hasta el final. San Agustín explica que el Señor quiso sufrir hasta el extremo de pagar el máximo precio de nuestro rescate. No quiso privarse de ningún dolor.

Y le crucificaron (Mc). Estas breves palabras lo resumen todo.

Jesús quedó colocado mirando al cielo, con los brazos extendidos sobre el tosco madero transversal. Los clavos, largos, de carpintero, atravesaron la carne y desgarraron los tendones: primero una mano, después la otra.

Es probable, como se manifiesta en la Sábana Santa, que los clavos penetraran por las muñecas (…) por el pequeño espacio libre que existe entre el conglomerado de huesecillos que la configuran, el crucificado permanece sólidamente sujeto a la cruz, y no hay que romper ningún hueso, con lo cual el clavo penetra con un solo golpe de martillo. Esto provoca un dolor espantoso, pues por ese lugar pasan todos los nervios que van a la mano, haciendo esta y las yemas de los dedos sumamente sensibles al tacto. (…).

Después de clavar las manos izaron su cuerpo, mediante una polea en el palo vertical, que ya estaba clavado en el suelo. Después fueron clavados los pies. No debió resultar tarea fácil: el clavo rompía la carne, los tendones, las venas (…).

El peso del cuerpo suspendido de los clavos, la forzada inmovilidad, la elevada fiebre que sobrevenía, la sed que provocaba esta fiebre, los espasmos y las convulsiones produjeron en Jesús un intensísimo dolor. Ha llegado su hora, la que llevaba esperando tantos años.

(…).

Miremos despacio a Cristo en la Cruz. “Poned los ojos en el Crucificado –aconsejaba Santa Teresa-, y todo (dificultades, cansancio, escasez…) se os hará poco” (Moradas VII, 4, 8). Todo es llevadero si estamos cerca de Cristo en la Cruz, a quien amamos de verdad.

“Amo tanto a Cristo en la Cruz, que cada crucifijo es como un reproche cariñoso de mi Dios… Yo sufriendo, y tú…cobarde. Yo amándote, y tú olvidándome. Yo pidiéndote…, y tú…negándome. Yo, aquí, con gesto de Sacerdote Eterno, padeciendo todo lo que cabe por amor tuyo…y tú te quejas ante la menor incomprensión, ante la humillación más pequeña…” (San Josemaría, Via Crucis, estac. XI, nº 2).

Aceptemos con paz, con amor, el dolor, la enfermedad, las contradicciones graves… y también esas pequeñeces diarias que a veces nos hacen perder la paz. A veces, es lo único que podemos ofrecer. No las dejemos pasar.

(Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Como quieras Tú. Cuarenta meditaciones sobre la Pasión del Señor. Madrid. Ediciones Palabra 1999).

jueves, 21 de abril de 2011

Jueves Santo.

Jueves Santo, con su única Misa pero solemnísima, y con las visitas al monumento, envuélvenos en una como ola eucarística, que nos obliga a no pensar en nada más qué en la última Cena de Jesús y en la institución del Sacerdocio y del Sacramento del amor. Es un día medio de gozo, medio de tristeza: de gozo, por la rica herencia que nos deja Jesús al morir, en testamento; de tristeza, porque se oculta a nuestra vista el Sol de Justicia. Jesucristo, y empieza a invadirlo todo el espíritu de las tinieblas.
Antiguamente, en la mañana de ese día, había tres grandes funciones litúrgicas, que se celebraban en tres misas diferentes: la Reconciliación de los penientes, la Consagración de los óleos, y la conmemoración de la Institución de la Eucaristía. De la primera sólo ha quedado como vestigio la bendición "urbi et orbi" que da hoy el Papa desde la loggia del atrio de la Basílica Vaticana.
En la actualidad, la liturgia matutina del Jueves Santo se reduce:

a) a la Misa;
b) a la procesión al monumento;
c) al despojo de los altares, y rezo de las Vísperas.

Por la tarde efectúase el Mandato o lavatorio de los pies, y el oficio de Tinieblas.

a) La Misa. Solamente hay una en cada iglesia, y sería el ideal que en ella comulgasen el clero y los fieles. Los ministros y la cruz del altar están revestidos de ornamentos blancos, en honor a la Eucaristía. Como en los días de júbilo, se empieza por tañer el órgano y cantar el Gloria, durante el cual se echan a vuelo las campanas de la torre y se tocan las campanillas del altar, enmudeciendo en señal de duelo todos esos instrumentos desde este momento hasta el Gloria de la misa del Sábado Santo. Prosigue la Misa en medio de cierto desconsuelo producido por el silencio del órgano. En ella se suprime el ósculo de paz, por temor de recordar el beso traidor con que Judas entregó tal día como hoy a su Maestro. El celebrante consagra dos hostias grandes, una para sí y otra para reservarla hasta mañana en el monumento.
En las catedrales celébrase con extraordinaria pompa la bendición y consagración de los santos óleos, efectuada por el obispo, acompañado por doce sacerdotes, siete diáconos y siete subdiáconos, revestidos con los correspondientes ornamentos.

b) Procesión al monumento. Terminada la Misa, se organiza una procesión para llevar al monumento la hostia consagrada que ha reservado 'el celebrante, la cual reposará allí hasta mañana, y recibirá entretanto las visitas de los cristianos que, aisladamente y en piadosas caravanas, acudirán al templo atraídos por el Amor de los Amores y por el beneficio espiritual de las indulgencias concedidas.
El monumento es simplemente un altar lateral de la iglesia, lo más ricé y artísticamente adornado que sea posible, con muchas flores y muchas velas y con un sagrario móvil colocado a cierta altura. Ningún emblema ni recuerdo de la Pasión debe de haber en él, y menos soldados y guardias romanos pintados en bastidores, como en algún tiempo lo estilaron ciertas iglesias.

c) El despojo de los altares. A la procesión, que termina bruscamente con la reposición de la sagrada hostia en el sagrario, sigue el rezo llano y grave de las Vísperas, después de las cuales el celebrante y sus ministros despojan los altares de todo el ajuar, dejándolos completamente desnudos hasta el Sábado Santo, para anunciar que hasta ese día queda suspendido el Sacrificio de la Misa.
Al mismo tabernáculo se le desposee de todo y se le deja abierto, para dar todavía mayor impresión del abandono total en que va a encontrarse Jesús en medio de la soldadesca:
Históricamente; este despojo de los altares recuerda el uso antiguo de desnudarlos diariamente, a fin de que, no estando adornados más que para la Misa, resaltase más vivamente la importancia del augusto Sacrificio eucarístico.

d) El lavatorio de los pies. En las iglesias catedrales, en las grandes parroquias y en los monasterios, tiene lugar, después de mediodía, la ceremonia del lavatorio de los pies a doce o trece pobres. Está a cargo del prelado o superior. Es un acto solemne de humildad con que el pastor de los fieles imita al que en la tarde del Jueves Santo realizó Nuestro Señor con sus discípulos, antes de comenzar la Cena, ; una promulgación anual del gran mandato de la caridad fraterna formulado por Él al tiempo de partir de este mundo para el cielo.
El número doce de los pobres representa a los doce apóstoles, y el trece, según Benedicto XIV, al Ángel enviado de Dios que misteriosamente se agregó a la mesa del Papa San Gregorio Magno en la que, como de costumbre, comían cierto día los doce pobres por él invitados, y cuyos pies previamente lavaba.

Al atardecer se celebra el Oficio de Tinieblas, lo mismo que el miércoles.

Fuente: statveritas.

miércoles, 20 de abril de 2011

Negación de San Pedro.

“El cum esset Petrum in átrio deórsum, venit una ex ancíllis summi sacerdótis: et cum vidísset Petrum calefaciéntem se, adspíciens illum ait: S. Et tu cum Jesu Nazaréno eras. C. At ille negávit dicens: S. Neque scio, neque novi quid dicas. C. Et éxit foras ante átrium, et gallus cantábit” (“Y hallándose Pedro abajo en el atrio, vino una de las criadas del Sumo Sacerdote, y viendo a Pedro, que se calentaba, mirándole, le dijo: Tú también estabas con Jesús Nazareno. Mas él lo negó diciendo: Ni le conozco, ni sé lo que dices. Y saliéndose fuera al zaguán cantó el gallo…” (Pássio Dómini nostri Jesu Christi secúndum Marcum 14, 1-72; 15, 1-46).
“Mientras se desarrolla el proceso contra Jesús ante el Sanedrín tiene lugar la escena más triste de la vida de Pedro. El, que lo había dejado todo por seguir a nuestro Señor, que ha visto tantos prodigios y ha recibido tantas muestras de afecto, ahora le niega rotundamente. Se siente acorralado y niega hasta con juramento conocer a Jesús.
“Ha negado conocer a su Señor, y con eso niega también el sentido hondo de su existencia: ser Apóstol, testigo de la vida de Cristo, confesar que Jesús es el Hijo de Dios vivo. Su vida honrada, su vocación de Apóstol, las esperanzas que Dios había depositado en él, su pasado, su futuro: todo se ha venido abajo.
“El Señor, maltratado, es llevado por uno de aquellos atrios. Entonces, se volvió y miró a Pedro. Saberse mirado por el Señor impidió que Pedro llegara a la desesperación. Fue una mirada alentadora en la que Pedro se sintió comprendido y perdonado. ¡Cómo recordaría entonces la parábola del Buen Pastor, del hijo pródigo, de la oveja perdida!
“Pedro salió fuera. Se separó de aquella situación, en la que imprudentemente se había metido, para evitar posibles recaídas. Comprendió que aquél no era su sitio. Se acordó de su Señor, y lloró amargamente. En la vida de Pedro vemos nuestra propia vida. “Dolor de amor.- Porque El es bueno.- Porque es tu Amigo, que dio por ti su Vida.- Porque todo lo bueno que tienes es suyo.- Porque le has ofendido tanto… Porque te ha perdonado… ¡El!... ¡¡a ti!! Llora, hijo mío, de dolor de Amor.
“La contrición da al alma una especial fortaleza, devuelve la esperanza, hace que el cristiano se olvide de sí mismo y se acerque de nuevo a Dios en un acto de amor más profundo. La contrición aquilata la calidad de la vida interior y atrae siempre la misericordia divina. Mis miradas se posan sobre los humildes y sobre los de corazón contrito.
“Muy probablemente Pedro, después de las negaciones y de su arrepentimiento, iría a buscar a la Virgen. También nosotros lo hacemos ahora que recordamos con más viveza nuestras faltas y negaciones”.

martes, 19 de abril de 2011

Actualización de la Galería de Fotos.


Hemos actualizado la Galería de Fotos con la Santa Misa Tridentina celebrada este domingo 17 de abril de 2011, correspondiente a la Dominica II Passionis seu in Palmis. La Santa Misa fue celebrada por nuestro capellán Msr Jaime Astorga Paulsen. Las fotos se pueden ver linkeando AQUI y AQUI. La galería general se puede ver en este ENLACE.

lunes, 18 de abril de 2011

Bendición del fuego nuevo y de los cinco granos de incienso.

La bendición del fuego nuevo se hace en el atrio de la Iglesia, porque el sepulcro del Señor, de donde resucitó glorioso, estaba fuera de Jerusalén. El fuego, sacado del pedernal, representa a Jesucristo, piedra angular y luz del mundo. Este fuego con el que se encienden las lámparas y las luces extinguidas el Jueves Santo, simboliza la Ley del Evangelio que viene a reemplazar la Antigua Ley del pueblo de Israel.

Los cinco granos de incienso bendecidos por el sacerdote, y que se clavan en el cirio pascual, representan los aromas llevados al sepulcro por las santas mujeres.

Hechas estas bendiciones, el celebrante con los ministros y acólitos se dirige a la Iglesia.

El diácono, revestido con dalmática blanca, lleva la caña con un cirio trifurcado. Enciende uno de los tres brazos del cirio diciendo:Lumen Christi: La luz de Cristo, y el coro responde: Deo gratias. El diácono y no el sacerdote anuncia la Resurrección, porque el Señor la anunció primero a las santas mujeres y estas la anunciaron a los Apóstoles.

Bendición del Cirio Pascual.

El diácono se dirige al lado del Evangelio y bendice el Cirio Pascual, símbolo de la Resurrección de Cristo, cantando el Exultet, cántico de inspiradas notas, en que se recuerdan los beneficios de la Redención. En la última parte del Exultet el diácono coloca en forma de cruz los cinco granos de incienso en las cinco pequeñas cavidades que hay en el cirio y que representan las cinco llagas del Señor resucitado; y en seguida, el mismo diácono lo enciende para indicar el momento grandioso de la Resurrección de Cristo.

El cirio pascual se enciende en los oficios litúrgicos durante los cuarenta días que permaneció en la tierra el Señor resucitado; se apaga el día de la Ascensión después de la lectura del Evangelio.

Las profecías.

Las doce profecías, que son un resumen de la historia de la Religión, simbolizan las condiciones o efectos de la regeneración por el Bautismo. Mientras se cantaban, los catecúmenos recibían las últimas instrucciones antes del Bautismo. En ellas se hace recuerdo de la creación, del diluvio, de la libertad de los israelitas y de los vaticinios mesiánicos.

domingo, 17 de abril de 2011

Domingo de Ramos.

La bendición de las palmas o de los Ramos, como vulgarmente se dice, es el primer rito que se desarrolla ante nuestra vista; y podemos juzgar acerca de su importancia por la solemnidad que la Iglesia des-pliega en su celebración (...) Después del canto de la antífonaHosanna, estas ramas del árbol, objeto de la primera parte de la función, reciben con una sola oración, acompañada de la incensación y de la aspersión del agua bendita, una virtud que las eleva al orden sobrenatural y las hace a propósito para ayudar a la san­tificación de nuestras almas y a la protección de nuestros cuerpos y de nuestras casas. Los fieles deben te­ner con respeto estos ramos en sus manos durante la procesión y colocarlos con honor en sus casas, como un signo de su fe y de su esperanza en la ayuda divina (...)
Hemos reunido aquí, como de costumbre, los diferentes hechos con que puede elevarse la mente de los fieles en los variados misterios litúrgicos; estas manifestaciones de fe los ayudarán a comprender por qué la Iglesia quiere que, en la procesión de los Ramos, sea honrado Jesucristo como presente en el triunfo que ella le otorga en este día. Busquemos por medio del amor "a este humilde y dulce Salvador que viene a visitar a la hija de Sión", como dice el profeta. Aquí está en medio de nosotros; a El se dirige el tributo de nues­tros ramos; unámosle también el de nuestros corazones. Se presenta para ser nuestro Rey; recibámoslo y digamos:Hosanna al hijo de David (...)
DOM GUÉRANGER (Tomado de su libro "El año litúrgico)
*

sábado, 16 de abril de 2011

Dominica II Passionis Seu In Palmis.

Se invita cordialmente a Ud. y Familia a la
BENDICION DE RAMOS
PROCESION
y
a la SANTA MISA de acuerdo al venerable
RITO ROMANO ANTIGUO
(en latín y con canto gregoriano)
correspondiente al
Domingo de Ramos
*
Domingo 17 de abril de 2011
a las 16:00 hrs
Parroquia Santa Bárbara de Casablanca

viernes, 15 de abril de 2011

Viernes Santo (II).

La Misa de los presantificados.

La Misa de los presantificados es la última parte de los Oficios del Viernes Santo. Se le ha dado el nombre de Misa, aun cuando en realidad no lo es, por no haber consagración y, por consiguiente, sacrificio, porque las ceremonias y ritos han sido tomados de la Misa, y llámase de presantificados, porque la Hostia se consagra el día antes, esto es, se preconsagra o presantifica.

La Iglesia no ofrece el sacrificio el Viernes Santo, porque no quiere representar místicamente sobre el altar la Pasión del Señor, cuyo aniversario celebra en ese día.

Al terminar la adoración de la Cruz, se encienden las velas del altar y el oficiante con los ministros y acólitos se dirigen en silencio al Monumento. El sacerdote, después de incensar el Santísimo Sacramento, lo toma con el paño humeral y procesionalmente lo conduce al altar, mientras se canta el himno de la Santa Cruz, Vexilla Regis.

Terminada la procesión, el celebrante coloca sobre el altar el cáliz con la Hostia consagrada, lo descubre y deja la Hostia sobre los corporales, vierte en el cáliz un poco de vino y agua; inciensa la Oblata, purifica sus dedos en silencio, se vuelve al pueblo y dice Orate frates…, a lo que nada se contesta; canta en seguida el Pater noster, eleva sobre la patena la Hostia, la divide en tres partes, como en la Misa, dice la tercera oración antes de la Comunión, y el Dómine non sum dignus; finalmente comulga, hace las abluciones, cubre el cáliz y se retira a la sacristía.

Sábado Santo.

El Sábado Santo conmemora la Iglesia la sepultura del cuerpo del Señor y el descendimiento de su alma santísima a los infiernos. Los oficios que actualmente se celebran en este día, se celebraban en tiempos antiguos en la noche del Sábado y en la madrugada del Domingo.

La liturgia de este día nos pide que tengamos los mismos sentimientos de las santas mujeres, y que sepultemos para siempre nuestros pecados.

Las principales ceremonias de este día son: la bendición del fuego nuevo, y de los cinco granos de incienso, la bendición del cirio pascual, las profecías, la bendición de la pila bautismal, la Misa de Gloria y las Vísperas solemnes dentro de la Misa.

jueves, 14 de abril de 2011

Viernes Santo.

El Viernes Santo se conmemora los misterios de la Pasión y Muerte del Señor. La Iglesia manifiesta el duelo y el dolor usando en sus oficios los ornamentos negros; ella pide a todos sus hijos que contemplen al Autor de la vida, crucificado y humillado, para que comprendan la gravedad del pecado y los invita a rezar piadosamente el Vía crucis.

En el Oficio de este día hay cuatro ceremonias principales: la Misa de los Catecúmenos, las Oraciones, la Adoración de la Cruzy la Misa de los presantificados.

La Misa de los Catecúmenos.

Al llegar al presbiterio, los ministros se postran por breves momentos, para imitar al Señor que en el Huerto de los Olivos oró con el rostro pegado en tierra. Los acólitos extienden sobre el altar un mantel, símbolo del lienzo que envolvió el cuerpo del Señor. En seguida se cantan las Lecciones, los Tractos y la Pasión según San Juan. Esta primera parte es de origen apostólico.

Las oraciones.

El sacerdote canta algunas admoniciones y luego invita a orar a los fieles, diciendo: Oremos, arrodillémonos, canta el diácono y en seguida el subdiácono: Levantaos. En estas oraciones el celebrante pide por todas las necesidades de la Iglesia y del pueblo cristiano, por la conversión de los herejes, cismáticos, judíos y paganos.

La Adoración de la Cruz.

El celebrante, en señal de humildad, se despoja de la casulla, toma la cruz, que está cubierta con un velo negro y la descubre, primero en su parte superior, después el brazo derecho y al fin toda la cruz; mientras la descubre canta tres veces, elevando cada vez la voz:Ecce lignum crucis… He aquí el madero de la cruz del que pende la salvación del mundo, y el coro responde: Venite adoremos. Venid adorémoslo. Así simboliza la Iglesia la extensión en el mundo del reinado de Jesús crucificado.

El celebrante se descalza en seguida, y postrándose tres veces ante la cruz la adora y la besa; a continuación los ministros y los fieles hacen otro tanto.

Durante la adoración se cantan los Improperios o reproches de Dios al pueblo de Israel; finalmente, se canta el Pange lingua gloriosi lauream certaminis.

miércoles, 13 de abril de 2011

Jueves Santo.

En este día se conmemora la institución del Santísimo Sacramento y del Sacerdocio, el lavatorio de los pies y la agonía del Señor en el Huerto de los Olivos.

En la liturgia de este día la Iglesia nos invita: a) a comulgar y a asistir a las ceremonias; b) a visitar los monumentos, dando gracias al Señor por la institución de la Santa Eucaristía y pidiendo perdón por las ofensas que recibe en este Sacramento.

Las principales ceremonias del Jueves Santo son: la Misa solemne, la consagración de los Santos Óleos en la Iglesia Catedral, la procesión con la Hostia Consagrada al monumento, la denudación de los altares y el lavatorio de los pies.

La Misa solemne.

Ordinariamente el Jueves Santo hay una sola Misa en cada Iglesia; los sacerdotes que no celebran, reciben la Sagrada Comunión de manos del celebrante, en recuerdo de los tiempos de la Iglesia antigua en que sólo celebraba la Misa el Obispo y los presbíteros recibían la Santa Comunión de sus manos.

En la Misa se usan ornamentos blancos, se adorna el altar con flores, el velo que cubre la cruz es blanco, se canta el Gloria in excelsis, y se tocan las campanas y campanillas, que en seguida no se dejarán oír hasta el Sábado Santo.

La consagración de los óleos.

En las Catedrales el Obispo bendice solemnemente los óleos destinados a la administración de los santos Sacramentos: antes del Pater noster, el óleo de los enfermos para la Extrema-Unción, y después de la primera ablución, el santo crisma, para los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, para la consagración de los Obispos, para la consagración de las iglesias y de los vasos sagrados, y el óleo de los catecúmenos, para el sacramento del Bautismo y para la ordenación de los sacerdotes.

La procesión al monumento.

El celebrante consagra dos hostias grandes; una consume en la Misa y la otra la reserva en el monumento, para el Viernes Santo.

Después de la Misa se lleva esta Hostia consagrada procesionalmente, con gran solemnidad, al Monumento. El sacerdote coloca sobre su cuello la llavecita del Sagrario. El Tabernáculo del altar mayor queda sin llave, porque ya no contiene al Huésped Divino.

Denudación de los altares.

En recuerdo de que Nuestro Señor fue despojado de sus vestiduras, los altares se desnudan de los manteles, mientras el celebrante recita el salmo XXI, que contiene una profecía sobre Jesús despojado de sus vestiduras.

Esta ceremonia recuerda también que antiguamente, después de cada Misa, se desvestía el altar, y no se volvían a poner los manteles hasta el momento de celebrar la Misa del día siguiente.

El lavatorio de los pies.

La ceremonia del lavatorio de los pies, en la que el obispo o presbítero lava los pies a doce pobres, se hace en memoria del ejemplo de humildad que nos dio el Señor cuando lavó los pies de sus Apóstoles.

Durante esta ceremonia el coro canta las antífonas; la primera comienza con las palabras Mandatum, nombre con que también se designa este acto.

martes, 12 de abril de 2011

Domingo de Ramos.

En esta Domínica se bendicen los ramos de palma y olivo, en recuerdo de la entrada triunfal de Jesucristo a Jerusalén.

En esta bendición se dice una antífona, una Colecta, una Epístola, dos responsorios; el Evangelio en que se cuenta la entrada triunfal del Salvador a Jerusalén; un prefacio con el Sanctus, cinco oraciones, la bendición propiamente dicha, con agua e incienso y una última oración.

El olivo es símbolo de la gracia y la palma, del triunfo. Mediante la gracia de Cristo nosotros triunfamos de nuestros enemigos.

Bendecidos los ramos, se hace la procesión por fuera de la Iglesia, cantando varias antífonas en honra y gloria de Nuestro Salvador. Al llegar a la Iglesia un coro de niños canta a puertas cerradas, dentro de la Iglesia, el himno: Gloria, laus et honor: Gloria, alabanza y honor. Estos coros de niños representan los coros angélicos que también aclaman al Rey Triunfador.

La puerta de la Iglesia se abre cuando el celebrante golpea con la cruz, para significar que Nuestro Señor Jesucristo abrió las puertas del cielo, por los méritos de su pasión y muerte de cruz.

La Misa del Domingo de Ramos está impregnada de tristeza. En la Misa solemne se canta la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según San Mateo.

Ordinariamente cantan la Pasión tres diáconos, el primero representa a Nuestro Señor, el segundo es el cronista que narra, y el tercero representa al pueblo y demás personas que allí intervinieron.

La Semana Santa.

Esta Semana se llama Santa o Mayor por las santidad y grandeza de los misterios que se recuerdan

El Martes Santo se lee en la Misa la Pasión según San Marcos; el Miércoles Santo, la Pasión según San Lucas.

El Oficio de Maitines y Laudes, que se canta la vigilia del Jueves, Viernes y Sábado Santo se llama de Tinieblas, porque antiguamente se cantaba durante la noche y casi a oscuras. Estos oficios revisten un carácter de tristeza, dolor y duelo.

Se coloca en el altar, al lado de la Epístola, un candelabro triangular con quince velas de cera amarilla, encendida; se van apagando sucesivamente después de cada salmo, pero se conserva encendida la última que representa a Jesucristo, Luz del mundo, y se la esconde detrás del altar. Al canto del Benedictus se apagan también los seis cirios del altar. Finalmente se trae el cirio que se había ocultado por breves instantes, para simbolizar los tres días que el Señor permaneció en el sepulcro.

El ruido de manos que se hace al final de Laudes es figura de la perturbación del mundo a la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. (Liturgia, Santiago de Chile, 1935).


domingo, 10 de abril de 2011

Dominica de Passione.

La Cuaresma anda ya adelantada. Pronto asomará la "Pascua florida" y entraremos en los conmovedores misterios de la Semana Santa. Hoy mismo, Domingo, aparecen los altares y las estatuas cubiertas de luto, anunciando el luto y el duelo de la Iglesia, y de todos sus buenos hijos, por la vecina Muerte del Salvador. ¿Has cumplido tú ya con Pascua, o te preparas de verdad a cumplir pronto con ese sagrado deber?¿Has confesado y comulgado durante la Cuaresma, o te preparas a confesar y comulgar en esta su última quincena?¿Cuántos años hace que no te has confesado y que no has comulgado por Pascua? ¿Por qué no lo has hecho? ¿Por qué estás resuelto a no hacerlo tampoco este año? ¿Tienes miedo de no ser perdonado? ¿Te parecen demasiado grandes y numerosos tus pecados? Si piensas así, irrogas gravísima injuria al Salvador, que murió por ti y por ti derramó su sangre. A Dios no le asustan tus pecados, pues desea perdonártelos; en cambio, le ofende tu poca confianza en El, que es misericordioso y perdonador hasta lo infinito. Confiésate, pues, y vuelca en el Corazón de Jesús tus miserias, que El te las trocará por riquezas de gracia.
*
Normas generales del Tiempo de Pasión:
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  • Se mantienen las normas de la Cuaresma
  • Se suprime el salmo Iudica de las oraciones al pie del altar
    Se suprime el Gloria Patri del Introito
    Se suprime el Gloria Patri del salmo Lavabo.
    Se dice el Prefacio de la Santa Cruz. En las misas no se inciensa ni las imágenes de los santos, ni sus reliquias
  • Las imágenes y la cruz del altar han de estar cubiertos con velos morados.
    *
    INTROITO (PS. 42)
    *
    JÚDICA me, Deus, et discerne causam
    meam de gente non sancta: ab hómine
    iníquo et dolóso éripe me: quia tu es Deus
    meus, et fortitúdo mea.- Ps. Emitte lucem
    tuam , et veritáte tuam, ipsa me deduxérunt,
    et adduxérunt in montem sanctum tuum.-
    Júdica me.
    *

sábado, 9 de abril de 2011

Creo en la vida eterna.

Y así aunque sabemos con seguridad que moriremos, ignoramos por completo cuándo y cómo; y Dios nos ocultó esa hora para que le honrásemos y temiésemos más, como a dueño y soberano de la vida y de la muerte, y para que a cada instante estuviésemos preparados para ella (S. Lucas XII, 40).

A continuación de la muerte viene el juicio. “Está decretado a los hombres el morir una sola vez y después el juicio” (s. Pablo a los Hebr. IX, 27). Este es el juicio particular. Sin embargo al fin del mundo habrá otro juicio universal. (S. Mateo XXIV).

Respecto del Purgatorio, recuérdense los pasajes de la Sagrada Escritura relativos a él, pero sobre todo la fe y constante y antiquísima tradición de la Iglesia universal.

Debo tener presente que así los tormentos del infierno como los goces del cielo, no son iguales para todos sino proporcionados a cada uno: aquellos a las maldades del impío; estos, a los merecimientos del justo.

Evitar toda exageración especialmente tratándose del infierno, ni se quiera fundar en razón lo que descansa principalmente en la fe. Recuérdese que los testimonios de la Sagrada Escritura son demasiado claros y frecuentes para que cerremos los ojos ante una verdad ciertamente pavorosa (S. Mateo III, 12; S. Marcos IX, 42-47; S. Lucas III, 17; S. Judas VI, 7; II Tesal. I, 7-9; Apoc. XIV, 19-20; XX, 10; Isaías XXXIII, 14).

Vida litúrgica.

Toda la liturgia católica está empapada en el pensamiento de la eternidad. Cada festividad litúrgica es un himno a la vida perdurable de los santos, y cada oración del misal un aspiración o anhelo de la patria bienaventurada de los cielos. Vivamos, pues, esa vida litúrgica intensa que nos permita dar el debido valor a las cosas, apreciándolas a la luz de la eternidad y midiéndolas con ese criterio y medida del cristiano.

viernes, 8 de abril de 2011

Creo en la resurrección de la carne.

“Vendrá tiempo, dice S. Juan en que todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán los que hicieron buenas obras, a resucitar para la vida; pero los que las hicieron malas, resucitarán para ser condenados” (V, 28-29). Véase, además: XI, 24; 1ª Cor. XV, 52; Job XIX, 27 y 2º Mac. VII, 11 y 14. Nuestros cuerpos resucitarán para que tengan parte en el premio o castigo, como tuvieron parte en las buenas o malas obras y para que el triunfo de Jesucristo sobre la muerte sea entero y cumplido. Nuestro Señor Jesucristo enseña la doctrina de la resurrección. “Yo los resucitaré en el último día” (S. Juan VI, 40).De ella hablan los apóstoles como de dogma principal de nuestra fe. San Pablo la demuestra a los Corintios (1ª XV, 13). La razón acepta y confirma esta verdad. La resurrección no es superior al poder divino. El que crea de la nada podría muy bien pedir de nuevo a la nada la carne que a ella hubiese vuelto; pero nada se pierde en la naturaleza: hay transformación, no aniquilamiento. Dios que crea los elementos puede muy bien reunirlos y reformarlos. La resurrección no es indigna de Dios. Al contrario, demuestrasu poder, en la reconstitución del cuerpo del hombre; 2º su bondad, que completa al hombre para hacerlo más feliz; 3º su sabiduría, que no deja perecer un cuerpo que El creó y santificó; 4º su justicia que da al cuerpo y al alma del hombre la parte de recompensa o de castigo que cada uno de ellos mereció. Vida litúrgica. La conmemoración de Todos los Fieles Difuntos (2 de noviembre), nos recuerda no sólo el dogma consolador de la comunión de los Santos, sino también la verdad expuesta en esta lección de la resurrección de los muertos. La Iglesia nos recuerda en una Epístola, sacada de S. Pablo, que los muertos resucitarán; y nos manda esperar, porque en ese día nos tornaremos a ver todos en el Señor. La Secuencia describe gráficamente el Juicio Final. Los fieles visitan en este día piadosamente los cementerios, haciendo una profesión de fe en la verdad de la resurrección. La voz Cementerio viene de una palabra griega que significa dormitorio o lugar de descanso. (1939).

jueves, 7 de abril de 2011

Creo en el perdón de los pecados.

Perdonar los pecados es remitirlos, aniquilarlos en cuanto a la mancha y a la pena eterna, como si nunca se hubieran cometido (Isaías I, 18; XLIV, 22).

El poder de perdonar los pecados pertenece a solo Dios (Isaías XLIII, 25).

Nuestro Señor Jesucristo tiene este poder: 1º en cuanto Dios, porque es igual a su Padre; 2º en cuanto hombre, porque lo ha recibido de su Padre; 3º en cuanto Salvador, porque lo ha adquirido a costa de su sangre (S. Juan V, 19; XVII, 10; S. Mateo IX, 6; S. Juan I, 29).

Jesucristo ejerció este poder varias veces (S. Mateo IX, 2; S. Lucas VIII, 48-50).

Extensión del poder de la Iglesia. El poder de la Iglesia para perdonar los pecados no tiene límites: es absoluto y universal. Nuestro Señor Jesucristo declaró que la blasfemia contra el Espíritu Santo era irremisible (S. mateo XII, 31). Pero esto es por las malas disposiciones del pecador, que resiste obstinadamente a la gracia, y no porque tal pecado sea absolutamente irremisible, pues si el blasfemo se arrepintiese humildemente, la Iglesia podría perdonárselo como perdona todos los demás.

Cómo perdona la Iglesia los pecados. Ordinariamente la Iglesia perdona los pecados por los Sacramentos del Bautismo y Penitencia; excepcionalmente por la Extremaunción, e indirectamente por los demás sacramentos, según la opinión más común y probable.

Hechos bíblicos.

Serpiente de bronce (Núm. XXI, 7-9); penitencia de David (II Rey. XII), el leproso (S. Mateo VIII. S. Marcos I. S. Lucas V); el paralítico y la probática piscina (S. Mateo IX; S. Juan V); el hijo pródigo (S. Lucas XV); arrepentimiento de S. Pedro (S. Marcos XIV, 66-72; S. Juan XX, 15-17); el buen ladrón (S. Lucas XXIII, 40-43).

miércoles, 6 de abril de 2011

Creo en la comunión de los santos.

Los bienes espirituales comunes de la Iglesia son: los infinitos méritos de Jesucristo, los sobrantes de la Santísima Virgen y de los santos, las indulgencias, las oraciones, las preces públicas y los ritos exteriores, con todos los cuales, como con otros tantos vínculos sagrados, se unen los fieles a Nuestro Señor Jesucristo y entre sí.

¡Qué consolador es este pensamiento, que todos los miembros de la Iglesia pertenecemos a una gran familia, cuya cabeza es Cristo! En esa gran familia cristiana hay comunicación y participación de sus bienes y males, de sus goces y alegrías, de sus penas y tribulaciones.

Una parte de los miembros de la Iglesia ya han obtenido el triunfo y la corona: forman la Iglesia triunfante; otra parte se purifica más y más, como el oro en el crisol, para entrar en esa región de luz y felicidad que es la gloria, en la que nada manchado puede entrar: forma la Iglesia paciente; finalmente, los que luchamos las batallas del Señor en esta tierra, como soldados de Cristo, hasta conseguir el premio de la gloria formamos la Iglesia militante.

Tratemos de ver la belleza y significado de la unión de los fieles con Cristo por la vida sobrenatural de la gracia, así como los sarmientos participan de la savia de la vid.

El 1º de noviembre, la Iglesia nos manda echar una mirada al cielo, nuestra futura patria, para ver allí con S. Juan esa multitud incontable de santos inscritos en el libro de la vida. Forman ese majestuoso cortejo que alaba al Cordero sin mancilla, Cristo, cuántos acá en la tierra se desasieron de los bienes caducos y fueron mansos, mortificados, justicieros, misericordiosos, puros, pacíficos y perseguidos por Cristo.

La fiesta de Todos los Santos nos trae, como naturalmente, a la memoria, el recuerdo de las almas santas que, cautivas en el purgatorio, para expiar en él sus culpas veniales o bien para satisfacer la pena temporal debida por sus pecados están sin embargo confirmadas en gracia, y algún día entrarán en el cielo.

La liturgia de los difuntos es tal vez la más hermosa y consoladora de todas (Lefebvre).

“Las almas del purgatorio, declara el Concilio de Trento, son socorridas por los sufragios de los fieles, y señaladamente por el sacrificio del altar”.

(1939).

martes, 5 de abril de 2011

Creo en la Santa Iglesia Católica (III).

La denominación de Iglesia católica, ya se encuentra en la carta que San Ignacio Mártir, obispo de Antioquia (+ 107) escribió a los fieles de Ermirna, y en varios otros escritos del 1º y 2º siglo del cristianismo.

Jesucristo Nuestro Señor fundó una sola Iglesia, del mismo modo que no enseñó más que una sola fe, ni instituyó más que una sola cabeza suprema.

La Iglesia de Jesucristo es visible. Jesucristo compara su Iglesia con una ciudad edificada sobre una montaña, que en todas partes se descubre con facilidad (S. Mateo V. 14).

Lo invisible en la Iglesia es la vida interior de la gracia, que con las dichas partes visibles guarda la misma relación que el alma con el cuerpo; por lo que también se llama el alma de la Iglesia.

Ya en el 2º Concilio ecuménico decía el año 381: “Creo que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica”.

La verdadera Iglesia de Jesucristo debe tener estas notas.

Jesucristo dijo:

1º “Todo reino dividido en partidos contrarios quedará destruido” (S. Lucas XI, 17).

2º “Santifícalos en la verdad” (S. Juan XVII, 17). San Pablo añade: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1ª. Tesal. IV, 3).

3º “Id, pues, e instruid a todas las naciones…y estad ciertos de que yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos” (S. Mateo XXVIII, 19 y 20).

4º “Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros” (S. Juan XX, 21).

La Iglesia Católica se llama también romana porque reconoce al Pontífice de Roma por legítimo Jefe y Vicario de Jesucristo.

Contra la santidad de la Iglesia no pueden alegarse los abusos y defectos de algunos particulares, porque no nacen de su doctrina u organización, ni jamás han sido autorizados ni aprobados por ella. Nuestro Señor mismo comparó a su Iglesia con un campo en que crecen juntos el trigo y la cizaña, y con una red que contiene peces buenos y malos (S. Mateo XIII, 24 y sigs., y 47 y sigs.).

(Compendio de la Doctrina Cristiana, 1939).

domingo, 3 de abril de 2011

Dominica Quarta in Quadragésima.

El domingo "Lætare" viene a alegrar y reconfortar a los ayunadores de Cuaresma. El Celebrante puede cambiar los ornamentos de color morado por los de color rosa. El órgano deja oír sus acordes. Las flores aparecen en el altar. Todo indica que éste es un domingo excepcional dentro de la Cuaresma, un día de asueto y de santa expansión. Pero a esto solamente tienen derecho los que han venido practicando fielmente los rigores cuaresmales. Para los demás debe ser un domingo de reproches y de censuras, tú, oh cristiano, que lees esto y que te preparas a asistir a la Misa: ¿cómo estás cumpliendo las observancias de Cuaresma? ¿Has ayunado, has hecho limosnas, has vivido con cierto recogimiento, te has retirado de las habituales diversiones mundanas? Si todavía no has empezado a hacerlo, suple la falta en esta segunda mitad de la Cuaresma.
*
Introitus
Isai. 66, 10 et 11
*
LÆTÁRE Jerúsalem, et convéntum fácite,
omnes qui dilígitis eam: gaudéte cum lætítia,
qui in tristítia fuístis; ut exsultétis, et
satiémini ab ubéribus consolatiónis
vestræ. - Ps. 121. Lætatus sum in his, quæ
dicta sunt mihi: In domum Dómini
íbimus. V. Gloria Patri.
*

sábado, 2 de abril de 2011

La Rosa de Oro, tradición propia de la Domínica Laetare.


Antigua y venerable costumbre al par que poco conocida en nuestros tiempos es la de la bendición de la Rosa de Oro, ceremonia vinculada a la Domínica Laetare o mediana (por ser como el meridiano de la Cuaresma) y por cuya razón se llama asimismo “Domingo de la Rosa”. Es ésta una altísima distinción que, bajo la forma de esta flor hecha de oro, otorga el Papa a personalidades católicas principales, particularmente princesas, y a santuarios e imágenes de la Cristiandad. No está claro el origen de esta costumbre, en la que hay que distinguir el acto mismo de la bendición de la Rosa de Oro y su consigna, que no parecen haber tenido un origen simultáneo. Algunos autores, como Fr. José de Sigüenza, hacen remontar la bendición a la Antigüedad cristiana; otros la retrasan hasta la época de San León IX, quien la habría instituido en 1049 al autorizar la fundación de un monasterio en Benevento, con la obligación de sus monjas de ofrecer cada año a la Sede Apostólica, a cambio de las inmunidades y privilegios concedidos a su comunidad, una rosa hecha de oro para ser bendecida en la cuarta domínica de Cuaresma. Lo cierto es que, si bien en muchos documentos antiguos de los Romanos Pontífices se habla del sentido místico de la Rosa, no hay datos ciertos de una solemne atribución de la misma antes de 1148, cuando el beato Eugenio III la envió a Alfonso VII el Emperador, rey de Castilla y León, de lo cual consta documentación cierta y circunstanciada. Sólo hay una mención –sin que hasta ahora se haya podido contrastar históricamente– a la presunta consigna que hizo de la Rosa Áurea el beato Urbano II al conde Fulco IV de Anjou al término del concilio de Tours, por el cual quedaban confirmados los acuerdos del concilio de Clermont para organizar la Primera Cruzada. ¿En qué consiste la Rosa de Oro? Al principio fue simplemente una flor hecha de oro esmaltada de color de rosa. Con el paso del tiempo, se perdió la costumbre de teñirla colocando, en vez de ello, un rubí en medio de ella. En algunas ocasiones, además del rubí, se adornaba el follaje con multitud de piedras preciosas. La joya podía tener como soporte un tallo con hojas o un vaso de oro o de plata dorada. El historiógrafo Gaetano Moroni, ayudante de Cámara de los papas Gregorio XVI y el beato Pío IX, da detalles interesantes sobre esta verdadera joya en distintos momentos de la Historia (cfr. Dizionario di erudizione storico-ecclesiastica da San Pietro sino ai nostri giorni, 1852): así, en tiempos de Calixto III (1455-1458) la Rosa de Oro se reducía a la sola flor adornada de doce perlas. Bajo Sixto IV (1471-1484) era un ramo con rosas y espinas entre el que sobresalía una rosa de mayor tamaño en cuyo centro había una cavidad en forma de pequeña copa que es donde el Papa ponía el crisma y el almizcle cuando la bendecía. Más tarde, el ramo, solo o puesto sobre un vaso, descansaba sobre un pedestal de planta triangular, cuadrangular u octogonal, todo él adornado de pedrería. En él estaban grabadas las armas del Papa que bendecía la Rosa de Oro. Una Rosa de Oro enviada por Clemente IX a la reina de Francia María Teresa y al Delfín pesaba ocho libras. Pero el valor de la Rosa de Oro no reside en la cantidad del precioso metal ni en las gemas de las que está adornada, sino en su significado. En un libro de autor anónimo publicado en Roma en 1560 se declara su simbolismo. Copiamos a continuación lo que de él extracta el académico gerundense Enrique Claudio Girbal en su tratadito sobre la Rosa de Oro publicado en 1880: «Desde la flor sencilla, quizás de los valles de los antiguos tiempos, hasta la rosa cuajada de perlas y pedrería, que algún autor describe en los pasados siglos, el valor material de la sagrada joya varía según las circunstancias y hasta según el gusto de los artistas y de las épocas; lo que es incalculable, y no varía, es el tesoro de misterios que la Rosa encierra. Según enseñan los mismos Soberanos Pontífices en repetidas cartas, esta Rosa significa y declara a nuestro Redentor, el cual ha dicho: “Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles”; indica el oro de que se compone que Jesucristo es Rey de los reyes y Señor de los señores, cuyo profundo sentido mostraron ya los Magos, cuando como a Rey, le ofrecieron rendidamente el oro. El fulgor y alto precio del metal y las piedras con que la Rosa está compuesta, significan la luz inaccesible en la que habita el que es Luz de luz y Dios verdadero: el olor de los perfumes que sobre ella vierte en la bendición el Sumo Pontífice, representa en invisible esencia la gloria de la Resurrección de Jesucristo que fue de espiritual alegría para todo el mundo, pues con ella terminó el corrompido ambiente de las antiguas culpas y por todo el universo se esparció el suave aroma de la divina gracia; el color encarnado, de que en otro tiempo se teñía, representa la Pasión de Jesucristo; las espinas ofrecen la santa enseñanza de que en las espinas del dolor puso Jesús todas sus delicias, y recuerdan aquella corona que ensangrentó la cabeza del Redentor. En la Rosa, por último, se figura y simboliza la felicidad eterna». El ceremonial de la bendición de la Rosa se encuentra así descrito en el mismo libro que acabamos de citar: «Costumbre fue de los Romanos Pontífices en la Domínica cuarta de Cuaresma, en la cual se canta en la Iglesia Laetare, Hierusalem, bendecir una Rosa de oro y entregarla después de la Misa solemne, a algún Príncipe que esté presente en la Corte; si no hubiese en la Corte digno de tan alto obsequio, suele enviarse fuera a algún Rey o Príncipe, a voluntad de nuestro Padre Santo, previo el consejo del Sacro Colegio; pues fue también costumbre de los Romanos Pontífices, antes o después de la Misa, convocar ad circulum a los Cardenales en su Cámara, o donde Su Santidad a bien tuviere, y deliberar con ellos a quién ha de darse o remitirse la Rosa.


Adiutorium nostrum in nomine Domini.

R. Qui fecit coelum et terram.

Dominus vobiscum.

R. Et cum spiritu tuo.

Oremos.

“Dios, por cuya palabra y poder se hicieron todas las cosas y por cuya voluntad se rigen los Universos; que eres la alegría y gozo de todos los fieles, humildemente rogamos a Tu Majestad que por tu misericordia te dignes bendecir y santificar esta rosa gratísima de aroma y de vista, que hoy en signo de espiritual alegría llevamos en nuestras manos, a fin de que el pueblo que te pertenece, sacado del yugo de la cautividad de Babilonia por la gracia de tu Hijo unigénito que es gloria y regocijo de la plebe de Israel, anticipe a los corazones sinceros el gozo de aquella Jerusalén de lo alto que es nuestra Madre. Y pues en honor de tu nombre tu Iglesia se alegra y regocija hoy con este signo, dígnate, Señor, darle verdadero y perfecto gozo, y así, aceptando su devoción, perdones los pecados, llenes con la fe, ayudes con la indulgencia, protejas con la misericordia, destruyas las adversidades, y concedas todo género de prosperidad, hasta que por fruto de la buena obra, en olor de los aromas de aquella flor que procede de la raíz de Jesé, y que a sí misma se llama flor del campo y lirio de los valles, con ella en la eterna gloria con todos los Santos se regocije sin fin. Por Nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén”. «Para su bendición, que se hace junto a la mesa del vestuario donde nuestro Santísimo Padre recibe sus ornamentos, se prepara un pequeño altar y se ponen sobre él dos candelabros; el Pontífice, vestido de amito, alba, cíngulo, estola, capa pluvial y mitra, dice: «Terminada la oración, unta con bálsamo la Rosa de oro que está en el mismo ramillete, y le echa almizcle molido que se le ministra por el Sacristán, y pone el incienso en el turíbulo según la rúbrica, y rocía la rosa con agua bendita, y quema el incienso. En tanto un Clérigo de la Cámara Apostólica tiene la Rosa en su mano, que pasa al punto a las del Diácono Cardenal, y éste la entrega al Pontífice, quien, tomándola y llevándola en la mano izquierda, se pone en marcha hacia la capilla, bendiciendo con la derecha; y los Diáconos Cardenales elevan la capa pluvial: al llegar al faldistorio da la Rosa al dicho Diácono, quien a su vez la entrega al Clérigo de la Cámara, y éste la pone sobre el altar. Acabada la Misa, y hecha oración ante el altar por el Pontífice, recibe la Rosa como antes y la lleva a su Cámara. Si aquel a quien quiere darla está presente, se le hace llegar a sus pies; y estando de rodillas le da el Pontífice la Rosa diciendo: “Recibe la Rosa de nuestras manos, que aunque sin méritos, tenemos en la tierra el lugar de Dios. Por ella se designa el gozo de una y otra Jerusalén; es a saber, de la Iglesia triunfante y militante, por la cual a todos los fieles de Cristo se manifiesta aquella flor hermosísima que es gozo y corona de todos los Santos. Recibe ésta tú, hijo amadísimo, que eres noble según el siglo, poderoso y dotado de gran valor, para que más y más te ennoblezcas en Cristo Nuestro Señor con todo género de virtudes, como rosas plantadas junto al río de aguas abundantes, cuya gracia, por un acto de su infinita clemencia, se digne concederte el que es Trino y Uno por lo siglos de los siglos. Amén. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. «Alguna vez se ha hecho esta ceremonia en la capilla terminada la Misa, antes de que el Papa bajara de su silla; pero es más conveniente que el Papa vuelva a la Cámara con la Rosa, y así lo encuentro practicado por nuestros mayores. Aquel a quien se da la Rosa, después que ha besado la mano y el pie del Pontífice y dádole gracias, y una vez que el Papa de ha desnudado ya en la Cámara de sus sagradas vestiduras, es acompañado, llevando es su mano la Rosa, hasta la casa de su habitación, por el Colegio de Cardenales, en medio de los dos más antiguos, seguidos de todos los otros, y rodeándole a pie los servidores de la Curia Romana con sus varas, que suelen en aquel día recibir gajes de parte del favorecido con la Rosa». Cuando el beneficiario de la Rosa de Oro no se hallaba en la Corte Pontificia el Papa se la enviaba por medio de un embajador. Desde León X se encargaba de la consigna un ablegado (el mismo que llevaba el birrete a algún cardenal residente fuera de Roma), camarero secreto o protonotario apostólico. En contra de la creencia generalizada, la Rosa de Oro no se concede sólo a soberanas o princesas católicas, aunque así haya sido en muchas ocasiones y casi invariablemente desde el siglo XVI. También han sido gratificados ilustres varones de la Cristiandad por méritos contraídos en la defensa de la Fe Católica y de los derechos de la Iglesia. Y no sólo se concede a personas, sino, como queda dicho al inicio, a santuarios e imágenes insignes. El enviado papal portador de la Rosa de Oro era recibido con gran ceremonia a su llegada al lugar donde se encontraba el agraciado con ella. En España era un Grande el que, comisionado por el Rey, se adelantaba al enviado pontificio para recoger la distinción y llevarla a la iglesia donde se debía verificar su recepción solemne. En el día indicado, el propio representante papal, si tenía el orden episcopal, celebraba misa pontifical. Antes de dar la bendición final, se sentaba en medio del altar, estando frente a él la persona regia destinataria de la Rosa de Oro. El notario real debía entonces leer la bula papal de concesión y las indulgencias otorgadas en la ocasión, acabado lo cual se levantaba el prelado y tomaba aquélla en sus manos para entregarla a dicha persona –que la recibía de rodillas– con estas palabras: “Accipe Rosam de manibus nostris quam de speciale commissione Sanctissimi Domini Nostri NN (nombre del Papa) conferimus tibi”. Dada la bendición, la Rosa de Oro era llevada con gran acompañamiento por la persona distinguida por ella o por su capellán al oratorio donde se iba a colocar permanentemente.