miércoles, 6 de abril de 2011

Creo en la comunión de los santos.

Los bienes espirituales comunes de la Iglesia son: los infinitos méritos de Jesucristo, los sobrantes de la Santísima Virgen y de los santos, las indulgencias, las oraciones, las preces públicas y los ritos exteriores, con todos los cuales, como con otros tantos vínculos sagrados, se unen los fieles a Nuestro Señor Jesucristo y entre sí.

¡Qué consolador es este pensamiento, que todos los miembros de la Iglesia pertenecemos a una gran familia, cuya cabeza es Cristo! En esa gran familia cristiana hay comunicación y participación de sus bienes y males, de sus goces y alegrías, de sus penas y tribulaciones.

Una parte de los miembros de la Iglesia ya han obtenido el triunfo y la corona: forman la Iglesia triunfante; otra parte se purifica más y más, como el oro en el crisol, para entrar en esa región de luz y felicidad que es la gloria, en la que nada manchado puede entrar: forma la Iglesia paciente; finalmente, los que luchamos las batallas del Señor en esta tierra, como soldados de Cristo, hasta conseguir el premio de la gloria formamos la Iglesia militante.

Tratemos de ver la belleza y significado de la unión de los fieles con Cristo por la vida sobrenatural de la gracia, así como los sarmientos participan de la savia de la vid.

El 1º de noviembre, la Iglesia nos manda echar una mirada al cielo, nuestra futura patria, para ver allí con S. Juan esa multitud incontable de santos inscritos en el libro de la vida. Forman ese majestuoso cortejo que alaba al Cordero sin mancilla, Cristo, cuántos acá en la tierra se desasieron de los bienes caducos y fueron mansos, mortificados, justicieros, misericordiosos, puros, pacíficos y perseguidos por Cristo.

La fiesta de Todos los Santos nos trae, como naturalmente, a la memoria, el recuerdo de las almas santas que, cautivas en el purgatorio, para expiar en él sus culpas veniales o bien para satisfacer la pena temporal debida por sus pecados están sin embargo confirmadas en gracia, y algún día entrarán en el cielo.

La liturgia de los difuntos es tal vez la más hermosa y consoladora de todas (Lefebvre).

“Las almas del purgatorio, declara el Concilio de Trento, son socorridas por los sufragios de los fieles, y señaladamente por el sacrificio del altar”.

(1939).

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