domingo, 31 de mayo de 2009

Domingo de Pentecostés.

Estación en San Pedro.
Domingo y fiesta de 1ª clase con octava de 1ª clase. Rojo.

La Pascua de Pentecostés festeja la bajada del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, y corresponde a la fiesta judía de los Tabernáculos, en la que se conmemoraba la entrega de las Tablas de la Ley a Moisés. Pentecostés es la fiesta predilecta de las almas espirituales y contemplativas, porque es la fiesta de los carismas, de las nobles inspiraciones, de las íntimas consolaciones, la fiesta del huésped divino del alma cristiana, el Espíritu Santo. Los Oficios litúrgicos de este día cantan con elocuencia sin igual las maravillas ocultas del Paráclito en la Iglesia y en las almas. Llámanle"don del Altísimo, fuente viva, fuego, caridad, espiritual unción, dedo de la diestra de Dios, padre de los pobres, repartidor de los dones del cielo, luz de los corazones, Consolador regrigerador de las pasiones, solaz en el llanto, artífice de los artífices, depositario de las virtudes, nuestro mejor amigo, nuestro más íntimo confidente, etc.". Entre las piezas más clásicas merecen citarse el himno "Veni Creator Spíritus",que algunos han atribuido a Carlomagno, aunque con poco fundamento y la secuencia de la Misa "Veni Sancte Spíritus", obra tal vez del Papa Inocencio III, que reemplazó, en el siglo XVI, a la famosísima del monje Notker "Sancti Spíritus adsit nobis gratia". Todas estas piezas están realzadas por sabrosísimas melodías, al oír las cuales se persuade uno de que realmente son inspiradas por este Espíritu vivificador. "Primitivamente en Roma, la fiesta de Pentecostés terminaba la quincuagésima pascual e inauguraba los ayunos de las Cuatro Témporas de estío. Luego la solemnidad comenzó a prolongarse por dos días más, el lunes y el martes, y finalmente, desde San León Magno, abarcó la semana entera, a imitación de la de Pascua de Resurrección". Esta Octava sobreañadida, inseparable ya de la fiesta de Pentecostés, tiene el inconveniente de desmentir dicho nombre pues Pentecostés significa el espacio de 50 días transcurridos desde la Resurrección de Jesucristo hasta la bajada del Espíritu Santo, y además el de mezclar los regocijos pascuales con los ayunos y dejos de tristeza propios de las Cuatro Témporas. Para disimular, o por lo menos para atenuar estos efectos, la liturgia prescribe para toda la semana aún para el miércoles, viernes y sábado de las Témporas, los ornamentos rojos y el incesante empleo del aleluya.
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INTROITUS
Sap. 1, 7; Ps. 67, 2
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Spíritus Dómini replévit orbem
terrárum, allelúia: et
hoc quod cóntinet ómnia,
sciéntiam habet vocis,
allelúia, allelúia, allelúia.
Ps. Exsúrgat Deus,
et dissipéntur inimíci ejus:
et fúgiant, qui odérunt eum,
a fácie ejus. V/. Glória Patri...

sábado, 30 de mayo de 2009

Veni Creator Spiritus

Vigilia de Pentecostés.

Estación en San Juan de Letrán.
Vigilia de 1ª Clase - Rojo.

La estación es en San Juan de Letrán, a causa de su bautisterio, único lugar en que antiguamente se administraba el bautismo en Roma.
Antaño se bautizaba en Pentecostés a los catecúmenos que no habían podido recibir el bautismo en la noche de Pascua. Por ello toda la Misa canta la renovación bautismal por la acción del Espíritu Santo. A diferencia de otras vigilias, es una Misa festiva, como la de la vigilia Pascual.
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Introito
Ezequiel 36, 23-24, 26; Salmo 33, 2.
Cuando fuere santificado en
vosotros, os recogeré de todos
los países y derramaré sobre
vosotros agua pura, y quedareís
purificados de todas vuestras
inmundicias, y os daré un nuevo
corazón, aleluya, aleluya. Sl.
Alabaré al Señor en todo tiempo;
no cesarán mis labios de
pronunciar sus alabanzas. v/
Gloria al Padre...

viernes, 29 de mayo de 2009

El Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, VI.

“El primero de los dones es el de la Sabiduría. ¿Qué significa aquí Sabiduría? Es una Sapida cognitio rerum spiritualium, un don sobrenatural para conocer o estimar las cosas divinas por el sabor espiritual que el Espíritu Santo nos de ellas; un conocimiento sabroso, íntimo y profundo de las cosas de Dios, que es precisamente lo que pedimos en la oración de Pentecostés: Da nobis in eodem Spiritu recta sapere. Sapere es tener, no ya sólo conocimiento, sino gusto de las cosas celestiales y sobrenaturales. No es, ni muchísimo menos, eso que se llama devoción sensible, sino más bien como una experiencia espiritual de lo divino que el Espíritu Santo se digna producir en nosotros; es la respuesta al Gustate et vidite quoniam suavis est Dominus. Este don nos hace preferir sin vacilación la dicha que hay en servir a Dios, a todas las alegrías de la tierra. El hace exclamar al alma fiel: “¡Qué deliciosas, Señor, son tus moradas! Un día pasado en tu casa vale por años pasados lejos de Ti”. Mas es preciso para experimentar esto que huyamos con cuidado de todo cuanto nos arrastra a los deleites ilícitos de los sentidos.
El don del Entendimiento nos hace ahondar en las verdades de la fe. San Pablo dice que el “Espíritu que sondea las profundidades de Dios, las revela a quien le place. Y no es que este don amengüe la incomprensibilidad de los misterios o que suprima la fe; antes bien, ahonda más en el misterio que el simple asentimiento de la fe; su campo abarca las conveniencias y grandezas de los misterios, sus relaciones mutuas y las que tienen con nuestra vida sobrenatural. Su objeto son asimismo las verdades contempladas en los Libros Sagrados, y es el que parece haberse concedido en mayor medida a los que en la Iglesia han brillado por la profundidad de su doctrina, a los cuales llamamos “Doctores de la Iglesia”, aunque todo bautizado posea también este precioso don. Leéis un texto de las divinas Escrituras, lo habréis leído y releído un sinnúmero de veces sin que haya impresionado a vuestro espíritu; pero un día brilla de repente una luz que alumbra, por decirlo así, hasta las más íntimas reconditeces de este texto, y la verdad entonces os aparece clara, deslumbradora, convirtiéndose, a menudo en principio de vida y de actos sobrenaturales. ¿Habéis llegado a ese resultado por medio de vuestra reflexión? No, antes bien, una iluminación, una intuición del Espíritu Santo, es la que, por el don de Entendimiento, os dio el ahondar el sentido oculto y profundo de las verdades reveladas para que las tengáis en mayor aprecio”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.

jueves, 28 de mayo de 2009

El Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, V.

“Desde que se difundió la gracia en nosotros por el Bautismo, el Espíritu Santo mora en nosotros con el Padre y el Hijo. “Si alguno me ama, tiene dicho Nuestro Señor, mi Padre le amará también y vendremos a él y en él nos posaremos”: ad eum veniemus et mansionem apud eum faciemus. La gracia hace de nuestra alma templo de la Trinidad Santa; y nuestra alma adornada con la gracia, es verdaderamente morada de Dios; en ella habita, no solamente como en todos los seres por su esencia y potencia, con que sostiene y conserva todas las criaturas en el ser, sino de un modo muy particular e íntimo, como objeto de conocimiento y de amor sobrenaturales. Mas porque la gracia nos une de tal modo a Dios, que es principio y medida de nuestra caridad, se dice, especialmente que el Espíritu Santo “mora en nosotros”, no de un modo personal, que excluya la presencia del Padre y del Hijo, sino en cuanto procede por amor y es lazo de unión entre los dos: Apud vos manebit et in vobis erit, decía Nuestro Señor.
“Mas ¿qué hace ese Espíritu divino en nuestras almas, ya que siendo Dios y el amor por excelencia, no puede quedar ocioso? Nos da, primeramente, testimonio de que somos hijos de Dios: Ipse Spiritus testimonium reddit spiritui nostro quod sumus filli Dei.
“Con la gracia santificante que deifica, por decirlo así, a nuestra naturaleza, capacitándola para obrar sobrenaturalmente, el Espíritu Santo deposita en nosotros energías y “hábitos” que elevan al nivel divino las potencias y facultades de nuestra alma; de ahí provienen las virtudes sobrenaturales y sobretodo las teologales de fe, esperanza y caridad, que son propiamente las virtudes características y específicas de los hijos de Dios; después, las virtudes morales infusas, que nos ayudan en la lucha contra los obstáculos que se cruzan en el camino del cielo; y, por fin, los dones: Dona Spiritus Sancti.
“¿Qué son, pues, los dones del Espíritu Santo? Son, y ya el nombre lo indica, los bienes gratuitos que el Espíritu nos reparte juntamente con la gracia santificante y las virtudes infusas. La Iglesia nos dice en su liturgia que el mismo Espíritu Santo es don por excelencia: Donum Dei altissimi; porque viene a nosotros desde el bautismo para dársenos como objeto de amor. Pero ese don es divino y vivo; es un huésped que, lleno de largueza, quiere enriquecer al alma que lo recibe.
“Siendo Él Don increado, es por lo mismo fuente de los demás dones creados que con la gracia santificante y las virtudes infusas habilitan al alma para vivir sobrenaturalmente de un modo perfecto.
“Por los dones, el alma se hace hábil para ser movida y dirigida en el sentido de su perfección sobrenatural, en el sentido de la filiación divina, y por ellos tiene un como instinto divino de lo sobrenatural. El alma, que en virtud de esas disposiciones se deja guiar por el Espíritu, obra con toda seguridad como cuadra a un hijo de Dios. En toda su vida espiritual piensa y obra sobrenaturalmente, y se hace santa como sin pensarlo. El alma que es fiel a las inspiraciones del Espíritu Santo, posee un tacto sobrenatural que la hace pensar y obrar con facilidad y presteza como hija de Dios. Comprendéis con esto que los dones colocan al alma y la disponen a moverse en un ambiente del todo sobrenatural”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.

miércoles, 27 de mayo de 2009

El Espíritu santo, Espíritu de Jesús, IV.

“Del mismo modo, los Sacramentos, esos medios auténticos que Cristo puso en manos de sus ministros para transmitir la vida a las almas, jamás se confieren sin invocar antes al Espíritu Santo. El es quien fecunda las aguas del bautismo. “Hay que renacer del agua por el Espíritu Santo para entrar en el reino de Dios”; “Dios, dice San Pablo, nos salva en las fuente de regeneración, renovándonos por el Espíritu Santo; ese mismo Espíritu se nos “da” en la confirmación para ser la unción que debe hacer del cristiano un soldado intrépido de Jesucristo; El es quien nos confiere en ese sacramento la plenitud del estado de cristiano y nos reviste de la fortaleza de Cristo; al Espíritu Santo, como nos lo demuestra sobre todo la Iglesia Oriental, se atribuye el cambio que hace del pan y del vino, el cuerpo y la sangre de Jesucristo; los pecados son perdonados, en el sacramento de la Penitencia, por el Espíritu Santo; en la Extremaunción se le pide que, “con su gracia cure al enfermo de sus dolencias y culpas”; en el Matrimonio se invoca también al Espíritu Santo para que los esposos cristianos puedan, con su vida, imitar la unión que existe entre Cristo y la Iglesia.
“¿Veis cuán viva, honda e incesante es la acción del Espíritu Santo en la Iglesia? Bien podemos decir con San Pablo que es el “Espíritu de vida”; verdad que la Iglesia repite en el Símbolo cuando canta su fe en el “Espíritu vivificador”: CREDO… in Spíritum Sanctum… VIVIFICANTEM. Es, pues verdaderamente el alma de la Iglesia, el principio vital que anima a la sociedad sobrenatural, que la domina, que une entre sí sus diversos miembros y les comunica vigor y hermosura.
“En los primeros días de la Iglesia, su acción fue mucho más palpable que en los nuestros. Así convenía a los designios de la Providencia, porque era menester que la Iglesia pudiese sólidamente establecerse, manifestado a los ojos del mundo pagano las señales luminosas de la divinidad de su Fundador, de su origen y de su misión. Esas señales, frutos de la efusión del Espíritu santo, eran admirables, y todavía nos maravillamos al leer el relato de los comienzos de la Iglesia. El Espíritu descendía sobre aquellos a quienes el bautismo hacía discípulos de Cristo, y los colmaba de carismas tan frecuentes como asombrosos: gracia de milagros, don de profecía, don de lenguas y otros mil favores extraordinarios, concedidos a los primeros cristianos para que, al contemplar a la Iglesia hermoseada con tal profusión de magníficos dones, se viera bien a las claras cuál era la Iglesia de Jesús. Leed la primera Epístola de San Pablo a los de Corinto, y veréis con qué gusto enumera el Apóstol las maravillas de que él mismo era testigo; en cada enumeración de esos dones tan variados, añade: “El mismo y único Espíritu es quien obra todo esto”, porque El es amor, y el amor es fuente de todos los dones. In eodem Spiritu. El es quien fecunda a la “Iglesia que Jesús redimió con su sangre y quiso fuera santa e inmaculada.
“Mas si los caracteres extraordinarios y visibles de la acción del Espíritu Santo han desaparecido por lo general, la acción de ese divino Espíritu se perpetúa en las almas, y, si bien es sobre todo interior, no por eso es menos admirable”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo vida del alma, 1927.

martes, 26 de mayo de 2009

El Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, III.

“El alma de Jesús, convertida en alma del verbo por la gracia de la unión hipostática, era, además, henchida de gracia santificante y obraba por la suave moción del Espíritu santo.
“De ahí que todas las acciones de Cristo fueran santas. Su alma, aunque creada como todas las demás almas, era santísima por esta unida al Verbo; esa alma, así constituida, desde el primer momento de la Encarnación vivió en estado de unión con una Persona divina que hizo de ella, no un santo cualquiera, sino el Santo por excelencia, el mismo Hijo de Dios: Quod nascetur ex te sanctum vocabitur Filius Dei. Es santa por estar hermoseada con la gracia santificante, que la capacita para obrar sobrenaturalmente y en consonancia con la unión sin par que constituye su inalienable privilegio. Es santa, en fin, porque todas sus acciones y operaciones, aun cuando sean siempre acciones del Verbo encarnado, se realizan por movimiento y por inspiración del Espíritu Santo, Espíritu de amor y santidad.
“Adoremos los admirables misterios que se producen en Cristo: el Espíritu Santo hace santo el ser de Cristo y santa también toda su actividad; y como en Cristo esa santidad alcanza el grado sumo, como toda santidad humana se ha de modelar en la suya y debe serle tributaria, por eso canta la Iglesia a diario: Tu solus sanctus, Jesu Christe: Tú eres el solo santo, ¡oh Cristo Jesús! El solo santo, porque eres, por tu Encarnación, el único y verdadero Hijo de Dios; el solo santo, porque posees la gracia santificante en toda su plenitud, a fin de distribuirla entre nosotros; el solo santo, porque tu alma se prestaba con infinita docilidad a los toques del Espíritu de amor que inspiraba y regulaba todos tus movimientos, todos tus actos, y les hacía agradables al Padre: Et requiescet super eum Spíritus Domini.
“Las maravillas que se obraban en Cristo bajo la inspiración del Espíritu Santo, se reproducen en nosotros, por lo menos en parte, cuando nos dejamos guiar de aquel Espíritu divino. Pero ¿poseemos acaso ese Espíritu? Sin duda alguna que sí.
“Antes de subir al cielo, prometió Jesús a sus discípulos que rogaría al Padre para que les diera el Espíritu Santo, e hizo de ese don del Espíritu a nuestras almas, objeto de una súplica especial: Rogabo Patrem, et alium Paraclitum dabib vobis, Spíritum veritatis. Y ya sabéis cuán bien acogida fue la petición de Jesús, con qué abundancia se dio el Espíritu Santo a los Apóstoles el día de Pentecostés. De ese día data, por decirlo así, la toma de posesión del Espíritu divino en la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, y podemos añadir que, si Cristo es jefe y cabeza de la Iglesia, el Espíritu Santo es el alma de ese cuerpo. El es quien guía e inspira a la Iglesia, guardándola, como se lo prometiera Jesús, en la verdad de Cristo y en la luz que El nos trajo: Docebit vos omnem veritatem et suggeret vobis omnia quaecumque dixero vobis.
Esa acción del Espíritu Santo en la Iglesia es varia y múltiple. Os dije antes que Cristo fue consagrado Mesías y Pontífice por una unción inefable del Espíritu Santo, y con unción parecida consagra Cristo a los que quiere hacer participantes de su poder sacerdotal, para proseguir en la tierra su santificadora misión: Accipite Spíritum Sanctum… Spíritus Sanctus posuit apiscopos regere Ecclesiam Dei; el Espíritu Santo es quien habla por su boca y da valor a su testimonio”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.

lunes, 25 de mayo de 2009

El Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, II.

“Nada os costará ya comprender el lenguaje de las Escrituras y de la Iglesia cuando expone las operaciones del Espíritu Santo.
“Veamos, primeramente, esas operaciones en Nuestro Señor. Acerquémonos con respeto a la Divina Persona de Jesucristo, para contemplar algo siquiera de las maravillas que en El se realizaron en la Encarnación y después de Ella.
“Como os dije al explicar este misterio, la Santísima Trinidad creó una alma que unió a un cuerpo humano, formando así una naturaleza también humana, y unió esa misma naturaleza a la Persona divina del Verbo. Las tres divinas Personas concurrieron de consuno a esta obra inefable, si bien urge añadir que tuvo por término final únicamente al Verbo; el Verbo sólo, el Hijo fue el que se encarnó. Esta obra es debida, sin duda, a la Trinidad toda, aunque se atribuye especialmente al Espíritu Santo; ya lo decimos en el Símbolo: “Creo… en Jesucristo Nuestro Señor, que fue concebido por obra del Espíritu Santo”. El Credo no hace sino tomar el hilo de las palabras del Ángel a la Virgen: “El Espíritu Santo se posará en ti; el ser santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios”.
“Me preguntaréis tal vez el por qué de esta atribución especial al Espíritu Santo. Santo Tomás, entre otras razones nos dice que el Espíritu Santo es el amor substancial, el amor del Padre y del Hijo; luego, si la redención por la Encarnación es obra cuya realización reclamaba una Sabiduría infinita, su causa primera ha de ser el amor que Dios nos tiene. “Amó Dios tanto al mundo, nos dice Jesús, que le dio su Hijo Unigénito”: Sic Deus dilexit mundum, ut Filium suum Unigénitum daret.
“Ved ahora cuán fecunda y admirable es la virtud del Espíritu Santo en Cristo. No sólo se une el Verbo a la naturaleza humana, sino que a El también se le atribuye la efusión de la gracia santificante en el alma de Jesús.
“El Espíritu Santo, al derramar en el alma de Jesús la plenitud de las virtudes, le infundió al mismo tiempo la plenitud de sus dones: Et requiescet super eum Spíritus Domini. (…) La gracia del Espíritu Santo se ha desparramado sobre Jesús como aceite de alegría que le ha consagrado, primero, como Hijo de Dios y Mesías, y le ha henchido, además, de la plenitud de sus dones y de la abundancia de los divinos tesoros: Unxit te Deus oleo laetitia prae consortibus tuis. Esta santa unción se verificó en la Encarnación, y precisamente para significarla, para manifestarla a los judíos y para proclamar que El es el Mesías, el Cristo, esto es, el Ungido del Señor, el Espíritu Santo se posó visiblemente sobre Jesús en figura de paloma el día de su bautismo, cuando iba a comenzar la vida pública. Esta era la señal por la que Cristo debía ser reconocido, como lo declaraba su Precursor el Bautista: “El Mesías es aquel sobre quien bajare el Espíritu Santo”.
“Desde este momento, los Evangelistas nos muestran cómo el alma de Jesucristo y toda su actividad obedecía a las inspiraciones del Espíritu Santo”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.

domingo, 24 de mayo de 2009

Domingo después de la Ascensión.

El día de la Ascensión nos llenábamos de alegría por el triunfo de Cristo, que es también el nuestro; pero hoy su ausencia arroja sobre nosotros un velo de melancolía. Él ha subido a los Cielos, y, aunque es verdad que prometió no dejarnos huérfanos, el Espíritu Consolador no ha venido todavía. Llena de nostalgia, la Iglesia "eleva su voz hacia Él y busca su rostro" (Introito). Antiguamente le buscaba hasta de una manera sencilla, reuniéndose como lugar de estación en la iglesia de Santa María "ad Mártyres", en el viejo Panteón de Agripa, donde se guardaba el lienzo de la Verónica. Es una Misa llena de calor, de añoranza y de esperanza. San Pedro nos habla del poder de la caridad (Epístola), que realiza la unidad de los que creen en Cristo. El Evangelio nos prepara a recibir el Espíritu Santo, que es el que ha de infundir en nosotros el temple viril de los mártires. La Iglesia ama y padece. En el amor se verá si vive en nosotros el Espíritu de Dios; pero el amor se prueba en las contradicciones y en los sufrimientos. En la prueba recordemos las palabras de Cristo: "Padre: cuando estaba con ellos, Yo los guardaba; pero Yo vuelvo a Ti. No te ruego que los saques del mundo, sino que los libres del mal" (Comunión).
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S. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem. (Joann. 15, 26-27; 16, 1-4)
M. Glória tibi, Dómine.
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En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: "Cuando viniere el Consolador, que yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad que del Padre procede, El dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. Esto os he dicho para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas mas, llega la hora en que cualquiera que os diere muerte, pensará hacer un servicio a Dios. Y esto os harán, porque no conocieron al Padre ni a mí. Mas, esto os lo he dicho, para que cuando viniere la hora, os acordéis de que ya os lo tenía anunciado."
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M. Laus tibi, Christe.

sábado, 23 de mayo de 2009

El Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, I.

“No sabemos del Espíritu Santo sino lo que la Revelación nos enseña. ¿Y qué nos dice la Revelación?
“Que pertenece a la esencia infinita de un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; ese es el misterio de la Santísima Trinidad. La fe distingue en Dios la unidad de naturaleza y la trinidad de Personas.
“El Padre, conociéndose a Sí mismo, enuncia, expresa ese conocimiento en una Palabra infinita, el Verbo, con acto simple y eterno; y el Hijo, que engendra el Padre, es semejante e igual a El mismo, porque el Padre le comunica su naturaleza, su vida y sus perfecciones.
“El Padre y el Hijo se atraen el uno al otro con amor mutuo y único: ¡Tiene el Padre una perfección y hermosura tan absolutas! ¡es el Hijo imagen tan perfecta del Padre! Por eso se dan el uno al otro, y ese amor mutuo que deriva del Padre y del Hijo, como de fuente única, es en Dios un amor subsistente, una Persona, distinta de las otras dos, que se llama Espíritu Santo. El nombre es misterioso, mas la revelación no nos da otro.
“El Espíritu santo es, en las operaciones interiores de la vida divina, el último término: El termina –si podemos así balbucear, hablando de tan grandes misterios- el ciclo de la actividad íntima en la Santísima Trinidad; pero es Dios lo mismo que el Padre y el Hijo, posee como Ellos y con Ellos, la misma y única naturaleza divina, igual ciencia, idéntico poder, la misma bondad, igual majestad.
“Este Espíritu divino se llama Santo y es el Espíritu de santidad, santo en Sí mismo y santificador a la vez. Al anunciar el misterio de la Encarnación, decía el Ángel a la Virgen: “El Espíritu Santo bajará a ti; por eso el Ser santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios”: Ideoque et quod nascetur ex te sactum, vocabitur Filius Dei. Las obras de santificación se atribuyen de un modo particular al Espíritu Santo. Para entender esto, y todo lo que se dirá del Espíritu Santo, debo explicaros, en pocas palabras, lo que en Teología se llama apropiación.
“Como sabéis, en Dios, hay una sola inteligencia, una sola voluntad, un solo poder, porque no hay más que una naturaleza divina; pero hay también distinción de personas. Semejante distinción resulta de las operaciones misteriosas que se verifican allá en la vida íntima de Dios y de las relaciones mutuas que de esas operaciones se derivan. El Padre engendra al Hijo, y el Espíritu Santo procede de entrambos. “Engendrar, ser Padre”, es propiedad exclusiva de la primera Persona; “ser Hijo”, es propiedad personal del Hijo, así como el “proceder del Padre y del Hijo por vía de amor”, es propiedad personal del Espíritu Santo. Esas propiedades personales establecen entre el Padre, el hijo y el Espíritu Santo relaciones mutuas, de donde proviene la distinción. Pero fuera de esas propiedades y relaciones, todo es común e indivisible entre las divinas Personas: la inteligencia, la voluntad, el poder y la majestad, porque la misma naturaleza divina indivisible, es común a las tres Personas. He ahí lo poquito que podemos rastrear acerca de las propiedades íntimas de Dios.
“De ahí que todo cuanto es obra de perfeccionamiento y de amor, de unión, y, por ende, de santidad, todo ello se atribuye al Espíritu Santo, porque nuestra santidad se mide según el grado de nuestra unión con Dios. (…) , como la obra de la santidad en el alma es obra de perfeccionamiento y de unión, se atribuye al Espíritu Santo, porque de este modo nos acordamos más fácilmente de sus propiedades personales, para honrarle y adorarle en lo que del Padre y del Hijo le distingue.
“Dios quiere que tomemos, por así decirlo, tan a pechos el honrar su Trinidad de Personas, como el adorar su unidad de naturaleza; por eso quiere que la Iglesia recuerde a sus hijos, no tan sólo que hay un Dios, sino que ese Dios es Trino en Personas.
“Eso es lo que en Teología llamamos apropiación. Sus cimientos los tiene en la Revelación, y la Iglesia la emplea, pues tiene por fin poner de relieve los atributos propios de cada Persona divina”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.

viernes, 22 de mayo de 2009

Santa Rita de Casia, Viuda.

¡Oh gloriosa Santa Rita de Casia! Con el alma llena de confianza por los continuos favores que alcanzas del cielo, en bien de tus fieles devotos, vengo hoy a tu presencia, a rogarte que intercedas con tu Amado Esposo y Redentor del mundo, a fin de que oiga benigno lo que solicito de su gran poder e infinita misericordia. A ti, que recibiste en el transcurso de tu larga y santa vida, tantas y tan repetidas muestras de ser un alma privilegiada de su Amor, te atenderá bondadoso, si le ruegas por mí con ese ardiente fervor que siempre te animaba cuando te postrabas a orar a los pies del santo Crucifijo. Por J. C. N. S. Amén.

jueves, 21 de mayo de 2009

Ascensión del Señor.

“Et Dóminus quidem Jesus, postquam locútus est eis, assúmptus est in caelum, et sedet a dextris Dei…” (“Y el Señor Jesús después de hablarles, subióse al cielo, y está sentado a la diestra de Dios…”. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Marcum (16, 14-20).
“La liturgia pone antes nuestros ojos, una vez más, el último de los misterios de la vida de Jesucristo entre los hombres: su Ascensión a los cielos. Desde el Nacimiento en Belén, han ocurrido muchas cosas: lo hemos encontrado en la cuna, adorado por los pastores y por los reyes; lo hemos contemplado en los largos años de trabajo silencioso, en Nazareth; lo hemos acompañado a través de las tierras de Palestina, predicando a los hombres el Reino de Dios y haciendo el bien a todos. Y más tarde, en los días de su Pasión, hemos sufrido al presenciar cómo lo acusaban, con qué saña lo maltrataban, con cuánto odio lo crucificaban.
“Al dolor siguió la alegría luminosa de la Resurrección. ¡Qué fundamento más claro y más firme para nuestra fe! Ya no deberíamos dudar. Pero quizá, como los Apóstoles, somos todavía débiles, y en este día de la Ascensión, preguntamos a Cristo: ¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? (Act I, 6) ¿es ahora cuando desaparecerán, definitivamente, todas nuestras perplejidades, y todas nuestras miserias?
“El Señor nos responde subiendo a los cielos. También como los Apóstoles, permanecemos entre admirados y tristes al ver que nos deja. No es fácil, en realidad, acostumbrarse a la ausencia física de Jesús. Me conmueve recordar que, en un alarde de amor, se ha ido y se ha quedado; se ha ido al Cielo y se nos entrega como alimento en la Hostia Santa. Echamos de menos, sin embargo, su palabra humana, su forma de actuar, de mirar, de sonreír, de hacer el bien. Querríamos volver a mirarle de cerca, cuando se sienta al lado del pozo cansado por el duro camino, cuando llora por Lázaro, cuando ora largamente cuando se compadece de la muchedumbre.
“Siempre me ha parecido lógico y me ha llenado de alegría que la Santísima Humanidad de Jesucristo suba a la gloria del Padre, pero pienso también que esta tristeza, peculiar del día de la Ascensión, es una muestra del amor que sentimos por Jesús, Señor Nuestro. El, siendo perfecto Dios, se hizo hombre, perfecto hombre, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Y se separa de nosotros, para ir al cielo. ¿Cómo no echarlo en falta? (…)
“Jesús se ha ido a los cielos, decíamos. Pero el cristiano puede, en la oración y en la Eucaristía, tratarle como le trataron los primeros doce, encenderse en su celo apostólico, para hacer con El un servicio de corredención, que es sembrar la paz y la alegría. Servir, pues: el apostolado no es otra cosa. Si contamos exclusivamente con nuestras propias fuerzas, no lograremos nada en el terreno sobrenatural; siendo instrumentos de Dios, conseguiremos todo: todo lo puedo en aquel que me conforta (Phil IV, 13). Dios, por su infinita bondad, ha dispuesto utilizar estos instrumentos ineptos. Así que el apóstol no tiene otro fin que dejar obrar al Señor, mostrarse enteramente disponible, para que Dios realice –a través de sus criaturas, a través del alma elegida- su obra salvadora.
“Cristo ha subido a los cielos, pero ha trasmitido a todo lo humano honesto la posibilidad concreta de ser redimido. San Gregorio Magno recoge este gran tema cristiano con palabras incisivas: Partía Jesús hacia el lugar de donde era, y volvía del lugar en el que continuaba morando. En efecto, en el momento en el que subía al Cielo, unía con su divinidad el Cielo y la tierra. En la fiesta de hoy conviene destacar solemnemente el hecho de que haya sido suprimido el decreto que nos condenaba, el juicio que nos hacía sujetos de corrupción. La naturaleza a la que se dirigían las palabras tú eres polvo y volverás la polvo (Gen III, 19), esa misma naturaleza ha subido hoy al Cielo con Jesús”.
Fuente: San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa. De una homilía pronunciada el 19 de mayo de 1966.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Vigilia de la Ascensión.

El jam non sum in mundo, et hi in mundo sunt, et ego ad te vénio” (“Yo ya no estoy más en el mundo, pero estos quedan en el mundo; y Yo a Ti me vuelvo”. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem (17, 1-11).
“Una bendición fue el último gesto de Jesús en la tierra, según el Evangelio de San Lucas. Los Once han partido desde Galilea al monte que Jesús les había indicado, el Monte de los Olivos, cercano a Jerusalén. Los discípulos, al ver de nuevo al Resucitado, le adoraron, se postraron ante El como ante su Maestro y su Dios. Ahora son muchos más profundamente conscientes de lo que ya, mucho tiempo antes, tenían en el corazón y habían confesado: que su Maestro era el Mesías. Están asombrados y llenos de alegría al que su Señor y su Dios ha estado siempre tan cercano. Después de aquellos cuarenta días en su compañía podrán ser testigos de lo que han visto y oído; el Espíritu Santo los confirmará en las enseñanzas de Jesús, y les enseñará la verdad completa.
“El Maestro les habla con la Majestad propia de Dios: Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Jesús confirma la fe de los que le adoran, y les enseña que el poder que van a recibir deriva del propio poder divino. La facultad de perdonar los pecados, de renacer a una vida nueva mediante el Bautismo… es el poder del mismo Cristo que se prolonga en la Iglesia. Esta es la misión de la Iglesia: continuar por siempre la obra de Cristo, enseñar a los hombres las verdades acerca de Dios y las exigencias que llevan consigo esas verdades, ayudarles con la gracia de los sacramentos…
“Les dice Jesús: recibiréis el Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.
“Y después de decir esto, mientras ellos miraban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos.
Así nos describe San Lucas la Ascensión del Señor.
“Poco a poco se fue elevando. Los Apóstoles se quedaron largo rato mirando a Jesús que asciende con toda majestad mientras les da su última bendición, hasta que una nube lo ocultó. Era la nube que acompañaba la manifestación de Dios: era un signo de que Jesús había entrado ya en los cielos.
“La vida de Jesús en la tierra no concluye con su muerte en la Cruz, sino con la Ascensión a los cielos. Es el último misterio de la vida del Señor aquí en la tierra. Es un misterio redentor, que constituye, con la Pasión, la Muerte y la Resurrección, el misterio pascual. Convenía que quienes habían visto morir a Cristo en la Cruz entre insultos, desprecios y burlas, fueran testigos de su exaltación suprema. Se cumplen ahora ante la vista de los suyos aquellas palabras que un día dijera: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Y aquellas otras: “El jam non sum in mundo, et hi in mundo sunt, et ego ad te vénio” (“Yo ya no estoy más en el mundo, pero estos quedan en el mundo; y Yo a Ti me vuelvo”.
Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Madrid: Ediciones Palabra. 1987.

martes, 19 de mayo de 2009

Los Frutos de Trento (2/3)

El Bautismo: muerte y vida, II.

“Veis, por tanto, que el bautismo constituye el Sacramento de la adopción: sumergidos en las aguas bautismales, nacemos a la vida divina; y por eso llama San Pablo al bautizado “hombre nuevo”, puesto que Dios, al hacernos liberalmente participar de su naturaleza, por un don que infinitamente sobrepuja nuestras exigencias, nos crea, en cierto modo de nuevo; y somos, según otra expresión del Apóstol, “una nueva criatura”, Nova creatura; y por cuanto es divina esta vida, viene a ser la Trinidad entera quien nos da semejante don.
“Al principio del mundo, la Trinidad presidió la creación del hombre: Faciamus hominen ad imaginem et símilitudimen nostram; del mismo modo que en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo tiene lugar nuestro nuevo nacimiento, no obstante ser, como lo demuestran las palabras de Jesús y de San Pablo, especialmente atribuido al Espíritu Santo, ya que la adopción tiene por fuente el amor de Dios: Videte qualem caritatem…dedit nobis Pater ut filii Dei nominemur et simus.
“Hállase muy de relieve este pensamiento en las oraciones con que bendice la Iglesia, el día de Sábado Santo, las aguas bautismales destinadas al Sacramento. Leed algunas muy significativas: “Enviad, Dios Todopoderoso, el Espíritu de adopción para regenerar estos nuevos pueblos que la fuente bautismal va a engendrar”. “Dirigid, Señor, vuestras miradas sobre la Iglesia y multiplicad en ella nuevas generaciones”. Luego, llama el oficiante al Espíritu divino para que santifique esas aguas: “Dígnese el Espíritu Santo fecundar, por la impresión secreta de su divinidad, esta agua preparada para la regeneración de los hombres, a fin de que, habiendo concebido esta divina fuente la santificación, se vea salir de su seno purísimo una raza del todo celestial, una criatura renovada”. Todos los ritos misteriosos que la Iglesia multiplica gustosa en este momento, no menos que las invocaciones de tan magnífica y simbólica bendición, abundan en este pensamiento: que es el Espíritu Santo quien santifica las aguas, a fin de que cuantos sean en ellas sumergidos, nazcan a la vida divina luego de purificarlos de toda mancha: Descendat in hanc plenitudinem fontis virtus Spíritus Sancti, regenerandi faecundet effectu.
“Tal es la grandeza de este Sacramento, señal eficaz de nuestra divina adopción; por él llegamos verdaderamente a ser hijos de Dios e incorporados a Cristo; él nos abre las puertas de todas las gracias celestiales. Fijaos en esta verdad: todas las misericordias de Dios con nosotros, todas sus condescendencias, derivan de la adopción. Cuando dirigimos la mirada del alma a la divinidad, la primera cosa que se nos presenta y nos revela los amorosos y eternos planes de Dios sobre nosotros, es el decreto de nuestro adopción en Jesucristo; todos los favores con que puede Dios colmar a un alma en la tierra, hasta que llegue el momento de comunicarse a ella para siempre, en la bienaventuranza de su Trinidad, tienen por primer eslabón, al que se enlazan los demás, esta gracia inicial del bautismo; en ese momento predestinado entramos en la familia de Dios, nos hacemos de la raza divina, y recibimos, en germen, la promesa de la divina herencia.
“En el momento del bautismo, por el que Cristo imprime en nuestra alma un carácter indeleble, recibimos el pignus Spíritus “prenda del Espíritu” divino, que nos hace digno de las complacencias del Padre, y nos brinda, si somos fieles en conservar esa prenda con todos los favores prometidos a los que Dios mira como hijos suyos”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1027.

lunes, 18 de mayo de 2009

El bautismo: muerte y vida, I.

“El Bautismo, es el Sacramento de la adopción divina.
“Ya os he expuesto que por la adopción divina nos hacemos hijos de Dios; el bautismo es como el nacimiento espiritual, por el que se nos confiere la vida de la gracia.
“Poseemos dentro de nosotros, primeramente, la vida natural, que recibimos de nuestros padres, según la carne; por ella entramos en la familia humana; esta vida dura algunos años, luego se acaba con la muerte. Si no tuviéramos otra vida que esta, nunca jamás veríamos la faz de Dios. Hácenos hijos de Adán, y, por ende, a partir del momento de nuestra concepción, tiznados con el sello del pecado original. Oriundos de la raza de Adán, hemos recibido una vida emponzoñada en su origen, y compartimos la desgracia del cabeza de nuestra raza; nacemos, dice San Pablo, Filii irae, “hijos de cólera”; Quisquis nascitur Adam nascitur, damnatus de damnato.
“Esta vida natural, que tiene sus raíces en el pecado, de por sí sola, es estéril para el Cielo: Caro non prodest quidquam.
“Pero esta vida natural, Ex voluntate viri, ex voluntate carnis, no es toda la vida; Dios desea, además, darnos una vida superior, que sin destruir la natural, en lo que tiene de bueno, la sobrepuje, la realce y la deifique; Dios quiere, en otros términos, comunicarnos su propia vida.
“Recibimos la vida divina mediante un nuevo nacimiento, un nacimiento espiritual, que nos hacer nacer de Dios: Ex Deo nati sunt. Esa vida es una participación de la vida de Dios, de su naturaleza inmortal; y si logramos poseerla en la tierra, tenemos como una prenda adelantada de la bienaventuranza eterna, Heredes Dei; por lo contrario, nos hallamos excluidos de la sociedad divina.
“El medio ordinario instituido por Cristo para nacer espiritualmente es el Bautismo.
“Ya conocéis por el relato de San Juan el episodio de la entrevista de Nicodemus con Cristo Nuestro Señor: el doctor de la ley va a ver a Jesús, sin duda para hacerse su discípulo, pues considera a Cristo como profeta. A su pregunta, contéstale Jesús: “En verdad, en verdad te digo que nadie puede gozar del reino de Dios, sin antes nacer de nuevo”; y Nicodemus, que no comprende, se atreve a preguntar: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Puede acaso volver otra vez al seno de su madre y renacer?” ¿Qué le responde el Señor? Lo mismo que antes dijo, pero explicado: “En verdad, en verdad te digo que nadie, si no renace por el Bautismo del agua y la gracia del Espíritu Santo, puede entrar en el reino de Dios”. Y luego opone entre sí las dos vidas, la natural y la sobrenatural: “Porque lo que ha nacido de la carne, carne es, y lo que del Espíritu, espíritu es”; y concluye como al principio: “No extrañes que te haya dicho que es menester que renazcas otra vez”.
“La Iglesia, en el Concilio de Trento, ha expuesto y fijado la interpretación de este pasaje, aplicándolo al bautismo, y declarando que el agua regenera el alma por la virtud del Espíritu Santo. La ablución del agua, elemento sensible, y la efusión del Espíritu Santo, elemento divino, se unen para producir el nacimiento espiritual, como decía San Pablo (Tit., III, 5-7).
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.

domingo, 17 de mayo de 2009

5º Domingo después de Pascua.

Los misterios de Pascua y la Ascensión son dos temas que aparecen íntimamente unidos en la liturgia de hoy. Unos días más, y el tiempo pascual, en el más riguroso sentido de la palabra, habrá concluido. En el Introito de la Misa sigue dominando el claro júbilo pascual. No nos cansamos de ensalzar al Señor por las grandezas que ha obrado en nosotros, al redimir nuestras almas. Pero nuestro canto no basta; tenemos que comprender la grandeza de nuestro estado de cristianos y debemos vivir de acuerdo con él (Oración). Como un espejo, debemos tenerlo constantemente delante de nosotros, para reproducir en todo momento los rasgos de heroísmo y de virtud que él nos imprime (Epístola). Aquí está la piedra de toque de la verdadera fe. ¡Amor al prójimo y ruptura con el mundo, con el pecado! Cristo nos da el ejemplo en el Evangelio del día. Nos anuncia que se va al Padre; pero no va a vivir y a gozar sólo para Sí. Quiere ser allí nuestro Mediador; quiere que le presentemos nuestras necesidades y que le pidamos el remedio de ellas. No olvidemos que dentro de unos momentos se va a presentar entre nosotros en el altar.
*
S. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem. (Joann. 16, 23-30)
M. Glória tibi, Dómine.
*
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: En verdad, en verdad os digo: que si algo pidiereis al Padre, en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora, nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo. Estas cosas os he dicho usando de comparaciones. Va llegando el tiempo en que ya no os hablaré con parábolas, sino que abiertamente os anunciaré las cosas de mi Padre. Entonces le pediréis en mi Nombre, y no os digo que rogaré al Padre por vosotros, pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me amasteis y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre, y vine al mundo: otra vez dejo el mundo, y voy al Padre. Dícenle sus discípulos: "Ahora, sí que hablas claro, y no dices ningún enigma. Ahora conocemos que sabes todas las cosas, y no es preciso que nadie te pregunte. En esto creemos que has salido de Dios.
*
M. Laus tibi, Christe.

sábado, 16 de mayo de 2009

Solicitud de Sancta Missa de acuerdo al Motu Proprio "Summorum Pontificum".


Con fecha 16 de mayo de 2009, un grupo de fieles (92) y según lo establecido por el Motu Proprio "Summorum Pontificum" de Su Santidad Benedicto XVI, felizmente reinante, ha solicitado formalmente por escrito al señor Cura Párroco de la Parroquia Santa Bárbara de Casablanca, Chile, don Reinaldo Osorio Donaire, la celebración de la Sancta Missa de acuerdo al Misal Romano promulgado por el Beato Juan XXIII, de feliz memoria, el año de 1962.

Quedamos a la espera oportuna de la respuesta del señor Cura.

En Nuestro Señor Jesucristo, su Santísima Madre y nuestra Patrona Santa Bárbara, virgen y mártir.

DEVONSHIRE, PUEBLO MÁRTIR DE LA MISA. ¿FUE INÚTIL SU MARTIRIO?

Nuestro pensamiento vuela a Devonshire cuyos habitantes fueron masacrados en las formas más espantosas por extranjeros alemanes de religión luterana, traídos para el caso por Cranmer. Niños, mujeres, ancianos, hombres del campo, perecieron en formas indescriptibles. y al mismo tiempo que por toda la ciudad se levantaba un vaho de silencio y de muerte, el "arzobispo" Cranmer celebraba la victoria con un banquete ofrecido a las autoridades civiles y militares, en la ciudad de Londres.
La desvergüenza de aquel pueblo, diría Cranmer, había llegado a su máxima expresión al rebelarse contra el gobierno establecido y exigirle que el latín fuera impuesto nuevamente en la celebración del Sacrificio de la Misa.
Cranmer aseguraba que "el poder de la gran prostituta, esto es, la pestífera Sede de Roma, descansa en la doctrina papal de la transubstanciación, de la Presencia Real de la carne y sangre de Cristo, en el sacramento del altar, y en el Sacrificio de la Misa". Por ese motivo inició el tirano una labor para destruir el poder de Roma, empleando tres medios principales: el uso de la lengua vernácula, la sustitución del altar por una mesa y el cambio de las fórmulas del Canon de la Misa.
Decía Cranmer: "La forma de una mesa es el uso correcto de la Cena del Señor, porque el uso de un altar, es hacer un sacrificio de lo que sólo es una cena; mientras que la mesa, es para el uso del pueblo, para que coman en ella". "Nadie puede negar, pues, que lo más apropiado es una mesa para la cena, que un altar que da idea de sacrificio".
Se demolieron los altares, se quemaron libros en latín, que según los más serios historiadores, hasta medio millón en población de tres millones, se implantó el vernáculo en los oficios, se adoptó la mesa protestante cara al pueblo, y se ordenó que el pan para la celebración de la cena, fuera del uso común. Se prohibió la comunión de rodillas porque Cranmer decía: ". ..era reconocer la presencia real de Cristo, como predicaba el Papa, desde su pestífera Sede, en algo que ciertamente no la había".
Los habitantes de Devonshire levantaron una protesta. Pedían la restauración de la antigua Misa, pedían que el Santísimo Sacramento fuera puesto como antes, en el centro de los templos. Todo el pueblo levantó sus voces contra el tirano demoledor de la fe. "No aceptaremos, decían, los nuevos ritos, porque son profanos, porque son como juego navideño, sino que tendremos nuestros antiguos ritos, los Maitines, las Vísperas, las procesiones, las letanías de Nuestra Señora, y todo eso en latín, y haremos que cada predicador en su sermón y cada sacerdote en su Misa, pidan nominalmente por las almas del Purgatorio como lo hicieron nuestros antepasados. Queremos que se distribuya la ceniza y las palmas, el agua bendita y las bendiciones".
Salieron los poderosos ejércitos para controlar la insurrección. Un nutrido número de hombres saliendo de la ciudad con paso firme y armados con instrumentos de labranza hacia donde estaba la columna asesina ...ahí quedaron, traspasados por las armas enemigas. Luego la población fue masacrada. Nadie escapó. Muchos mercenarios luego de ver el horror de todo aquello, corrían al Nuncio para que los absolviera de lo que habían hecho y les diera penitencia.
Tomado de aquí.

miércoles, 13 de mayo de 2009

AVE MARÍA


El 13 de mayo
la Virgen María
bajó de los cielos
a Coya de Iría.
Ave, Ave, Ave María...

A tres pastorcitos
la Madre de Dios
descubre el misterio
de su Corazón.
Ave, Ave, Ave María...

«El Santo Rosario
constantes rezad
y la paz al mundo
el Señor dará».
Ave, Ave, Ave María...

«Haced penitencia,
haced oración,
por los pecadores
implorad perdón».
Ave, Ave, Ave María...

«Mi amparo a los pueblos
habré de prestar,
si el Santo Rosario
me quieren rezar».
Ave Ave, Ave María...

martes, 12 de mayo de 2009

Las diez mil ad portas.

Cuando comenzamos hace algunos meses con este blog, nunca pensamos que íbamos a estar bordeando a estas alturas de su puesta en la blogsfera las diez mil visitas; por eso hemos titulado esta nota diciendo que estamos ad portas de cumplirlas. Ciertamente para nosotros es un logro muy significativo, puesto que a través de este blog nos hemos puesto al servicio de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, encarnado hoy, en la figura de nuestro querido Papa Benedicto XVI.
Cuando nos propusimos crear el blog lo hicimos ya que queríamos de algún modo cooperar con un pequeño grano de arena en esta singular lid que estamos librando para que la Tradición Católica, y especialmente la Santa Misa en su Forma Extraordinaria –o como nos gusta a nosotros, gregoriana o tridentina-, sea valorada como lo que es realmente: el más preciado don de la Iglesia, que es la Misa de siempre, no sólo porque en ella nos acercamos mejor al sentido numinoso de los sagrados misterios sino también porque ella encarna lo más significativo de la hermosura liturgia del ritus antiquior. Por eso que pusimos el blog bajo el amparo de Santa Bárbara, virgen y mártir, que es nuestra patrona no sólo de la ciudad de Casablanca (Chile) desde donde redactamos el blog, sino de nuestra parroquia donde –a Dios gracias- aún se conserva el magnífico altar ad orientem construido en mármol de Carrara, y donde vimos por nuestros propios ojos siendo niño y adolescente la celebración de la Sancta Missa. Hace más de cuarenta años de que esto no ha vuelto a ocurrir, y esperamos que prontamente así sea, pues uno de los objetivos de nuestro blog es precisamente ayudar a crear conciencia entre nuestros lectores y fieles casablanquinos de que el querer del Sumo Pontífice es para bien y provecho espiritual de las almas, y no un capricho arqueológico de algunos pocos.
Efectivamente, en el intertanto, tal como lo informamos oportunamente, se fundó el Grupo Santa Bárbara de la Reina de Casablanca que aglutina hoy a un significativo número de fieles laicos que promueven la Tradición Católica en nuestra ciudad, todo esto de acuerdo al motu proprio por todos conocido. Paulatinamente, este grupo se ha ido consolidando y recibiendo la formación doctrinal, magisterial y litúrgica para enfrentar los desafíos que esta lid está suponiendo en tantas partes.
Sabemos que no estamos solos en este batallar. Como una cruzada todos nos encaminamos hacia una misma meta, apoyando al Sumo Pontífice Benedicto XVI; orando por él para que Dios le conceda la gracia de guiar a la Iglesia por mucho tiempo, y para que la reforma de la reforma de la que él habla, rinda los frutos esperados. En este batallar estamos. Sabemos que venceremos porque nos hemos puesto bajo el amparo y la luz de María Santísima, Madre y Maestra, que ha estado desde siempre al lado de quienes aman la Iglesia de su amado Hijo.

lunes, 11 de mayo de 2009

El Cardenal Ratzinger nos dijo…IV.

“Hoy en día –y es totalmente correcto que sea así- “Eucaristía” es el nombre más común para designar el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, instituido por el Señor la noche antes de su pasión. En la Iglesia primitiva había una serie de nombres para este sacramento (…): ágape, pax (…) synaxis, asamblea, reunión. Entre los protestantes, el sacramento se llama “la Cena”, por cuanto ellos quieren retornar íntegramente al origen bíblico, conforme a la tendencia de Lutero, para quien sólo era válida la Escritura. En efecto, San Pablo llama al sacramento “la Cena del Señor”. Pero es significativo que este título haya desaparecido muy pronto, y que desde el siglo II ya no se le haya utilizado más. ¿Específicamente por qué? ¿Constituía esto un acto de alejamiento del Nuevo Testamento, tal como Lutero pensaba, o por el contrario esto tiene que significar algo más? Ahora bien, es indudable que el Señor había instituido su sacramento en el marco de una comida, más precisamente de la cena de la Pascua judía, y por eso al comienzo había estado también vinculada con una reunión para una comida. Pero el Señor no había encargado una repetición de la cena de Pascua, la cual formaba el marco, pero sin llegar a ser su sacramento, su nuevo don. En todo caso, la cena de Pascua sólo podía ser celebrada una vez al año. En consecuencia, la celebración de la Eucaristía fue separada de la reunión para la cena, a tal grado que se llevó a cabo la separación de la Ley, el tránsito a una Iglesia de judíos y gentiles, pero sobre todo, de antiguos gentiles. El vínculo con la cena se reveló entonces como extrínseco, por cierto como ocasión para las incomprensiones y abusos, como Pablo ha descrito con todo detalle en su Primera carta a los Corintios. Por eso corresponde al esencial proceso de configuración de la Iglesia que ella liberase progresivamente del antiguo contexto el don específico del Señor, su novedad y su presencia permanente, y que le diese su propia forma. Esto aconteció por un lado gracias al vínculo con la liturgia divina de la Palabra, la cual tiene su modelo en la sinagoga, y por otro lado gracias al hecho de que las palabras del Señor que instituyeron la Eucaristía, constituían el punto culminante de la gran oración de acción de gracias y de bendición (Beracah), la oración que procedía de las tradiciones de la sinagoga y en definitiva del Señor, quien claramente había dado gracias y alabado al Dios de la tradición judía, y justamente ofreció una nueva profundidad a esta acción de gracias en virtud de la ofrenda de su cuerpo y de su sangre. Se sabía que lo esencial en el acontecimiento de la Última Cena no era la comida del cordero y de los otros platos tradicionales, sino la gran oración de alabanza que ahora contenía como centro las palabras de Jesús que instituyeron la Eucaristía, porque con estas palabras él había transformado su muerte en el don de él mismo, de tal modo que ahora podemos dar gracias por esta muerte. Sí, solamente ahora es posible dar gracias a Dios sin restricción alguna, porque la cosa más espantosa –la muerte del Redentor y la muerte de todos nosotros- ha sido transformada en el don de la vida, en virtud de un acto de amor. Por eso la Eucaristía fue reconocida como lo esencial de la Última Cena, lo que hoy llamamos Plegaria Eucarística: Eucaristía es la traducción de Beracah, y significa justamente por eso tanto alabanza como canto de agradecimiento y bendición. La Beracah fue el centro auténtico y constitutivo de la Última Cena de Jesús; la Plegaria Eucarística, que recoge este centro, procede directamente de la oración de Jesús en la víspera de su pasión y forma el núcleo del nuevo sacrificio espiritual. (…) Aquí se trataba sólo de comprender mejor por qué nosotros, como cristianos católicos, no llamamos a este sacramento “cena” sino “Eucaristía”…”
Fuente: Ratzinger, Joseph: “Caminos de Jesucristo”. Madrid: Ediciones Cristiandad. 2004.

domingo, 10 de mayo de 2009

4º Domingo después de Pascua.

En el Introito continúa vibrante y jubilosa la nota pascual: "Cantad al Señor un cántico nuevo". Pero los misterio pascuales siguen desarrollándose a través de la liturgia. El Domingo pasado nos preparaba ya para la Ascensión de Cristo. Hoy da un paso más; y nos habla de las operaciones del Espíritu Santo en ella, en el mundo y en nuestras almas. Toda la Misa es una descripción de esta actividad del Espíritu. Él es el que ha obrado las cosas maravillosas que se cantan en el Introito; Él es el que mantiene, entre los que han creído, la unidad del místico Cristo; el que impide que los corazones vacilantes naufraguen, agitados por las vicisitudes del mundo (Oración); Él es la óptima dádiva y el don perfecto, que descienden del Padre de las luces (Epístola). Él es, finalmente, el que convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio, pues pondrá delante de él, como en un espejo, su malicia, juntamente con la belleza de la verdad, la justicia de la causa de la Iglesia y el castigo que le amenaza por no creer en ella. Reconozcamos, llenos de agradecimiento y ansiosos de su venida, las maravillas que este Divino Espíritu ha realizado sobre nosotros: "Aleluya. La diestra del Señor ha ejercitado su poder; la diestra de Dios me ha levantado. La diestra de Dios, dice San Agustín, es el Espíritu Santo.
*
INTROITUS
(Ps. 97,1 et 2) Cantáte Dómino cánticum novum, allelúia: quia mirabília fecit Dóminus, allelúia: ante conspéctum gentium revelávit justítiam suam, allelúia, allelúia, allelúia.
(Ps. ibid., 1.) Salvávit sibi déxtera ejus: et bráchium sanctum ejus. V. Glória Patri.

viernes, 8 de mayo de 2009

El Cardenal Ratzinger nos dijo…, III.

“La Iglesia no es simplemente pueblo, sino reunión. Según esto, el elemento propiamente activo de la Iglesia, la Iglesia como tal, se da de forma concreta en la reunión o asamblea litúrgica para el culto divino. Ella, la asamblea, es el lugar primario de la Iglesia, o de otra manera, el concepto Iglesia encuentra aquí su lugar primario. La asamblea para el culto divino no es algo que se añade a la Iglesia sino su forma primaria y fundamental. Por lo mismo, la comunidad reunida en asamblea para el culto divino constituye la Iglesia en el pleno sentido de la palabra. Dicho con otras palabras: el contenido de la Iglesia es la Palabra que se hace Carne y convoca a su alrededor a los hombres. Ahora bien, como en toda la comunidad eclesial legítimamente convocada está presente la palabra toda del Evangelio y el mismo Señor en su integridad, se da y realiza en ella la totalidad de la Iglesia.
“Con todo, la Iglesia universal no es, como en parte se ha querido y se quiere deducir, algo así como una añadidura posterior o una central organizada, pero que estaría fuera del concepto propio de la Iglesia, fuera de la auténtica naturaleza de la Iglesia. Más bien diríamos que el Señor se encuentra íntegro en cada comunidad, pero es también en toda la Iglesia el mismo y único Señor. Por lo mismo, la medida para saber si se permanece junto al único Señor, es el permanecer en la unidad de la única Iglesia. La palabra del Señor se halla íntegra por todas partes, pero solamente se la puede recibir en su totalidad cuando se la acepta en la totalidad y con la totalidad. En correspondencia vale también la Eucaristía, que sólo es ella misma con toda propiedad cuando se comparte con todos. Por eso, aun cuando cada comunidad es en realidad Iglesia, solamente lo es cuando lo es dentro de toda la Iglesia, desde ella y por ella.
“Esto significa que la comunidad particular tiene un carácter subjetivo, pero sólo podrá ejercitarlo con autenticidad si permanece en la unidad con la Iglesia universal”.
Fuente: Ratzinger, Joseph: ¿Democracia en la Iglesia? Madrid: San Pablo. 2005.

jueves, 7 de mayo de 2009

La otra pandemia.

En las últimas semanas, los medios de comunicación, han alertado a la humanidad en torno a una gripe llamada inicialmente porcina, y ahora gripe humana, y que ha ido adquiriendo visos de convertirse en una pandemia sanitaria preocupante.
Sin embargo, desde hace bastante tiempo, la humanidad está siendo azotada por otro tipo de mal endémico transformado ya en pandemia universal. Se trata de la descomposición moral y ética que como un rebelde flagelo se ha ido instalando paulatinamente en la sociedad contemporánea. Para los “librepensadores” son las consecuencias de la modernidad. Por otra parte, dichas consecuencias se han incrementado en la denominada posmodernidad.
Para los creyentes, es decir, para quienes creemos en Dios, en quien nos movemos y existimos, resulta desafiante enfrentar los males del mundo moderno con la luz que dimana del Verbo Encarnado. El mundo actual, precisamente, ha focalizado sus dardos para desmantelar toda raíz cristiana en nuestras sociedades, sobre la base de un mal entendido pluralismo. El secularismo y la increencia galopante ya han hecho presa de muchas naciones, especialmente europeas, donde los cristianos católicos son perseguidos solapadamente o bien de forma directa. Nuestras naciones hispanoamericanas, a su vez, están viviendo ya los signos de la crisis. La descristianización pareciera ser irreversible para muchos; pero, para otros, la fuerza que proviene del Verbo Encarnado (“Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”) es el único remedio para reencantar al mundo con el Evangelio.
Lo más preocupante de esta pandemia espiritual, de esta enfermedad del espíritu, está en que los católicos y los cristianos en general, muchas veces parecieran mostrar en su vida concreta los signos de la descomposición y de la crisis; el Siervo de Dios Juan Pablo II le llamaba a esto una especie de ateísmo práctico, es decir, un comportamiento y una forma de pensar que no se condice con la fe profesada. El Papa Benedicto XVI recientemente decía que la Iglesia y, por ende, cada uno de nosotros miembros de ella por nuestra condición bautismal, podemos ser contaminados por el mundo, y de hecho lo somos, afirmaba el Papa, haciendo hincapié en la necesidad de mantenerse firmes en la fe y en una constante purificación interior para enfrentar los desafíos a que los cristianos nos vemos enfrentados cada día.
En un libro que acaba de ser publicado que trata del diálogo que mantuvo el entonces Cardenal Ratzinger con un connotado intelectual ateo italiano, manifestaba el ahora Papa Benedicto XVI: “…estamos convencidos de que el hombre necesita conocer a Dios, estamos convencidos de que en Jesús apareció la verdad, y la verdad no es propiedad privada de alguien, sino que ha de ser compartida, ha de ser conocida. Y por ello estamos convencidos de que precisamente en este momento de la historia, de crisis de la religiosidad, en este momento de crisis incluso de las grandes culturas, es importante que nosotros no vivamos solo en el interior de nuestras certezas y de nuestras identidades, sino que nos expongamos realmente a las preguntas de los demás. Y con esa disponibilidad y esa franqueza, en el encuentro reciproco, intentamos dar a entender todo lo que a nosotros nos parece razonable, es más, necesario para el hombre”.
Se trata de dar razón de nuestra esperanza, pues frente a la pandemia sanitaria que mata el cuerpo, existe esta otra pandemia que mata el espíritu.

miércoles, 6 de mayo de 2009

El Cardenal Ratzinger nos dijo…, II

“Las cosas son diferentes en el caso de la llamada estructura sinodal de la Iglesia. (…) Notamos de nuevo una petición que desde hace algún tiempo se va abriendo paso. El tenor de tal petición es el siguiente: debería constituirse un sínodo nacional de obispos, sacerdotes y laicos (…) que fuese el órgano supremo de gobierno de cada una de las Iglesias nacionales, al que estarían sometidos también los obispos. Una idea semejante es tan extraña al Nuevo Testamento como a la tradición de la Iglesia universal.
“La afirmación de que los Concilios de la primitiva Iglesia estuvieron constituidos por laicos y obispos y que solamente en Trento, o más bien, en el Vaticano I se realizó el paso a un Concilio de sólo los obispos, es, históricamente considerada, total y sencillamente falsa. Ni siquiera se puede aplicar al concepto con el que se designa en los Hechos de los apóstoles (c. 15) la reunión celebrada en Jerusalén que decidió en la cuestión de las relaciones entre los judeocristianos y los cristianogentiles. Lucas describe esta asamblea según el modelo de la antigua ekklêsía (asamblea del pueblo). Lo característicos de esas asambleas antiguas consistía (causando en esto una impresión verdaderamente moderna) en su fundamental publicidad, participando todos y ante todos, lo cual presupone la distinción entre la corporación que toma las decisiones y el público presente. El público no queda de ninguna manera condenado a la pasividad: mediante sus “aclamaciones” (positivas o negativas) ha influido de manera muy decidida no pocas veces en lo sucedido, aun cuando no haya tomado parte directa en el suffragium (votación).
“Según Hechos 15, el “Concilio de los Apóstoles” ha procedido según este modelo: tuvo lugar en público ante toda la ekklêsía, pero como responsables de la decisión se nombra a “los Apóstoles y presbíteros” (He 15, 6; 15, 22). (…)
“La idea de un Sínodo mixto como una autoridad suprema permanente de las Iglesias nacionales, considerada a la luz de la tradición de la Iglesia, de su estructura sacramental y de su fin específico, es una idea quimérica. (…)
“En verdad, el oficio de presidir en la Iglesia es un servicio inseparable. La Iglesia a la que se debe presidir es en su misma esencia asamblea. Pero esta asamblea se reúne para anunciar la muerte y resurrección de Jesucristo. El presidir en ella no se realiza de otra manera que en el poder de la predicación sacramental (…)
“…el Evangelio no termina de ningún modo en la predicación, pero el llevarlo a la práctica y el realizarlo queda libre a las diversas asociaciones que puedan surgir dentro de la comunidad, que no deben arrogarse el derecho de pasar como la comunidad misma. Se da lo común del Evangelio que se hace presente y actual en el culto divino y se da después en la comunidad la pluralidad de las iniciativas laicales que reciben el evangelio y lo ponen en práctica.
“Fuente: Ratzinger, Joseph: ¿Democracia en la Iglesia? Madrid: San Pablo. 2005.

martes, 5 de mayo de 2009

El Cardenal Ratzinger nos dijo… I.

“Por lo que se refiere al concepto de Pueblo de Dios, se hace notar que en el Concilio se hizo preceder, a los capítulos que tratan de la jerarquía y de los laicos, un capítulo sobre el Pueblo de Dios al que ambas cosas pertenecen de la misma manera: así pues, el concepto de Pueblo de Dios expresaba la igualdad fundamental de todos los bautizados. Esto es verdad. Pero tanto más desacertadamente se anda después cuando se quiere hablar del derecho a voto del Pueblo de Dios; cuando se oye que la misión del Pueblo de Dios no ha de ser considerada como algo pasivo, o cuando se critica una concepción del oficio episcopal cuyo poseedor goza de una independencia que encuentra sus límites en el Papa, pero no en el pueblo de Dios. En todos estos casos, la expresión Pueblo de Dios no significa la totalidad de la Iglesia, que precede a la división entre jerarquía y laicos, sino exclusivamente los laicos son clasificados como un grupo dentro de la Iglesia. Pero debe anunciarse una decisiva protesta contra la acepción puramente sociológica en la práctica del concepto Pueblo de Dios.
“Emplear el concepto Pueblo de Dios en un mismo plano como los conceptos pueblo español o pueblo alemán, no sólo es una equivocación, sino una usurpación. En el Nuevo Testamento y en los santos Padres, el término Pueblo de Dios designa de ordinario al Pueblo de Israel, es decir, una determinada etapa del plan divino de la elección; aplicado este término a la Iglesia, representa un concepto de la interpretación alegórica (espiritual) del Antiguo Testamento. Sólo dentro del campo de una transposición espiritual de una realidad del Antiguo Testamento, es decir, dentro de la relación letra y espíritu, en la espiritualización de la letra tiene este término un sentido justificado y aceptable.
“Hasta se podría precisar con mayor claridad el proceso de esta aceptación espiritualizadora que nunca pierde la relación al pasado. La idea de Pueblo de Dios se adopta al principio en el Nuevo Testamento sólo en la forma de la palabra ekklêsía (reunión, asamblea). Asamblea es, por así decir, lo activo respecto de la palabra primitiva Pueblo. Esto a su vez se relaciona con el hecho de que Jesús se presentó en el Pueblo de Israel para anunciar el Reino de Dios. Pero la predicación y anuncio del reino de Dios en la tradición profética de Israel nunca es un mero acontecimiento oral, sino que se realiza como reunión y purificación del Pueblo para el Reino. Este proceso ha determinado por sí mismo de manera decisiva la concepción de la Iglesia naciente. No es sencillamente un nuevo Pueblo junto a otro antiguo, sino que es como la continuación perdurable de ese proceso de reunión y purificación del Pueblo para el Reino, sólo que ahora sobrepasa los límites de Israel. Constituye algo activo, como proceso de reunión, y por lo mismo no se designa como laos, sino como ekklêsía, no como Pueblo sino como asamblea o reunión. Y ella es ella misma sobre todo como asamblea: la palabra ekklêsía sigue designando primariamente la reunión de los cristianos para celebrar el recuerdo de la muerte y la resurrección del Señor.
“La Iglesia tiene su modelo de constitución en esa asamblea conmemorativa y no en cualquier idea o concepción del pueblo, de cualquier manera que sea considerada. Por eso, haríamos muy bien haciendo desaparecer lo más rápidamente posible de este debate el mal entendido concepto de Pueblo de Dios; tal como se le emplea, representa un retroceso más allá del campo del Nuevo Testamento. No tiene en cuenta la transposición espiritual que representa la Iglesia frente a las palabras y realidades del Antiguo Testamento”.
Fuente: Ratzinger, Joseph: ¿Democracia en la Iglesia? Madrid: San Pablo. 2005.

lunes, 4 de mayo de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención, VI.

“En el último día, cuando aparezcamos delante de Dios, no podremos decirle: Dios mío, he tenido grandes dificultades que vencer, triunfar era imposible, mis muchas faltas me desalentaban, porque Dios nos respondería: “Hubiera sido verdad, si te hubieras encontrado solo, pero yo te he dado a mi Hijo Jesús; El lo ha expiado, lo ha salvado todo; en su sacrificio hallas todas las satisfacciones que yo tenía derecho a reclamar por todos los pecados del mundo; todo lo mereció por ti en su muerte, ha sido tu redención y con ella mereció ser tu justificación, tu sabiduría, tu santidad; en El debieras haberte apoyado; en mi pensamiento divino, Jesús no es sólo tu salvación, sino también la fuente de tu fortaleza, porque todas sus satisfacciones, todos sus méritos, todas sus riquezas, que son infinitas, eran tuyas desde el Bautismo, y desde que se sentó a mi diestra, ofrecíame sin cesar por ti los frutos de su sacrificio; en El debieras haberte apoyado, pues por El yo te hubiera dado sobreabundantemente la fuerza para vencer todo mal, como El mismo me lo pidió: Rogo ut serves eos a malo; te hubiera colmado de todos los bienes, pues por ti y no por Si mismo me interpela sin cesar”.
“¡Ah, si conociésemos el valor infinito del don de Dios! Si scires donum Dei! y, sobre todo, ¡si tuviésemos de en los inmensos méritos de Jesús, pero una fe viva, práctica, que nos llenase de una confianza invencible en la oración, de entrega total en las necesidades de nuestra alma! Entonces, imitando a la Iglesia, que en su liturgia repite la fórmula cada vez que dirige a Dios una oración, nada pediríamos que no fuera en su nombre, porque ese mediador siempre vivo, reina en Dios con el Padre y el Espíritu Santo: Per Dominum nostrum Jesum Christum, qui tecum vivit et regnat.
“Tratándose de gracias, estamos seguros de obtenerlas todas por El. Cuando San Pablo expone el plan divino, dice que en Cristo tenemos la redención adquirida por medio de su sangre, la remisión de los pecados, según la riqueza de su gracia, que se nos ofrece sobreabundantemente. Disponemos de todas estas riqueza adquiridas por Jesús, que han llegado a ser nuestras por el Bautismo; lo único que tenemos que hacer es acudir a El para sacarlas y ser “como la esposa que sale del desierto” de su pobreza, pero “llena de delicias, porque se apoya sobre su amado”: Quae est ista quae ascendit de deserto deliciis affluens innixa super dilectum suum?
“Si viviésemos de estas verdades, nuestra vida sería un cántico nunca interrumpido de alabanza, de acción de gracias a Dios, por el don inestimable que nos ha hecho en su Hijo Jesucristo: Gratias Deo super inenarrabili dono ejus. Así entraríamos plenamente para mayor bien y alegría más profunda de nuestras almas, en los pensamientos de Dios, que quiere que lo encontremos todo en Jesús, y que recibiéndolo todo de El, le demos, juntamente con su Padre, en unidad de su común Espíritu, toda bendición, todo honor y toda gloria: Sedenti in Throno et Agno, benedictio, et honor, et gloria, et potestas, in saecula saeculorum.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.

domingo, 3 de mayo de 2009

3º Domingo después de Pascua.

Jubilate Deo, omnis terra. Saboreando la alegría de la resurrección, canta la Iglesia su gozo y proclama la gloria del Señor.
Pero en la tierra, las fiestas de Pascua no son más que una anticipación de la Pascua eterna. La perfecta alegría nos aguarda en el cielo. Allí tendrá lugar el coronamiento de una vida cristiana practicada con fidelidad.
El programa de esta vida, fiel a sí misma, nos la traza San Pedro de una manera sencilla a la vez que sublime. El cristiano marcha hacia la patria del cielo por su camino de la tierra, observando continuamente todo cuanto le impone su existencia humana. Sabe que de esta forma agrada a Dios. Las mismas tribulaciones cumplen su cometido: darnos a luz a la vida eterna. Orientada así plenamente la vida del cristiano hacia el triunfo final, se convierte en un pugilato que ha de instaurar progresivamente en cada uno de nosotros la victoria ya obtenida en la persona del Salvador.
*
JUBILÁTE Deo, omnis terra, allelúia: psalmum dícite nómini ejus, allelúia: date glóriam laudi ejus, allelúia, allelúia, allelúia. Ps. Dícite Deo, quam terribília sunt ópera tua, Dómine: in multitúdine virtútis tuae mentiéntur tibi inimíci tui. Glória Patri.

sábado, 2 de mayo de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención, V.

“Jesús subió al cielo como precursor nuestro”: Praecursor pro nobis introivit Jesus. Si está sentado a la diestra de su Padre, es “para interceder por nosotros”: Ut appareat nunc vultui Dei pro nobis. “Siempre vivo intercede por nosotros sin cesar”: Semper vivens, ad interpellandum pro nobis. Sin descanso, Cristo muestra continuamente a su Padre las cicatrices que ha conservado de sus llagas; porque El es nuestro jefe, hace valer sus méritos en nuestro favor, y porque es digno de ser siempre escuchado de su Padre, su oración surte efecto sin cesar: Pater, sciebam quia Semper me audis. ¿Qué confianza tan ilimitada no debemos tener en tal Pontífice, que es el Hijo muy amado de su Padre, y ha sido nombrado por El nuestro jefe y nuestra cabeza, que nos da parte en todos sus méritos y en todas sus satisfacciones?
“Sucede a veces que cuando gemimos bajo el peso de nuestras flaquezas, de nuestras miserias, de nuestras faltas, prorrumpimos con el Apóstol: “Desgraciado de mí, siento en mí una doble ley: la ley de la concupiscencia que me arrastra hacia el mal, y la ley de Dios que me empuja hacia el bien. ¿Quién me librará de esta lucha? ¿Quién me dará la victoria? Escuchad la respuesta de San Pablo: Gratia Dei per Jesum Christum Dominum nostrum. ¡La gracia de Dios que nos ha sido merecida y dada por Jesucristo nuestro Señor! En Jesucristo hallamos todo lo necesario para salir victoriosos aquí bajo, en espera del triunfo final de la gloria.
“¡Oh, si llegásemos a adquirir la convicción profunda de que sin Cristo nada podemos y que con El lo tenemos todo! Quomodo non etiam cum illo omnia nobis donavit? De nosotros mismos somos flacos, muy flacos; hay en el mundo de las almas flaquezas de todo género: pero no es esta una razón para desmayar; cuando no son queridas estas miserias, son más bien un título a la misericordia de Cristo. Fijaos en los desgraciados que quieren excitar la piedad de aquellos a quienes piden limosna: en vez de ocultar su pobreza, descubren sus harapos y muestran sus llagas; este es su título a la compasión y a la caridad de los transeúntes. Lo mismo para nosotros que para los enfermos que le presentaban cuando vivía en Judea, lo que nos atrae la misericordia de Jesús es nuestra miseria reconocida, confesada y presentada a los ojos de Cristo. San Pablo nos dice que Jesucristo quiso experimentar todas las debilidades, excepto el pecado, a fin de saber compartirlas; y de hecho varias veces leemos en el Evangelio que Jesús se sentía “movido a piedad” a la vista de los dolores que presenciaba: Misericordia motus. San Pablo añade expresamente que ese sentimiento de compasión lo conserva en su gloria, y concluye: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono” de Aquel que es la fuente “de la gracia”; porque si así lo hacemos, “obtendremos misericordia”.
“Por otra parte, obrar de este modo, es glorificar a Dios, es rendirle un homenaje muy agradable.
“¿Por qué? Porque el pensamiento divino es que lo encontremos todo en Cristo, y cuando reconocemos humildemente nuestra debilidad y nos apoyamos en la fortaleza de Cristo, el Padre nos mira con benevolencia y con alegría, porque con eso proclamamos que Jesús es el único mediador que a El le plugo poner en la tierra”.
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”, 1927.

viernes, 1 de mayo de 2009

S. IOSEPH OPIFICIS


ORATIO

Rerum cónditur Deus, qui legem labóris humáno géneri statuísti: concéde propítius; ut, sancti Ioseph exémplo et patrocínio, ópera perficiámus quae praécipis, et praémia consequámur quae promítis. Per Dóminum.