lunes, 25 de mayo de 2009

El Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, II.

“Nada os costará ya comprender el lenguaje de las Escrituras y de la Iglesia cuando expone las operaciones del Espíritu Santo.
“Veamos, primeramente, esas operaciones en Nuestro Señor. Acerquémonos con respeto a la Divina Persona de Jesucristo, para contemplar algo siquiera de las maravillas que en El se realizaron en la Encarnación y después de Ella.
“Como os dije al explicar este misterio, la Santísima Trinidad creó una alma que unió a un cuerpo humano, formando así una naturaleza también humana, y unió esa misma naturaleza a la Persona divina del Verbo. Las tres divinas Personas concurrieron de consuno a esta obra inefable, si bien urge añadir que tuvo por término final únicamente al Verbo; el Verbo sólo, el Hijo fue el que se encarnó. Esta obra es debida, sin duda, a la Trinidad toda, aunque se atribuye especialmente al Espíritu Santo; ya lo decimos en el Símbolo: “Creo… en Jesucristo Nuestro Señor, que fue concebido por obra del Espíritu Santo”. El Credo no hace sino tomar el hilo de las palabras del Ángel a la Virgen: “El Espíritu Santo se posará en ti; el ser santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios”.
“Me preguntaréis tal vez el por qué de esta atribución especial al Espíritu Santo. Santo Tomás, entre otras razones nos dice que el Espíritu Santo es el amor substancial, el amor del Padre y del Hijo; luego, si la redención por la Encarnación es obra cuya realización reclamaba una Sabiduría infinita, su causa primera ha de ser el amor que Dios nos tiene. “Amó Dios tanto al mundo, nos dice Jesús, que le dio su Hijo Unigénito”: Sic Deus dilexit mundum, ut Filium suum Unigénitum daret.
“Ved ahora cuán fecunda y admirable es la virtud del Espíritu Santo en Cristo. No sólo se une el Verbo a la naturaleza humana, sino que a El también se le atribuye la efusión de la gracia santificante en el alma de Jesús.
“El Espíritu Santo, al derramar en el alma de Jesús la plenitud de las virtudes, le infundió al mismo tiempo la plenitud de sus dones: Et requiescet super eum Spíritus Domini. (…) La gracia del Espíritu Santo se ha desparramado sobre Jesús como aceite de alegría que le ha consagrado, primero, como Hijo de Dios y Mesías, y le ha henchido, además, de la plenitud de sus dones y de la abundancia de los divinos tesoros: Unxit te Deus oleo laetitia prae consortibus tuis. Esta santa unción se verificó en la Encarnación, y precisamente para significarla, para manifestarla a los judíos y para proclamar que El es el Mesías, el Cristo, esto es, el Ungido del Señor, el Espíritu Santo se posó visiblemente sobre Jesús en figura de paloma el día de su bautismo, cuando iba a comenzar la vida pública. Esta era la señal por la que Cristo debía ser reconocido, como lo declaraba su Precursor el Bautista: “El Mesías es aquel sobre quien bajare el Espíritu Santo”.
“Desde este momento, los Evangelistas nos muestran cómo el alma de Jesucristo y toda su actividad obedecía a las inspiraciones del Espíritu Santo”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.

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