lunes, 18 de mayo de 2009

El bautismo: muerte y vida, I.

“El Bautismo, es el Sacramento de la adopción divina.
“Ya os he expuesto que por la adopción divina nos hacemos hijos de Dios; el bautismo es como el nacimiento espiritual, por el que se nos confiere la vida de la gracia.
“Poseemos dentro de nosotros, primeramente, la vida natural, que recibimos de nuestros padres, según la carne; por ella entramos en la familia humana; esta vida dura algunos años, luego se acaba con la muerte. Si no tuviéramos otra vida que esta, nunca jamás veríamos la faz de Dios. Hácenos hijos de Adán, y, por ende, a partir del momento de nuestra concepción, tiznados con el sello del pecado original. Oriundos de la raza de Adán, hemos recibido una vida emponzoñada en su origen, y compartimos la desgracia del cabeza de nuestra raza; nacemos, dice San Pablo, Filii irae, “hijos de cólera”; Quisquis nascitur Adam nascitur, damnatus de damnato.
“Esta vida natural, que tiene sus raíces en el pecado, de por sí sola, es estéril para el Cielo: Caro non prodest quidquam.
“Pero esta vida natural, Ex voluntate viri, ex voluntate carnis, no es toda la vida; Dios desea, además, darnos una vida superior, que sin destruir la natural, en lo que tiene de bueno, la sobrepuje, la realce y la deifique; Dios quiere, en otros términos, comunicarnos su propia vida.
“Recibimos la vida divina mediante un nuevo nacimiento, un nacimiento espiritual, que nos hacer nacer de Dios: Ex Deo nati sunt. Esa vida es una participación de la vida de Dios, de su naturaleza inmortal; y si logramos poseerla en la tierra, tenemos como una prenda adelantada de la bienaventuranza eterna, Heredes Dei; por lo contrario, nos hallamos excluidos de la sociedad divina.
“El medio ordinario instituido por Cristo para nacer espiritualmente es el Bautismo.
“Ya conocéis por el relato de San Juan el episodio de la entrevista de Nicodemus con Cristo Nuestro Señor: el doctor de la ley va a ver a Jesús, sin duda para hacerse su discípulo, pues considera a Cristo como profeta. A su pregunta, contéstale Jesús: “En verdad, en verdad te digo que nadie puede gozar del reino de Dios, sin antes nacer de nuevo”; y Nicodemus, que no comprende, se atreve a preguntar: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Puede acaso volver otra vez al seno de su madre y renacer?” ¿Qué le responde el Señor? Lo mismo que antes dijo, pero explicado: “En verdad, en verdad te digo que nadie, si no renace por el Bautismo del agua y la gracia del Espíritu Santo, puede entrar en el reino de Dios”. Y luego opone entre sí las dos vidas, la natural y la sobrenatural: “Porque lo que ha nacido de la carne, carne es, y lo que del Espíritu, espíritu es”; y concluye como al principio: “No extrañes que te haya dicho que es menester que renazcas otra vez”.
“La Iglesia, en el Concilio de Trento, ha expuesto y fijado la interpretación de este pasaje, aplicándolo al bautismo, y declarando que el agua regenera el alma por la virtud del Espíritu Santo. La ablución del agua, elemento sensible, y la efusión del Espíritu Santo, elemento divino, se unen para producir el nacimiento espiritual, como decía San Pablo (Tit., III, 5-7).
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.

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