jueves, 28 de mayo de 2009

El Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, V.

“Desde que se difundió la gracia en nosotros por el Bautismo, el Espíritu Santo mora en nosotros con el Padre y el Hijo. “Si alguno me ama, tiene dicho Nuestro Señor, mi Padre le amará también y vendremos a él y en él nos posaremos”: ad eum veniemus et mansionem apud eum faciemus. La gracia hace de nuestra alma templo de la Trinidad Santa; y nuestra alma adornada con la gracia, es verdaderamente morada de Dios; en ella habita, no solamente como en todos los seres por su esencia y potencia, con que sostiene y conserva todas las criaturas en el ser, sino de un modo muy particular e íntimo, como objeto de conocimiento y de amor sobrenaturales. Mas porque la gracia nos une de tal modo a Dios, que es principio y medida de nuestra caridad, se dice, especialmente que el Espíritu Santo “mora en nosotros”, no de un modo personal, que excluya la presencia del Padre y del Hijo, sino en cuanto procede por amor y es lazo de unión entre los dos: Apud vos manebit et in vobis erit, decía Nuestro Señor.
“Mas ¿qué hace ese Espíritu divino en nuestras almas, ya que siendo Dios y el amor por excelencia, no puede quedar ocioso? Nos da, primeramente, testimonio de que somos hijos de Dios: Ipse Spiritus testimonium reddit spiritui nostro quod sumus filli Dei.
“Con la gracia santificante que deifica, por decirlo así, a nuestra naturaleza, capacitándola para obrar sobrenaturalmente, el Espíritu Santo deposita en nosotros energías y “hábitos” que elevan al nivel divino las potencias y facultades de nuestra alma; de ahí provienen las virtudes sobrenaturales y sobretodo las teologales de fe, esperanza y caridad, que son propiamente las virtudes características y específicas de los hijos de Dios; después, las virtudes morales infusas, que nos ayudan en la lucha contra los obstáculos que se cruzan en el camino del cielo; y, por fin, los dones: Dona Spiritus Sancti.
“¿Qué son, pues, los dones del Espíritu Santo? Son, y ya el nombre lo indica, los bienes gratuitos que el Espíritu nos reparte juntamente con la gracia santificante y las virtudes infusas. La Iglesia nos dice en su liturgia que el mismo Espíritu Santo es don por excelencia: Donum Dei altissimi; porque viene a nosotros desde el bautismo para dársenos como objeto de amor. Pero ese don es divino y vivo; es un huésped que, lleno de largueza, quiere enriquecer al alma que lo recibe.
“Siendo Él Don increado, es por lo mismo fuente de los demás dones creados que con la gracia santificante y las virtudes infusas habilitan al alma para vivir sobrenaturalmente de un modo perfecto.
“Por los dones, el alma se hace hábil para ser movida y dirigida en el sentido de su perfección sobrenatural, en el sentido de la filiación divina, y por ellos tiene un como instinto divino de lo sobrenatural. El alma, que en virtud de esas disposiciones se deja guiar por el Espíritu, obra con toda seguridad como cuadra a un hijo de Dios. En toda su vida espiritual piensa y obra sobrenaturalmente, y se hace santa como sin pensarlo. El alma que es fiel a las inspiraciones del Espíritu Santo, posee un tacto sobrenatural que la hace pensar y obrar con facilidad y presteza como hija de Dios. Comprendéis con esto que los dones colocan al alma y la disponen a moverse en un ambiente del todo sobrenatural”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.

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