miércoles, 20 de mayo de 2009

Vigilia de la Ascensión.

El jam non sum in mundo, et hi in mundo sunt, et ego ad te vénio” (“Yo ya no estoy más en el mundo, pero estos quedan en el mundo; y Yo a Ti me vuelvo”. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem (17, 1-11).
“Una bendición fue el último gesto de Jesús en la tierra, según el Evangelio de San Lucas. Los Once han partido desde Galilea al monte que Jesús les había indicado, el Monte de los Olivos, cercano a Jerusalén. Los discípulos, al ver de nuevo al Resucitado, le adoraron, se postraron ante El como ante su Maestro y su Dios. Ahora son muchos más profundamente conscientes de lo que ya, mucho tiempo antes, tenían en el corazón y habían confesado: que su Maestro era el Mesías. Están asombrados y llenos de alegría al que su Señor y su Dios ha estado siempre tan cercano. Después de aquellos cuarenta días en su compañía podrán ser testigos de lo que han visto y oído; el Espíritu Santo los confirmará en las enseñanzas de Jesús, y les enseñará la verdad completa.
“El Maestro les habla con la Majestad propia de Dios: Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Jesús confirma la fe de los que le adoran, y les enseña que el poder que van a recibir deriva del propio poder divino. La facultad de perdonar los pecados, de renacer a una vida nueva mediante el Bautismo… es el poder del mismo Cristo que se prolonga en la Iglesia. Esta es la misión de la Iglesia: continuar por siempre la obra de Cristo, enseñar a los hombres las verdades acerca de Dios y las exigencias que llevan consigo esas verdades, ayudarles con la gracia de los sacramentos…
“Les dice Jesús: recibiréis el Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.
“Y después de decir esto, mientras ellos miraban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos.
Así nos describe San Lucas la Ascensión del Señor.
“Poco a poco se fue elevando. Los Apóstoles se quedaron largo rato mirando a Jesús que asciende con toda majestad mientras les da su última bendición, hasta que una nube lo ocultó. Era la nube que acompañaba la manifestación de Dios: era un signo de que Jesús había entrado ya en los cielos.
“La vida de Jesús en la tierra no concluye con su muerte en la Cruz, sino con la Ascensión a los cielos. Es el último misterio de la vida del Señor aquí en la tierra. Es un misterio redentor, que constituye, con la Pasión, la Muerte y la Resurrección, el misterio pascual. Convenía que quienes habían visto morir a Cristo en la Cruz entre insultos, desprecios y burlas, fueran testigos de su exaltación suprema. Se cumplen ahora ante la vista de los suyos aquellas palabras que un día dijera: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Y aquellas otras: “El jam non sum in mundo, et hi in mundo sunt, et ego ad te vénio” (“Yo ya no estoy más en el mundo, pero estos quedan en el mundo; y Yo a Ti me vuelvo”.
Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Madrid: Ediciones Palabra. 1987.

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