miércoles, 30 de diciembre de 2009

Vueltos hacia el Señor.

"Después de habernos entregado una edición francesa de "Die Reform der Rómischen Liturgie", los monjes de Barroux publican ahora en francés una segunda obra del gran liturgista alemán Maus Gamber, "Zum Herrn hin", sobre la orientación de la Iglesia y del Altar. Los argumentos históricos aportados por el autor, se fundamentan en un profundo estudio de las fuentes, que él mismo efectuó; concuerdan con los resultados de grandes sabios, como F. J. Dólger, J. Braun, J. A. Jungmann, Erik Peterson, Cyrille Vogel, el Rev. Padre Bouyer, por citar tan sólo algunos nombres eminentes.
Pero lo que da importancia a este libro es sobre todo el substrato teológico, puesto al día por estos sabios investigadores. La orientación de la oración común a sacerdotes y fieles (cuya forma simbólica era generalmente en dirección al este, es decir, al sol que se eleva), era concebida como una mirada hacia el Señor, hacia el verdadero sol. Hay en la liturgia una anticipación de su regreso; sacerdotes y fieles van a su encuentro. Esta orientación de la oración expresa el carácter teocéntrico de la liturgia; obedece a la monición: "Volvámonos hacia el Señor".
Esta llamada se dirige a todos nosotros, y muestra, por encima de su aspecto litúrgico, cómo hace falta que toda la Iglesia viva y actúe para corresponder al mensaje del Señor."
Roma 18 de noviembre de 1992.
Joseph Cardenal Ratzinger.
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martes, 29 de diciembre de 2009

¿Por qué se verificó así la Revelación?

El primer motivo por que la primera revelación del Nacimiento de Jesús se hizo precisamente a los pastores y de la manera que relata el Evangelio, es la voluntad de Dios. El se escoge sus órganos, según sus santos y sabios Consejos. Así como más tarde escogió a los pobres apóstoles, así ahora a los pastores.
Por ellos debía ser dada a conocer por primera vez la venida del Señor. Y así fue, efectivamente. Los pastores, a su regreso de la gruta del pesebre, contaron lo visto por todas partes, y su narración producía gran admiración en el pueblo. Después, desaparecen los pastores. Nada se sabe de ellos, ni antes ni después de la angélica aparición. Un rayo de la gloria del recién nacido, cayó sobre ellos, y esto bastó para hacerles famosos para siempre y para que fuesen objeto del cariño de todos los cristianos.
El segundo motivo fue porque esto decía con el carácter de Cristo. El Salvador fue y quiso ser pobre… El mismo Salvador es el Dios de la paz, y por esto, alrededor del pesebre, no quiere ni a soldados poderosos, ni a sabios soberbios, sino a quienes se ocupaban en trabajos suaves y pacíficos, siendo también ellos suaves, pacíficos y humildes. El es el Dios de los patriarcas y de los pastores, y el mismo Pastor supremo de nuestras almas, y el Cordero inmolado por nuestros pecados. Por esto los que vemos alrededor del pesebre son pastores… El es el Redentor de todos, y especialmente de los pobres y de los pequeños… El Salvador, es finalmente, el Doctor de la abnegación; escoge para sus primeros cortesanos a hombres sencillos, pacientes, endurecidos en las privaciones y acostumbrados al trabajo, a las incomodidades y a la soledad.
Finalmente, pudo ser también un motivo el querer rectificar nuestras naturales tendencias y nuestros principios, según los cuales nosotros habríamos tal vez llamado en primer lugar a los parientes, poderosos, ricos y sabios. El Salvador sigue otros principios. El llama ante todo a los que Dios quiere sean llamados, y estos son los humildes, los pobres y los despreciados. Ellos son los primeros miembros del reino de Cristo, como más adelante lo había de decir el Apóstol: “Y así, hermanos, ved vuestra vocación que no sois muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles. Mas escogió Dios los menos sabios según el mundo” (I Cor I, 26); “para no destruir la virtud de la Cruz de Cristo” (Ibid., I, 17).

lunes, 28 de diciembre de 2009

Santos Inocentes, mártires.

(II clase, rojo) Conmemoración de la Octava de Navidad. Gloria y Credo. Prefacio y comunicantes de Navidad.
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“Vox in Rama audita est, plorátus et ululates: Rachel plorant filios suos, et nóluit consolári, quia non sunt” (“Una voz fue oída en Ramá, muchos lloros y alaridos: es Raquel que llora sus hijos, sin querer consolarse, porque ya no existen”, Mt. 2, 18), reza la antífona de Communio en la Sancta Missa de los Santos Inocentes, mártires, que dieron sus pequeñas vidas por el Cordero inmaculado, Nuestro Señor Jesucristo. ¡Cuán dignos de compasión son estos pobres niños, considerados desde un punto de vista natural! Y sin embargo, ¡cuán feliz fue su suerte, si la consideramos desde el punto de vista sobrenatural!
Y ante todo ocurre preguntar: ¿qué habría sido de estos niños a no morir a tan tierna edad? Tal vez se habrían manchado con placeres deshonestos, y más tarde habrían sido enemigos del Salvador y acaso cooperadores de su muerte… En todo caso, no habrían llegado a ceñir su frente con una corona, y su felicidad no habrá dejado de naufragar en la ruina que más tarde sobrevino a todo el pueblo judío.
Preguntémonos ahora qué es lo que ha sido de aquellas inocentes víctimas. Son santos, y santos poderosos, que, según se dice, han recibido de Dios especial poder de intercesión para la hora de la muerte. Son almas inocentes que en el cielo ostentan la aureola de la virginidad. Por eso en la Sancta Missa de hoy, la Iglesia les aplica aquel hermoso pasaje del Apocalipsis, en donde San Juan pinta la felicidad y la gloria de las almas inocentes en el cielo. Son finalmente, santos mártires. La Iglesia los reconoce como tales, porque perdieron su vida por Cristo, y celebra su fiesta de un modo especialmente solemne, aun cuando cae en días de júbilo dentro de la Octava de Navidad. Ellos fueron objeto de una profecía de Jeremías. Jeremías presentó a Raquel, una de las madres primitivas de Israel, llorando con los mismos lamentos sobre el cautiverio del pueblo de Dios en Babilonia, y sobre su reprobación final, hacia lo que la matanza de los inocentes fue el primer paso, con el fin de matar entre ellos al Mesías. El destino de aquellos niños está ligado con el de todo un pueblo, su muerte es profecía y principio de la perdición de toda la nación.
Los niños inocentes encontraron, pues, su felicidad en su martirio. Al trasponer los umbrales de la vida, dice la Iglesia, en un himno a ellos dedicado, habían llenado ya su misión. Rápidamente y sin dolor, al menos sin dolor consciente. En un instante, sin más tiempo que el preciso para cortarles el cuello. Cerraron sus ojos al mundo terrenal y a sus padres carnales, y los abrieron para contemplar eternamente la hermosa faz de Dios.
Ellos fueron la salvaguardia del Salvador, y a ellos les debemos todo lo que por nosotros hizo en los treinta y tres años de su vida. Por esta íntima relación de los Inocentes con Jesús, los ama y festeja tanto la Iglesia, así como también María les debió guardar una compasiva ternura en su corazón. En una encantadora visión, el cantor eclesiástico ve a los pequeños mártires en la gloria jugando alrededor de la Virgen con su Hijo divino: “Vos prima Christi víctima, Grex immolatórum tener, Aram sub ipsam símplices Palma et corónis lúditis” (“Vosotros sois las primeras víctimas de Cristo, los tiernos corderos inmolados por Él; y jugáis, inocentes, ante su altar con vuestras palmas y coronas”). Amén.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Domingo en la infraoctava de Navidad.

Fijo por siempre, se yergue el trono de gloria de nuestro Rey el Señor entre los dos tronos de su humildad: el pesebre de su nacimiento y la cruz de su muerte.
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(II clase, blanco) Gloria y Credo. Prefacio y comunicantes de Navidad. Conmemoración de San Juan, apóstol y evangelista.
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El Santo Evangelio nos presenta Simeón y Ana, poseedores ambos y expresión de un mismo espíritu y de una misma santidad, aunque en diferentes estados. La santidad de Simeón tenía tres caracteres distintivos. Era justo porque su piedad era activa y se manifestaba principalmente por la observancia de los mandamientos y de los medios de salvación ordenados por Dios. Era temeroso de Dios, y este temor arrancaba de lo más íntimo de su alma que se desvivía santamente para ser agradable a Dios, y no sólo por medio del culto externo y de una justicia aparente. Esperaba finalmente la consolación de Israel (Lc II, 25; Is XI, 1). La corrupción de su pueblo y del mundo roía como una llaga el corazón del santo anciano, y por esto no encontraba consuelo más que en la esperanza en el Redentor. Por eso se constituyó como un centinela de Israel, y con encendidos deseos atalayaba siempre hacia la futura salvación. Parece que este amor y anhelo hacia el Salvador fue la propiedad característica de su santidad, y que el Mesías era el objeto constante de su devoción. Este anhelo era sublimado e intensificado por los dones de la gracia que le adornaban; pues en él habitaba el Espíritu Santo, era profeta y tenía la promesa de no morir antes de ver al Mesías (Lc II, 26). Por esto su lugar preferido era el Templo, pues allí había de aparecer el Mesías. La misma piedad y el mismo fervor en la oración tenía Ana, quien no se alejaba nunca del Templo, y probablemente vivía allí mismo con las viudas y vírgenes consagradas al servicio de la Casa de Dios. Poseía además un extraordinario espíritu de penitencia y hasta con sus ochenta y cuatro años, ayunaba constantemente. Su vida, pues, era toda de oración, penitencia, mortificación. Era un símbolo viviente del antiguo Templo (Ibid., II, 36, 37).
Esta fue la preparación de ambos santos; veamos ahora cuál fue su recompensa. Lo mismo que esperaban tan ansiosamente, lo mismo que pedían con oraciones y mortificaciones, esto mismo les fue concedido y con una medida mucho mayor que lo que había esperado. El Espíritu Santo llamó a Simeón al Templo, al mismo tiempo que María iba allí para presentar al Niño (Lc II, 27). Vio y reconoció a María y al salvador, y debió tomar a este en sus brazos, y estrecharlo fuerte y tiernamente sobre su corazón. Sus ojos mortales penetraron en los profundos ojos del Niño, y en ellos, su gloriosa visión, contempló los principales misterios del Hombre-Dios, hasta los terribles acontecimientos de la agónica tarde sobre el Calvario. El vio la luz del mundo lucir sobre las lejanas islas paganas del Oriente y del Occidente (Is XLI, 1) y contempló luego su esplendoroso mediodía sobre Israel (Lc II, 30-32). El, luz moribunda, tuvo la luz del mundo, y levantó en sus brazos temblorosos el precio de la salvación de la humanidad, en medio del Templo, y su corazón fatigado de vivir, fue rejuvenecido al contacto de la siempre joven eternidad y hermosura de Dios, y así prorrumpieron sus labios en el inefablemente hermoso cántico, que había de ser el himno del reposo y de la acción de gracias de la tarde de la Iglesia, por todas las bendiciones y beneficios del día de la Redención. Así como los ruiseñores cantan hasta morir de cantar, así murió Simeón (Ibid., II, 29), no por agotamiento de la vida, sino por exceso de gozo y de felicidad al contemplar la sobreabundante realización de sus anhelos. Todo esto lo expresa Simeón en su cántico de alabanza Nunc dimitis. Primeramente da gracias a Dios de haberle concedido ver cumplida la misión de su vida, de ver y anunciar la aurora de salvación (Lc I, 28); ahora ya está satisfecho y sólo pide que se le permita dejar en paz su puesto de espera (Ibid., II, 29). En segundo lugar, el motivo de su paz y satisfacción, esto es, el advenimiento y realización de la salud para todo el mundo y para Israel en el Salvador (Ibid., II, 30-32). Luego después profetiza un misterio, el hecho de que los gentiles precederían a Israel en la salud (Ibid., II, 31); ve que el Mesías será para Israel signo de contradicción y de ruina (Is LIII; Zach XII, 10), si bien más tarde será su gloria más propia (Ibid., II, 32, 35; Rom XI, 30, 32).
También la bienaventurada Ana fue recompensada con esta revelación (Ibid., II, 38) y reconoció en aquel Niño al Mesías y al Dios de Israel. Sus facciones pálidas y demacradas por la mortificación, reflorecieron con nueva belleza, su cuerpo extenuado rejuveneció en el fuego juvenil del amor y del gozo, y se desbordó en alabanzas al Señor. Los últimos días que aún vivió, los aprovechó hablando de la salud aparecida a todos los que esperaban la Redención de Israel (Ibid., II, 38).

sábado, 26 de diciembre de 2009

¿A quiénes se hizo la primera revelación del Nacimiento del Señor?.

En primer lugar, eran israelitas los que tuvieron la dicha de recibir la primera revelación, porque a ellos había sido hecha también la promesa del Mesías.
Pero, ¿a quiénes de entre los israelitas fue primeramente comunicado? O más bien: ¿A quiénes no lo fue? No a los ricos ni a los poderosos, ni a los sabios, ni a los sacerdotes, ni a los doctores, ni a los parientes, n i tampoco a los mismos santos, al menos teológicamente reconocidos como tales.
¿A quiénes, pues, de entre los israelitas, se hizo la revelación? A unos pastores, gente sencilla, indocta, cándida y obscura, que en las inmediaciones de Behtlehem estaban velando y guardando las velas de la noche sobre sus rebaños. El lugar de la aparición son las vegas encantadoras y onduladas, un valle situado a eso de media hora de Bethlehem, distribuídas en campos de cultivo, praderas, higuerales y olivares. En Tierra Santa las lluvias invernales cubren las vegas de tiernos pastos y, cuando el invierno no es muy crudo, los rebaños pasan la noche en campo libre. Estos eran los mismos campos y praderas donde en otro tiempo recogía Ruth las espigas y David guardaba sus rebaños. La “Torre de los rebaños” junto a la cual había de aparecer el Mesías, estaba situada allí. Allí velaban los pastores guardando sus rebaños.
¿Cómo se hizo la revelación? Por medio de ángeles. Los ángeles son los mensajeros de Dios y del Salvador. Las apariciones angélicas no eran cosa muy rara entre los israelitas, como lo atestiguan las Sagradas Escrituras, y los pastores, gente sencilla, eran sujetos más dispuestos para revelaciones sensibles que no para inspiraciones interiores y revelaciones espirituales. Por otra parte, el Señor, cuya venida debían anunciar, había también aparecido visiblemente.
La manera cómo los ángeles hicieron la revelación fue extraordinariamente familiar, amable y llena de atención honrosa a los pastores. Primeramente, apareció un solo ángel, revestido de la magnífica y esplendorosa Gloria de Dios, con tal majestad que los pobres pastores se vieron en aquel momento completamente inundados y deslumbrados por la luz celestial de la divinidad, y quedaron sobrecogidos de temor… Y la razón de haber aparecido con la Gloria de Dios, fue que venía a anunciar la venida de Dios mismo, para compensar con su esplendor la pobreza y desamparo del Señor y para preparar y excitar la fe de los pastores con su mensaje, según el cual debían encontrar al Señor como “niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre”. Este niño, cuyo embajador es el ángel y de cuya luz se viste este, no es otro que el Señor, el Mesías, Dios mismo…

viernes, 25 de diciembre de 2009

¿Por qué quizo el Salvador aparecer y entrar así en el mundo?.

Para esto tuvo muchos motivos.
Primeramente, quiso el Señor aparecer así para demostrar que era verdadero hombre. El sueño, el llanto, el amamantamiento y todo lo perteneciente a la niñez, ¿no son otras tantas pruebas de su verdadera y completa naturaleza humana, y otros tantos preciosos testimonios de que se había hecho como uno de nosotros? Emocionado e inspirado por la vista de este cuadro encantador, exclama el profeta: “Un niño nos ha nacido y un hijo nos ha sido dado” (Is IX, 6). Y si a pesar de estas pruebas fue negada la realidad de su naturaleza humana, ¿qué habría sucedido si hubiese aparecido en la plenitud de su edad viril y de su fuerza? ¡Cuánta gratitud le debemos a nuestro Salvador, por estas amables demostraciones de su verdadera humanidad!
En segundo lugar, el Salvador debía aparecer así para revelársenos como nuestro Redentor. Nosotros necesitábamos que se nos enseñase que ni la verdad ni la felicidad consisten en el brillo externo, ni en la riqueza, ni en la reputación, ni en la fama humana, pues de otro modo no habría despreciado el Salvador semejantes exterioridades. Nosotros debíamos aprender que necesitábamos hacer penitencia y tener espíritu de abnegación para evitar el pecado y satisfacer por nuestras culpas; y esto es cabalmente lo que nos predican el frío, la noche y la grosera y dura paja en la cueva de Bethlehem. Necesitábamos un ejemplo de abnegación y de penitencia, y aquí lo tenemos, en el Divino recién nacido… Con esto, pone también su niñez en armonía con su vida posterior. Su nacimiento en el pesebre es una profecía de sus treinta y tres años de vida, de su espíritu, de su ley, y de la santidad de su Iglesia. Ahora derrama lágrimas, después derramará su sangre. Esta misma estrecha unión de la pobreza, del sufrimiento y de la humillación, se encuentra igualmente en la cruz que en la cuna. Aquí, como siempre, es Redentor, y por idénticos medios.
En tercer lugar, el Salvador aparece así para revelársenos como Dios. Para los hombres, la pobreza, el abandono y la obscuridad son signos de debilidad, medios con los cuales nada se hace ni consigue. Pero aquí, en el Salvador, son pruebas verdaderas de su divinidad. El es pobre y está abandonado porque no necesita de nada creado, pues El es la libertad absoluta, la independencia perfecta y la omnipotencia, y por esto quiere alcanzar los más grandes resultados, con los medios menos eficaces, con medios que propiamente no son tales medios.
Así, pues, la primera aparición visible del Salvador sobre la tierra, en completa armonía con su personalidad y con los fines por los cuales vino, fue inefablemente profunda, maravillosa y trascendental, llena de gracia y de verdad.

jueves, 24 de diciembre de 2009

El nacimiento del Señor.

El nacimiento es la entrada visible de los hombres en el mundo y su incorporación a la sociedad humana. Aún tratándose de cualquier hombre de quien se espera una gran influencia, su primera aparición y las circunstancias de ella, revisten importancia y llaman la atención; pues son una revelación de su personalidad, de su espíritu y de las máximas que profesará. ¡Cuánta mayor importancia debe concederse al nacimiento y aparición del Redentor!
En la manera de aparecer Jesús, hay dos clases de caracteres que meditar: los externos y los internos. Entre los primeros, cabe consignar que apareció Cristo en el lugar y tiempo profetizados (Mich., V, 2), en el plazo prefijado en las semanas de Daniel (Dan., IX, 24 y sig) y en Bethlehem , la ciudad de David (Mich., V, I). Aparece, en segundo lugar, revestido de los más amables encantos: como un niño. El Divino Niño aparece inconsciente de nuestros pecados y de la suerte que éstos le preparan, y así nada se interpone entre El y nosotros que pueda disminuir nuestra feliz confianza. En tercer lugar, aparece el Salvador, pobre, humilde, abandonado. Su pobreza no puede ser mayor. Todo le falta: la comodidad, el gozo, los amigos, y hasta lo más indispensable. Es una pobreza voluntaria, pero parece hija de la fatalidad… Viene al mundo fuera de la ciudad, a medianoche, e ignorado de todos. ¡Cuán importante era aquel momento para Israel y para toda la humanidad, y hasta para la gloria y el conocimiento de Dios! Y todo permanece en el más absoluto silencio. Sólo María y José forman toda la corte humana del Divino Rey y Señor; y unos cuantos animales, el frío y las tinieblas, y la dura paja del pesebre forman todo su séquito…
Y a pesar de todo, la aparición de Cristo no deja de ser gloriosa, pues el Salvador hace su entrada en el mundo poniéndolo en movimiento; El es el centro de este movimiento y la persona de más influencia a pesar de la oscuridad y la soledad. Así el nacimiento del Salvador aparece rodeado de una nube preñada de tinieblas y de destellos de luz.
Si de la parte externa pasamos a los caracteres internos del Nacimiento de Jesús, entonces penetraremos en la vida interior del divino recién nacido. Aquí ya no hay que hablar para nada de debilidad ni de inconsciencia; no se encuentra más que fuerza y vida; vida magnífica, expansiva, divina. Esta mano diminuta es la diestra poderosa de Dios que lanza el rayo, sostiene el globo terrestre y maneja las riendas del gobierno del mundo y del cielo; este ligero soplo de su respiración es más fuerte que el oleaje del mar; estos labios que aún no balbucean, juzgan las almas en este mismo momento; y esta vista escudriña hasta el más recóndito rincón del universo; y de este pequeño corazón sube un constante sacrificio de olorosos perfumes para honra y gloria infinitas de Dios.
El Divino Niño toma posesión visible de esta tierra, en nombre de su Padre celestial a quien glorifica, para edificarse en ella una casa y fundar un reino en el cual su gloria no tendrá fin. Y luego, el Salvador vuelve los ojos a su Madre. Por primera vez sus ojos carnales ven la bella y amable fisonomía de María, y a esta vista, se dibuja en sus labios una graciosa sonrisa, extendiendo los brazos hacia ella con un grande amor filial. Seguidamente, los fija en su padre nutricio, San José y, a todos nosotros, nos dedica sus primeros pensamientos y afectos, pues ha venido al mundo como Hijo de Dios para salvarnos y revelarnos al Padre de los cielos. En efecto, El tenía también hermanos menores, no carnales, pero sí espirituales, y estos hermanos somos nosotros. A todos nosotros nos abrazó con el pensamiento en aquel precioso instante de su divino nacimiento. ¡Cuán querido debe sernos, entonces, el Nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, por esta última circunstancia!
Por eso que unimos nuestra alabanza a la milicia celestial, diciendo: “Glória in altíssimis Deo, et in terra pax homínibus bonae voluntátis” (¡”Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!”).
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¡Feliz Navidad 2009 a todos nuestros lectores y amigos de la Tradición católica!

miércoles, 23 de diciembre de 2009

La llegada a Bethlehem.

Así llegaron José y María a Bethlehem. Tal vez en aquel momento la luz crepuscular del sol doraba las casas construidas sobre las colinas, cuando María y José, en su montura, atravesando los viñedos plantados en gradas escalonadas, se aproximaban a la pequeña ciudad y, probablemente, se dirigieron enseguida a la posada. Pero esta estaba ya ocupada y la ciudad rebosaba de viajeros. La pequeña familia fue pasando por varias calles buscando abrigo y, a pesar de que José tocó tímidamente en varias puertas, ninguna de ellas se abrió para darles la deseada hospitalidad… Entonces fue cuando, saliendo otra vez de la ciudad, dirigieron sus pasos a una gruta que conocía José, y solía servir de establos a ciertos animales. Llegaron allí, rendidos de fatiga, y luego se prepararon para el descanso y para la hora, eternamente memorable, del Nacimiento del Señor… Tienen que acudir a tan desabrigado lugar, donde no había nada preparado, donde todo respiraba miseria y abandono; mientras que allá, a dos pasos, en la ciudad, llena de luces, en sus casas urbanas y en el extenso castillo, construido por Herodes, miles de personas menos dignas que ellos, eran hospitalaria y familiarmente recibidas. Ellos son los herederos de la casa de David, los bethlehemitas, los descendientes de Hur y de María, los descendientes de Booz y de José, no los admiten y les obligan a cobijarse en un establo de animales. ¡Qué patético contraste! Ellos eran los más próximos y caros a Dios, y sin embargo, Dios mismo parece abandonarles y no acordarse de ellos. De todos ha tenido cuidado esta noche, sólo para ellos no hay nada preparado, ni aun lo más indispensable, después de un largo viaje y en una cruda noche de invierno. ¡Parece que para ellos apenas hay indicios de Providencia!
Y ¿cómo soportaron esta prueba José y María? Desde luego, con absoluta conformidad con el espíritu del Salvador. Esta fue la primera afrenta y humillación que en este mundo El tuvo que sufrir. El mundo no le quiere, no le reconoce, porque no viene como él lo esperaba, y en este desprecio se regocija el Salvador y comunica este regocijo, con sus ideas y sentimientos, a sus padres…. Ellos al abandonar la ciudad, lo hicieron con tal mansedumbre, resignación y amor, que tan sólo Dios podía descubrir en el fondo de su alma una sombra de dulce melancolía. Es esta la segunda vez que la cruz y el Calvario proyectaban su sombra sobre Jesús y María. Era el primer encuentro del Mesías con su pueblo, con los suyos, y estos lo rechazaban…
En esto, cerró la noche, obscura cono todas, rodeando Bethlehem y la tierra con sus tinieblas… apenas se observaba en la humanidad preparación alguna para el Advenimiento visible de Dios. Tan sólo allí, en la miserable cueva, vigilaban José y María a la débil luz de una pequeña hoguera. Ellos son el corazón vigilante y en oración del mundo. Así fue entonces, y así es ahora. El mundo no conoce a Dios, no piensa en El. Siempre será preciso que haya almas escogidas que sirvan de punto de contacto entre el cielo y la tierra. Sus oraciones son súplicas, sus anhelos apresuran el reloj de los divinos Consejos. Esto mismo hicieron entonces José y María, quienes pasaron la noche en oración; y así como María, con sus ardientes y amorosos deseos había arrancado al Hijo de Dios del seno del Padre celestial, así, con este mismo anhelo, lo había atraído al suyo propio para darlo al mundo… Dentro de poco estará el Señor entre nosotros y veremos su gloria y majestad. El pecado del mundo será borrado y reinará sobre nosotros el Redentor del mundo. Fiat! Fiat!

martes, 22 de diciembre de 2009

El viaje a Bethlehem (Lc II, 1-5).

Respecto del viaje de José y María a Bethlehem , hay tres cosas que meditar.
La primera es la paciencia de la Santa Familia. El viaje era bastante largo, de unos cuatro días al menos, y lleno de incomodidades. Pudieron seguir los viajeros dos caminos, o el que pasa por Sichem, Bethel y Jerusalén, o el que va bordeando el Jordán y pasa por Jericó y Jerusalén. Era el mes de diciembre, durante el cual, en las regiones montañosas de Palestina, reina casi continuamente el frío viento de poniente y son casi constantes las lluvias y la nieve, por lo cual son inmensamente frías. De todos modos, aquel viaje estaba muy lejos de ser un viaje de recreo. Pero ellos todo lo soportan con paciencia.
En segundo lugar, deben meditarse la modestia y humildad de aquellos viandantes. Para las familias nobles del país, especialmente para los deudos de la casa de David, era aquella una oportuna ocasión de hacerse valer y llamar sobre sí la atención. Por lo cual no perdonaban medio de mostrarse a la altura de su rango. Sin embargo, nada de esto reza con José y María, quienes viajaban humildemente, como gentes del pueblo ordinario. Otros viajaban con boato, rápidamente; ellos caminaban lentamente y quedos, cediendo modestamente el paso a los que se les adelantaban. Y, sin embargo, ¿quiénes son ellos? Los más nobles y santos de los hombres. ¿Cuál de las abuelas del Salvador ha atravesado aquel país con pobre apariencia? ¡Con qué pompa fue transportada un día el Arca de la Alianza por aquellos parajes! ¡Ahora es el Arca viviente del Señor la que los atraviesa; pasa derramando bendiciones por todas partes y nadie para mientes en ella!
Lo tercero es el espíritu de recogimiento y de oración con que la Sagrada Familia hacía el camino. Si los hombres son tanto más recogidos y silenciosos cuanto más cerca tienen a Dios, ¿qué recogimiento podrá ser comparado al de María y José, que iban embebidos, en sus pensamientos y en sus sentidos, en la imagen del Salvador! Sus almas eran las únicas que conocían el misterio; las únicas que con su oración y sus anhelos podían representar todo el género humano. Así, pues, nuestros viajeros hablaban poco y oraban mucho; mejor dicho, andaban siempre engolfados en silenciosa oración, en medio de la intranquilidad y desasosiego del viaje.

lunes, 21 de diciembre de 2009

La foto del día.

Ecce Agnus Dei, ecce qui tollit peccáta mundi.
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IV Domingo de Adviento
Msr. Jaime Astorga Paulsen
Parroquia Santa Bárbara de Casablanca

domingo, 20 de diciembre de 2009

Reflexión: IV Domingo de Adviento.

El Precursor, asceta de la soledad, de quien ocho siglos antes había dicho el profeta Isaías: "Una voz clama en el desierto: Preparad el camino del Señor".
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(I clase, morado) No se dice Gloria. Credo. Prefacio de Adviento y, en su defecto, el de la Santísima Trinidad.
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En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
“Vox clamántis in desérto: Paráte viam Dómini: rectas fácite semitas ejus…” (“Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus senderos…”), se proclama en este último domingo de Adviento ad portas ya de la Navidad. Y nuevamente la figura de Juan el Bautista se nos hace presente. El lugar donde apareció él no fue ninguna ciudad, ni siquiera ningún país habitado, sino el desierto, las vastas praderas y estepas del bajo Jordán. Juan no abandonó nunca el desierto; antes bien atrajo las muchedumbres hacia el Jordán para recibir el bautismo de penitencia en preparación de la venida del Salvador. Siguiendo la inspiración de Dios, Juan se trasladó a la orilla del viejo Jordán, de tantas implicancias vivenciales para los hebreos, pues por el entraron en la tierra de promisión; por él fueron conducidos al cautiverio, y por el Jordán regresaron de él; y del Jordán debía venir también el Mesías prometido.
El fin de la misión del Precursor fue, como ya lo hemos recordado, preparar los caminos para la venida del Señor. Esta preparación debía hacerse principalmente por la predicación de la penitencia y de la fe en el Cristo. Juan el Bautista vivió en plenitud su vocación de ser el pregonero del Divino Redentor. Para ello centró su predicación en la llamada a la penitencia; al igual que el más severo de los profetas, vivió en la más extrema pobreza y mortificación. Y lo hizo, además, con su palabra: “Vox clamántis in desérto…”. Para despertar este espíritu de conversión y de penitencia en las muchedumbres que lo escuchaban, Juan lo simbolizó en una ceremonia extraordinaria: en el bautismo de agua, que se convirtió en el signo visible de su apostolado; por eso se le llamó también el Bautista.
Juan prepara también los caminos al Cristo, “paráte viam Dómini…”, predicando la fe en El, en su próxima llegada y en su gloria y magnificencia. La primera ocasión para esto se la dio a Juan la opinión del pueblo que le tomó a él por el mismo Mesías. Juan niega que sea él el Mesías, dando un testimonio al Cristo verdadero. Este testimonio tiene tres objetivos. Primeramente, la venida de Cristo. Cristo, el Mesías, está cerca. Seguidamente, el testimonio de Juan apunta a la grandeza y excelencias del Cristo. Juan dice que no puede compararse con El; en general, porque Jesús es más fuerte y más alto, tanto que él (Juan) no es digno de llevar sus sandalias, o, postrándose, de desatar la correa de sus zapatos; y, en especial, atestigua la mayor grandeza del apostolado y de la vocación de Cristo. Juan califica también esta vocación como administración de un bautismo, pero de un bautismo de naturaleza mucho más elevada; y en tercer lugar, Juan da testimonio de la relación del Cristo con el Antiguo Testamento, y de su naturaleza divina. Cristo es Juez, o, mejor aún, el Señor “de la era” (símbolo del reino de Dios, que no sólo abarca Israel, sino el universo entero), el trigo, es “suyo”; El lo purifica, y, como Juez, lo separa de la paja, la cual hace echar al “fuego inextinguible”. El es el mismo Dios, porque comunica el Espíritu Santo. Así preparaba Juan los caminos a Cristo.
La misma aparición de Juan era en sí una preparación al Cristo, porque en su persona, en su ministerio y en sus discípulos, vemos ya prefigurado al Cristo y todo el desarrollo del reino de Cristo. En Juan brilla la buena nueva y la sana orientación del Antiguo Testamento, en la severidad de sus virtudes, en su absoluto aislamiento, en el sentimiento de su propia insuficiencia, en sus anhelosos deseos hacia el Cristo cuyos caminos había de preparar. Pero también se manifiesta aquí la degeneración del mismo Antiguo Testamento. En los fariseos y saduceos se descubre el cáncer que lo corrompe, y en su pertinacia contra el Precursor y los profetas del Cristo, ya se adivina la tenaz oposición que debe conducir a la muerte al mismo Bautista y a Cristo, y conducirles a ellos a su propia ruina, como se lo profetiza el Bautista. También se descubren aquí importantes rasgos del ministerio y apostolado de Cristo. Ante todo es importante el testimonio de la llegada de Cristo y de su significación, de su dignidad de Mesías y de su divinidad. En segundo lugar, tenemos aquí la introducción del Bautismo que, si aun no es más que una figura, será luego el principal Sacramento de la Iglesia. La principal importancia del bautismo de Juan consiste en haber sido la figura del bautismo cristiano. Finalmente, la afectuosa acogida a los pecadores, a los publicanos y a los gentiles, constituye uno de los más notables y salientes rasgos de la semejanza entre Juan y Cristo; este rasgo de la fisonomía moral de Juan, es como una profecía de las futuras misericordias reservadas al mundo de los gentiles. Así iba cumpliéndose la palabra del ángel: Juan será grande ante el Señor, irá delante de El, para aparejarle un pueblo perfecto (“erit enim magnus coram Dómino”, “et ipse praecédet ante illum”, “paráre Dómino plebem perféctam” (Lc 1, 15. 17).
Queridos fieles, en vísperas de la Natividad del Señor, el Cristo, anunciado por Juan el Bautista, permítanme desearles a cada uno de ustedes y a sus familias, amigos y bienhechores, mucha paz y bien en el Señor Jesús que llega.
¡Que la Santísima Virgen, nuestra Buena Madre, nos enseñe a acoger de verdad a Quien predicó Juan el Bautista, preparando nuestra alma convenientemente y a no estar distraídos y dispersos cuando tenemos tan cerca a Jesús, el Señor. Amén!
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Santa Misa IV Domingo de Adviento.


El grupo Santa Bárbara de la Reina, invita a usted y familia a la Sancta Missa Romana Clásica que se celebrará en el Templo Parroquial de Santa Bárbara de Casablanca, este domingo 20 de diciembre de 2009, IV Domingo de Adviento, a las 17:00 hrs.

La Sancta Missa será oficiada por Monseñor Jaime Astorga Paulsen.
Contamos con su valiosa asistencia.

En Nuestro Señor Jesucristo, su Santísima Madre
y nuestra Patrona Santa Bárbara, virgen y mártir.

viernes, 18 de diciembre de 2009

La Iglesia del Hospital de Santo Tomás.


Quiero compartir con ustedes estas fotos que tome hoy en la localidad de Limache, V región, Chile. Corresponde a la Iglesia del Hospital Santo Tomás, recién restaurado después de sufrir severos daños en su estructura por el terremoto de 1985. Aún quedan obras por ejecutar pero lo grueso ya está. Click en la foto entonces.

Portada de libro.


jueves, 17 de diciembre de 2009

Visitas al Santísimo Sacramento del Altar (XIII).

1.
“Jesús sigue definiéndose en el sagrario como se definía:
-Yo soy el Pan Vivo que descendí del cielo; aliméntame.
-Yo soy la Luz del mundo; ilumíname.
-Yo soy el Camino; guíame.
-Yo soy el Buen Pastor; guárdame.
-Yo soy Rey; mándame.
-Yo soy la Resurrección y la Vida; sálvame”.
2.
“Jesús habla a mi corazón en el sagrario y me dice las mismas palabras que en su vida me decía:
-Palabras de compasión: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y cargados, que yo os aliviaré”.
-Palabras de confianza: “Pedid y recibiréis. Todo lo que pidiereis en mi nombre os será dado”.
-Palabras de consuelo: “En verdad, en verdad os digo que vosotros lloraréis y plañiréis mientras que el mundo se regocijará. Os contristaréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”.
-Palabras de amenaza: “No temáis a los que sólo pueden matar el cuerpo, sino temed más bien a los que pueden condenar el cuerpo y el alma al infierno”.
-Palabras de aliento: “En el mundo tendréis grandes tribulaciones, pero tened confianza: Yo he vencido al mundo”.
-Palabras de amor: “Como me amó a mí el Padre, así os amo yo a vosotros… No os llamaré siervos, sino amigos”.
3.
-“Jesús, que diste vista a tantos ciegos: que yo vea.
-Jesús, que diste habla a tantos mudos: que yo hable bien y rece.
-Jesús, que diste oído a tantos sordos: que yo obedezca y me conforme.
-Jesús, que diste movimiento a tantos tullidos: que yo progrese.
-Jesús, que limpiaste a tantos leprosos: que yo me purifique.
-Jesús, que resucitaste a tantos muertos: que yo no muera por el pecado, y, si muero, que resucite”.
Fuente: Cien visitas a Jesús sacramentado de Saturnino Junquera, S.J.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Las Témporas de Adviento


Las Témporas son una tradición antigua muy querida de la Iglesia romana. Cuatro veces al año, al comienzo de cada estación, se consagran tres días de la semana (miércoles, viernes y sábado) al ayuno y la oración, para atraer las bendiciones de Dios sobre la nueva estación y sobre las ordenaciones, que antiguamente tenían lugar durante la vigilia nocturna del sábado al domingo.

El Adviento, de institución más reciente, ha impreso en las Témporas de diciembre un carácter de espera y de preparación, que ha hecho pasar a segundo plano la idea del ayuno y de la penitencia. En la misa del miércoles destaca singularmente la Santísima Virgen, tanto por la profecía de Isaías, que anuncia el nacimiento del Mesías de una virgen, como por el evangelio que es de la Anunciación. Esta misa conocida con el nombre de Missus est (las dos primeras palabras del evangelio), es muy grata al pueblo cristiano, fiel en honrar a la Santísima Virgen en este misterio que prepara el nacimiento del Salvador.
*
Evangelio
Lucas 1.26-38
Missus est
*
La adorable escena del anuncio hecho a María, abre la era de la salvación. En contraste con la maldición que provoca Eva, se proclama a María bendita entre todas las mujeres, y el arcángel Gabriel le comunica los prodigiosos designios de Dios: dar al mundo, por medio de ella, al Redentor que ha de reinar sobre el trono de David. Asegurada de que este nacimiento milagroso ha de preservar su virginidad, consiente María y se cumple en ella, por virtud del Espíritu Santo, el misterio de la unión entre Dios y el hombre.

martes, 15 de diciembre de 2009

Visitas al Santísimo Sacramento del Altar (XII).

1.
“Oh Jesús, heme aquí en tu presencia:
-Como un pobre ante su limosnero; ampárame.
-Como un enfermo ante su médico; cúrame.
-Como un discípulo ante su maestro; enséñame.
-Como una oveja extraviada ante su pastor; hállame.
-Como un criado ante su señor; mándame.
-Como un hijo ante su padre: cuídame”.
2.
“Démonos a Jesús, que se nos ha dado:
-Como niño en una cueva; hagámonos niños como El.
-Como trabajador en un taller; trabajemos como El y por El.
-Como reo en una cruz; sacrifiquémonos por El.
-Como maestro en sus palabras; seamos sus buenos discípulos.
-Como protector en sus milagros; démosle gracias por tantos beneficios.
-Como alimento y compañero en el sagrario; vengamos a comulgar y a visitarle con fervor y cariño”.
3.
“Oh Jesús, yo quisiera comprender y corresponder a ese amor con que me amas en el sagrario:
-Amor eterno, con que me amaste cuando aún no existía.
-Amor constante, a pesar de ser tan mal correspondido.
-Amor desinteresado, sin que nada necesites de mí.
-Amor delicado, hasta hacerte niño y quedarte con nosotros en el sagrario.
-Amor sacrificado, hasta morir en una cruz.
-Amor particular, como si yo solo existiera”.
*
Fuente: Cien visitas a Jesús Sacramentado de Saturnino Junquera, S.J.

domingo, 13 de diciembre de 2009

III Domingo de Adviento.


Misterios gozosos. El ángel Gabriel anuncia a María que el Salvador tomará carne en ella por obra del Espíritu Santo; y va presurosa la Virgen a casa de Isabel, su prima, a hacerle partícipe de su ventura. "Regocijaos. Gaudete", cantan alegres las campanas.
*
Estación en San Pedro.
Domingo de 1ª clase. Morado o Rosa.
*
"Regocijaos; el Señor está cerca." Viendo ya próxima la fiesta de Navidad, acentúa la Iglesia la alegría que debe animar nuestros corazones por todo cuanto representa para nosotros el nacimiento del Salvador; en esta semana nos recordará los evangelios de la Anunciación y de la Visitación, misterios rebosantes de alegría.

San Pablo fundamenta la alegría cristiana sobre la certidumbre de que Cristo nos trae la salvación, y quiere que esté tan viva en el alma que ninguna inquietud o tristeza humana la pueda jamás dominar. La gran paz de Dios ha de sobreponerse en adelante a todos los demás sentimientos. Mas en el pensamiento de San Pablo, esta venida del Salvador no es su nacimiento en Belén, sino su segunda venida. La gran alegría de los cristianos está, pues, en ver acercarse el día en que venga el Señor con gloria para trasladarnos a su reino. Tanto como a las llamadas de los profetas, todos los veni del tiempo de Adviento hacen eco a aquel otro con que termina el Apocalipsis de San Juan: "Ven, Señor, Jesús", y que es la última palabra del Nuevo Testamento.
El evangelio de este domingo, completando al anterior, nos presenta el testimonio de San Juan Bautista; el precursor desaparece ante el único que importa: el Mesías esperado.
*
INTROITUS
Filipenses 4. 4-6; Salmo 84,2
*
Gaudéte in Dómino semper:
íterum dico, gaudéte.
Modéstia vestra nota sit
ómnibus homínibus:
Dóminus enim prope est.
Nihil sollíciti sitis: sed
in omni oratióne petitiónes
vestræ innotéscant
apud Deum.
Ps. Benedixísti, Dómine,
terram tuam: avertísti
captivitátem Jacob.
V/. Glória Patri.
*

sábado, 12 de diciembre de 2009

Virgen de Guadalupe, Patrona de América.

Patrona principal de México, de la América latina, y de las Islas Filipinas.
Fiesta de 1ª Clase, Blanco o azul.
Misa "Salve sancta parens", en el propio de algunos lugares.
*
“Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas…, mira cuán grande es la mies, e intercede junto al Señor para que infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios…”, que los fieles “caminen por los senderos de una intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas”. Sólo así –con una intensa vida cristiana, con amor y deseos de servir- podremos llevar a cabo esa nueva evangelización en todo el mundo, empezando por los más cercanos. ¡Cuánta mies sin brazos que la recojan!, gentes hambrientas de la verdad que no tienen quienes se la enseñen, personas de todo tipo y condición que desearían acercarse a Dios y no encuentran el camino. Cada uno de nosotros debe ser un indicador claro que señale, con el ejemplo y con la palabra, el camino derecho que, a través de María, termina en Cristo.
“De Europa partió la primera llamarada que encendió la fe en el continente americano. ¡Cuántos hombres y mujeres, de razas tan diversas, han encontrado la puerta del Cielo, por la heroica y sacrificada de aquellos primeros evangelizadores! La Virgen les fue abriendo camino y, a pesar de las dificultades, con tesón, paciencia y sentido sobrenatural enseñaron por todas partes los misterios más profundos de la fe. (…)
“Pensemos hoy ante Nuestra Señora de Guadalupe, una vez más, qué estamos haciendo a nuestro alrededor: el interés por acercar a Cristo a nuestros familiares y amigos, si aprovechamos todas las ocasiones, sin dejar ninguna, para hablar con valentía de la fe que llevamos en el corazón, si nos tomamos en serio nuestra propia formación, de la que depende la formación de otros, si prestamos nuestro tiempo, siempre escaso, en catequesis o en otras obras buenas, si colaboramos también económicamente en el sostenimiento de alguna tarea que tenga como fin la mejora sobrenatural y humana de las personas. No nos debe detener el pensar que en ocasiones es poco lo que tenemos a nuestro alcance, en medio de un trabajo profesional que llena el día y aún le faltan horas. Dios multiplica ese poco; y, además, muchos pocos cambian un país entero. (…)
“Hoy pedimos a Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe que se muestre como Madre compasiva con todos nosotros, que nos haga anunciadores del Evangelio, que sepamos comprender a todos, participando de sus gozos y esperanzas, de todo lo que inquieta su vida, para que, siendo muy humanos, podamos elevar a nuestros amigos al plano sobrenatural de la fe. “¡Reina de los Apóstoles! Acepta nuestra prontitud para servir sin reserva a la causa de tu Hijo, la causa del Evangelio y la causa de la paz, basada sobre la justicia y el amor entre los hombres y entre los pueblos”.
Fuente: Francisco Fernández Carvajal, Hablar con Dios, Tomo 7, Madrid, Ediciones Palabra, 1987.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Visita al Santísimo Sacramento.

Se tendría por muy feliz y dichoso quien pudiera visitar diariamente, y siempre que quisiera, a un rey poderoso de la tierra.
Los cristianos somos mucho más dichosos, pues tenemos a Nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Rey del cielo y de la tierra, Señor de todas las cosas, sentado en el Trono Eucarístico, siempre dispuesto a recibir nuestras visitas y llenarnos de todas las gracias que necesitamos.
Visitemos, pues, a Jesús Sacramentado diariamente.
En nuestras dudas, en nuestras penas, sea Jesús nuestro consejero, nuestro consolador; acudamos siempre a El con gran fe, confianza y amor.
Cuando pasamos cerca de una Iglesia, o vemos algún templo, aunque esté lejos, saludemos con una fervorosa jaculatoria al Divino Prisionero, encerrado por nuestro amor en el Santísimo Sacramento del altar.
*
La Eucaristía como Sacrificio.
*
Sacrificio es ofrecer a Dios una cosa sensible, y destruirla de alguna manera, en reconocimiento de su supremo dominio sobre todas las cosas.
A Dios solamente pueden ofrecerse sacrificios.
Desde el principio del mundo hubo sacrificios.
Los sacrificios de le Ley Antigua eran figura del sacrificio que Jesucristo ofreció muriendo en la Cruz.
En la Ley Nueva, la Santa Misa es el sacrificio perpetuo que representa el de la Cruz y nos aplica sus méritos.
La Santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, ofrecido en nuestros altares, bajo las especies del pan y del vino, en memoria del Sacrificio de la Cruz.
En la Cruz y en la Misa el mismo Señor Jesucristo es el Sacerdote y la Víctima, esto es, quien ofrece el sacrificio y es ofrecido.
Por esta razón, la Misa, en su esencia, es el mismo sacrificio de la Cruz.
La diferencia está sólo en el modo de ofrecerse y en el fin porque se ofreció.
En el modo. En la Cruz Jesús se ofreció con derramamiento de sangre.
En la Misa Jesús se ofrece sin derramamiento de sangre; pero este derramamiento se representa místicamente, en cuanto, por virtud de las palabras de la consagración, en la Hostia está el Cuerpo y en el Cáliz está la Sangre de Jesucristo.
En el fin. En el sacrificio de la Cruz, Jesús satisfizo por los pecados de todo el mundo y nos mereció las gracias para salvarnos.
Estos merecimientos y satisfacción nos lo aplica Jesús por los medios que El ha instituido en la Iglesia, de los cuales el principal es el Santo Sacrificio de la Misa.
El primero y principal oferente de la Misa es el mismo Señor Jesucristo; el sacerdote es el ministro que en nombre de Jesucristo, ofrece el sacrificio al Eterno Padre.
Aunque en la Misa Jesús se vale del sacerdote, El es siempre el principal oferente: como quien da limosna por manos de otro, él es propiamente el que da la limosna y no aquél de quien se vale.
Jesucristo instituyó la Santa Misa, cuado en la última Cena consagró el pan y el vino, y mandó a los Apóstoles que hiciesen lo mismo en memoria de El.
La Santa Misa, porque es sacrificio, se ofrece solamente a Dios.
Se dice que se celebra la Misa en honor de la Santísima Virgen o de los Santos, para agradecer a Dios las mercedes que les hizo, y alcanzar por su intercesión, más copiosamente las gracias que necesitamos.
Tomado de Devocionario (1931). GALO MORET Pbro. S.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Mérito de las obras buenas.

Las obras buenas por razón del mérito pueden ser vivas, muertas y mortificadas.
Vivas, son las que se hacen en gracia de Dios.
Mientras dura la gracia de Dios son dignas de mérito y de premio eterno.
Muertas, son las que se hacen en pecado mortal.
Nunca tendrán mérito ni premio.
¡Cuán triste cosa es vivir en pecado mortal! En tal estado, aunque se hagan obras muy buenas, no se conseguirá por ellas premio alguno en la eternidad.
No obstante, cuantas más buenas obras hace un pecador, más fácil es que consiga la gracia de la conversión.
Mortificadas, son las obras buenas hechas en gracia de Dios, si sobreviene el pecado mortal.
Mientras dura el pecado mortal son como muertas; pero, si se recobra la gracia de Dios, son de nuevo vivas.
Para que las obras buenas sean meritorias, deben hacerse con la recta intención de agradar a Dios.
Las obras buenas no tiene todas el mismo mérito, sino que unas son mucho más meritorias que otras; y aun puede suceder que una sola tenga más mérito que muchas otras juntas.
Las obras buenas pueden ser obligatorias y no obligatorias o supererogatorias.
Obligatorias, son las que están mandadas bajo pena de culpa, como oír Misa en los días festivos.
Supererogatorias, las que no son de obligación, como el oír Misa diariamente.
Las obras buenas más recomendadas por Dios en la Sagrada Escritura son:
1º- la oración, o sea los actos relativos al culto divino, como la santa Misa, etc.
2º- el ayuno o las obras de mortificación.
3º- la limosna, o las obras de caridad y misericordia.
Las verdaderas riquezas son las obras buenas hechas en gracia de Dios.
La magnitud del galardón debe excitarnos a practicar muchas buenas obras.
Una buena obra y el menor acto de virtud es cosa más grande y gloriosa que todas las hazañas de los más célebres conquistadores, que las negociaciones más importantes y que la conquista o el gobierno de un imperio.
La fe nos lo enseña y la razón misma lo convence, porque todo esto no es más que la gloria de la criatura, mientras que las buenas obras y los actos de virtud procuran la gloria del Criador.
De aquí es menester inferir que no hay ninguna comparación, ninguna proporción entre lo uno y lo otro.
Esta verdad bien comprendida ¡qué alientos infunde en las almas buenas para practicar todas aquellas obras que pueden contribuir a la gloria de Dios! ¡Qué fervor en todos los ejercicios de piedad! ¡Qué desprecio de todo lo que no es Dios, ni dice relación de su gloria!
Cuando leo en el Evangelio que no quedará sin premio un vaso de agua fría dado a un pobre, digo para mi: pues ¿qué será de otras infinitas buenas obras de más importancia que me son fáciles, si las hago por Dios, el cual me promete en recompensa un bien infinito por una eternidad?
Peso despacio estas tres cosas: un bien infinito, una eternidad y una acción de un instante que tan fácil me es, y quedo sorprendido al ver mi ceguedad: ¿no debería dedicarme sin tregua a aprovechar cuidadosamente todos los instantes de mi vida para emplearlos en buenas obras? ¡Un bien infinito por tan poca cosa!¡Una bienaventuranza eterna por un momento tan breve de trabajo!
Poco después de haber muerto una persona muy piadosa, se apareció radiante de gloria a otra, y le dijo:
“Soy sumamente feliz; pero, si algo pudiera desear, sería el volver a la vida y padecer mucho, a fin de merecer más gloria”; añadiendo, que quisiera padecer hasta el día del juicio todos los dolores que había padecido durante su última enfermedad, para lograr solamente la gloria que corresponde al mérito de una sola Ave María.
Tomado de Devocionario (1931). GALO MORET Pbro. S.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Motivos de la Devoción a María Santísima.

I.- María es la más privilegiada y amada de Dios entre todas las puras criaturas.
II.- María es Madre de Dios.
Por consiguiente, todo el honor que tributamos a María redunda en honor de Dios.
III.- María es nuestra Madre y Abogada en el cielo.
Jesús desde la cruz dijo a su discípulo Juan: Hé ahí a tu madre, refiriéndose a María.
San Juan representa a todos los buenos cristianos, a quienes Jesús dio por madre a su propia Madre.
IV.- El ser devoto de María es señal de predestinación, según dicen San Anselmo y otros santos.
Predestinación significa ser elegido para el cielo.
V.- La Santa Iglesia nos da ejemplo de cómo debemos ser devotos de María.
La honra con un culto superior al de todos los Santos.
Le dedica muchos templos muy suntuosos, e imágenes muy devotas.
Tiene establecidas muchas festividades, oraciones y prácticas devotas en su honor.
VI.- Dios se complace en conceder gracias muy extraordinarias, y a veces hasta milagrosas, a los que con fe acuden a María.
Para ser verdadero devoto de María se debe procurar:
1º- Evitar el pecado e imitar sus virtudes.
Lo que más aborrece María es el pecado.
Debemos procurar imitar a María especialmente en la humildad, castidad y caridad.
2º- Comulgar a menudo.
Causa gran satisfacción a María el vernos unidos con Jesús en la sagrada Comunión.
3º- Rezar el Santo Rosario, llevar escapulario o medalla y practicar otras obras piadosas en su honor.
A más del Ave María la Santa Iglesia nos enseña a implorar la protección de la Virgen María con la Salve.

martes, 8 de diciembre de 2009

Tota pulchra es, Maria: et mácula originális non est in te.

Tota pulchra es, María, eres toda hermosa, María, y no hay mancha alguna de pecado en Ti.
La Virgen Inmaculada será siempre el ideal que debemos imitar. Ella es modelo de santidad en la vida ordinaria, en lo corriente, sin llamar la atención, sabiendo pasar oculta. Para imitarla es necesario tratarla.
Aquella profecía que un día hiciera la Virgen, Me llamarán bienaventurada todas las generaciones…, la estamos cumpliendo ahora nosotros y se ha cumplido al pie de la letra a través de los siglos: poetas, intelectuales, artesanos, reyes y guerreros, hombres y mujeres de edad madura y niños que apenas han aprendido a hablar; en el campo, en la ciudad, en la cima de un monte, en las fábricas, en los caminos, en situaciones de dolor y de alegría, en momentos trascendentales (¡cuántos millones de cristianos han muerto con el dulce nombre de María en sus labios o en su pensamiento!), se ha invocado y se llama a Nuestra Señora todos los días. En tantas y tan diversas ocasiones, millares de voces, en lenguas diversísimas, han cantado alabanzas a la Madre de Dios o le han pedido calladamente que mire con misericordia a esos hijos suyos necesitados. Es un clamor inmenso el que sale de esa humanidad dolida hacia la Madre de Dios. Un clamor que atrae la misericordia del Señor. Nuestra oración en estos días de preparación para la gran Solemnidad de hoy se ha unido a tantas voces que alaban y piden a Nuestra Señora.
Sin duda ha sido el Espíritu Santo quien ha enseñado, en todas las épocas, que es más fácil llegar al Corazón del Señor a través de María. Por eso, hemos de hacer el propósito de tratar siempre confiadamente a la Virgen, de caminar por este atajo –la senda por donde se abrevia el camino- para llegar antes a Cristo: “conservad celosamente ese tierno y confiado amor a la Virgen –nos alentaba el Romano Pontífice, el Siervo de Dios Juan Pablo II-. No lo dejéis nunca enfriar… Sed fieles a los ejercicios de piedad mariana tradicionales en la Iglesia: la oración del Angelus, el mes de María y, de modo muy especial, el Rosario”.
María, llena de gracia y de esplendor, la que es bendita entre todas las mujeres, es también nuestra Madre. Una manifestación de amor a Nuestra Señora es llevar una imagen suya en la cartera o en el bolso; es multiplicar discretamente sus retratos a nuestro alrededor, en nuestras habitaciones, en el coche, en el despacho o en el lugar de trabajo. Nos parecerá natural invocarla, aunque sea sin palabras.
Si cumplimos nuestro propósito de acudir con más frecuencia Ella, desde el día de hoy, comprobaremos en nuestras vidas que “Nuestra Señora es descanso para los que trabajan, consuelo de los que lloran, medicina para los enfermos, puerto para los que maltrata la tempestad, perdón para los pecadores, dulce alivio de los tristes, socorro de los que rezan” (San Juan Damasceno).
Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Tomo VII. Madrid: Ediciones Palabra. 1987.

lunes, 7 de diciembre de 2009

La foto del día.

Monseñor Jaime Astorga Paulsen
II Domingo de Adviento 2009
Parroquia Santa Bárbara de Casablanca
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domingo, 6 de diciembre de 2009

Reflexión: II Domingo de Adviento.

Jesé, raíz fecunda del linaje mesiánico: David cantor de sus salmos, Salomón y su Templo, y todos los reyes de Judá, y José, el esposo de aquella en quien culmina y se resume toda la raza, María, de quien va a nacer Jesús, divina flor en quien posará el Espíritu.
*
*
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Querido fieles en Cristo Jesús:
La llegada del Mesías fue precedida de profetas que anunciaban la llegada de un gran rey. “Juan aparece como la línea divisoria entre ambos Testamentos: el Antiguo y el Nuevo. El Señor mismo enseña de algún modo lo que es Juan, cuando dice: La Ley y los Profetas hasta Juan Bautista. Es personificación de la antigüedad y anuncio de los tiempos nuevos. Como representante de la antigüedad, nace de padres ancianos; como quien anuncia los tiempos nuevos, se muestra ya profeta en el seno de su madre. Aún no había nacido cuando, a la llegada de Santa María, salta de gozo dentro de su madre. Juan se llamó el profeta del Altísimo, porque su misión fue ir delante del Señor para preparar sus caminos, enseñando la ciencia de salvación a su pueblo”.
Toda la esencia de la vida de Juan estuvo determinada por esta misión, desde el mismo seno materno. Está será su vocación; tendrá como fin preparar a Jesús un pueblo capaz de recibir el reino de Dios y, por otra parte, dar testimonio público de El. Juan no hará su labor buscando una realización personal, sino para preparar al Señor un pueblo perfecto. No lo hará por gusto, sino porque para eso fue concebido. Así es todo apostolado: olvido de uno mismo y preocupación sincera por los demás.
Juan realizará acabadamente su cometido, hasta dar la vida en el cumplimiento de su vocación. Muchos conocieron a Jesús gracias a la labor apostólica del Bautista. Los primeros discípulos siguieron a Jesús por indicación expresa suya, y otros muchos estuvieron preparados interiormente gracias a su predicación.
La vocación abraza la vida entera y todo se pone en función de la misión divina. (…) Cada hombre, en su sitio y en sus propias circunstancias, tiene una vocación dada por Dios; de su cumplimiento dependen otras muchas cosas querida por la voluntad divina… ¿Acercamos al Señor a quienes nos rodean? ¿Somos ejemplares en la realización de nuestro trabajo, en la familia, en nuestras relaciones sociales? ¿Hablamos del Señor a nuestros compañeros de trabajo o de estudio?
(…)
El Precursor señala también ahora el sendero que hemos de seguir. En el apostolado personal –cuando vamos preparando a otros para que encuentren a Cristo-, debemos procurar no ser el centro. Lo importante es que Cristo sea anunciado, conocido y amado. Sólo El tiene palabras de vida eterna, sólo en El se encuentra la salvación. La actitud de Juan es una enérgica advertencia contra el desordenado amor propio, que siempre nos empuja a ponernos indebidamente en primer plano. Un afán de singularidad no dejaría sitio a Jesús.
El Señor nos pide también que vivamos sin alardes, sin afanes de protagonismo, que llevemos una vida sencilla, corriente, procurando hacer el bien a todos y cumpliendo nuestras obligaciones con honradez. Sin humildad no podríamos acercar a nuestros amigos al Señor. Y entonces nuestra vida quedaría vacía.
Nosotros, sin embargo, no somos sólo precursores; somos también testigos de Cristo. Hemos recibido con la gracia bautismal y la Confirmación el honroso deber de confesar, con las obras y de palabra, la fe en Cristo. Para cumplir esta misión recibimos frecuentemente, y aun a diario, el alimento divino del Cuerpo de Jesús; los sacerdotes prodigan la gracia sacramental e instruyen con la enseñanza de la Palabra divina.
Todo lo que poseemos es tan superior a lo que Juan tenía, que Jesús mismo pudo decir que el más pequeño en el reino de Dios es mayor que Juan. Sin embargo, ¡qué diferencia! Jesús está a punto de llegar, y Juan vive fundamentalmente para ser el Precursor. Nosotros somos testigos; pero ¿qué clase de testigos somos? ¿Cómo es nuestro testimonio cristianos entre nuestros colegas, en la familia, entre nuestros amigos? ¿Tiene suficiente fuerza para persuadir a los que no creen todavía en El, a quienes no le aman, a los que tienen una idea falsa acerca de Jesús? ¿Es nuestra vida una prueba, al menos una presunción, a favor de la verdad del cristianismo? Son preguntas que podrían servirnos para vivir este Adviento, en el que no puede faltar un sentido apostólico.
Mira al Señor que viene… Juan sabe que Dios prepara algo muy grande, de lo cual él debe ser instrumento, y se coloca en la dirección que le señala el Espíritu Santo. Nosotros sabemos mucho más acerca de lo que Dios tenía preparado para la humanidad. Nosotros conocemos a Cristo y a su Iglesia, tenemos los sacramentos, la doctrina salvadora perfectamente señalada… Sabemos que el mundo necesita que Cristo reine, sabemos que la felicidad y la salvación de los hombres dependen de El. Tenemos al mismo Cristo, al mismo que conoció y anunció Juan.
La Reina de los Apóstoles aumentará nuestra ilusión y esfuerzo por acercar almas a su Hijo, con la seguridad de que ningún esfuerzo es vano ante El.
Que así sea.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Santa Misa II Domingo de Adviento.

SANTA MISA ROMANA CLASICA
DOMINGO 6 DE DICIEMBRE DE 2009
A LAS 17:00 HRS
PARROQUIA SANTA BARBARA DE CASABLANCA
*
Celebra Monseñor Jaime Astorga Paulsen

jueves, 3 de diciembre de 2009

De la enseñanza del Cardenal Ratzinger, XIV.

“Es necesario oponerse decididamente a este esquematismo de un antes y de un después en la historia de la Iglesia; es algo que no puede justificarse a partir de los documentos, los cuales no hacen sino reafirmar la continuidad del catolicismo. No hay una Iglesia “pre” o “post” conciliar: existe una sola y única Iglesia que camina hacia el Señor, ahondando cada vez más y comprendiendo cada vez mejor el depósito de la fe que Él mismo le ha confiado. En esta historia no hay saltos, no hay rupturas, no hay solución de continuidad. El Concilio no pretendió ciertamente introducir división alguna en el tiempo de la Iglesia.
“…la intención del Papa que tomó la iniciativa del Vaticano II, Juan XXIII, y de aquel que lo continuó fielmente, Pablo VI, no era poner en discusión un depositum fidei, que, muy por el contrario, ambos tenían por incontrovertido y libre ya de toda amenaza.
“Quiero decir que el Vaticano II no quería ciertamente “cambiar” la fe, sino reproponerla de manera eficaz. Quiero decir que el diálogo con el mundo es posible únicamente sobre la base de una identidad indiscutida; que podemos y debemos “abrirnos”, pero sólo cuando estemos verdaderamente seguros de nuestras propias convicciones. La identidad firme es condición de la apertura. (…) En contraste con esta actitud, muchos católicos, en estos años, se han abierto sin filtros ni freno al mundo y a su cultura, al tiempo que se interrogaban sobre las bases mismas del depositum fidei, que para muchos habían dejado de ser claras.
(…) “El Vaticano II tenía razón al propiciar una revisión de las relaciones entre la Iglesia y el mundo. Existen valores que, aunque hayan surgido fuera de la Iglesia, pueden encontrar –debidamente purificados y corregidos- un lugar en su visión. En estos últimos años se ha hecho mucho en este sentido. Pero demostraría no conocer ni a la Iglesia ni al mundo quien pensase que estas dos realidades pueden encontrarse sin conflicto y llegar a mezclarse sin más.
“No son los cristianos los que se oponen al mundo. Es el mundo el que se opone a ellos cuando se proclama la verdad sobre Dios, sobre Cristo y sobre el hombre. El mundo se rebela siempre que al pecado y la gracia se les llama por su propio nombre. Superada ya la fase de las “aperturas” indiscriminadas, es hora de que el cristiano descubra de nuevo la conciencia responsable de pertenecer a una minoría y de estar con frecuencia en contradicción con lo que es obvio, lógico y natural para aquello que el Nuevo Testamento llama –y no ciertamente en sentido positivo- “el espíritu del mundo”. Es tiempo de encontrar de nuevo el coraje del anticonformismo, la capacidad de oponerse, de denunciar muchas de las tendencias de la cultura actual, renunciando a cierta eufórica solidaridad posconciliar”.
Fuente: Card. Joseph Ratzinger/Vittorio Messori: Informe sobre la fe. Madrid: BAC. 2005.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

De la enseñanza del Cardenal Ratzinger, XIII.

“Desde hace mucho tiempo, el juicio de Ratzinger –escribe Messori- sobre este periodo es tajante: “Resulta incontestable que los últimos veinte años (la primera edición de Informe sobre la fe es de 1985) han sido decididamente desfavorables para la Iglesia católica. Los resultados que han seguido al Concilio parecen oponerse cruelmente a las esperanzas de todos, comenzando por las del Papa Juan XXIII y, después, las de Pablo VI. Los cristianos son de nuevo minoría, más que en ninguna otra época desde finales de la antigüedad.
(…) “Los Papas y los Padres conciliares esperaban una nueva unidad católica y ha sobrevenido una división tal que-en palabras de Pablo VI- se ha pasado de la autocrítica a la autodestrucción. Se esperaba un nuevo entusiasmo, y se ha terminado con demasiada frecuencia en el hastío y en desaliento.
(…) “En sus expresiones oficiales, en sus documentos auténticos, el Vaticano II no puede considerarse responsable de una evolución que –muy al contrario- contradice radicalmente tanto la letra como el espíritu de los Padres conciliares”.
“Estoy convencido que los males que hemos experimentado en estos veinte años no se deben al Concilio “verdadero”, sino al hecho de haberse desatado en el interior de la Iglesia ocultas fuerzas agresivas, centrífugas, irresponsables o simplemente ingenuas, de un optimismo fácil, de un énfasis en la modernidad, que ha confundido el progreso técnico actual con un progreso auténtico e integral, Y, en el exterior, al choque con una revolución cultural: la afirmación en Occidente del estamento medio-superior, de la nueva “burguesía del terciario”, con su ideología radicalmente liberal de sello individualista, racionalista y hedonista”.
“Para él, insiste, -escribe Messori-, “defender hoy la verdadera Tradición de la Iglesia significa defender el Concilio. Es también culpa nuestra si de vez en cuando hemos dado ocasión (tanto a la “derecha” como a la “izquierda”) de pensar que el Vaticano II representa una “ruptura”, un abandono de la Tradición. Muy al contrario, existe una continuidad que no permite ni retornos al pasado ni huidas hacia delante, ni nostalgias anacrónicas ni impaciencias injustificadas. Debemos permanecer fieles al hoy de la Iglesia; no al ayer o al mañana. Y este hoy de la Iglesia son los documentos auténticos del Vaticano II. Sin reservas que los cercenen. Y sin arbitrariedades que los desfiguren”.
Fuente: Card. Joseph Ratzinger/Vittorio Messori: Informe sobre la fe. Madrid: BAC. 2005.

martes, 1 de diciembre de 2009

De la enseñanza del Cardenal Ratzinger, XII.

El siguiente texto está consignado en el libro de Vittorio Messori “Informe sobre la fe”, que recoge las reflexiones del entonces Cardenal Ratzinger:
“Escribía (dice Messori) diez años antes de nuestro coloquio: “El Vaticano II se encuentra hoy bajo una luz crepuscular. La corriente llamada “progresista” lo considera completamente superado desde hace tiempo y, en consecuencia, como un hecho del pasado, carente de significación en nuestro tiempo. Para la parte opuesta, la corriente “conservadora”, el Concilio es responsable de la actual decadencia de la Iglesia católica y se le acusa incluso de apostasía con respecto al Concilio de Trento y al Vaticano I: hasta el punto que algunos se han atrevido a pedir su anulación o una revisión tal que equivalga a una anulación.
“Continuaba: “Frente a estas dos posiciones contrapuestas hay que dejar bien claro, ante todo, que el Vaticano II se apoya en la misma autoridad que el Vaticano I y que el concilio Tridentino: es decir, el Papa y el colegio de los obispos en comunión con él. En cuanto a los contenidos, es preciso recordar que el Vaticano II se sitúa en rigurosa continuidad con los dos concilios anteriores y recoge literalmente su doctrina en puntos decisivos.
“De aquí deducía Ratzinger dos consecuencias: “Primera: Es imposible para un católico tomar posición a favor del Vaticano II y en contra de Trento o del Vaticano I. Quien acepta el Vaticano II, en la expresión clara de su letra y en la clara intencionalidad de su espíritu, afirma al mismo tiempo la ininterrumpida tradición de la Iglesia, en particular los dos concilios precedentes. Valga esto para el así llamado “progresismo”, al menos en sus formas extremas. Segunda: Del mismo modo, es imposible decidirse a favor de Trento y del Vaticano I y en contra del Vaticano II. Quien niega el Vaticano II, niega la autoridad que sostiene a los otros dos concilios y los arranca así de su fundamento. Valga esto para el así llamado “tradicionalismo”, también este en sus formas extremas. Ante el vaticano II, toda opción partidista destruye un todo, la historia misma de la Iglesia, que sólo puede existir como una unidad indivisible”.
Fuente: Card. Joseph Ratzinger/Vittorio Messori: Informe sobre la fe. Madrid: BAC. 2005.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Logo Una Voce Casablanca - Chile (UVCCh)


Presentación de Logo Una Voce Casablanca - Chile:
El logo es de forma circular, con una cruz de estilo germánico que adorna la parte inferior. En su centro contiene la imagen de Santa Bárbara Mártir, patrona de este capítulo y de la parroquia en la cual se celebra la Santa Misa Tridentina los 3° domingos de cada mes. La Imagen de la santa, que porta en su mano derecha la palma de la victoria después de la muerte está encerrada entre dos hileras semicirculares formando una especie de corona, que simboliza la corona inmortal de la gloria de los Santos de Dios."

domingo, 29 de noviembre de 2009

I Domingo de Adviento.


Fin de los tiempos, prodigios en el cielo, furia de los mares, zarandeo de los cimientos de la tierra: desde el seno del mundo que se derrumba, la Iglesia eleva hacia Dios su alma y sus manos suplicantes; y el Espíritu clama con ella: "Ven, Señor".
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Estación en Santa María la Mayor. Domingo de 1ª clase, ornamentos morados.
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La liturgia del Adviento se abre con un grito de llamada: ¡Ven! Es el grito de los profetas de Israel al Mesías Redentor, cuya venida esperan con ansiedad.
Dios no se hace el sordo a la voz de su pueblo. Cumpliendo la promesa de salvación que hizo a nuestros primeros padres a raíz de su caída, envía a su Hijo al mundo. Y la aplicación a todas las generaciones humanas de la redención, que nos ha adquirido con su pasión el Hijo de Dios hecho hombre, continúa hasta el fin de los tiempos; no se terminará sino con la consumación del mundo, cuando vuelva el Mesías para coronar su obra y trasladarnos a su reino. Así, pues, la historia de la Iglesia se sitúa entre estos dos grandes acontecimientos.
En la Misa del domingo se evoca toda esta obra de la redención, desde su preparación en la esperanza de Israel y su resonancia en nuestra vida presente (epístola) hasta su última consumación (evangelio). Al prepararnos para celebrar en Navidad el nacimiento del que ha venido a rescatar nuestras almas del pecado y hacerlas semejantes a la suya, invoca la Iglesia sobre nosotros y sobre todos los hombres la plena realización de la misión salvadora que Cristo ha venido a cumplir en la tierra.
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sábado, 28 de noviembre de 2009

La asistencia a la Santa Misa, fuente de santificación (III).

CÓMO DEBEMOS UNIRNOS AL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA
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Puede aplicarse a esta materia lo que Santo Tomás(10) dice de la atención en la oración vocal: “Puede la atención referirse a las palabras, para pronunciarlas bien; al sentido de esas palabras, o bien al fin mismo de la oración, es decir a Dios y a la cosa por la cual se ruega... Esta última clase de atención que aun los más simples e incultos pueden tener, es tan intensa a veces que el espíritu está como arrobado en Dios y olvidado de todo lo demás.”
Asimismo para oír bien la Misa, con fe, confianza, ver­dadera piedad y amor, se la puede seguir de diferentes maneras. Puédese escuchar prestando atención a las oraciones litúrgicas, tan bellas y llenas de unción, elevación y sencillez. O meditando en la Pasión y muerte del Salvador, y considerarse al pie de la Cruz con María, Juan y las santas mujeres. O cumpliendo, en unión con Jesús, los cuatro de­beres que tenemos para con Dios, y que son los fines mismos del sacrificio: adoración, reparación, petición y acción degracias. Con tal de ocuparse de algún modo en la oración, por ejemplo, rezando el rosario, la asistencia a la Misa es provechosa. También se puede, y con, mucho provecho, como lo hacía Santa Juana de Chantal y otros muchos santos, continuar en la Misa la meditación, sobre todo si despierta en nosotros intenso amor de Dios, algo así como San Juan estuvo en la Cena, cuando reposaba sobre el corazón del divino Maestro.
Sea cualquiera la manera como oigamos la Santa Misa, hase de insistir en una cosa importante. Y es que sobre todo hemos- de unirnos íntimamente a la oblación del Salvador, sacerdote principal del sacrificio; y ofrecer, con él, a él mis­ mo a su eterno Padre, acordándonos que esta oblación agrada más a Dios que lo que pudieran desagradarle todos los pecados del mundo. También hemos de ofrecernos a nosotros mismos, y cada día con mayor afecto, y presentar al Señor nuestras penas y contrariedades, pasadas, presentes y futuras. Así dice el sacerdote en el ofertorio: “In spiritu humili­tatis et in animo contrito suscipiamur a te, Domine: Con espíritu humillado y contrito corazón te suplicamos, Señor, que nos quieras recibir en ti.”
El autor de la Imitación, I. IV, c. VIII, insiste sobre esta materia: "Voz de Cristo: Así como Yo me ofrecí a mí mismo por tus pecados a Dios Padre con voluntad y extendí las las manos en la Cruz, desnudo el cuerpo de modo que no me quedaba cosa alguna que no fuese sacrificada para aplacar a Dios, así debes tú, cuanto más entrañablemente puedas, ofrecerte a ti mismo, de toda voluntad, a mí, en sacrificio puro y santo cada día en la Misa, con todas tus fuerzas y deseos... No quiero tu don, sino a ti mismo. . . Mas si tú estás en ti mismo y no te ofreces de muy buena gana a mi voluntad, no es cumplida ofrenda la que haces, ni será entre nosotros entera la unión."
Y en el capítulo siguiente: "Voz del discípulo: Yo deseo ofrecerme a Ti de voluntad, por siervo perpetuo, en servicio y sacrificio de eterna alabanza, Recíbeme con este Santo Sacrificio de tu precioso Cuerpo... También te ofrezco, Señor, todas mis buenas obras, aunque son imperfectas y pocas, para qué tú las enmiendes y santifiques, para que las hagas agradables y aceptas a ti. También te ofrezco todos los santos deseos de las almas devotas, y la oración por todos aquellos que me son caros, También te ofrezco estas oraciones y sacrificios agradables, por los que en algo me han enojado o vituperado... por todos los que yo alguna vez enojé, turbé, agravié y escandalicé, por ignorancia o adverti­damente, para que tú nos perdones las ofensas que nos hemos hecho unos a otros... y haznos tales que seamos dignos de go­zar de tu gracia y de que aprovechemos para la vida eterna."
La Misa así comprendida es fecundísima fuente de santificación, y de gracias siempre renovadas; por ella puede ser realidad en nosotros, cada día, la súplica de Nuestro Señor: "Yo les he dado de la gloria que tú me diste, para que sean una misma cosa, como lo somos nosotros, yo en ellos y tú en mí, a fin de que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que tú me has enviado y amádoles a ellos como a mí me amaste" (Joan., xvii, 2 3).
La visita al Santísimo Sacramento ha de recordarnos la Misa de la mañana, y hemos de meditar que en el taber­náculo, aunque propiamente no hay sacrificio, Jesús sin em­bargo, que está realmente presente, continúa adorando, pi­diendo y dando gracias. En cualquier momento, a lo largo del día, deberíamos unirnos a esta oblación del Salvador. Como lo expresa la oración al Corazón Eucarístico: "Es paciente para esperarnos y dispuesto siempre a escucharnos; es centro de gracias siempre renovadas, refugio de la vida escondida, maestro de los secretos de la unión divina."Junto al tabernáculo, hemos de "callar para escucharle, y huir de nosotros para perdernos en él" (11).
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NOTAS:
(10) II II, q. 82, a. 13.
(11) Recomendamos como lectura durante la visita al Santísimo Sacramento o para la meditación, Les Élévations sur la Priére au Coeur Eucharistique de Jésus, compuestas por una alma interior muy piado sa, que han sido publicadas por primera vez en 1926, ed. de "La Vie Spirituelle." También recomendamos un excelente libro escrito por una persona muerta recientemente en Méjico en olor de santidad: Ante el altar (Cien visitas a Jesús sacramentado).
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R. Garrigou-Lagrange. Las tres edades de la vida interior.

viernes, 27 de noviembre de 2009

La asistencia a la Santa Misa, fuente de santificación (II).

EFECTOS DEL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA Y CÓMO DEBEMOS OÍRLA
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La oblación interior de Cristo Jesús, que es el alma del sacrificio eucarístico, tiene los mismos fines e idénticos efec­tos que el sacrificio de la Cruz; mas importa que de entre tales efectos, nos fijemos en los que se refieren a Dios y en los que nos conciernen a nosotros mismos.
Los efectos de la Misa que inmediatamente se refieren a Dios, como la adoración reparadora y la acción de gracias, prodúcense siempre infalible y plenamente con su infinito valor, aun sin nuestro concurso, aunque la Misa fuera celebrada por un sacerdote indigno, con tal que sea válida. Así, de cada Misa elévase a Dios una adoración y acción de gracias de ilimitado valor, en razón de la dignidad del Sacerdote principal que la ofrece y del valor de la víctima ofrecida. Esta oblación "agrada a Dios más que lo que son capaces de desagradarle todos los pecados juntos"; en eso está, en cuanto a la satisfacción, la esencia misma del misterio de la Redención (6).
Los efectos de la Misa, en cuanto dependen de nosotros, no se nos aplican sino en la medida de nuestras disposiciones interiores.
Por eso, la Santa Misa, como sacrificio propiciatorio, les merece, ex opere operato, a los pecadores que no le oponen resistencia, la gracia actual que les inclina a arrepentirse y les mueve a confesar sus culpas (7), Las palabras Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, paree nobis, Domine, hacen nacer en esos pecadores sentimientos de contrición, como en el Calvario le aconteció al buen ladrón. Esto se entiende, principalmente, de los pecadores que asisten a la Misa .y de aquellos por quienes se aplica.
El sacrificio de la Misa, como sacrificio satisfactorio, perdona también -infaliblemente a los pecadores arrepentidos parte al menos de la pena temporal debida por los pecados, y esto según las disposiciones con que a ella asisten, Por eso dice el Concilio de Trento que el sacrificio eucarístico puede también ser ofrecido para aliviar de sus penas a las almas del purgatorio (8).
En fin, como sacrificio impetratorio o de súplica, la Misa nos obtiene ex opere operato todas las gracias de que tenemos necesidad para nuestra santificación. Es que la oración de Jesucristo, que vive eternamente, sigue intercediendo en nuestro favor, junto con las súplicas de la Iglesia, Esposa de nuestro divino Salvador. El efecto de esta doble oración es proporcionado a nuestro propio fervor, y aquel que con buenas disposiciones se une a ellas, puede tener la seguridad de obtener para sí y para las almas a quienes encomienda, las gracias más abundantes.
Santo Tomás y otros muchos teólogos enseñan que estos efectos de la Misa, en cuanto de nosotros dependen, se nos hacen efectivos en la medida de nuestro fervor (9). La ra­zón es que la influencia de una causa universal no tiene más límites que la capacidad del sujeto que la recibe. Así el sol alumbra y da calor lo mismo a una persona que a mil que estén en una plaza. Ahora bien, el sacrificio de la Misa, por ser sustancialmente el mismo que el de la Cruz, es, en cuanto a reparación y súplica, causa universal de las gracias de iluminación, atracción y fortaleza. Su influencia sobre nos otros no está, pues, limitada sino por las disposiciones y e fervor de quienes la reciben. Así una sola Misa puede aprovechar tanto a un gran número de personas, como a un sola; de la misma manera que el sacrificio de la Cruz aprovechó al buen ladrón lo mismo que si por él solo se hubiera realizado. Si el sol ilumina lo mismo a una que a mil personas, la influencia de esta fuente de calor y fervor espiritual, como es la Misa, no es menos eficaz en el orden de li gracia. Cuanto es mayor la fe, confianza, religión y amor con que se asiste a ella, mayores son los frutos que en las almas produce.
Esto nos da a entender por qué los santos, ilustrados por el Espíritu Santo, tuvieron en tanta estima el Santo Sacrificio. Algunos, estando enfermos y baldados, se hacían llevar para asistir a la Misa, porque sabían que vale más que todos los tesoros, Santa Juana de Arco, camino de Chinon, importu­naba a sus compañeros de armas a que cada día asistiesen a misa; y, a fuerza de rogárselo, lo consiguió. Santa Germa­na Cousin, tan fuertemente atraída se sentía hacia la iglesia, cuando oía la campana anunciando el Santo Sacrificio, que dejaba sus ovejas al cuidado de los ángeles y corría a oír la Misa; y jamás su rebaño estuvo tan bien guardado. El santo Cura de Ars hablaba del valor de la Misa con una convic­ción tal que llegó a conseguir que todos o casi todos sus feligreses asistiesen a ella diariamente. Otros muchos santos derramaban lágrimas de amor o caían en éxtasis durante el Santo Sacrificio; y algunos llegaron a ver en lugar del cele­brante a Nuestro Señor. Algunos, en el momento de la elevación del cáliz, vieron desbordarse la preciosa sangre, como si fuera a extenderse por los brazos del sacerdote y aun por el santuario, y venir los ángeles con cálices de oro a recogerla, como para llevarla a todos los lugares donde hay hombres que salvar. San Felipe de Neri recibió no po­cas gracias de esta naturaleza y se ocultaba para celebrar, por los éxtasis que tenía en el altar.
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(6) Santo Tomás, III, q. 48, a. 2: "Ille proprie satisfacit pro offen­sa, qui exhibet offenso id quod aeque vel magis diligit quam oderit offensam."
(7) Concilio de Trento, ses. XXII, c. n: "Hujus quippe oblatione pla­catus Dominus, gratiam et donum poenitentiae concedens, crimina et peccata etiam ingentia dimittit."
(8) Ibidem.
(9) SANTO TOMÁS, III, q. 79, a. S y 7, ad 2, donde no se indica otro límite que el de la medida de nuestra devoción: "secundum quantitatem seu modum devotionis eorum" (id est: fidelium). Cayetano, in III, q. 79, a. S. Juan de Santo Tomás, in III, dise. 32, a. 3. Gonet, Clypeus... De Eucharistia, disp. II, a. S, n. 100. Salmanticen­ses, de Eucharistia, disp. XIII, dub. VI. Disentimos en absoluto de lo que sobre esta materia ha escrito el P. de la Taille, Esquisse du mystére de la f os, París, 1924, p. 22.
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R. Garrigou-Lagrange. Las tres edades de la vida interior.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Novena a Santa Bárbara.

Novena a Santa Bárbara, virgen y mártir, patrona de nuestro blog, y de nuestra parroquia.
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Jaculatoria: ¡Santa patrona mía, haced que yo conozca a Dios y a mí mismo!
Pater Noster, Ave María, Glória Patri.
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miércoles, 25 de noviembre de 2009

La asistencia a la Santa Misa, fuente de santificación (I).


La santificación de nuestra alma está en la unión con Dios, unión de fe, de confianza y de amor. De ahí que uno de los principales medios de santificación sea el más excelso de los actos de la virtud de religión y del culto cristiano: la participación en el sacrificio de la Misa. La Santa Misa debe ser, cada mañana, para todas las almas interiores, la fuente eminente de la que desciendan y manen las gracias de que tanta necesidad tenemos durante el día; fuente de luz y calor, que, en el orden espiritual, sea para el alma lo que es la aurora para la naturaleza. Después de la noche y del sueño, que es imagen de la muerte, al levantarse el sol sobre el horizonte, la luz inunda la tierra, y todas las cosas vuelven a la vida. Si comprendiéramos a fondo el valor infinito de la misa cotidiana, veríamos que es a modo del nacimiento de un sol espiritual, que renueva, conserva y aumenta en nosotros la vida de la gracia, que es la vida eterna comenzada. Mas con frecuencia la costumbre de asistir a Misa, por falta de espíritu, degenera en rutina, y por eso no sacamos del santo sacrificio el provecho que deberíamos sacar.
La misa debe ser, pues, el acto principal de cada día , y en la vida de un cristiano, y, más, de un religioso, todos los demás actos no deberían ser sino el acompañamiento de aquél, sobre todo los actos de piedad y los pequeños sacrificios que hemos de ofrecer a Dios, a lo largo de la jornada.
Trataremos aquí de estos tres puntos: 1º, de dónde nace el valor del sacrificio de la Misa; 2º, que sus efectos dependen de nuestras disposiciones interiores; 3º, cómo hemos de unirnos al sacrificio eucarístico.
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LA OBLACIÓN SIEMPRE VIVIENTE EN EL CORAZÓN DE CRISTO
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La excelencia del sacrificio de la Misa proviene, dice el Concilio de Trento (1), de que en sustancia es el mismo sacrificio de la Cruz, porque es el mismo sacerdote el que continúa ofreciéndose por sus ministros; y es la misma vícti­ma, realmente presente en el altar, la que realmente se ofrece. Sólo es distinto el modo de ofrecerse: mientras que en la Cruz fué una inmolación cruenta, en la misa la inmolación es sacramental por la separación, no física, sino sacramental del cuerpo y la sangre del Salvador, en virtud de la doble consagración. Así la sangre de Jesús, sin ser físicamente de­rramada, lo es sacramentalmente (2).
Esta sacramental inmolación es un signo (3) de la oblación interna de Jesús, a la cual nos debemos unir; es asimismo el recuerdo de la inmolación cruenta del Calvario. Aunque sólo sea sacramental, esta inmolación del Verbo de Dios he­cho carne es más expresiva que la inmolación cruenta del cordero pascual y de todas las víctimas del Antiguo Testa­mento. Un signo o símbolo, en efecto, saca todo su valor de la grandeza de la cosa significada; la bandera que nos recuerda la patria, aunque sea de vulgarísimo lienzo, tiene a nuestros ojos más valor que el banderín de una compañía o la insignia de un oficial. Del mismo modo la cruenta in­molación de las víctimas del Antiguo Testamento, remo­ta figura del sacrificio de la Cruz, sólo daba a entender los sentimientos interiores de los sacerdotes y fieles de la antigua Ley; mientras que la inmolación sacramental del Salvador en nuestros altares expresa sobre todo la oblación interior perenne y siempre renovada en el corazón de "Cristo que no cesa de interceder por nosotros" (Hebr. VII, 25).
Mas esta oblación, que es como el alma del sacrificio de la Misa, tiene infinito valor, porque trae su virtud de la per­sona divina del Verbo encarnado, principal sacerdote y víctima, cuya inmolación se perpetúa bajo la forma sacramental. San Juan Crisóstomo escribió: “Cuando veáis en el altar al ministro sagrado elevando hacia el cielo la hostia santa, no vayáis a creer que ese hombre es el (principal) verda­dero sacerdote; antes, elevando vuestros pensamientos por encima de lo que los sentidos ven, considerad la mano de Jesús invisiblemente extendida”. (4) El sacerdote que con nuestros ojos de carne contemplamos no es capaz de com­prender toda la profundidad de este misterio, pero más arriba está la inteligencia y la voluntad de Jesús, sacerdote prin­cipal. Aunque el ministro no siempre sea lo que debiera ser, el sacerdote principal es infinitamente santo; aunque el ministro, por bueno que sea, pueda estar ligeramente distraído u ocupado en las exteriores ceremonias del sacri­ficio, sin llegar a su más íntimo sentido, hay alguien so­bre él que nunca se distrae, y ofrece a Dios, con pleno y total conocimiento, una adoración reparadora de infinito valor, una súplica y una acción` de gracias de alcance ilimitado.
Esta interior oblación siempre viviente en el corazón de Jesucristo es, pues, en verdad, como el alma del sacrificio de la Misa. Es la continuación de aquella otra oblación por la cual Jesús se ofreció como víctima al venir a este mundo y a lo largo de su existencia sobre la tierra, sobre todo en la Cruz. Mientras el Salvador vivía en la tierra, esta obla­ción era meritoria; ahora continúa, pero sin esta modalidad del mérito. Continúa en forma de adoración reparadora y de súplica, a fin de aplicarnos los méritos que nos ganó en la Cruz. Aun después que sea dicha la última misa al fin del mundo, y cuando ya no haya sacrificio propiamente dicho, su consumación, la oblación interior de Cristo a su Padre, continuará, no en forma de reparación y súplica, sino de adoración y acción de gracias. Eso será el Sanctus, Sanctus, Sanctus, que da alguna idea del culto de los bienaventurados en la eternidad.
Si nos fuera dado ver directamente el amor que inspira esta interna oblación que continúa sincesar en el corazón de Cristo, "siempre viva para interceder por nosotros", ¡cuál no sería nuestra admiración!
La Beata Angela de Foligno dice (5): "No es que lo crea, sino que tengo la certeza absoluta de que, si un alma viera y contemplara alguno de los íntimos esplendores del sacra­mento del altar, luego ardería en llamas, porque habría visto el amor divino. Paréceme que los que ofrecen el sacrificio y los que a él asisten, deberían meditar profundamente en la profunda verdad del misterio tres veces santo, en cuya con­templación habríamos de permanecer inmóviles y absortos."
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NOTAS:
(1) Sesión XXII, c. I y II.
(2) Del mismo modo la humanidad del Salvador permanece numé­ricamente la misma, pero después de la resurrección es impasible, mientras que antes estaba sujeta al dolor y a la muerte.
(3) "Sacrificium externum est in genere signi, ut signum interioris sacrificii."
(4) Homilía LX al pueblo de Antioquía.
(5) Libro de las visiones e instrucciones, c. LXVII
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R. Garrigou-Lagrange. Las tres edades de la vida interior.