Para esto tuvo muchos motivos.
Primeramente, quiso el Señor aparecer así para demostrar que era verdadero hombre. El sueño, el llanto, el amamantamiento y todo lo perteneciente a la niñez, ¿no son otras tantas pruebas de su verdadera y completa naturaleza humana, y otros tantos preciosos testimonios de que se había hecho como uno de nosotros? Emocionado e inspirado por la vista de este cuadro encantador, exclama el profeta: “Un niño nos ha nacido y un hijo nos ha sido dado” (Is IX, 6). Y si a pesar de estas pruebas fue negada la realidad de su naturaleza humana, ¿qué habría sucedido si hubiese aparecido en la plenitud de su edad viril y de su fuerza? ¡Cuánta gratitud le debemos a nuestro Salvador, por estas amables demostraciones de su verdadera humanidad!
En segundo lugar, el Salvador debía aparecer así para revelársenos como nuestro Redentor. Nosotros necesitábamos que se nos enseñase que ni la verdad ni la felicidad consisten en el brillo externo, ni en la riqueza, ni en la reputación, ni en la fama humana, pues de otro modo no habría despreciado el Salvador semejantes exterioridades. Nosotros debíamos aprender que necesitábamos hacer penitencia y tener espíritu de abnegación para evitar el pecado y satisfacer por nuestras culpas; y esto es cabalmente lo que nos predican el frío, la noche y la grosera y dura paja en la cueva de Bethlehem. Necesitábamos un ejemplo de abnegación y de penitencia, y aquí lo tenemos, en el Divino recién nacido… Con esto, pone también su niñez en armonía con su vida posterior. Su nacimiento en el pesebre es una profecía de sus treinta y tres años de vida, de su espíritu, de su ley, y de la santidad de su Iglesia. Ahora derrama lágrimas, después derramará su sangre. Esta misma estrecha unión de la pobreza, del sufrimiento y de la humillación, se encuentra igualmente en la cruz que en la cuna. Aquí, como siempre, es Redentor, y por idénticos medios.
En tercer lugar, el Salvador aparece así para revelársenos como Dios. Para los hombres, la pobreza, el abandono y la obscuridad son signos de debilidad, medios con los cuales nada se hace ni consigue. Pero aquí, en el Salvador, son pruebas verdaderas de su divinidad. El es pobre y está abandonado porque no necesita de nada creado, pues El es la libertad absoluta, la independencia perfecta y la omnipotencia, y por esto quiere alcanzar los más grandes resultados, con los medios menos eficaces, con medios que propiamente no son tales medios.
Así, pues, la primera aparición visible del Salvador sobre la tierra, en completa armonía con su personalidad y con los fines por los cuales vino, fue inefablemente profunda, maravillosa y trascendental, llena de gracia y de verdad.
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