“Es necesario oponerse decididamente a este esquematismo de un antes y de un después en la historia de la Iglesia; es algo que no puede justificarse a partir de los documentos, los cuales no hacen sino reafirmar la continuidad del catolicismo. No hay una Iglesia “pre” o “post” conciliar: existe una sola y única Iglesia que camina hacia el Señor, ahondando cada vez más y comprendiendo cada vez mejor el depósito de la fe que Él mismo le ha confiado. En esta historia no hay saltos, no hay rupturas, no hay solución de continuidad. El Concilio no pretendió ciertamente introducir división alguna en el tiempo de la Iglesia.
“…la intención del Papa que tomó la iniciativa del Vaticano II, Juan XXIII, y de aquel que lo continuó fielmente, Pablo VI, no era poner en discusión un depositum fidei, que, muy por el contrario, ambos tenían por incontrovertido y libre ya de toda amenaza.
“Quiero decir que el Vaticano II no quería ciertamente “cambiar” la fe, sino reproponerla de manera eficaz. Quiero decir que el diálogo con el mundo es posible únicamente sobre la base de una identidad indiscutida; que podemos y debemos “abrirnos”, pero sólo cuando estemos verdaderamente seguros de nuestras propias convicciones. La identidad firme es condición de la apertura. (…) En contraste con esta actitud, muchos católicos, en estos años, se han abierto sin filtros ni freno al mundo y a su cultura, al tiempo que se interrogaban sobre las bases mismas del depositum fidei, que para muchos habían dejado de ser claras.
(…) “El Vaticano II tenía razón al propiciar una revisión de las relaciones entre la Iglesia y el mundo. Existen valores que, aunque hayan surgido fuera de la Iglesia, pueden encontrar –debidamente purificados y corregidos- un lugar en su visión. En estos últimos años se ha hecho mucho en este sentido. Pero demostraría no conocer ni a la Iglesia ni al mundo quien pensase que estas dos realidades pueden encontrarse sin conflicto y llegar a mezclarse sin más.
“No son los cristianos los que se oponen al mundo. Es el mundo el que se opone a ellos cuando se proclama la verdad sobre Dios, sobre Cristo y sobre el hombre. El mundo se rebela siempre que al pecado y la gracia se les llama por su propio nombre. Superada ya la fase de las “aperturas” indiscriminadas, es hora de que el cristiano descubra de nuevo la conciencia responsable de pertenecer a una minoría y de estar con frecuencia en contradicción con lo que es obvio, lógico y natural para aquello que el Nuevo Testamento llama –y no ciertamente en sentido positivo- “el espíritu del mundo”. Es tiempo de encontrar de nuevo el coraje del anticonformismo, la capacidad de oponerse, de denunciar muchas de las tendencias de la cultura actual, renunciando a cierta eufórica solidaridad posconciliar”.
Fuente: Card. Joseph Ratzinger/Vittorio Messori: Informe sobre la fe. Madrid: BAC. 2005.
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