En primer lugar, eran israelitas los que tuvieron la dicha de recibir la primera revelación, porque a ellos había sido hecha también la promesa del Mesías.
Pero, ¿a quiénes de entre los israelitas fue primeramente comunicado? O más bien: ¿A quiénes no lo fue? No a los ricos ni a los poderosos, ni a los sabios, ni a los sacerdotes, ni a los doctores, ni a los parientes, n i tampoco a los mismos santos, al menos teológicamente reconocidos como tales.
¿A quiénes, pues, de entre los israelitas, se hizo la revelación? A unos pastores, gente sencilla, indocta, cándida y obscura, que en las inmediaciones de Behtlehem estaban velando y guardando las velas de la noche sobre sus rebaños. El lugar de la aparición son las vegas encantadoras y onduladas, un valle situado a eso de media hora de Bethlehem, distribuídas en campos de cultivo, praderas, higuerales y olivares. En Tierra Santa las lluvias invernales cubren las vegas de tiernos pastos y, cuando el invierno no es muy crudo, los rebaños pasan la noche en campo libre. Estos eran los mismos campos y praderas donde en otro tiempo recogía Ruth las espigas y David guardaba sus rebaños. La “Torre de los rebaños” junto a la cual había de aparecer el Mesías, estaba situada allí. Allí velaban los pastores guardando sus rebaños.
¿Cómo se hizo la revelación? Por medio de ángeles. Los ángeles son los mensajeros de Dios y del Salvador. Las apariciones angélicas no eran cosa muy rara entre los israelitas, como lo atestiguan las Sagradas Escrituras, y los pastores, gente sencilla, eran sujetos más dispuestos para revelaciones sensibles que no para inspiraciones interiores y revelaciones espirituales. Por otra parte, el Señor, cuya venida debían anunciar, había también aparecido visiblemente.
La manera cómo los ángeles hicieron la revelación fue extraordinariamente familiar, amable y llena de atención honrosa a los pastores. Primeramente, apareció un solo ángel, revestido de la magnífica y esplendorosa Gloria de Dios, con tal majestad que los pobres pastores se vieron en aquel momento completamente inundados y deslumbrados por la luz celestial de la divinidad, y quedaron sobrecogidos de temor… Y la razón de haber aparecido con la Gloria de Dios, fue que venía a anunciar la venida de Dios mismo, para compensar con su esplendor la pobreza y desamparo del Señor y para preparar y excitar la fe de los pastores con su mensaje, según el cual debían encontrar al Señor como “niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre”. Este niño, cuyo embajador es el ángel y de cuya luz se viste este, no es otro que el Señor, el Mesías, Dios mismo…
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