Se tendría por muy feliz y dichoso quien pudiera visitar diariamente, y siempre que quisiera, a un rey poderoso de la tierra.
Los cristianos somos mucho más dichosos, pues tenemos a Nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Rey del cielo y de la tierra, Señor de todas las cosas, sentado en el Trono Eucarístico, siempre dispuesto a recibir nuestras visitas y llenarnos de todas las gracias que necesitamos.
Visitemos, pues, a Jesús Sacramentado diariamente.
En nuestras dudas, en nuestras penas, sea Jesús nuestro consejero, nuestro consolador; acudamos siempre a El con gran fe, confianza y amor.
Cuando pasamos cerca de una Iglesia, o vemos algún templo, aunque esté lejos, saludemos con una fervorosa jaculatoria al Divino Prisionero, encerrado por nuestro amor en el Santísimo Sacramento del altar.
*
La Eucaristía como Sacrificio.
Los cristianos somos mucho más dichosos, pues tenemos a Nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Rey del cielo y de la tierra, Señor de todas las cosas, sentado en el Trono Eucarístico, siempre dispuesto a recibir nuestras visitas y llenarnos de todas las gracias que necesitamos.
Visitemos, pues, a Jesús Sacramentado diariamente.
En nuestras dudas, en nuestras penas, sea Jesús nuestro consejero, nuestro consolador; acudamos siempre a El con gran fe, confianza y amor.
Cuando pasamos cerca de una Iglesia, o vemos algún templo, aunque esté lejos, saludemos con una fervorosa jaculatoria al Divino Prisionero, encerrado por nuestro amor en el Santísimo Sacramento del altar.
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La Eucaristía como Sacrificio.
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Sacrificio es ofrecer a Dios una cosa sensible, y destruirla de alguna manera, en reconocimiento de su supremo dominio sobre todas las cosas.
A Dios solamente pueden ofrecerse sacrificios.
Desde el principio del mundo hubo sacrificios.
Los sacrificios de le Ley Antigua eran figura del sacrificio que Jesucristo ofreció muriendo en la Cruz.
En la Ley Nueva, la Santa Misa es el sacrificio perpetuo que representa el de la Cruz y nos aplica sus méritos.
La Santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, ofrecido en nuestros altares, bajo las especies del pan y del vino, en memoria del Sacrificio de la Cruz.
En la Cruz y en la Misa el mismo Señor Jesucristo es el Sacerdote y la Víctima, esto es, quien ofrece el sacrificio y es ofrecido.
Por esta razón, la Misa, en su esencia, es el mismo sacrificio de la Cruz.
La diferencia está sólo en el modo de ofrecerse y en el fin porque se ofreció.
En el modo. En la Cruz Jesús se ofreció con derramamiento de sangre.
En la Misa Jesús se ofrece sin derramamiento de sangre; pero este derramamiento se representa místicamente, en cuanto, por virtud de las palabras de la consagración, en la Hostia está el Cuerpo y en el Cáliz está la Sangre de Jesucristo.
En el fin. En el sacrificio de la Cruz, Jesús satisfizo por los pecados de todo el mundo y nos mereció las gracias para salvarnos.
Estos merecimientos y satisfacción nos lo aplica Jesús por los medios que El ha instituido en la Iglesia, de los cuales el principal es el Santo Sacrificio de la Misa.
El primero y principal oferente de la Misa es el mismo Señor Jesucristo; el sacerdote es el ministro que en nombre de Jesucristo, ofrece el sacrificio al Eterno Padre.
Aunque en la Misa Jesús se vale del sacerdote, El es siempre el principal oferente: como quien da limosna por manos de otro, él es propiamente el que da la limosna y no aquél de quien se vale.
Jesucristo instituyó la Santa Misa, cuado en la última Cena consagró el pan y el vino, y mandó a los Apóstoles que hiciesen lo mismo en memoria de El.
La Santa Misa, porque es sacrificio, se ofrece solamente a Dios.
Se dice que se celebra la Misa en honor de la Santísima Virgen o de los Santos, para agradecer a Dios las mercedes que les hizo, y alcanzar por su intercesión, más copiosamente las gracias que necesitamos.
Sacrificio es ofrecer a Dios una cosa sensible, y destruirla de alguna manera, en reconocimiento de su supremo dominio sobre todas las cosas.
A Dios solamente pueden ofrecerse sacrificios.
Desde el principio del mundo hubo sacrificios.
Los sacrificios de le Ley Antigua eran figura del sacrificio que Jesucristo ofreció muriendo en la Cruz.
En la Ley Nueva, la Santa Misa es el sacrificio perpetuo que representa el de la Cruz y nos aplica sus méritos.
La Santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, ofrecido en nuestros altares, bajo las especies del pan y del vino, en memoria del Sacrificio de la Cruz.
En la Cruz y en la Misa el mismo Señor Jesucristo es el Sacerdote y la Víctima, esto es, quien ofrece el sacrificio y es ofrecido.
Por esta razón, la Misa, en su esencia, es el mismo sacrificio de la Cruz.
La diferencia está sólo en el modo de ofrecerse y en el fin porque se ofreció.
En el modo. En la Cruz Jesús se ofreció con derramamiento de sangre.
En la Misa Jesús se ofrece sin derramamiento de sangre; pero este derramamiento se representa místicamente, en cuanto, por virtud de las palabras de la consagración, en la Hostia está el Cuerpo y en el Cáliz está la Sangre de Jesucristo.
En el fin. En el sacrificio de la Cruz, Jesús satisfizo por los pecados de todo el mundo y nos mereció las gracias para salvarnos.
Estos merecimientos y satisfacción nos lo aplica Jesús por los medios que El ha instituido en la Iglesia, de los cuales el principal es el Santo Sacrificio de la Misa.
El primero y principal oferente de la Misa es el mismo Señor Jesucristo; el sacerdote es el ministro que en nombre de Jesucristo, ofrece el sacrificio al Eterno Padre.
Aunque en la Misa Jesús se vale del sacerdote, El es siempre el principal oferente: como quien da limosna por manos de otro, él es propiamente el que da la limosna y no aquél de quien se vale.
Jesucristo instituyó la Santa Misa, cuado en la última Cena consagró el pan y el vino, y mandó a los Apóstoles que hiciesen lo mismo en memoria de El.
La Santa Misa, porque es sacrificio, se ofrece solamente a Dios.
Se dice que se celebra la Misa en honor de la Santísima Virgen o de los Santos, para agradecer a Dios las mercedes que les hizo, y alcanzar por su intercesión, más copiosamente las gracias que necesitamos.
Tomado de Devocionario (1931). GALO MORET Pbro. S.
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