sábado, 28 de noviembre de 2009

La asistencia a la Santa Misa, fuente de santificación (III).

CÓMO DEBEMOS UNIRNOS AL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA
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Puede aplicarse a esta materia lo que Santo Tomás(10) dice de la atención en la oración vocal: “Puede la atención referirse a las palabras, para pronunciarlas bien; al sentido de esas palabras, o bien al fin mismo de la oración, es decir a Dios y a la cosa por la cual se ruega... Esta última clase de atención que aun los más simples e incultos pueden tener, es tan intensa a veces que el espíritu está como arrobado en Dios y olvidado de todo lo demás.”
Asimismo para oír bien la Misa, con fe, confianza, ver­dadera piedad y amor, se la puede seguir de diferentes maneras. Puédese escuchar prestando atención a las oraciones litúrgicas, tan bellas y llenas de unción, elevación y sencillez. O meditando en la Pasión y muerte del Salvador, y considerarse al pie de la Cruz con María, Juan y las santas mujeres. O cumpliendo, en unión con Jesús, los cuatro de­beres que tenemos para con Dios, y que son los fines mismos del sacrificio: adoración, reparación, petición y acción degracias. Con tal de ocuparse de algún modo en la oración, por ejemplo, rezando el rosario, la asistencia a la Misa es provechosa. También se puede, y con, mucho provecho, como lo hacía Santa Juana de Chantal y otros muchos santos, continuar en la Misa la meditación, sobre todo si despierta en nosotros intenso amor de Dios, algo así como San Juan estuvo en la Cena, cuando reposaba sobre el corazón del divino Maestro.
Sea cualquiera la manera como oigamos la Santa Misa, hase de insistir en una cosa importante. Y es que sobre todo hemos- de unirnos íntimamente a la oblación del Salvador, sacerdote principal del sacrificio; y ofrecer, con él, a él mis­ mo a su eterno Padre, acordándonos que esta oblación agrada más a Dios que lo que pudieran desagradarle todos los pecados del mundo. También hemos de ofrecernos a nosotros mismos, y cada día con mayor afecto, y presentar al Señor nuestras penas y contrariedades, pasadas, presentes y futuras. Así dice el sacerdote en el ofertorio: “In spiritu humili­tatis et in animo contrito suscipiamur a te, Domine: Con espíritu humillado y contrito corazón te suplicamos, Señor, que nos quieras recibir en ti.”
El autor de la Imitación, I. IV, c. VIII, insiste sobre esta materia: "Voz de Cristo: Así como Yo me ofrecí a mí mismo por tus pecados a Dios Padre con voluntad y extendí las las manos en la Cruz, desnudo el cuerpo de modo que no me quedaba cosa alguna que no fuese sacrificada para aplacar a Dios, así debes tú, cuanto más entrañablemente puedas, ofrecerte a ti mismo, de toda voluntad, a mí, en sacrificio puro y santo cada día en la Misa, con todas tus fuerzas y deseos... No quiero tu don, sino a ti mismo. . . Mas si tú estás en ti mismo y no te ofreces de muy buena gana a mi voluntad, no es cumplida ofrenda la que haces, ni será entre nosotros entera la unión."
Y en el capítulo siguiente: "Voz del discípulo: Yo deseo ofrecerme a Ti de voluntad, por siervo perpetuo, en servicio y sacrificio de eterna alabanza, Recíbeme con este Santo Sacrificio de tu precioso Cuerpo... También te ofrezco, Señor, todas mis buenas obras, aunque son imperfectas y pocas, para qué tú las enmiendes y santifiques, para que las hagas agradables y aceptas a ti. También te ofrezco todos los santos deseos de las almas devotas, y la oración por todos aquellos que me son caros, También te ofrezco estas oraciones y sacrificios agradables, por los que en algo me han enojado o vituperado... por todos los que yo alguna vez enojé, turbé, agravié y escandalicé, por ignorancia o adverti­damente, para que tú nos perdones las ofensas que nos hemos hecho unos a otros... y haznos tales que seamos dignos de go­zar de tu gracia y de que aprovechemos para la vida eterna."
La Misa así comprendida es fecundísima fuente de santificación, y de gracias siempre renovadas; por ella puede ser realidad en nosotros, cada día, la súplica de Nuestro Señor: "Yo les he dado de la gloria que tú me diste, para que sean una misma cosa, como lo somos nosotros, yo en ellos y tú en mí, a fin de que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que tú me has enviado y amádoles a ellos como a mí me amaste" (Joan., xvii, 2 3).
La visita al Santísimo Sacramento ha de recordarnos la Misa de la mañana, y hemos de meditar que en el taber­náculo, aunque propiamente no hay sacrificio, Jesús sin em­bargo, que está realmente presente, continúa adorando, pi­diendo y dando gracias. En cualquier momento, a lo largo del día, deberíamos unirnos a esta oblación del Salvador. Como lo expresa la oración al Corazón Eucarístico: "Es paciente para esperarnos y dispuesto siempre a escucharnos; es centro de gracias siempre renovadas, refugio de la vida escondida, maestro de los secretos de la unión divina."Junto al tabernáculo, hemos de "callar para escucharle, y huir de nosotros para perdernos en él" (11).
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NOTAS:
(10) II II, q. 82, a. 13.
(11) Recomendamos como lectura durante la visita al Santísimo Sacramento o para la meditación, Les Élévations sur la Priére au Coeur Eucharistique de Jésus, compuestas por una alma interior muy piado sa, que han sido publicadas por primera vez en 1926, ed. de "La Vie Spirituelle." También recomendamos un excelente libro escrito por una persona muerta recientemente en Méjico en olor de santidad: Ante el altar (Cien visitas a Jesús sacramentado).
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R. Garrigou-Lagrange. Las tres edades de la vida interior.

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