domingo, 22 de noviembre de 2009

Ultimo domingo después de Pentecostés.

Al sonar de la gran trompeta, cuando pase la configuración de este mundo, Cristo, juez supremo, pesará nuestras almas en su infalible balanza.
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Al final del año eclesiástico nos invita la Santa Iglesia a meditar el evangelio del juicio universal. En el día determinado por el Señor aparecerá el Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad y ante él se reunirán todas las naciones de la tierra para ser juzgadas.
Es verdad que con este recuerdo pretende la Iglesia reavivar en nosotros la conciencia de nuestras responsabilidades; pero, sobre todo, quiere que veamos en el juicio de Cristo el coronamiento de su victoria y la consumación de su obra redentora. Animémonos, pues, con la confianza y la dulce esperanza de que nuestro juez será nuestro propio salvador. No ha cesado la Iglesia de recordárnoslo a lo largo de todo el año litúrgico. Nos lo dijo de una manera especial en la vigilia de Navidad, cuando nos disponíamos a celebrar la primera venida del Hijo de Dios a este mundo (colecta de la vigilia); hoy también nos lo repite por boca de San Pablo. Arrebatados al poder del demonio, pertenecemos ya al reino del Hijo muy amado del Padre, por quien tenemos la redención y el perdón de los pecados (epístola).
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