Al sonar de la gran trompeta, cuando pase la configuración de este mundo, Cristo, juez supremo, pesará nuestras almas en su infalible balanza.
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Al final del año eclesiástico nos invita la Santa Iglesia a meditar el evangelio del juicio universal. En el día determinado por el Señor aparecerá el Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad y ante él se reunirán todas las naciones de la tierra para ser juzgadas.
Es verdad que con este recuerdo pretende la Iglesia reavivar en nosotros la conciencia de nuestras responsabilidades; pero, sobre todo, quiere que veamos en el juicio de Cristo el coronamiento de su victoria y la consumación de su obra redentora. Animémonos, pues, con la confianza y la dulce esperanza de que nuestro juez será nuestro propio salvador. No ha cesado la Iglesia de recordárnoslo a lo largo de todo el año litúrgico. Nos lo dijo de una manera especial en la vigilia de Navidad, cuando nos disponíamos a celebrar la primera venida del Hijo de Dios a este mundo (colecta de la vigilia); hoy también nos lo repite por boca de San Pablo. Arrebatados al poder del demonio, pertenecemos ya al reino del Hijo muy amado del Padre, por quien tenemos la redención y el perdón de los pecados (epístola).
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