A esta caridad pastoral se le llamaba anteriormente celo por el amor a Dios y a las almas.
Para buscar con gran amor el bien espiritual de los hombres hay que ser humilde, sacrificado, casto, desinteresado y ser un cristiano de unión con Dios por los sacramentos y la oración.
El territorio del Arzobispado tenía seiscientas leguas de contorno. Realizó tres visitas pastorales. La primera, después del III Concilio Limense (1528), duró siete años. La segunda entre los años 1593 y 1597 y la tercera y última desde 1605 hasta su muerte (1606).
El mismo le escribe al Papa Clemente VII: “Andando y caminando más de cinco mil doscientas leguas, muchas ves a pie, por caminos muy fragosos, y ríos, rompiendo por todas las dificultades, y careciendo algunas veces yo y la familia de cama y comida” (1598).
El rigor del frío de las alturas, del calor de las costas, los ríos, la falta de caminos, la más mínima comodidad para alojar no fueron impedimentos para evangelizar.
Tenemos este testimonio dado por el licenciado Menacho, canónigo de Lima: “Y este testigo le vio en los llanos de Trujillo y en el valle de Jauja visitando donde tenía por imposible, aunque lo estaba mirando, que un hombre pudiese trabajar tanto, como había trabajado aquel día, y que muchas veces se ponía a comer, después de haber confirmado gran cantidad de personas, a las cuatro de la tarde, y que eran tan poco lo que comía, que admiraba que con esto pudiese satisfacer y vivir”.
Su apoteosis. Nos dice la Biblia que la muerte de los justos es preciosa ante Dios. Así fue la de Santo Toribio. Dios quiso que el encuentro definitivo con él fuera en la tercera visita pastoral, es decir, en medio de su activa labor evangelizadora.
Se dirigió a Santiago de Miraflores (comúnmente Saña o Zaña). Salió ya enfermo, visitó dos pueblos y llegó mal a Saña. Pidió ser llevado a la iglesia de la Doctrina de indios y allí recibió los últimos sacramentos, repitiendo con el Apóstol: Cupio disolví et ese tecum, deseo morir para estar contigo. En su lecho pidió le cantasen el Credo y dirigiéndose a Fray Gerónimo Ramírez, prior de los agustinos que le cantasen con el arpa el salmo In te Domine speravi, en ti Señor he esperado. Al llegar al verso: En tus manos encomiendo mi espíritu, falleció el 23 de marzo de 1609, día Jueves Santo ese año.
En sus honras fúnebres predicó el Obispo de Santiago de Chile, Fray Juan Pérez de Espinoza. Todo el pueblo desde las más altas autoridades a los menesterosos que ayudó, le lloró y participó en sus funerales.
Se cumplía en él lo que él mismo había aprobado en el III Concilio Limense: “No hay cosa en estas provincias de las Indias que deban los prelados y los demás nuestros, así eclesiásticos como seglares, tener por más encargo y encomendado por Cristo…que temer mostrar un paternal afecto y cuidado al bien y remedio de estas nuevas y tiernas plantas de la Iglesia (los indios)”.
El Cardenal Alejandro de Montalda en la carta aprobatoria del III Concilio Limense (octubre 1588), dirigida a Santo Toribio, dice en nombre del Papa, hermosas palabras que son un señuelo y a la vez una dulce esperanza para los sucesores de los Apóstoles que hoy deben guiar la Iglesia en América: “Ya que el Espíritu Santo os ha puesto para regir la Iglesia de Dios, que adquirió con su sangre, os exhorto en el Señor a cumplir vuestro ministerio con asidua vigilancia y trabajo, con la esperanza cierta de que, pues en esta vida trabajéis y llevéis esta carga por Cristo, también os veréis aliviados un día en la Jerusalén Celestial y descansaréis en el Monte Santo del Señor”.
El Beato Juan Pablo II el 10 de mayo de 1983 declaró: “Con nuestra suprema potestad y Autoridad Apostólica declaramos y confirmamos a Santo Toribio de Mogrovejo Patrono ante Dios de todos los Obispos de América Latina”.
¡Santo Toribio, Arzobispo de los Reyes, intercede por los Obispos, encargados por Pedro, de guiar estos nuevos cristianos de nuestra América y haz que siempre se conserve la fe de Cristo que tú extendiste dándonos magníficos ejemplos! (*)
(*) El día litúrgico del santoral es el 23 de marzo: Santo Toribio de Mogrovejo.
Fuente: Epopeya de la Fe de Monseñor Joaquín Matte Varas.
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