Cada año consideramos que el espíritu de la Cuaresma se resume en tres prácticas tradicionales de este período: la oración, la penitencia, las obras de misericordia. Os he invitado a deteneros en estos puntos, precisamente con ocasión de este tiempo litúrgico. Ahora querría fijarme especialmente en el espíritu de penitencia, que nos ha de mover —con dolor y refugiándonos en la misericordia divina— a reparar por nuestros pecados y por los de todas las criaturas. Glosando la llamada del profeta Joel al arrepentimiento —convertíos a mí de todo corazón—, que la liturgia propone al comienzo de la Cuaresma, San Jerónimo se expresaba de la siguiente manera: «Que vuestra penitencia interior se manifieste por medio del ayuno, del llanto y de las lágrimas. Así, ayunando ahora, seréis luego saciados; llorando ahora, podréis luego reír; lamentándoos ahora, seréis luego consolados (...). No dudéis del perdón, pues, por grandes que sean vuestras culpas, la magnitud de su misericordia remitirá, sin duda, la abundancia de vuestros muchos pecados». En primer lugar, reparemos por nuestras faltas personales. Todos nosotros hemos recibido el Bautismo, que nos ha convertido en hijos de Dios y miembros del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. ¿No es lógico que correspondamos a tanto amor con toda nuestra alma? Sin embargo, debemos reconocer que con frecuencia, por nuestra debilidad, no cumplimos la Voluntad de Dios o, por lo menos, no correspondemos a su Amor con la prontitud y la generosidad que tiene derecho a esperar de nosotros. ¡Cómo le dolía a nuestro Padre que tantos cristianos olvidasen la grandeza y dignidad de su filiación divina! Podemos aplicarnos sus palabras. Reacciona. —Oye lo que te dice el Espíritu Santo: "Si inimicus meus maledixisset mihi, sustinuissem utique" —si mi enemigo me ofende, no es extraño, y es más tolerable. Pero, tú... "tu vero homo unanimis, dux meus, et notus meus, qui simul mecum dulces capiebas cibos" —¡tú, mi amigo, mi apóstol, que te asientas a mi mesa y comes conmigo dulces manjares!
Fuente: Carta de Mons. Javier Echevarría. (2008).
No hay comentarios:
Publicar un comentario