“Demos, pues, gracias a Jesús, que se dignó asociarnos tan estrechamente a su vida; todo nos es común con El: méritos, intereses, bienes, bienaventuranza, gloria. Seamos, por ende, miembros de esos que no se condenan, por el pecado, a ser miembros muertos; antes bien, seamos, por la gracia que de El nos viene, por las virtudes modeladas en las suyas, por la santidad, que no es sino participación de su santidad, miembros de los cuales Cristo pueda gloriarse, miembros que formen dignamente parte de aquella sociedad que quiso que no tuviera arruga ni mancha, sino que fuera santa e inmaculada.
“Y como quiera que “somos todos uno en Cristo”, puesto que vivimos todos la misma vida de gracia bajo nuestro capitán, que es Cristo, bajo la acción de un mismo espíritu, unámonos todos íntimamente, aun cuando seamos miembros distintos y cada cual con su propia función; unámonos también con todas las almas santas que –en el cielo miembros gloriosos, en el purgatorio miembros doloridos-, forman con nosotros un solo cuerpo: ut unum sit. Es el dogma tan consolador de la comunión de los santos.
“Para San Pablo, los “santos” son aquellos que pertenecen a Cristo, ora porque habiendo recibido la corona poseen ya su sitial en el mundo eterno, ora porque luchen todavía en este destierro. Mas todos esos miembros pertenecen a un solo cuerpo, porque la Iglesia es una; todos son entre sí solidarios, todo lo tienen en común (…).
“No basta que vivamos unidos a Cristo, la Cabeza, es menester, además, que “cuidemos muy mucho de guardar entre nosotros la unidad del Espíritu, que es Espíritu de amor, el lazo de paz”: Solliciti servare unitatem Spiritus in vinculo pacis.
“Ese fue el voto supremo que hizo Cristo en el momento de acabar su divina misión en la tierra: “Padre, que sean uno como Tú y Yo somos uno; que sean consumados en la unidad” Porque, dice San Pablo, “Sois todos hijos de Dios por la fe, en Cristo Jesús”; “No hay ya judío ni griego, esclavo o libre… todos sois uno en Cristo Jesús”. La unidad en Dios, en Cristo y por Cristo es el término último: “y Dios será todo en todos”.
“Así se comprende, por fin, cómo, para dar digna cima a las misteriosas descripciones de la Jerusalén celestial, el Apóstol San Juan nos deja oír la encendida aspiración que Cristo y la Iglesia, el Esposo y la Esposa, se dicen desde ahora sin cesar, en espera de la consumación final y unión perfecta: “Ven”.
Fuente: Don Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”. 1917.
“Y como quiera que “somos todos uno en Cristo”, puesto que vivimos todos la misma vida de gracia bajo nuestro capitán, que es Cristo, bajo la acción de un mismo espíritu, unámonos todos íntimamente, aun cuando seamos miembros distintos y cada cual con su propia función; unámonos también con todas las almas santas que –en el cielo miembros gloriosos, en el purgatorio miembros doloridos-, forman con nosotros un solo cuerpo: ut unum sit. Es el dogma tan consolador de la comunión de los santos.
“Para San Pablo, los “santos” son aquellos que pertenecen a Cristo, ora porque habiendo recibido la corona poseen ya su sitial en el mundo eterno, ora porque luchen todavía en este destierro. Mas todos esos miembros pertenecen a un solo cuerpo, porque la Iglesia es una; todos son entre sí solidarios, todo lo tienen en común (…).
“No basta que vivamos unidos a Cristo, la Cabeza, es menester, además, que “cuidemos muy mucho de guardar entre nosotros la unidad del Espíritu, que es Espíritu de amor, el lazo de paz”: Solliciti servare unitatem Spiritus in vinculo pacis.
“Ese fue el voto supremo que hizo Cristo en el momento de acabar su divina misión en la tierra: “Padre, que sean uno como Tú y Yo somos uno; que sean consumados en la unidad” Porque, dice San Pablo, “Sois todos hijos de Dios por la fe, en Cristo Jesús”; “No hay ya judío ni griego, esclavo o libre… todos sois uno en Cristo Jesús”. La unidad en Dios, en Cristo y por Cristo es el término último: “y Dios será todo en todos”.
“Así se comprende, por fin, cómo, para dar digna cima a las misteriosas descripciones de la Jerusalén celestial, el Apóstol San Juan nos deja oír la encendida aspiración que Cristo y la Iglesia, el Esposo y la Esposa, se dicen desde ahora sin cesar, en espera de la consumación final y unión perfecta: “Ven”.
Fuente: Don Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”. 1917.
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