domingo, 21 de junio de 2009

Tercer Domingo después de Pentecostés.

Toda la misa de este domingo canta la misericordia divina para con los hombres, la cual encuentra su expresión más conmovedora en la solicitud de Jesús por los pecadores. Las más bellas parábolas de la oveja extraviada y de la dracma perdida, recogidas por san Lucas, no podían encontrar lugar más adecuado que inmediatamente después de la fiesta del Sagrado Corazón.

Mientras el demonio, nuestro terrible adversario, se esfuerza encarnizadamente en perdernos, Dios prosigue incansable la obra de salvación que ha comenzado en nosotros. San Pablo nos invita a permanecer vigilantes, firmes en la fe, y a descargar sobre el Señor los cuidados que pesen sobre nosotros: "El mismo tendrá cuidado de nosotros."

Los cánticos hacen eco al evangelio y a la epístola; la invitación a la confianza es tanto más eficaz cuanto más cerca se halla Dios de los que viven en necesidad. Esta es una constante afirmación de las Escrituras, grata al salmista y reforzada por Cristo; por lo mismo, se la encuentra en toda la enseñanza de la Iglesia sobre el amor del Salvador a los desgraciados, a los pobres, a los pecadores, a todos cuantos buscan en Dios el remedio a su miseria.
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INTROITUS
Ps. 24, 16 et 18 - Ps. ibid., 1-2
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Respice in me, et miserére
mei, Dómine: quóniam
únicus, et pauper sum ego:
vide humilitátem meam, et
labórem meum: et dimítte omnia
peccáta mea, Deus meus.
Ps. Ad te, Dómine, levávi
ánimam meam: Deus meus, in te
confido, non erubéscam.
V /. Glória Patri.

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