“En los primeros siglos de la Iglesia, no se confería de ordinario el Bautismo más que a los adultos, después de largo periodo de preparación, durante el cual se instruía al neófito en las verdades que debía creer. El Sábado Santo, o mejor, la noche misma de Pascua, se administraba el Sacramento en el bautisterio, capilla separada de la iglesia, como todavía se ve en las catedrales italianas. Cumplidos por el Obispo los ritos de la bendición de la fuente bautismal, el catecúmeno, esto es, el aspirante al bautismo, descendía a la fuente; allí, se le sumergía en el agua, mientras el pontífice pronunciaba las palabras sacramentales: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. El catecúmeno estaba como sepultado en las aguas de donde salía luego por las gradas del borde opuesto de la fuente; allí le aguardaba el padrino, quien le enjugaba el agua santa y le vestía. Bautizados todos los catecúmenos, el Obispo les entregaba una vestidura blanca, símbolo de la pureza de su corazón; después los signaba en la frente con una unción de óleo consagrado, diciendo: “El Dios Todopoderoso, que te ha regenerado por el agua y el Espíritu Santo, y te ha perdonado todos los pecados, te consagre asimismo para la vida eterna”. Terminados todos estos ritos, volvía la procesión a emprender el camino de la basílica, precediendo los nuevos bautizados, vestidos de blanco, y llevando en la mano un cirio encendido, símbolo de Cristo, luz del mundo. Comenzaba entonces la Misa de resurrección, que celebraba el triunfo de Cristo saliendo del sepulcro victorioso y animado de nueva vida, que comunicaba a todos sus elegidos. Se consideraba tan dichosa la Iglesia con este nuevo aumento del rebaño de Cristo, que durante ocho días les daba sitio aparte en el templo, y su pensamiento llenaba la liturgia durante toda la octava pascual.
“Estas ceremonias están henchidas de simbolismo, y, como afirma el mismo San Pablo, significan la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, de las que participa el cristiano.
“Pero hay más que simbolismo; hay la gracia producida; y si bien los ritos antiguos, exclusivamente simbólicos, se han simplificado algo desde que se introdujo el uso de bautizar a los niños, permanece, con todo, íntegra la virtud del sacramento; el simbolismo es como la corteza exterior; los ritos sustanciales han quedado, y, juntamente con ellos, la gracia íntima del sacramento.
“San Pablo explica por modo profundo el primitivo simbolismo y la gracia bautismal. Abarquemos primero con una mirada la síntesis de su pensamiento, para que nos haga comprender mejor sus propias palabras.
“La inmersión en las aguas de la fuente representa la muerte y sepultura de Cristo; participamos de ella sepultando en las aguas sagradas el pecado junto con todas las afecciones al mismo, a las que también renunciamos con él; “el hombre viejo”, manchado con la culpa de Adán, desaparece bajo las aguas y es como sepultado, a la manera de un muerto (sólo a ellos se sepulta). La salida de la fuente bautismal es el nacimiento del hombre nuevo, purificado del pecado, regenerado por el agua que fecunda el Espíritu Santo; el alma se adorna con la gracia, principio de vida divina, con las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. El que se sumergió en la fuente para dejar en ella sus pecados, era un pecador; mas se ha trocado en justo, cuando, a imitación de Cristo, que salió radiante del sepulcro, sale de él para vivir vida divina”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
“Estas ceremonias están henchidas de simbolismo, y, como afirma el mismo San Pablo, significan la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, de las que participa el cristiano.
“Pero hay más que simbolismo; hay la gracia producida; y si bien los ritos antiguos, exclusivamente simbólicos, se han simplificado algo desde que se introdujo el uso de bautizar a los niños, permanece, con todo, íntegra la virtud del sacramento; el simbolismo es como la corteza exterior; los ritos sustanciales han quedado, y, juntamente con ellos, la gracia íntima del sacramento.
“San Pablo explica por modo profundo el primitivo simbolismo y la gracia bautismal. Abarquemos primero con una mirada la síntesis de su pensamiento, para que nos haga comprender mejor sus propias palabras.
“La inmersión en las aguas de la fuente representa la muerte y sepultura de Cristo; participamos de ella sepultando en las aguas sagradas el pecado junto con todas las afecciones al mismo, a las que también renunciamos con él; “el hombre viejo”, manchado con la culpa de Adán, desaparece bajo las aguas y es como sepultado, a la manera de un muerto (sólo a ellos se sepulta). La salida de la fuente bautismal es el nacimiento del hombre nuevo, purificado del pecado, regenerado por el agua que fecunda el Espíritu Santo; el alma se adorna con la gracia, principio de vida divina, con las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. El que se sumergió en la fuente para dejar en ella sus pecados, era un pecador; mas se ha trocado en justo, cuando, a imitación de Cristo, que salió radiante del sepulcro, sale de él para vivir vida divina”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
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