“Veamos cómo la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, realiza su misión.
“Como centro de toda la religión, pone la Iglesia el santo sacrificio de la Misa, verdadero sacrificio que renueva la obra de nuestra redención en el Calvario, y nos aplica sus frutos; hace acompañar esta oblación de ritos sagrados que regula cuidadosamente y que son como el ceremonial de la corte del Rey de los reyes; le rodea de un conjunto de lecturas, cánticos, himnos y salmos que sirven de preparación o de acción de gracias a la inmolación eucarística.
“Este conjunto constituye el “Oficio divino”; sabéis que la Iglesia impone la recitación, como una obligación grave, a los que Cristo, por el sacramento del Orden, ha hecho oficialmente partícipes de su sacerdocio eterno. En cuanto a los elementos, a las “fórmulas” de la alabanza, algunos, como los himnos, los compone la Iglesia misma por la pluma de sus Doctores, que son a la vez Santos admirables, como San Ambrosio; pero, sobre todo, los toma de los libros sagrados e inspirados por el mismo Dios. San Pablo nos dice que ignoramos cómo debemos orar, pero añade: “El Espíritu Santo ruega por nosotros”: Sed ipse Spiritus postulat pro nobis gemitibus inenarrabilibus. Es decir, que sólo Dios sabe cómo debe orarse. Si esto es verdad respecto a la impetración, lo es sobre todo con relación a la oración de alabanza y de acción de gracias. Dios sólo sabe cómo debe ser alabado; las más sublimes concepciones que produce nuestra inteligencia, son humanas; para ensalzar dignamente a Dios, es necesario que Dios mismo nos dicte los términos de su alabanza; y por eso, la Iglesia pone los salmos en nuestros labios como la mejor alabanza que, después del Santo Sacrificio, podemos presentar a Dios.
“Leed estas páginas sagradas y veréis cómo los cánticos inspirados por el Espíritu Santo relatan, publican y ensalzan todas las perfecciones divinas. El cántico del Verbo eterno en la Santísima Trinidad, es sencillo, y, sin embargo de ello, infinito; pero en nuestros labios creados, incapaces de comprender lo infinito, las alabanzas se multiplican y repiten con admirable riqueza y gran variedad de expresiones; los Salmos cantan sucesivamente la potencia, la magnificencia, la santidad, la justicia, la bondad, la misericordia o la hermosura divinas. (…)
“Al propio tiempo que celebran las perfecciones divinas, los Salmos expresan por modo admirable los sentimientos y las necesidades de nuestras almas. El salmo sabe llorar y alegrarse, desear y suplicar. No hay disposición alguna del alma que no pueda expresar. La Iglesia conoce nuestras necesidades, y por esta razón, cual madre cuidadosa, pone en nuestros labios aspiraciones tan profundas y fervorosas de arrepentimiento, de confianza, de gozo, de amor, de complacencia, dictadas por el mismo Espíritu Santo. (…)
“Finalmente, el postrer motivo que indujo a la Iglesia a escoger los Salmos, es porque ellos, lo mismo que todos los libros inspirados, nos hablan de Jesucristo. La Ley, esto es, el Antiguo Testamento, según la hermosa expresión de un autor de los primeros siglos, “llevaba a Cristo en su seno”: Lex Christo gravidat erat… (…) Este espíritu profético mesiánico, es, sobre todo, real en los Salmos. Los Salmos están llenos de alusiones al Mesías: su divinidad, su humanidad, los múltiples episodios de su vida, los detalles de su muerte, están bien señalados con rasgos inequívocos (…)
“La Iglesia concluye todos los Salmos con el mismo canto: Gloria Patri, et Filio et Spiritui Sancto… Quiere la Iglesia de este modo atribuir toda la gloria a la Santísima Trinidad, primer principio y último fin de todo cuanto existe, y se asocia por la fe y el amor a la alabanza eterna que el Verbo, ejemplar de toda la creación, tributa a su Padre celestial”.
“Como centro de toda la religión, pone la Iglesia el santo sacrificio de la Misa, verdadero sacrificio que renueva la obra de nuestra redención en el Calvario, y nos aplica sus frutos; hace acompañar esta oblación de ritos sagrados que regula cuidadosamente y que son como el ceremonial de la corte del Rey de los reyes; le rodea de un conjunto de lecturas, cánticos, himnos y salmos que sirven de preparación o de acción de gracias a la inmolación eucarística.
“Este conjunto constituye el “Oficio divino”; sabéis que la Iglesia impone la recitación, como una obligación grave, a los que Cristo, por el sacramento del Orden, ha hecho oficialmente partícipes de su sacerdocio eterno. En cuanto a los elementos, a las “fórmulas” de la alabanza, algunos, como los himnos, los compone la Iglesia misma por la pluma de sus Doctores, que son a la vez Santos admirables, como San Ambrosio; pero, sobre todo, los toma de los libros sagrados e inspirados por el mismo Dios. San Pablo nos dice que ignoramos cómo debemos orar, pero añade: “El Espíritu Santo ruega por nosotros”: Sed ipse Spiritus postulat pro nobis gemitibus inenarrabilibus. Es decir, que sólo Dios sabe cómo debe orarse. Si esto es verdad respecto a la impetración, lo es sobre todo con relación a la oración de alabanza y de acción de gracias. Dios sólo sabe cómo debe ser alabado; las más sublimes concepciones que produce nuestra inteligencia, son humanas; para ensalzar dignamente a Dios, es necesario que Dios mismo nos dicte los términos de su alabanza; y por eso, la Iglesia pone los salmos en nuestros labios como la mejor alabanza que, después del Santo Sacrificio, podemos presentar a Dios.
“Leed estas páginas sagradas y veréis cómo los cánticos inspirados por el Espíritu Santo relatan, publican y ensalzan todas las perfecciones divinas. El cántico del Verbo eterno en la Santísima Trinidad, es sencillo, y, sin embargo de ello, infinito; pero en nuestros labios creados, incapaces de comprender lo infinito, las alabanzas se multiplican y repiten con admirable riqueza y gran variedad de expresiones; los Salmos cantan sucesivamente la potencia, la magnificencia, la santidad, la justicia, la bondad, la misericordia o la hermosura divinas. (…)
“Al propio tiempo que celebran las perfecciones divinas, los Salmos expresan por modo admirable los sentimientos y las necesidades de nuestras almas. El salmo sabe llorar y alegrarse, desear y suplicar. No hay disposición alguna del alma que no pueda expresar. La Iglesia conoce nuestras necesidades, y por esta razón, cual madre cuidadosa, pone en nuestros labios aspiraciones tan profundas y fervorosas de arrepentimiento, de confianza, de gozo, de amor, de complacencia, dictadas por el mismo Espíritu Santo. (…)
“Finalmente, el postrer motivo que indujo a la Iglesia a escoger los Salmos, es porque ellos, lo mismo que todos los libros inspirados, nos hablan de Jesucristo. La Ley, esto es, el Antiguo Testamento, según la hermosa expresión de un autor de los primeros siglos, “llevaba a Cristo en su seno”: Lex Christo gravidat erat… (…) Este espíritu profético mesiánico, es, sobre todo, real en los Salmos. Los Salmos están llenos de alusiones al Mesías: su divinidad, su humanidad, los múltiples episodios de su vida, los detalles de su muerte, están bien señalados con rasgos inequívocos (…)
“La Iglesia concluye todos los Salmos con el mismo canto: Gloria Patri, et Filio et Spiritui Sancto… Quiere la Iglesia de este modo atribuir toda la gloria a la Santísima Trinidad, primer principio y último fin de todo cuanto existe, y se asocia por la fe y el amor a la alabanza eterna que el Verbo, ejemplar de toda la creación, tributa a su Padre celestial”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
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