“Tan grande es el deseo que tiene Nuestro Señor de darse a nosotros, que multiplicó los medios de llevarlo a cabo; juntamente con los varios sacramentos, nos ha señalado la oración, como fuente de la gracia. Es evidente que los sacramentos producen la gracia por el hecho mismo de ser aplicados al alma que no pone óbice a su acción.
“La oración, de suyo, no tiene una eficacia tan intrínseca; mas no nos es por eso menos necesaria que los sacramentos para conseguir la ayuda divina. Vemos, en efecto, cómo Jesucristo durante su vida mortal hace milagros, movido por la oración. Un leproso se le presente: “Señor, tened compasión de mí”, y le cura. Condúcenle un ciego, y le dice: “Señor, haced que vea”, y Nuestro Señor le devuelve la vista. Marta y Magdalena le dicen: “Señor, si hubieseis estado aquí, no hubiera muerto nuestro hermano”, y a esta súplica contesta el Señor con la resurrección de Lázaro. Son estos favores temporales, pero también la gracia se alcanza con la oración. “Señor, le dice la samaritana, dadme esa agua viva, de que sois fuente, y que procura la vida eterna”, y Cristo se descubre a ella como el Mesías, y la induce a confesar sus faltas para perdonárselas. Clavado en la Cruz, pídele el buen ladrón que se acuerde de él, y el Señor le concede perdón absoluto: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
“Por otra parte, Nuestro Señor mismo nos ha inculcado esta manera de impetración: “Pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá; buscad, y encontraréis”. “Todo cuanto pidiereis a mi Padre, en nombre mío, es decir, poniéndome por intercesor, os lo concederá”. Asimismo, San Pablo nos exhorta a hacer en todo tiempo continuas oraciones y súplicas, poniendo por intercesor al Espíritu Santo.
“Es, pues, evidente, que la oración vocal de impetración, resulta un medio muy poderoso para atraernos los dones de Dios.
“Pero lo que ahora deseo inculcaros es la oración mental, la “oración”. Es asunto de suma importancia el que vamos a tratar.
“La oración es uno de los medios más necesarios para efectuar aquí en la tierra nuestra unión con Dios y nuestra imitación de Jesucristo. El contacto asiduo del alma con Dios en la fe por medio de la oración y la vida de oración, ayuda poderosamente a la transformación sobrenatural de nuestra alma. La oración bien hecha, la vida de oración, es transformante.
“Más aún; la unión con Dios en la oración, nos facilita la participación más fructuosa de los otros medios que Cristo estableció para comunicarse con nosotros y asemejarnos a El. ¿Por qué esto? ¿Es acaso la oración, más eminente, más eficaz, que el santo sacrificio, que la recepción de los sacramentos, que son los canales auténticos de la gracia? Ciertamente que no; cada vez que nos acercamos a estas fuentes, sacamos un aumento de gracia, un crecimiento de vida divina; pero este crecimiento depende, en parte al menos, de nuestras disposiciones.
“Ahora bien, la oración, la vida de oración, conserva, estimula, aviva y perfecciona los sentimientos de fe, de humildad, de confianza y de amor, que en conjunto constituyen la mejor disposición del alma para recibir la abundancia de la gracia divina”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
“La oración, de suyo, no tiene una eficacia tan intrínseca; mas no nos es por eso menos necesaria que los sacramentos para conseguir la ayuda divina. Vemos, en efecto, cómo Jesucristo durante su vida mortal hace milagros, movido por la oración. Un leproso se le presente: “Señor, tened compasión de mí”, y le cura. Condúcenle un ciego, y le dice: “Señor, haced que vea”, y Nuestro Señor le devuelve la vista. Marta y Magdalena le dicen: “Señor, si hubieseis estado aquí, no hubiera muerto nuestro hermano”, y a esta súplica contesta el Señor con la resurrección de Lázaro. Son estos favores temporales, pero también la gracia se alcanza con la oración. “Señor, le dice la samaritana, dadme esa agua viva, de que sois fuente, y que procura la vida eterna”, y Cristo se descubre a ella como el Mesías, y la induce a confesar sus faltas para perdonárselas. Clavado en la Cruz, pídele el buen ladrón que se acuerde de él, y el Señor le concede perdón absoluto: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
“Por otra parte, Nuestro Señor mismo nos ha inculcado esta manera de impetración: “Pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá; buscad, y encontraréis”. “Todo cuanto pidiereis a mi Padre, en nombre mío, es decir, poniéndome por intercesor, os lo concederá”. Asimismo, San Pablo nos exhorta a hacer en todo tiempo continuas oraciones y súplicas, poniendo por intercesor al Espíritu Santo.
“Es, pues, evidente, que la oración vocal de impetración, resulta un medio muy poderoso para atraernos los dones de Dios.
“Pero lo que ahora deseo inculcaros es la oración mental, la “oración”. Es asunto de suma importancia el que vamos a tratar.
“La oración es uno de los medios más necesarios para efectuar aquí en la tierra nuestra unión con Dios y nuestra imitación de Jesucristo. El contacto asiduo del alma con Dios en la fe por medio de la oración y la vida de oración, ayuda poderosamente a la transformación sobrenatural de nuestra alma. La oración bien hecha, la vida de oración, es transformante.
“Más aún; la unión con Dios en la oración, nos facilita la participación más fructuosa de los otros medios que Cristo estableció para comunicarse con nosotros y asemejarnos a El. ¿Por qué esto? ¿Es acaso la oración, más eminente, más eficaz, que el santo sacrificio, que la recepción de los sacramentos, que son los canales auténticos de la gracia? Ciertamente que no; cada vez que nos acercamos a estas fuentes, sacamos un aumento de gracia, un crecimiento de vida divina; pero este crecimiento depende, en parte al menos, de nuestras disposiciones.
“Ahora bien, la oración, la vida de oración, conserva, estimula, aviva y perfecciona los sentimientos de fe, de humildad, de confianza y de amor, que en conjunto constituyen la mejor disposición del alma para recibir la abundancia de la gracia divina”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
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