“Además, Jesucristo, invita a todos sus discípulos a aspirar a la perfección para ser hijos dignos del Padre celestial: Estote ergo vos perfecti sicut et Pater vester caelestis perfectus est. Ahora bien, la perfección, prácticamente, no es posible, si el alma no vive de la oración. ¿No resulta, pues, evidente que Cristo quiso que la manera de tratar con El en la oración fuese fácil y al alcance de las almas más sencillas que le buscan con sinceridad? Por esto dejé dicho que la oración puede definirse: una conversación del Hijo de Dios con su Padre celestial: Sic orabitis: Pater noster qui es in caelis.
“En una conversación, se escucha y se habla; el alma se entrega a Dios y Dios se comunica al alma.
“Para escuchar a Dios, para recibir sus luces, basta que el corazón se halle empapado en sentimientos de fe, de reverencia, de humildad, de ardiente confianza, de amor generoso.
“Para hablarle, es preciso tener algo que decirle. ¿Cuál será el objeto de la conversación? Este depende principalmente de dos elementos: la medida de la gracia que Jesucristo da al alma y el estado dela misma alma.
“El primer elemento que debemos tener presente es, pues, la medida de los dones de gracia comunicados por Cristo: Secundum mensuram donationis Christi. Jesucristo, en cuanto Dios, es dueño absoluto de sus dones; otorga su gracia al alma, como y cuando lo juzga oportuno; derrama en ella su luz y cuando es del agrado de su soberana majestad; nos guía y lleva hacia su Padre por su Espíritu. Si leyeseis los maestros de la vida espiritual, veríais que siempre han respetado santamente esta soberanía de Cristo en la dispensación de sus favores y de sus luces; esto explica su extrema reserva al tratar de las relaciones del alma con su Dios.
“San Benito, que fue un eminente contemplativo, favorecido con gracias extraordinarias de oración y maestro en el conocimiento de las almas, exhorta a sus discípulos a “entregarse con frecuencia a la oración”: Orationi frecuenter incumbere; deja claramente entender que la vida de oración es de absoluta necesidad para encontrar a Dios. Pero cuando trata de reglamentar el modo de darse a la oración, lo hace con particular discreción. Presupone naturalmente que ya se ha adquirido un cierto conocimiento habitual de las cosas divinas, por medio de la lectura asidua de las Sagradas Escrituras y de las obras de los Santos Padres de la Iglesia. Tocante a la oración, se concreta a indicar primeramente cuál deba ser la disposición que ha de tener el alma en presencia de Dios al acercarse a El, profunda reverencia y humildad, y quiere que el alma permanezca en presencia de Dios en espíritu de gran arrepentimiento y de perfecta sencillez; esta disposición es la mejor para escuchar la voz de Dios con fruto. En cuanto a la conversación misma, además de unirla íntimamente con la salmodia (de la que la oración no es más que la continuación interna), San Benito la hace consistir en impulsos cortos y fervorosos del corazón a Dios. “El alma, dice, siguiendo el mismo consejo de Cristo, debe evitar el mucho hablar, no prolongará el ejercicio de la oración a menos de ser arrastrada por los movimientos del Espíritu Santo, que mora en ella por la gracia”. Ninguna otra indicación expresa sobre la oración nos dejó el legislador de la vida monástica”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
“En una conversación, se escucha y se habla; el alma se entrega a Dios y Dios se comunica al alma.
“Para escuchar a Dios, para recibir sus luces, basta que el corazón se halle empapado en sentimientos de fe, de reverencia, de humildad, de ardiente confianza, de amor generoso.
“Para hablarle, es preciso tener algo que decirle. ¿Cuál será el objeto de la conversación? Este depende principalmente de dos elementos: la medida de la gracia que Jesucristo da al alma y el estado dela misma alma.
“El primer elemento que debemos tener presente es, pues, la medida de los dones de gracia comunicados por Cristo: Secundum mensuram donationis Christi. Jesucristo, en cuanto Dios, es dueño absoluto de sus dones; otorga su gracia al alma, como y cuando lo juzga oportuno; derrama en ella su luz y cuando es del agrado de su soberana majestad; nos guía y lleva hacia su Padre por su Espíritu. Si leyeseis los maestros de la vida espiritual, veríais que siempre han respetado santamente esta soberanía de Cristo en la dispensación de sus favores y de sus luces; esto explica su extrema reserva al tratar de las relaciones del alma con su Dios.
“San Benito, que fue un eminente contemplativo, favorecido con gracias extraordinarias de oración y maestro en el conocimiento de las almas, exhorta a sus discípulos a “entregarse con frecuencia a la oración”: Orationi frecuenter incumbere; deja claramente entender que la vida de oración es de absoluta necesidad para encontrar a Dios. Pero cuando trata de reglamentar el modo de darse a la oración, lo hace con particular discreción. Presupone naturalmente que ya se ha adquirido un cierto conocimiento habitual de las cosas divinas, por medio de la lectura asidua de las Sagradas Escrituras y de las obras de los Santos Padres de la Iglesia. Tocante a la oración, se concreta a indicar primeramente cuál deba ser la disposición que ha de tener el alma en presencia de Dios al acercarse a El, profunda reverencia y humildad, y quiere que el alma permanezca en presencia de Dios en espíritu de gran arrepentimiento y de perfecta sencillez; esta disposición es la mejor para escuchar la voz de Dios con fruto. En cuanto a la conversación misma, además de unirla íntimamente con la salmodia (de la que la oración no es más que la continuación interna), San Benito la hace consistir en impulsos cortos y fervorosos del corazón a Dios. “El alma, dice, siguiendo el mismo consejo de Cristo, debe evitar el mucho hablar, no prolongará el ejercicio de la oración a menos de ser arrastrada por los movimientos del Espíritu Santo, que mora en ella por la gracia”. Ninguna otra indicación expresa sobre la oración nos dejó el legislador de la vida monástica”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
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