domingo, 28 de junio de 2009

Reflexión del cuarto domingo después de Pentecostés.

“Et ait ad Simónem Jesus: Noli timére: ex hoc jam hómines eris cápiens. Et subdúctis ad terram návibus, relíctis ómnibus, secúti sunt eum” (Entonces dijo Jesús a Simón: No temás: de hoy en adelante serás pescador de hombres. Y ellos, sacando las barcas a tierra, dejáronlo todo, y le siguieron). Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam 5, 1-11.
“El resultado del milagro que narra el Evangelio fue el que el Salvador se había propuesto: decidir a Pedro a que le siguiese completamente, mediante una poderosa impresión de su verdadera divinidad.
“El primer efecto que el milagro produjo en el alma de Pedro y de los demás discípulos que lo presenciaron, fue un respetuoso temor de verse tan cerca de la divinidad.
“El segundo efecto fue, especialmente en Pedro, un vivo sentimiento de humildad reconociéndose indigno de aquel encuentro con la divinidad. Arrojáse a los pies de Cristo y le ruega que se aleje de él, porque es un hombre pecador. Probablemente por medio de este milagro, Pedro adquirió conciencia de que hasta entonces no había tenido una idea suficientemente alta y digna del Señor, que ahora tan manifiestamente se le revelaba como Dios.
“A la palabra del Salvador: “No temas, de hoy en adelante serás pescador de hombres”, apoderóse del alma de Pedro una gran confianza. Tal vez hasta entonces no se había podido decidir a abrazar su vocación, ya por el cuidado que le inspiraba su familia, ya por temor a los grandes y extraordinarios deberes que el apostolado llevaba consigo, y para el cumplimiento de los cuales no se encontraba con aptitudes suficientes. Todo esto desaparece ante la palabra del Señor y ante la prueba de su poder milagroso, el cual fue para él una garantía del auxilio de la gracia divina para librarle en lo futuro de vacilaciones y desfallecimientos.
“Finalmente, lo mismo Pedro que sus tres compañeros, se deciden a dejar inmediatamente su embarcación, su oficio y su familia y a seguir al Salvador..
“Efectivamente, fue una gran pesca la que hizo Pedro aquel día. Jamás, ni en el mar de Galilea, ni en ningún otro mar del mundo se ha hecho una pesca tan importante. Fue inmensamente más importante que si Pedro hubiese sacado del fondo de las aguas la antigua corona de David y hubiese restablecido el reino de Israel. Era la última, la decisiva vocación de Pedro al ministerio apostólico y, como tal vocación, aventajaba en importancia y trascendencia a la misma vocación de Abraham y de Moisés. Moisés y Abraham, mediante su obediencia y fidelidad, fundaron el Antiguo Testamento; mientras que los Apóstoles, con su decisión de seguir al Señor, fundaron la Iglesia, pues, en este ministerio vemos ya esbozada la Iglesia en sus caracteres principales. El señor de la pesca es el Salvador; El la manda y le da su bendición y con esta el éxito. Pedro dirige directamente, y para él, especialmente, se hace el milagro; su barca es la Iglesia, en la cual está Cristo, y en ella enseña, pesca y obra milagros. El fin de la Iglesia y de la barca de Cristo es la pesca que, según las palabras del Salvador, es un símbolo de la salvación de las almas. El éxito de esta pesca está asegurado, y como garantía tiene el auxilio divino en el milagro y en la palabra del Señor, como ya demostró en la primera fiesta de Pentecostés, y desde entonces hasta ahora. Sin embargo, una condición del éxito es la confianza humilde.
“Así tenemos en este misterio una figura de toda la Iglesia en su constitución y en su objeto, en sus medios y en su resultado”.
Fuente: R.P.M. Meschler, s.j.: Meditaciones sobre la Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Barcelona: Editorial Ibérica. 1958.

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