“El santo sacrificio del que el alma participa mediante la comunión sacramental, constituye el centro de nuestra sacrosanta religión; en un mismo acto está comprendido el memorial, la renovación y la aplicación del sacrificio del Calvario.
“Empero, la Misa no suple por sí sola todos los actos de religión que nos incumbe cumplir; y bien que sea el más perfecto homenaje que a Dios podemos tributar y que contenga en sí la sustancia y virtud de todos los homenajes, no es, con todo, el único. ¿Qué más debemos a Dios? El tributo de la oración, ora pública, ora individual. (…) Veamos en qué consiste el homenaje de la oración o culto público.
“Quien lea las epístolas de San Pablo verá cómo repetidamente nos exhorta: “Inspirados por la gracia, escribe a los Colosenses, se derramen delante de Dios, con salmos, himnos y cánticos espirituales”. Y también: “Hablando entre vosotros y entreteniéndoos con salmos, y con himnos, y con canciones espirituales, cantando y loando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todo a Dios Padre, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”. El mismo Apóstol, en su prisión, juntamente con Silas, rompía el silencio de la noche tributando a Dios alabanzas y dándole gracias con alegre corazón por cuanto padecían”: Media autem nocte Paulus et Silas orantes laudabant Deum.
“Esta alabanza divina se halla estrechamente vinculada con el santo sacrificio de la Misa, y Cristo mismo quiso mostrarlo con su ejemplo. Refieren, en efecto, los Evangelistas que Cristo no salió del Cenáculo luego de instituida la Eucaristía, sino después de haber cantado el himno de alabanza: Hymno dicto. La oración pública gira en torno al sacrificio del altar; en él estriba y de él saca su más subido valor a los ojos de Dios; porque la ofrenda la Iglesia, en nombre de su Esposo, Pontífice eterno, que ha merecido por su sacrificio sin cesar renovado, que toda gloria y honor vuelva al Padre, en la unidad del Espíritu Santo: Per ipsum et cum ipso et in ipso est tibi… omnis honor et gloria.
“Veamos, pues, en qué consiste este homenaje de la oración oficial de la Iglesia y cómo constituyendo una obra muy agradable a Dios, llega a ser también para nosotros una fuente pura y abundante de unión con Cristo y de vida eterna.
“Jesucristo, antes de subir nuevamente al cielo, legó a la Iglesia su mayor riqueza, la misión de continuar su obra en la tierra. Esta obra, como sabéis, es doble: de alabanza con relación al Padre Eterno y de salvación con respecto a los hombres. Es verdad que por nuestro bien el Verbo se hizo carne: Propter nos et propter nostram salutem descendit de caelis, pero la obra misma de la redención no la cumplió Cristo sino porque ama a su Padre: Ut cognoscat mundus quia diligo Patrem… sic facio.
“La Iglesia recibe de Cristo esta misión. Por una parte, recibe, para santificar a los hombres, los sacramentos y el privilegio de la infalibilidad, pero, de otra, participa a la vez, para continuar el homenaje de alabanzas que la humanidad de Cristo ofrecía al Padre, del afecto religioso que hacia el mismo Padre tuvo en vida el Verbo encarnado”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
“Empero, la Misa no suple por sí sola todos los actos de religión que nos incumbe cumplir; y bien que sea el más perfecto homenaje que a Dios podemos tributar y que contenga en sí la sustancia y virtud de todos los homenajes, no es, con todo, el único. ¿Qué más debemos a Dios? El tributo de la oración, ora pública, ora individual. (…) Veamos en qué consiste el homenaje de la oración o culto público.
“Quien lea las epístolas de San Pablo verá cómo repetidamente nos exhorta: “Inspirados por la gracia, escribe a los Colosenses, se derramen delante de Dios, con salmos, himnos y cánticos espirituales”. Y también: “Hablando entre vosotros y entreteniéndoos con salmos, y con himnos, y con canciones espirituales, cantando y loando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todo a Dios Padre, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”. El mismo Apóstol, en su prisión, juntamente con Silas, rompía el silencio de la noche tributando a Dios alabanzas y dándole gracias con alegre corazón por cuanto padecían”: Media autem nocte Paulus et Silas orantes laudabant Deum.
“Esta alabanza divina se halla estrechamente vinculada con el santo sacrificio de la Misa, y Cristo mismo quiso mostrarlo con su ejemplo. Refieren, en efecto, los Evangelistas que Cristo no salió del Cenáculo luego de instituida la Eucaristía, sino después de haber cantado el himno de alabanza: Hymno dicto. La oración pública gira en torno al sacrificio del altar; en él estriba y de él saca su más subido valor a los ojos de Dios; porque la ofrenda la Iglesia, en nombre de su Esposo, Pontífice eterno, que ha merecido por su sacrificio sin cesar renovado, que toda gloria y honor vuelva al Padre, en la unidad del Espíritu Santo: Per ipsum et cum ipso et in ipso est tibi… omnis honor et gloria.
“Veamos, pues, en qué consiste este homenaje de la oración oficial de la Iglesia y cómo constituyendo una obra muy agradable a Dios, llega a ser también para nosotros una fuente pura y abundante de unión con Cristo y de vida eterna.
“Jesucristo, antes de subir nuevamente al cielo, legó a la Iglesia su mayor riqueza, la misión de continuar su obra en la tierra. Esta obra, como sabéis, es doble: de alabanza con relación al Padre Eterno y de salvación con respecto a los hombres. Es verdad que por nuestro bien el Verbo se hizo carne: Propter nos et propter nostram salutem descendit de caelis, pero la obra misma de la redención no la cumplió Cristo sino porque ama a su Padre: Ut cognoscat mundus quia diligo Patrem… sic facio.
“La Iglesia recibe de Cristo esta misión. Por una parte, recibe, para santificar a los hombres, los sacramentos y el privilegio de la infalibilidad, pero, de otra, participa a la vez, para continuar el homenaje de alabanzas que la humanidad de Cristo ofrecía al Padre, del afecto religioso que hacia el mismo Padre tuvo en vida el Verbo encarnado”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
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