“Tibi laus, Tibi gloria, Tibi gratiarum actio… A Ti la alabanza, a Ti la gloria, a Ti hemos de dar gracias por los siglos de los siglos, ¡oh Trinidad Beatísima!
“Después de haber renovado los misterios de la salvación –desde el Nacimiento de Cristo en Belén hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés-, la liturgia nos propone el misterio central de nuestra fe: la Santísima Trinidad, fuente de todos los dones y gracias, misterio inefable de la vida íntima de Dios.
“Poco a poco, con una pedagogía divina, Dios fue manifestando su realidad íntima, nos ha ido revelando cómo es El, en Sí, independiente de todo lo creado. En el Antiguo Testamento da a conocer sobre todo la Unidad de su Ser, y su completa distinción del mundo y su modo de relacionarse con El, como Creador y Señor. Se nos enseña de muchas maneras que Dios, a diferencia del mundo, es increado; que no está limitado a un espacio (es inmenso), ni al tiempo (es eterno). Su poder no tiene límites (es omnipotente): Reconoce, pues, hoy, y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Sólo Tú, Señor.
“El Antiguo Testamento proclama sobre todo la grandeza de Yahvé, único Dios, Creador y Señor de todo el universo. Pero también se revela como el pastor que busca a su rebaño, que cuida a los suyos con mimo y ternura, que perdona y olvida las frecuentes infidelidades del pueblo elegido… A la vez, se va manifestando la paternidad de Dios Padre, la Encarnación de Dios Hijo, que es anunciada por los profetas, y la acción del Espíritu Santo, que lo vivifica todo.
“Pero es Cristo quien nos revela la intimidad del misterio trinitario y la llamada a participar en él. Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. El nos reveló también la existencia del Espíritu Santo junto con el Padre y lo envió a la Iglesia para que la santificara hasta el fin de los tiempos; y nos reveló la perfectísima Unidad de vida entre las divinas Personas.
“El misterio de la Santísima Trinidad es el punto de partida de toda la verdad revelada y la fuente de donde procede la vida sobrenatural y a donde nos encaminamos: somos hijos del Padre, hermanos y coherederos del Hijo, santificados continuamente por el Espíritu Santo para asemejarnos cada vez más a Cristo. Así crecemos en el sentido de nuestra filiación divina. Esto nos hace ser templos vivos de la Santísima Trinidad.
“Por ser el misterio central de la vida de la Iglesia, la Trinidad Beatísima es continuamente invocada en toda la liturgia. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo fuimos bautizados, y en su nombre se nos perdonan los pecados; al comenzar y al terminar muchas oraciones, nos dirigimos al Padre, por mediación de Jesucristo, en unidad del Espíritu Santo. Muchas veces a lo largo del día repetimos los cristianos: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
“¡Dios es mi Padre! Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración.
“¡Jesús es mi Amigo entrañable!, que me quiere con toda la divina locura de su Corazón.
“¡El Espíritu Santo es mi Consolador!, que me guía en el andar de todo mi camino.
“Piénsalo bien. Tú eres de Dios…, y Dios es tuyo”.
Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Madrid: Ediciones Palabra. 1987.
“Después de haber renovado los misterios de la salvación –desde el Nacimiento de Cristo en Belén hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés-, la liturgia nos propone el misterio central de nuestra fe: la Santísima Trinidad, fuente de todos los dones y gracias, misterio inefable de la vida íntima de Dios.
“Poco a poco, con una pedagogía divina, Dios fue manifestando su realidad íntima, nos ha ido revelando cómo es El, en Sí, independiente de todo lo creado. En el Antiguo Testamento da a conocer sobre todo la Unidad de su Ser, y su completa distinción del mundo y su modo de relacionarse con El, como Creador y Señor. Se nos enseña de muchas maneras que Dios, a diferencia del mundo, es increado; que no está limitado a un espacio (es inmenso), ni al tiempo (es eterno). Su poder no tiene límites (es omnipotente): Reconoce, pues, hoy, y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Sólo Tú, Señor.
“El Antiguo Testamento proclama sobre todo la grandeza de Yahvé, único Dios, Creador y Señor de todo el universo. Pero también se revela como el pastor que busca a su rebaño, que cuida a los suyos con mimo y ternura, que perdona y olvida las frecuentes infidelidades del pueblo elegido… A la vez, se va manifestando la paternidad de Dios Padre, la Encarnación de Dios Hijo, que es anunciada por los profetas, y la acción del Espíritu Santo, que lo vivifica todo.
“Pero es Cristo quien nos revela la intimidad del misterio trinitario y la llamada a participar en él. Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. El nos reveló también la existencia del Espíritu Santo junto con el Padre y lo envió a la Iglesia para que la santificara hasta el fin de los tiempos; y nos reveló la perfectísima Unidad de vida entre las divinas Personas.
“El misterio de la Santísima Trinidad es el punto de partida de toda la verdad revelada y la fuente de donde procede la vida sobrenatural y a donde nos encaminamos: somos hijos del Padre, hermanos y coherederos del Hijo, santificados continuamente por el Espíritu Santo para asemejarnos cada vez más a Cristo. Así crecemos en el sentido de nuestra filiación divina. Esto nos hace ser templos vivos de la Santísima Trinidad.
“Por ser el misterio central de la vida de la Iglesia, la Trinidad Beatísima es continuamente invocada en toda la liturgia. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo fuimos bautizados, y en su nombre se nos perdonan los pecados; al comenzar y al terminar muchas oraciones, nos dirigimos al Padre, por mediación de Jesucristo, en unidad del Espíritu Santo. Muchas veces a lo largo del día repetimos los cristianos: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
“¡Dios es mi Padre! Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración.
“¡Jesús es mi Amigo entrañable!, que me quiere con toda la divina locura de su Corazón.
“¡El Espíritu Santo es mi Consolador!, que me guía en el andar de todo mi camino.
“Piénsalo bien. Tú eres de Dios…, y Dios es tuyo”.
Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Madrid: Ediciones Palabra. 1987.
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