“Es, pues, la oración como un perfecto reflejo de nuestra vida íntima de hijos de Dios, como el fruto de nuestra filiación divina en Cristo, como el desarrollo espontáneo de los dones del Espíritu Santo. Por esto es tan vigoroso y fecunda. El alma que se da regularmente y con método a la oración, saca de ella gracias inefables que la transforma poco a poco, a imagen y semejanza de Jesús, Hijo único del Padre Celestial. “La puerta, dice Santa Teresa, por la que penetran en el alma gracias escogidas, como las que el Señor me hizo, es la oración: una vez cerrada esta puerta, ignoro cómo podría otorgárnoslas”.
“De la oración saca el alma gozos que son como presagios de la unión celestial, de la herencia eterna que nos espera. “En verdad, decía Jesucristo, cuanto pidiereis de saludable a mi Padre en nombre mío, os lo concederá, para que vuestro gozo sea completo”. Ut gaudium vestrum sit plenum. En esto consiste la oración mental: “trato íntimo de corazón a corazón entre Dios y el alma”.
“Mas este trato o conversación del Hijo de Dios con su Padre celestial se verifica bajo la acción del Espíritu Santo. En efecto, Dios, por medio del profeta Zacarías, había prometido que, en la Nueva Alianza, derramaría sobre las almas el espíritu de gracia y de oraciones: Effundam super habitatores Jerusalem Spiritum gratiae et precum. Este espíritu es el Espíritu Santo, el Espíritu de adopción, que Dios envía a los corazones de aquellos que tiene predestinados a ser sus hijos en Cristo Jesús. Los dones que este Espíritu divino infunde en nuestras almas el día del bautismo, juntamente con la gracia, nos ayudan en nuestras relaciones con el Padre celestial. El don de temor nos llena de reverencia ante su divino acatamiento; el don de piedad regula, con el de temor, la ternura de un hijo a su padre; el don de ciencia presenta al alma con nueva luz las verdades de orden sobrenatural; el don de inteligencia la hace penetrar en las profundidades ocultas de los misterios de la fe; el don de sabiduría le da el gusto, el conocimiento afectivo de las verdades reveladas. Los dones del Espíritu Santo son disposiciones muy reales a las que no prestamos bastante atención; por ellos el Espíritu Santo, que mora en el alma del bautizado, como en un templo, le ayuda y guía en sus relaciones con el Padre celestial: Spiritus adjuvatl infirmitatem nostram… ipse postulat pro nobis gemitibus inenarrabilibus…
“El elemento esencial de la oración es el contacto sobrenatural del alma con Dios, en el cual el alma saca aquella vida divina que es la fuente de toda santidad. Este contacto se establece cuando el alma, elevada por la fe y el amor, apoyada en Jesucristo, se entrega a Dios, a su voluntad por un movimiento de Espíritu Santo: Sapiens cor suum tradidit ad vigilandum dilúculo ad Dominum qui fecit illum et in conspectu Altissimi deprecabitur. Ningún raciocinio, ningún esfuerzo puramente natural puede producir este contacto: Nemo potest dicere: Dominus Jesus nisi in Spiritu Sancto. Este contacto se verifica en las oscuridades de la fe, pero llena el alma de luz y de vida.
“La oración es, pues, el desarrollo, bajo la acción de los dones del Espíritu Santo, de los sentimientos que resultan de nuestra adopción divina en Jesucristo; y por eso debe ser accesible a toda alma bautizada, de buena voluntad”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
“De la oración saca el alma gozos que son como presagios de la unión celestial, de la herencia eterna que nos espera. “En verdad, decía Jesucristo, cuanto pidiereis de saludable a mi Padre en nombre mío, os lo concederá, para que vuestro gozo sea completo”. Ut gaudium vestrum sit plenum. En esto consiste la oración mental: “trato íntimo de corazón a corazón entre Dios y el alma”.
“Mas este trato o conversación del Hijo de Dios con su Padre celestial se verifica bajo la acción del Espíritu Santo. En efecto, Dios, por medio del profeta Zacarías, había prometido que, en la Nueva Alianza, derramaría sobre las almas el espíritu de gracia y de oraciones: Effundam super habitatores Jerusalem Spiritum gratiae et precum. Este espíritu es el Espíritu Santo, el Espíritu de adopción, que Dios envía a los corazones de aquellos que tiene predestinados a ser sus hijos en Cristo Jesús. Los dones que este Espíritu divino infunde en nuestras almas el día del bautismo, juntamente con la gracia, nos ayudan en nuestras relaciones con el Padre celestial. El don de temor nos llena de reverencia ante su divino acatamiento; el don de piedad regula, con el de temor, la ternura de un hijo a su padre; el don de ciencia presenta al alma con nueva luz las verdades de orden sobrenatural; el don de inteligencia la hace penetrar en las profundidades ocultas de los misterios de la fe; el don de sabiduría le da el gusto, el conocimiento afectivo de las verdades reveladas. Los dones del Espíritu Santo son disposiciones muy reales a las que no prestamos bastante atención; por ellos el Espíritu Santo, que mora en el alma del bautizado, como en un templo, le ayuda y guía en sus relaciones con el Padre celestial: Spiritus adjuvatl infirmitatem nostram… ipse postulat pro nobis gemitibus inenarrabilibus…
“El elemento esencial de la oración es el contacto sobrenatural del alma con Dios, en el cual el alma saca aquella vida divina que es la fuente de toda santidad. Este contacto se establece cuando el alma, elevada por la fe y el amor, apoyada en Jesucristo, se entrega a Dios, a su voluntad por un movimiento de Espíritu Santo: Sapiens cor suum tradidit ad vigilandum dilúculo ad Dominum qui fecit illum et in conspectu Altissimi deprecabitur. Ningún raciocinio, ningún esfuerzo puramente natural puede producir este contacto: Nemo potest dicere: Dominus Jesus nisi in Spiritu Sancto. Este contacto se verifica en las oscuridades de la fe, pero llena el alma de luz y de vida.
“La oración es, pues, el desarrollo, bajo la acción de los dones del Espíritu Santo, de los sentimientos que resultan de nuestra adopción divina en Jesucristo; y por eso debe ser accesible a toda alma bautizada, de buena voluntad”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
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