martes, 23 de junio de 2009

Vigilia de la Natividad de San Juan Bautista.

La Iglesia se prepara para celebrar mañana el nacimiento de san Juan Bautista, el precursor del Mesías. Esta fiesta ha conservado su vigilia por razón de la misión excepcional que san Juan Bautista hubo de cumplir.
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“Ait autem ad illum Angelus: Ne tímeas, Zacharía, quóniam exaudíta est deprecatio tua: et uxor tua Elísabeth páriet tibi fílium, et vocábis nomen ejus Joánnem… (Mas el Angel le dijo: No temas, Zacarías, pues tu oración ha sido oída, y tu mujer Isabel te dará un hijo, a quien pondrás por nombre Juan…). Inítium sancti Evangélii secúndum Lucam (I, 5-17).
“Hace notar San Agustín que “la Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado, y él es el único cuyo nacimiento festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo”. Es el último Profeta del Antiguo Testamento y el primero que señala al Mesías. Su nacimiento (…) “fue motivo de gozo para muchos”, para todos aquellos que por su predicación conocieron a Cristo; fue la aurora que anuncia la llegada del día. Por eso, San Lucas resalta la época de su aparición, en un momento histórico bien concreto: El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea… Juan viene a ser la línea divisoria entre los dos Testamentos. Su predicación es el comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios, y su martirio habrá de ser como el presagio de la Pasión del Salvador. Con todo, “Juan era una voz pasajera; Cristo, la Palabra eterna desde el principio”.
“Los cuatro Evangelistas no dudan en aplicar a Juan el bellísimo oráculo de Isaías: He aquí que yo envío a mi mensajero, para que te preceda y prepare el camino. Voz que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. El Profeta se refiere en primer lugar a la vuelta de los judíos a Palestina, después de la cautividad de Babilonia: ve a Yahvé como rey y redentor de su pueblo, después de tantos años en el destierro, caminando a la cabeza de ellos, por el desierto de Siria, para conducirlos con mano segura a la patria. Le precede un heraldo, según la antigua costumbre de Oriente, para anunciar su pronta llegada y hacer arreglar los caminos, de los que, en aquellos tiempos, nadie solía cuidar, a no ser en circunstancias muy relevantes. Esta profecía, además de haberse realizado en la vuelta del destierro, había de tener un significado más pleno y profundo en un segundo cumplimiento al llegar los tiempos mesiánicos. También el Señor había de tener su heraldo en la persona del Precursor, que iría delante de El, preparando los corazones a los que había de llagar el Redentor.
“Contemplando hoy (…) la gran figura del Bautista que tan fielmente llevó a cabo su cometido, podemos pensar nosotros si también allanamos el camino al Señor para que entre en las almas de amigos y parientes que aún están lejos de El, para que se den más los que ya están próximos. Somos los cristianos como heraldos de Cristo en el mundo de hoy”. Fuente: Francisco Fernández C.: Hablar con Dios. Ed. Palabra. 1992.

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