A la recepción de la Eucaristía se le da el nombre de comunión, por la unión íntima que establece entre Jesucristo y los fieles que la reciben.
Para comulgar dignamente se requiere saber a quien se va a recibir, estar en gracia de Dios y estar en ayunas.
Estamos obligados a comulgar por precepto divino y por precepto de la Iglesia.
La Sagrada Comunión:
-nos une íntimamente con N. S. Jesucristo
-conserva y aumenta en nosotros la gracia santificante
-nos purifica de los pecados veniales y nos preserva de los mortales
-debilita nuestras malas inclinaciones y nos da fuerza para el bien
-es una prenda de resurrección gloriosa y de eterna felicidad.
La primera comunión debe hacerse apenas llegue el niño al uso de la razón y sepa distinguir el pan material del pan eucarístico.
Los padres y tutores que por su culpa difieren la primera comunión de sus hijos pecan, y tendrán que dar a Dios rigurosa cuenta del daño que por su descuido causan al alma de sus hijos.
Todo cristiano en peligro de muerte está obligado gravemente a recibir el santo Viático.
La obligación de comulgar por viático nos impone el deber:
-de hacer cuanto podamos para que nuestros parientes y amigos reciban el santo Viático mientras conservan todavía el pleno uso de sus facultades (Derecho Canónico, c. 865).
-de tomar providencias para que se nos avise con tiempo si enfermásemos de gravedad.
La comunión frecuente es la comunión diaria o de varias veces a la semana. Es cosa excelentísima con tal que se haga con las debidas disposiciones.
El ayuno eucarístico es de obligación grave. No obliga a los enfermos en peligro de muerte, los cuales pueden recibir la comunión como Viático todos los días sin observar el ayuno. Además a los enfermos que se hallan en cama desde un mes, sin esperanza cierta de convalecer, se les permite la sagrada comunión, con el prudente consejo del confesor, una o dos veces a la semana, aunque hayan tomado antes alguna medicina o bebido.
(1939).
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