martes, 7 de junio de 2011

La Eucaristía (II).

El dogma de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía puede enunciarse de este modo: Bajo las especies del pan y del vino existe el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo, y no una figura o símbolo que los represente. Este dogma descansa sobre tres pruebas inconmovibles: las palabras de la promesa, las palabras de la institución y la enseñanza tradicional de la Iglesia; y la razón acepta convencida estas tres pruebas.

-Las palabras de la promesa no dejan lugar a duda, Jesucristo dijo: “Yo soy el pan vivo que bajó del cielo…; y el pan que yo os daré es mi carne… Mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida” (S. Juan VI, 51, 52, 56)

-Las palabras de la institución: “Esto es mi cuerpo; esta es mi sangre”. El sentido natural de estas palabras es que el pan se había convertido en el cuerpo de Jesucristo y el vino en la sangre del Salvador. No es posible explicarlas en otro sentido: Jesucristo preveía que la Iglesia desde sus comienzos y por todos los siglos tomaría estas palabras en sentido literal; si hubiera querido que las entendiese de otro modo hubiera hablado de otra forma, en asunto de tanta importancia.

-La enseñanza tradicional de la Iglesia. Los apóstoles entendieron literalmente las palabras de Jesucristo y creyeron y enseñaron este misterio. Así, San Pablo transmite esta enseñanza cuando dice que “el cáliz de bendición que bendecimos es la comunión de la sangre de Cristo, y el pan que partimos es la participación del cuerpo del Señor” (a los corintios, X, 16); y que “el que comiere este pan o bebiere este cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor” (XI, 27). Por lo demás, la Iglesia desde los Apóstoles, con la Tradición, con la enseñanza de los Santos Padres y Doctores, con la Liturgia y los monumentos proclaman en todos los siglos la misma creencia.

-Nuestra razón se persuade de la presencia real: 1º porque es un dogma tan extraordinario e incomprensible que no ha podido ser inventado por un hombre; 2º porque ha sido admitido hace más de diecinueve siglos por la Iglesia entera y por los grandes Doctores y privilegiados genios; 3º por los frutos de vida cristiana y de santidad que ha producido en la Iglesia. Un dogma tan extraordinario, universalmente creído, que produce frutos tan admirables, es un hecho divino que se impone a nuestra razón.

De ahí que la Eucaristía sea considerada con razón como la obra maestra de las obras de Jesucristo. La doctrina de Jesucristo es un portento. Pues bien; la Sagrada Eucaristía la recuerda continuamente al alma, la hace brillar con nuevo esplendor, la hace comprender con más fuerza, la hace observar con mayor fidelidad. Las curaciones de Jesucristo son portentosas. Más numerosas y más difíciles las obra la Sagrada Eucaristía: la curación de las almas. Es portentosa sobre toda la Encarnación del Verbo de Dios. La Sagrada Eucaristía la continúa, la completa, hace que produzca los efectos que debía producir.

Ejemplos bíblicos: Figuras de la Eucaristía. El cordero pascual (Éxodo XII, 3-25). El maná (Éxodo XVI, 14-35). El pan milagroso llevado a Elías por un ángel (III Reyes XIX, 5-8). La Sagrada Eucaristía anunciada y prometida por Cristo Nuestro Señor (S. Juan VI, 25-59). Su institución en la última cena (S. Mateo XXVI, 26-29); S. Marcos XIV, 16-25; S. Lucas XXII, 14-20).

(1939).

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