“Cuando, al orar, pedimos al Señor que nos diga por qué, en su eterna sabiduría, se dignó instituir este inefable sacramento, ¿qué nos responde Cristo?
“Dícenos, ante todas cosas, lo que por primera vez dijo a los judíos, al anunciar la institución de la Eucarístía: “Como el Padre que vive me envió, y yo vivo por el Padre, así el que me comiere vivirá por mí”: Sicut misit me vivens Pater, et ego vivo propter Patrem, et qui manducat me ep ipse vivet propter me. Como si dijera: Todo mi anhelo es comunicaros mi vida divina. A mí, el ser, la vida, todo me viene de mi Padre, y porque todo me viene de El, vivo únicamente para El; así pues yo sólo ansío que vosotros también, que todo lo recibís de mí, no viváis más que para mí. Vuestra vida corporal se sustenta y se desarrolla mediante el alimento; yo quiero ser manjar de vuestra alma para mantener y dar auge a su vida, que no es otra que mi propia vida. El que me comiere, vivirá mi vida; poseo en mí la plenitud de la gracia, y de ella hago partícipes a los que me doy en alimento. (…) Yo soy el pan de vida, el pan vivo que bajó del cielo para traeros la vida divina; ese pan que da la vida del cielo, la vida eterna, cuyo preludio es la gracia: Ego sum panis vitae, panis vivus qui de caelo descendi. Los judíos en el desierto comieron el maná, alimento corruptible; pero yo soy el pan que siempre vive, y siempre es necesario a vuestras almas, pues “si no le comiereis, pereceréis sin remedio”.
“Luego Cristo no se hace presente sobre el altar tan sólo para que le adoremos, y le ofrezcamos a su Eterno Padre como satisfacción infinita; no viene tan sólo a visitarnos, sino para ser nuestro manjar como alimento del alma, y que, comiéndole, tengamos vida, vida de gracia en la tierra, vida de gloria en el cielo.
“Como el Hijo de Dios es la vida por esencia, a El le toca prometer, a El comunicar la vida. La humanidad santa que le plugo asumir en la plenitud de los tiempos, toca tan de cerca de la vida, y tan bien se apropia su virtud, que de ella brota una fuente inagotable de agua viva… Pues ese pan sagrado es la carne de Cristo, carne viva, carne unida a la vida, carne llena y penetrada del espíritu vivificador (…) Por eso el sacerdote, al dar la Comunión, dice a cada uno: “¡El Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna!” Corpus Domini Nostri Jesu Christi custodiat animam tuam in vitam aeternam.
“Ya os dije que los sacramentos producen la gracia que significan. En el orden natural, el alimento conserva y sustenta, aumenta, restaura y hace dilatarse la vida del cuerpo. Así, ese pan celeste, es manjar del alma que conserva, repara, acrecienta y dilata en ella la vida de la gracia, puesto que le comunica al Autor mismo de la gracia.
“Por otras puertas puede entrar en nosotros la vida divina, pero en la Comunión inunda nuestras almas “cual torrente impetuoso”. De tal modo es la Comunión sacramento de vida que, por sí misma, perdona y borra los pecados veniales, a los que estamos más apegados; obra de tal manera, que, recobrando en el alma la vida divina su vigor y su hermosura, crece, se desarrolla y da frutos abundantes. ¡Oh festín sagrado, convite en el que el alma recibe a Cristo! O sacrum convivium in quo Christus sumitur… mens impletur gratia! (…) ¡Venid, Señor, sed mi manjar, para que vuestra vida sea la mía! Et qui manducat me et ipse vivet propter me.
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma. Conferencias espirituales”. 1917.
“Dícenos, ante todas cosas, lo que por primera vez dijo a los judíos, al anunciar la institución de la Eucarístía: “Como el Padre que vive me envió, y yo vivo por el Padre, así el que me comiere vivirá por mí”: Sicut misit me vivens Pater, et ego vivo propter Patrem, et qui manducat me ep ipse vivet propter me. Como si dijera: Todo mi anhelo es comunicaros mi vida divina. A mí, el ser, la vida, todo me viene de mi Padre, y porque todo me viene de El, vivo únicamente para El; así pues yo sólo ansío que vosotros también, que todo lo recibís de mí, no viváis más que para mí. Vuestra vida corporal se sustenta y se desarrolla mediante el alimento; yo quiero ser manjar de vuestra alma para mantener y dar auge a su vida, que no es otra que mi propia vida. El que me comiere, vivirá mi vida; poseo en mí la plenitud de la gracia, y de ella hago partícipes a los que me doy en alimento. (…) Yo soy el pan de vida, el pan vivo que bajó del cielo para traeros la vida divina; ese pan que da la vida del cielo, la vida eterna, cuyo preludio es la gracia: Ego sum panis vitae, panis vivus qui de caelo descendi. Los judíos en el desierto comieron el maná, alimento corruptible; pero yo soy el pan que siempre vive, y siempre es necesario a vuestras almas, pues “si no le comiereis, pereceréis sin remedio”.
“Luego Cristo no se hace presente sobre el altar tan sólo para que le adoremos, y le ofrezcamos a su Eterno Padre como satisfacción infinita; no viene tan sólo a visitarnos, sino para ser nuestro manjar como alimento del alma, y que, comiéndole, tengamos vida, vida de gracia en la tierra, vida de gloria en el cielo.
“Como el Hijo de Dios es la vida por esencia, a El le toca prometer, a El comunicar la vida. La humanidad santa que le plugo asumir en la plenitud de los tiempos, toca tan de cerca de la vida, y tan bien se apropia su virtud, que de ella brota una fuente inagotable de agua viva… Pues ese pan sagrado es la carne de Cristo, carne viva, carne unida a la vida, carne llena y penetrada del espíritu vivificador (…) Por eso el sacerdote, al dar la Comunión, dice a cada uno: “¡El Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna!” Corpus Domini Nostri Jesu Christi custodiat animam tuam in vitam aeternam.
“Ya os dije que los sacramentos producen la gracia que significan. En el orden natural, el alimento conserva y sustenta, aumenta, restaura y hace dilatarse la vida del cuerpo. Así, ese pan celeste, es manjar del alma que conserva, repara, acrecienta y dilata en ella la vida de la gracia, puesto que le comunica al Autor mismo de la gracia.
“Por otras puertas puede entrar en nosotros la vida divina, pero en la Comunión inunda nuestras almas “cual torrente impetuoso”. De tal modo es la Comunión sacramento de vida que, por sí misma, perdona y borra los pecados veniales, a los que estamos más apegados; obra de tal manera, que, recobrando en el alma la vida divina su vigor y su hermosura, crece, se desarrolla y da frutos abundantes. ¡Oh festín sagrado, convite en el que el alma recibe a Cristo! O sacrum convivium in quo Christus sumitur… mens impletur gratia! (…) ¡Venid, Señor, sed mi manjar, para que vuestra vida sea la mía! Et qui manducat me et ipse vivet propter me.
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma. Conferencias espirituales”. 1917.
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