“Los frutos de la Misa son inagotables, porque son los frutos mismos del sacrificio de la Cruz".
“El mismo Jesucristo es quien se ofrece por nosotros a su Padre. Es verdad que después de la resurrección no puede ya merecer; pero ofrece los méritos infinitos adquiridos en la pasión, y los méritos y las satisfacciones de Jesucristo conservan siempre su valor, al modo como conserva siempre, juntamente con el carácter de pontífice supremo y de mediador universal, la realidad divina de su sacerdocio. Ahora bien, después de los sacramentos, en la Misa es donde, según el Santo Concilio de Trento, tales méritos nos son particularmente aplicados con mayor plenitud: Oblationes cruentae fructus per hanc incruentam UBERRIME percipiuntur. Y por esto, todo sacerdote ofrece cada Misa; no sólo por sí mismo, sino “por todos los que a ella asisten, por todos los fieles, vivos y difuntos”. ¡Tan extensos e inmensos son los frutos de este sacrificio, tan sublime es la gloria que procura a Dios!
“Por Jesucristo, Dios y Hombre, inmolado en el altar, se da al Padre todo honor y toda gloria: Per ipsum, et cum ipso et in ipso est tibi Deo Patri omnipotent… omnis honor et gloria. (…) en este sacrificio como en el Calvario, recibe una gloria infinita por mediación de su amado Hijo; de suerte que no pueden ofrecerse a Dios homenajes más perfectos que este, que los contiene y excede a todos.
“El santo sacrificio es también fuente de confianza y de perdón. (…) Oíd lo que a este propósito dice el Concilio de Trento: “Mediante esta oblación de la Misa, Dios, aplacado, otorga la gracia y el don de la penitencia; perdona los crímenes y los pecados, aun los más horrendos”: Hujus quippe oblatione placatus Dominus gratiam et donum paenitentiae concedens, crimina et peccata etiam ingentia dimiti. (…) La Misa contiene abundantes y eficaces gracias que iluminan al pecador y le mueven a hacer actos de arrepentimiento y de contrición, que le llevarán a la penitencia y por ella le devolverán la amistad con Dios. (…) Porque la Misa no es solamente un sacrificio laudatorio o un mero recuerdo del de la Cruz; es verdadero sacrificio de propiciación, instituido por Jesucristo “para aplicarnos cada día la virtud redentora de la inmolación de la Cruz”.
“La Misa es la acción de gracias por excelencia, la más perfecta y la más grata que a Dios ofrecer pudiéramos. Leemos en el Evangelio que, antes de instituir este sacrificio, Nuestro Señor “dio gracias a su Padre”. San Pablo usa de la misma expresión, y la Iglesia ha conservado este término con preferencia a cualquier otro, sin querer con esto excluir los otros tres caracteres de la Misa, para significar la oblación del altar: sacrificio eucarístico, esto es, sacrificio de acción de gracias. (…) La Víctima Sacrosanta es quien rinde las debidas gracias por nosotros y quien reconoce en su justo valor, pues Jesucristo es Dios, los beneficios todos que desde el cielo, y del seno del Padre de las luces, bajan sobre nosotros: Omne domun perectum desursum est, descendens a Patre luminum; por mediación de Jesucristo, ellos han llegado hasta nosotros, y por El asimismo, toda la gratitud del alma se remonta hasta el trono divino.
“Finalmente, la Misa es sacrificio de impetración. Nuestra indigencia no tiene límites: necesidad tenemos incesantemente de luz, de fortaleza y de consuelo: pues en la Misa es donde hallaremos todos estos auxilios. Porque, en efecto en este sacramento está realmente Aquel que dijo: “Yo soy la luz del mundo; Yo soy el camino, Yo soy la verdad, Yo doy la vida. Venid a Mí todos los que andáis trabajados, que Yo os aliviaré. Si alguien viniere a Mí, no lo rechazaré”: Et eum qui venit ad me non ejiciam foras.
“Notad estas palabras de San Pablo: Cum fiducia: “confianza”, es la condición imprescindible para ser atendidos. Hemos, pues, de ofrecer el santo sacrificio, o asistir a él con fe y confianza. No obra en nosotros este sacrificio a la manera de los sacramentos, ex opere operato; sus frutos son inagotables, pero se miden, en gran parte, en vista de nuestras disposiciones interiores. (…) Porque, en estos solemnes momentos, es lo mismo que si nos halláramos en compañía de la Santísima Virgen, de san Juan y de la Magdalena, al pie de la Cruz, y a la boca misma de la fuente de donde mana toda salud y toda redención. ¡Ah, si conociésemos el don de Dios! Si scires donum Dei!... ¡Si supiésemos de qué tesoros disponemos y que podríamos utilizar a favor nuestro y de la Iglesia universal!...”
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma. Conferencias espirituales. 1917.
“El mismo Jesucristo es quien se ofrece por nosotros a su Padre. Es verdad que después de la resurrección no puede ya merecer; pero ofrece los méritos infinitos adquiridos en la pasión, y los méritos y las satisfacciones de Jesucristo conservan siempre su valor, al modo como conserva siempre, juntamente con el carácter de pontífice supremo y de mediador universal, la realidad divina de su sacerdocio. Ahora bien, después de los sacramentos, en la Misa es donde, según el Santo Concilio de Trento, tales méritos nos son particularmente aplicados con mayor plenitud: Oblationes cruentae fructus per hanc incruentam UBERRIME percipiuntur. Y por esto, todo sacerdote ofrece cada Misa; no sólo por sí mismo, sino “por todos los que a ella asisten, por todos los fieles, vivos y difuntos”. ¡Tan extensos e inmensos son los frutos de este sacrificio, tan sublime es la gloria que procura a Dios!
“Por Jesucristo, Dios y Hombre, inmolado en el altar, se da al Padre todo honor y toda gloria: Per ipsum, et cum ipso et in ipso est tibi Deo Patri omnipotent… omnis honor et gloria. (…) en este sacrificio como en el Calvario, recibe una gloria infinita por mediación de su amado Hijo; de suerte que no pueden ofrecerse a Dios homenajes más perfectos que este, que los contiene y excede a todos.
“El santo sacrificio es también fuente de confianza y de perdón. (…) Oíd lo que a este propósito dice el Concilio de Trento: “Mediante esta oblación de la Misa, Dios, aplacado, otorga la gracia y el don de la penitencia; perdona los crímenes y los pecados, aun los más horrendos”: Hujus quippe oblatione placatus Dominus gratiam et donum paenitentiae concedens, crimina et peccata etiam ingentia dimiti. (…) La Misa contiene abundantes y eficaces gracias que iluminan al pecador y le mueven a hacer actos de arrepentimiento y de contrición, que le llevarán a la penitencia y por ella le devolverán la amistad con Dios. (…) Porque la Misa no es solamente un sacrificio laudatorio o un mero recuerdo del de la Cruz; es verdadero sacrificio de propiciación, instituido por Jesucristo “para aplicarnos cada día la virtud redentora de la inmolación de la Cruz”.
“La Misa es la acción de gracias por excelencia, la más perfecta y la más grata que a Dios ofrecer pudiéramos. Leemos en el Evangelio que, antes de instituir este sacrificio, Nuestro Señor “dio gracias a su Padre”. San Pablo usa de la misma expresión, y la Iglesia ha conservado este término con preferencia a cualquier otro, sin querer con esto excluir los otros tres caracteres de la Misa, para significar la oblación del altar: sacrificio eucarístico, esto es, sacrificio de acción de gracias. (…) La Víctima Sacrosanta es quien rinde las debidas gracias por nosotros y quien reconoce en su justo valor, pues Jesucristo es Dios, los beneficios todos que desde el cielo, y del seno del Padre de las luces, bajan sobre nosotros: Omne domun perectum desursum est, descendens a Patre luminum; por mediación de Jesucristo, ellos han llegado hasta nosotros, y por El asimismo, toda la gratitud del alma se remonta hasta el trono divino.
“Finalmente, la Misa es sacrificio de impetración. Nuestra indigencia no tiene límites: necesidad tenemos incesantemente de luz, de fortaleza y de consuelo: pues en la Misa es donde hallaremos todos estos auxilios. Porque, en efecto en este sacramento está realmente Aquel que dijo: “Yo soy la luz del mundo; Yo soy el camino, Yo soy la verdad, Yo doy la vida. Venid a Mí todos los que andáis trabajados, que Yo os aliviaré. Si alguien viniere a Mí, no lo rechazaré”: Et eum qui venit ad me non ejiciam foras.
“Notad estas palabras de San Pablo: Cum fiducia: “confianza”, es la condición imprescindible para ser atendidos. Hemos, pues, de ofrecer el santo sacrificio, o asistir a él con fe y confianza. No obra en nosotros este sacrificio a la manera de los sacramentos, ex opere operato; sus frutos son inagotables, pero se miden, en gran parte, en vista de nuestras disposiciones interiores. (…) Porque, en estos solemnes momentos, es lo mismo que si nos halláramos en compañía de la Santísima Virgen, de san Juan y de la Magdalena, al pie de la Cruz, y a la boca misma de la fuente de donde mana toda salud y toda redención. ¡Ah, si conociésemos el don de Dios! Si scires donum Dei!... ¡Si supiésemos de qué tesoros disponemos y que podríamos utilizar a favor nuestro y de la Iglesia universal!...”
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma. Conferencias espirituales. 1917.
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