martes, 4 de agosto de 2009

San Juan Bautista María Vianney: guía y médico de las almas.


“Cuando Juan Bautista Mª Vianney iba a ser enviado a la pequeña parroquia de Ars (230 habitantes), el Vicario general de la diócesis le dijo: “No hay mucho amor de Dios en esta parroquia; usted procurará introducirlo”. Y eso fue lo que hizo: encender en el amor al Señor que llevaba en el corazón a todos aquellos campesinos y a incontables almas más. No poseía una gran ciencia, ni mucha salud, ni dinero…, pero su santidad personal, su unión con Dios hizo el milagro. Pocos años más tarde una gran multitud de todas las regiones de Francia acude a Ars, y a veces han de esperar días pata ver a su párroco y confesarse. Lo que atrae no es la curiosidad de unos milagros que él trata de ocultar. Era más bien el presentimiento de encontrar un sacerdote santo, “sorprendente por su penitencia, tan familiar con Dios en la oración, sobresaliente por su paz y su humildad en medio de los éxitos populares, y sobre todo tan intuitivo para corresponder a las disposiciones interiores de las almas y librarlas de su carga, particularmente en el confesionario”. Escogió el Señor “como modelo de pastores a aquel que habría podido parecer pobre, débil, sin defensa y menospreciable a los ojos de los hombres (cfr. 1 Cor 1, 27-29). Dios lo premió con sus mejores dones como guía y médico de las almas”.
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“En cierta ocasión, a un abogado de Lyon que volvía de Ars, le preguntaron qué había visto allí. Y contestó: “He visto a Dios en un hombre”. Esto mismo hemos de pedir hoy al Señor que se pueda decir de cada sacerdote, por su santidad de vida, por su unión con Dios, por su preocupación por las almas. En el Sacramento del Orden, el sacerdote es constituido ministro de Dios y dispensador de sus tesoros, como le llama San Pablo. Estos tesoros son: la Palabra divina en la predicación; el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que dispensa en la Santa Misa y en la Comunión; y la gracia de Dios en los sacramentos. Al sacerdote le es confiada la tarea divina por excelencia, “la más divina de las obras divinas”, según enseña un antiguo Padre de la Iglesia, como es la salvación de las almas. Es constituido embajador, mediador, entre Dios y los hombres. Entre Dios, que está en el Cielo, y el hombre que todavía se encuentra de paso en la tierra; con una mano toma los tesoros de la misericordia divina, con la otra los distribuye generosamente. Por su misión de mediador, el sacerdote participa de la autoridad con que Cristo construye, santifica y gobierna su Cuerpo, confecciona el sacramento de la Eucaristía, que es la acción más santa que pueden realizar los hombres sobre la tierra.
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“Hoy es un día muy oportuno para que, a través del Santo Cura de Ars, pidamos mucho por la santidad de los sacerdotes, especialmente de aquellos que de alguna manera están puestos por Dios para ayudarnos en nuestro camino hacia El.
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“Hoy pedimos al Señor sacerdotes santos, amables, doctos, que traten las almas como joyas preciosas de Jesucristo, que sepan renunciar a sus planes personales por amor a los demás, que amen profundamente la Santa Misa, fin principal de su ordenación y centro de todo su día, y que orienten sus mejores esfuerzos pastorales, “como en el Cura de Ars, en el anuncio explícito de la fe, del perdón, de la Eucaristía”.
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“Es de justicia que los fieles recen cada día, y de modo particular cuando celebramos la fiesta del Santo Cura de Ars, por todos los sacerdotes, y en especial por aquellos que han recibido el encargo de Dios de atenderlos espiritualmente: de quienes reciben el oro de la buena doctrina, el pan de los Ángeles y el perdón de los pecados. Con palabras de San Josemaría Escrivá, nos enseñan a tratar a Cristo, a encontrarnos con El en el tribunal amoroso de la Penitencia y en la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario, en la Santa Misa”.
Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios, Tomo 7, Madrid, Ediciones Palabra, 1987.

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