miércoles, 5 de agosto de 2009

Necesidad de la oración, I (San Alfonso Mª de Ligorio).

“En primer lugar, por lo que toca a la necesidad de la oración, hay que partir del principio de que no podemos hacer nada sin la gracia actual de Dios. Ahora bien: esa gracia nos asegura el Señor que no la concede sino a aquellos que se la pide: pedid y se os dará (Mt. 7,7). Es muy cierto, como dice Santa Teresa, que quien no pide no recibe (Cm. De Perf. C. 23).
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“Tratándose, pues, de los adultos, la oración es de necesidad de precepto, como se deduce claramente de la Sagrada Escritura: es preciso orar siempre (Lc. 18, 1). Rezad, para que caigáis en la tentación (Mc. 1, 38). Pedid y recibiréis (Jn. 16, 24).
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“Todas estas palabras –es preciso, rezad, pedid- enseñan los doctores, comúnmente, con Santo Tomás, que tienen fuerza de precepto riguroso, gravemente obligatorio para todos. “Todo hombre está obligado a la oración –dice el Angélico-, por cuanto está obligado a procurarse los bienes espirituales, los cuales no se pueden alcanzar sino por la oración (Jn. C. sen. de 15, 9-4, a 1).
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“Y hay tres ocasiones en que el hombre está particularmente obligado a la oración: 1ª, es cuando se encuentra en pecado; 2ª, cuando se halla en peligro de muerte; 3ª, cuando siente el ataque de alguna grave tentación.
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“Y, en general, es doctrina de los teólogos que no se puede excusar de pecado mortal al que, durante un mes, o cuando más dos, no hubiere rezado nada.
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“Pero no es sólo, como decía, de necesidad de precepto la oración, sino que además es de necesidad de medio, como lo prueban San Basilio, San Agustín, San Juan Crisóstomo, Clemente de Alejandría y otros; este término teológico quiere decir que, sin rezar, nos es absolutamente imposible conservar la gracia de Dios y salvarnos; así lo sostiene terminantemente el Crisóstomo: “Es sencillamente imposible perseverar en la virtud sin el auxilio de la oración”. “Y esto –concluye Lessio-, debe tenerse como verdad de fe”.
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“El doctor Angélico, en la tercera parte de la Summa, trata más largamente esta verdad: “Después del bautismo –dice-, necesita el hombre una oración continua para poder entrar en el reino de los cielos”. “Y es que, si bien el bautismo –prosigue-, borra los pecados, quedan todavía por vencer las tentaciones, y no las venceremos sino a fuerza de oración”. Y lo confirma en otro lugar: “Conseguida ya la gracia de la justificación, necesitamos pedir a Dios el don de la perseverancia, para vernos libres del pecado hasta el fin de la vida”.
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“Para mejor comprender esta doctrina, hay que tener en cuenta: primero, que sin especial asistencia de Dios no podemos conservar su gracia por mucho tiempo; sin tardar mucho nos hallaremos caídos en pecado mortal, y es que son tantos los enemigos que de continuo nos combaten, y por otra parte, somos nosotros tan débiles, que si Dios no nos socorre con gracias especiales, mayores que las comunes que a todos dispensa, nos veremos en la imposibilidad de resistir. Esta es pura doctrina de fe, que el Santo Concilio de Trento declara en estos términos: “Si alguno dijere que el hombre justificado puede perseverar en su justificación sin especial auxilio de Dios, o que con él no puede perseverar, sea anatema” (Ss. 2, c. 22).
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“Segundo: hay que advertir que este auxilio especial para perseverar en la gracia, Dios no lo concede, de ordinario, sino a aquellos que lo piden. “Es cosa cierta –escribe San Agustín-, que hay gracias que Dios concede aun a aquellos que no las piden, como el principio de la fe; pero hay otras que tiene preparadas únicamente para aquellos que las piden, tal es la perseverancia final” (De dono persev., c. 16)”.

Fuente: San Alfonso Mª de Ligorio: Una sola cosa es necesaria.

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