“Sin nuestras súplicas, Dios no nos concederá sus gracias, y sin su gracia no podemos observar los mandamientos; por lo cual, el apóstol exhortaba a sus discípulos a una oración continua: Rezad sin interrupción (1 Tes. 5, 17).
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“Todos somos unos mendigos espirituales: Pobre y mendigo soy, decía el salmista; ahora bien: el mendigo no tiene más entradas que las limosnas de los ricos; esa es también nuestra riqueza: el pedir; porque pidiendo, por la oración, obtenemos la gracia de las manos de Dios.
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“Sin oración –asegura el Crisóstomo- es imposible practicar las virtudes”.
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“Y ¿de dónde procede, en realidad, la disolución de costumbres que presenciamos –decía el sabio prelado Monseñor Abelly-, sino de la falta de oración? Dios tiene verdaderos deseos de enriquecernos con sus gracias; “pero quiere que se las pidamos –advierte San Gregorio-; quiere como que le forcemos a dárnoslas por medio de la oración. El que cuida de rezar no es posible que caiga en pecado”, escribe San Juan Crisóstomo; y en otra parte dice que “cuando ve el demonio que acudimos a la oración, deja de tentarnos”.
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“De esta necesidad absoluta en que estamos de orar, nace la obligación moral de la meditación; porque, si no meditamos, viviendo distraídos con los afanes del mundo, no conoceremos nuestras necesidades espirituales, ni los peligros que amenazan a nuestra salvación, ni los medios que hemos de emplear para vencer las tentaciones, ni la misma necesidad en que estamos de orar; con eso abandonaremos las súplicas, y sin ellas vamos seguros a la perdición. (…)
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“De ordinario, las oraciones vocales se hacen distraídamente, más con la voz de la boca que con la del corazón, sobre todo cuando se juntan muchas oraciones, y más aún cuando los que las hacen no tienen oración mental; por eso Dios las oye muy de lejos y apenas si les presta atención.
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“Hay muchos que rezan el Rosario, el Oficio Parvo de la Virgen, y hacen otras devociones exteriores, y, sin embargo, continúan metidos en sus pecados; en cambio, las almas de oración es imposible que permanezcan en pecado: o dejarán el pecado, o dejarán la oración. Lo decía un gran siervo de Dios: “Vida de oración y pecado no pueden estar juntos”.
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De: Una sola cosa es necesaria.
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