domingo, 2 de agosto de 2009

Reflexión del Noveno Domingo después de Pentecostés.

“El ingréssus in templum, coepit ejícere vendéntes in illo et eméntes, dicens illis: Scriptum est: Quia domus mea domus oratiónis est. Vos autem fecístis illam spelúncam latrónum. Et erat docens quotídie in templo” (Y habiendo entrado en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en él, diciéndoles: Escrito está: ¡Mi casa es casa de oración; y vosotros la tenéis convertida en cueva de ladrones! Y enseñaba todos los días en el Templo). Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam 19, 41-47.
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“El Evangelio de la Misa nos muestra a Jesús santamente indignado al ver la situación en que se encontraba el Templo, de tal manera que expulsó de allí a los que vendían y compraban. (…) Lo que principio pudo ser tolerable y hasta conveniente, había degenerado de tal modo que la intención religiosa del principio se había subordinado a los beneficios económicos de aquellos comerciantes, que quizá eran los mismos servidores del Templo. Este llegó a parecer más una feria de ganado que un lugar de encuentro con Dios.
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“El Señor, movido por el celo de la casa de su Padre, por una piedad que nacía de los más hondo de su Corazón, no pudo soportar aquel deplorable espectáculo y los arrojó a todos de allí con sus mesas y sus ganados. Jesús subraya la finalidad del Templo con un texto de Isaías bien conocido por todos: Mi casa será casa de oración. Y añadió: pero vosotros habéis hecho de ella una cueva de ladrones. Quiso el Señor inculcar a todos cuál debía ser el respeto y la compostura que se debía manifestar en el Templo por su carácter sagrado. ¡Cómo habrá de ser nuestro respeto y devoción el templo cristiano –en las iglesias-, donde se celebra el sacrificio eucarístico y donde Jesucristo, Dios y Hombre, está realmente presente en el Sagrario! “Hay una urbanidad de la piedad. Apréndela. Dan pena esos hombres “piadosos”, que no saben asistir a Misa –aunque la oigan a diario-, ni santiguarse –hacen unos raros garabatos, llenos de precipitación-, ni hincar la rodilla ante el Sagrario –sus genuflexiones ridículas parecen una burla-, ni inclinar reverentemente la cabeza ante una imagen de la Señora” (San Josephmariae).
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“Mi casa será casa de oración. ¡Qué claridad tiene la expresión que designa el templo como la casa de Dios! Como tal la hemos de tenerla. A ella hemos de acudir con amor, con alegría y también con un gran respeto, como conviene al lugar donde está, ¡esperándonos!, el mismo Dios. (…)“Cuando se ve a alguien, por ejemplo, hincar con devoción la rodilla ante el Sagrario es fácil pensar: tiene fe y ama a su Dios. Y este gesto de adoración, resultado de lo que se lleva en el corazón, ayuda a uno mismo y a otros a tener más fe y más amor.
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“El incienso, las inclinaciones y genuflexiones, el tono de la voz adecuado en las ceremonias, la dignidad de la música sacra, de los ornamentos y objetos sagrados, el trato y decoro de estos elementos de culto, su limpieza y cuidado, han sido siempre la manifestación de un pueblo creyente. El mismo esplendor de los materiales litúrgicos facilita la comprensión de que se trata ante todo de un homenaje a Dios. Cuando se observa de cerca alguna de las custodias de la orfebrería de los siglos XVI y XVII se nota cómo casi siempre el arte se hace más rico y precioso conforme se acerca el lugar que ocupará la Hostia consagrada. A veces desciende a pormenores que apenas se notan a poca distancia: el arte mejor se ha puesto donde sólo Dios –se diría- puede apreciarlo. Este cuidado hasta en lo más pequeño ayuda poderosamente a reconocer la presencia del propio Dios. (…)“¿Es para nosotros el templo el lugar donde damos culto a Dios, donde le encontramos con una presencia verdadera, real y substancial? (…) Todos los fieles, sacerdotes y laicos, hemos de ser “tan cuidadosos del culto y del honor divino, que puedan con razón llamarse celosos más que amantes… para que imiten al mismo Jesucristo, de quien son estas palabras: El celo de tu casa me consume (Jn 2, 17) (Catecismo Romano, III, 2, n. 27).
Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Tomo V. Madrid. Ediciones Palabra. 1987.

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