“La vida del alma que aspira a la santidad debe ser vida de oración.
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“El alma que no ama la oración es difícil, o mejor diría, es moralmente imposible que sea buena.
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“Si veis un alma tibia, decid: esta hace mal la oración, y diréis toda la verdad.
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“El gran empeño del demonio en cuanto a las almas que aspiran a la santidad, es hacerles perder la oración; si lo vence en eso, lo vencerá en todo.
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“Decía San Felipe Neri: “Un religioso sin oración es un religioso sin cabeza”.
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“Pero yo diré más: Un religioso sin oración, ya no es un religioso, sino un cadáver de religioso.
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“En primer lugar, sin oración no hay luz.
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“El que tiene cerrados los ojos –escribe San Agustín- no puede ver el camino que lleva a la patria.
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“Las verdades eternas son realidades espirituales, que no se ven con los ojos del cuerpo, sino con los ojos de la mente; es decir, con el pensamiento y la consideración. Ahora bien, el que no hace oración mental no las puede ver, y, por consiguiente, tampoco ve la importancia de la salvación, ni los medios que debe tomar para conseguirla.
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“He aquí la causa de la pérdida de muchas almas: el descuido en considerar el gran negocio de la salvación y las obligaciones que debemos llenar para salvarnos: La tierra está desolada porque no hay quien reflexione (Jr. 12, 11). Y, en cambio, dice Dios nuestro Señor, cuando se tienen ante los ojos las verdades de la fe, esto es, la muerte, el juicio, la eternidad feliz o desgraciada que nos espera, no se cae en pecado: Acuérdate de los novísimos y no pecarás jamás (Ecli. 7, 40); acercaos a Dios y seréis iluminados, dice el profeta David (Sal. 33, 6); y en otro pasaje nos advierte el Salvador: Tened la cintura bien ceñida y en vuestras manos tened antorchas encendidas (Lc. 7, 35); esas antorchas son las santas meditaciones, según San Buenaventura: “La oración es una antorcha”, porque en ella nos habla el Señor y nos ilumina para que acertemos con el camino de la salvación: Tu palabra es la luz que ilumina mis pasos (Sal. 118, 105).
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De: Una sola cosa es necesaria.
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