“Veamos, en tercer lugar, las condiciones que debe reunir nuestra oración, que es lo más importante de la materia.
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“1ª Debe ser humilde. Según el apóstol Santiago, Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes (Sant. 4,6); la soberbia es un alto muro que se interpone entre Dios y el que reza; la oración del humilde –dice el Eclesiástico-, traspasa las nubes… y no se retira hasta que el Altísimo la atiende (Ecli. 34, 21). Cuando queramos, pues, pedir gracias al Señor, debemos, ante todo, echar una mirada a nuestra indignidad y, sobre todo, a las negras traiciones que a Dios hemos hecho, después de tantos propósitos y tantas promesas, por demasiado confiados en nuestras fuerzas, y llenos de confianza en Él y desesperando de nosotros mismos, podemos orar y pedir a la divina misericordia el favor que deseamos.
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“2ª Debemos rezar con confianza. Leemos en el Eclesiástico que no se ha dado el caso de que alguno haya confiado en Dios y haya quedado confundido (Ecli. 2, 11); es decir, que no haya sido escuchado.
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“Debemos, por consiguiente, rezar con confianza segura, como insinúa Santiago apóstol, sin dudar un punto de que hemos de ser oídos (Sant. 1, 6). Porque le que duda en su oración, es como el oleaje de la mar, movido por los vientos; a ratos confía y a ratos se desanima; el que así reza no piense que ha de recibir nada de Dios (Sant. 1, 7).
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“Necesariamente debemos confiar en la misericordia divina y tener la inquebrantable seguridad de que recibiremos la gracia, y entonces no nos faltará, como el mismo divino Salvador nos lo asegura: todo lo que pidiereis en la oración, confiad en que lo habréis de recibir, y se os concederá (Mc. 11, 12).
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“¿Cómo podemos temer no ser oídos en la oración, cuando Dios, que es la misma verdad, ha prometido escuchar al que ora?”, pregunta San Agustín.
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“Y en otro lugar añade el santo: “Siendo el mismo Dios quien en la Sagrada Escritura tantas veces nos exhorta a rezar, ¿cómo podrá negarnos lo que le pedimos?” No; eso no es posible –responde-, puesto que Dios, “por el hecho de haberlo prometido, se ha obligado a concedernos las gracias que le pidamos”.
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“Pero yo –pensará alguno-, soy pecador y no merezco gracias, sino castigos, y por eso temo: por mi indignidad”.
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“A eso responde Santo Tomás “que la oración consigue las gracias, no por razón de nuestros méritos, sino de la divina misericordia”. Y por eso, sobre aquellas palabras de Jesucristo, pedid y se os dará…, porque todo el que pide recibe (Lc. 11, 9), comenta así el autor del Opus imperfectum: “todo el que pide, sea justo o pecador”, basta que ore.
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“Pero todavía nuestro amoroso Redentor quiere quitarnos de raíz toda desconfianza en la oración: en verdad, en verdad os digo, que si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo concederá (Jn. 16, 33); como si dijera: Pecadores, vosotros no merecéis ser oídos por mi Padre; pero no temáis: pedid las gracias en mi nombre; es decir, por mis méritos, y yo os prometo que os concederá cuanto le pidáis. ¡Qué hermosas son las palabras del apóstol Santiago a este propósito!: Si alguno necesita sabiduría (se entiende amor divino), que la pida a Dios, que la concede a todos con abundancia y a nadie recrimina (Sant. 1, 5). Es decir, que no nos rechaza, poniéndonos delante los disgustos que le dimos, sino que nos acoge y nos atiende, como si entonces se olvidara de todas nuestras ingratitudes”.
(De: Una sola cosa es necesaria).
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