“Dichoso el vientre de María, la Virgen, que llevó al Hijo del eterno Padre”.
“La Asunción de María es un precioso anticipo de nuestra resurrección y se funda en la resurrección de Cristo, que reformará nuestro cuerpo corruptible conformándolo a su cuerpo glorioso (Flp 3, 21). Por eso nos recuerda también San Pablo (…) (1 Cor 15, 20-26): si la muerte llegó por un hombre (por el pecado de Adán), también por un hombre, Cristo, ha venido la resurrección. Por Él, todos volverán a la vida, pero cada uno a su tiempo: primero Cristo como primicia; después, cuando Él vuelva, todos los cristianos; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino… Esa venida de Cristo, de la que habla el Apóstol, “¿no debía acaso cumplirse, en este único caso (el de la Virgen) de modo excepcional, por decirlo así, “inmediatamente”, es decir, en el momento de la conclusión de la vida terrestre? (…) De ahí que ese final de la vida que para todos los hombres es la muerte, en el caso de María la tradición lo llama más bien dormición.
“Assumpta est Maria in caelum, gaudent Angeli! Et gaudet Ecclesia! Para nosotros, la solemnidad de hoy es como una continuación de la Pascua, de la Resurrección y de la Ascensión del Señor. Y es, al mismo tiempo, el signo y la fuente de la esperanza de la vida eterna y de la futura resurrección”(Siervo de Dios Juan Pablo II).
“La Solemnidad de hoy nos llena de confianza en nuestra peticiones. “Subió al Cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de Misericordia, tratara los negocios de nuestra salvación” (San Bernardo). Ella alienta continuamente nuestra esperanza. “Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos. Porque la Santísima Virgen no sólo es nuestro ejemplo: es auxilio de los cristianos. Y ante nuestra petición -Monstra te esse Matrem (Himno litúrgico Ave maris stella)-, no sabe ni quiere negarse a cuidar de sus hijos con solicitud maternal (…)
“Cor Mariae Dulcissimum, iter para tutum; Corazón dulcísimo de María, da fuerza y seguridad a nuestro camino en la tierra: sé tú misma nuestro camino, porque tú conoces la senda y el atajo cierto que llevan, por tu amor, al amor de Jesucristo” (S. Josemaría Escriva).
De: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Tomo 7. Madrid: Ediciones Palabra. 1987.
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