“La experiencia nos enseña que las almas que tienen oración difícilmente caen en desgracia de Dios, y si alguna vez tienen alguna caída, pronto se levantan y vuelven a Dios, si es no han dejado la oración. “Si en ella persevera –decía Santa Teresa-, por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que ponga el demonio, en fin, tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación, como, a lo que ahora parece, me ha sacado a mí” (Vida, c.8).
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“Todos los santos se santificaron con la oración mental.
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“Ella es aquel feliz horno en que las almas se abrasan en el amor divino: En mi meditación se reanima el fuego (Sal. 38, 4).
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“Tenía San Vicente de Paúl por verdadero milagro que, asistiendo un pecador a las misiones o ejercicios, no se convirtiera; y, sin embargo, quien habla en los ejercicios o en las misiones no es más que un hombre; en la oración mental, el que habla al alma es el mismo Dios: La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón.
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“Escribe Santa Catalina de Bolonia: “El que no tiene frecuente oración se priva del lazo que más fuertemente une el alma con Dios; por lo que no será difícil que, al verla sola, el demonio logre conquistarla”. Y añade en otra parte: “¿Cómo se puede creer que hay amor de Dios en un alma que no tiene interés en acercarse a El por la oración?” ¿Dónde se encendían los santos en amor divino sino en la oración?.
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“Por medio de la oración, de tal modo ardía San Pedro de Alcántara, que tuvo que arrojarse en cierta ocasión a un estanque helado, y este comenzó a hervir como una caldera de agua puesta al fuego.
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“San Felipe Neri se inflamaba tanto en la oración que le daban temblores que movían todo su cuarto.
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“San Luis Gonzaga ardía de tal modo en la oración que hasta su mismo rostro aparecía inflamado, y el corazón latía con tanta violencia que parecía iba a saltar del pecho.
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“Por la fuerza de la oración –dice San Lorenzo Justiniano- se vence la tentación, se disipa la melancolía, se refuerza la virtud, se enciende el fervor y se aviva la llama del amor divino” Con razón afirmaba San Luis Gonzaga que “quien no tiene mucha oración, nunca llega a un grado eminente de santidad”.
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De: Una sola cosa es necesaria.
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