Gonzalo Duarte García de Cortázar ss.cc.
Obispo de Valparaíso
Obispo de Valparaíso
La trágica muerte de la menor Francisca Silva y todo lo relativo a su velatorio y funerales ha sido lo más doloroso que me ha tocado vivir en mis ya 42 años de sacerdote. He sentido como nunca la impotencia del ser humano frente al dolor moral extremo y la imposibilidad de decir palabras de consuelo. Por eso cuando fui al velorio, en la modesta casa de la población “Glorias Navales”, no pude decir nada. Me limité a acompañar en silencio a la familia y a hacerles cariño en medio de su dolor inconmensurable.
Al día siguiente fue la Misa de funeral. Tuvimos que hacerla fuera del templo porque era una multitud la que quería participar. En el centro el pequeño y sencillo ataúd blanco que tenía encima una hermosa foto del bautizo de Francisca.
Tuve que hablar, aunque con el corazón desgarrado. Y dije que no hay palabras humanas capaces de consolar a unos papás que han perdido a su hijita, a unos abuelitos que han perdido a su nieta. Porque siento que en verdad no las hay. Y es entonces cuando tenemos que aferrarnos a la Palabra de Dios, la única que puede dar sentido a toda nuestra vida y a todo en nuestras vidas. Y recordé las palabras de Jesús: “Dejen que los niños vengan a mí…..el que no se hace como un niño no podrá entrar en el Reino de los Cielos”.
Pero dije también que el momento tan tremendo que estábamos viviendo era ocasión propicia para preguntarnos cada uno qué familia estamos construyendo, qué sociedad estamos construyendo, qué Iglesia estamos construyendo. Hasta cuándo vamos a seguir con las peleas, la violencia verbal y las descalificaciones. Hasta cuándo se va a seguir victimizando a las poblaciones pobres, cuando los problemas de violencia, alcoholismo, droga y sexo lamentablemente cruzan toda la sociedad chilena que hemos ido ¿construyendo? Pienso que ha llegado el momento de empeñarnos, cada uno, en la noble tarea de regalar a nuestros niños y jóvenes un mundo bello, un mundo mejor, un mundo más justo y solidario.
Dije también que me apenaba profundamente que poblaciones tan lindas como Las Palmas, en Placeres Alto, o Glorias Navales, en Viña del Mar, no se hayan dado a conocer al país y al mundo a través de los medios por las hermosas realidades que allí se viven todos los días -el trabajo en sus Salas Cunas, Establecimientos Educacionales y Consultorios; la labor desinteresada de las Juntas de Vecinos, Centros de Madres, Clubes Deportivos, Grupos Artísticos, Iglesias y Entidades Religiosas; la entrega encomiable de sus múltiples Voluntariados, etc.- sino por este horrendo crimen.
Durante la Misa hubo quienes pidieron a gritos la pena de muerte. Los comprendo. Es una expresión espontánea de dolor y un clamor por que se haga justicia, porque lamentablemente la opinión pública, y particularmente el mundo de los pobres, siente que no se está haciendo justicia en Chile. Les dije que hay que dejar que los tribunales hagan serena y eficientemente su labor. Que pienso que, dados los detalles horribles que hemos ido conociendo, en este caso se debería aplicar la pena máxima que contempla nuestra legislación. Pero que la sociedad chilena, a través de los poderes públicos que la representan y que ella misma ha elegido, dio un paso importante de humanización suprimiendo la pena de muerte. Debo reconocer que, terminada la celebración, algunas personas me enfrentaron duramente por esto. Pero serenamente lo mantengo.
Pero queda la interrogante fundamental: ¿qué sociedad estamos construyendo? ¿cuáles son los valores que estamos privilegiando en el día a día?.
Pienso que la muerte tristísima de Francisca Javiera Silva, de sólo cinco años de edad, puede ser un acontecimiento que nos ayude a ser mejores.
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