“Gaudete in Dómino Semper: íterum dico, gaudéte. Modéstia vestra nota sit ómnibus homínibus: Dóminus enim prope est” (“Gozaos siempre en el Señor; otra vez digo: gozaos. Vuestra modestia sea patente a todos los hombres; porque el Señor está cerca”). Así reza el celebrante en el introito a la Sancta Missa de este domingo de adviento, llamado de Gaudéte, porque precisamente hoy la liturgia nos convoca a perseverar en esta alegría que sólo Dios nos puede dar. La recomendación del apóstol Pablo a los filipenses debe resonar fuerte en nuestros oídos porque el Señor está cerca.
La alegría del adviento, y la de cada día, es saber que el Señor está muy cerca de nosotros y que, por eso, la alegría cristiana proviene de un corazón animado por el Espíritu Santo alejado de toda aflicción. Hoy en día el común de las personas cree que la alegría tiene que ver con el pasarlo bien, con el gozar el momento, el famoso carpe diem… de la cultura clásica. Pero bien sabemos, que esos momentos de aparente alegría no son más que dichas pasajeras que así como vienen terminan abruptamente dejando muchas veces el corazón desolado y entristecido. La alegría cristiana, por el contrario, está sustentada en Aquel que es el principio de toda dicha y bienaventuranza: Nuestro Señor Jesucristo. Por eso que la alegría es poseer a Jesús, y la tristeza es perderlo.
El apóstol Pablo nos da la clave para entender la razón de nuestras tristezas y abatimientos: nuestro alejamiento de Dios, por nuestros pecados, o por la tibieza. Por eso que manteniéndose unido al Divino Maestro es imposible sentir tristeza, pues sólo en El es posible encontrar la verdadera felicidad, aun en los momentos más difíciles y complejos de nuestra condición humana. La frase de San Alberto Hurtado, “¡Contento, Señor, contento!”, sólo podemos entenderla a cabalidad en el contexto de la exhortación paulina puesta al principio de este sermón.
“Nosotros podremos estar alegres si el Señor está verdaderamente presente en nuestra vida, si no lo hemos perdido, si no se han empañado nuestros ojos por la tibieza o la falta de generosidad. Cuando para encontrar la felicidad se ensayan otros caminos fuera del que lleva a Dios, al final sólo se halla infelicidad y tristeza. La experiencia de todos los que, de una forma u otra, volvieron la cara hacia otro lado (donde no estaba Dios), ha sido siempre la misma: han comprobado que fuera de Dios no hay alegría verdadera. No puede haberla. Encontrar a Cristo, y volverlo a encontrar, supone una alegría profunda siempre nueva” (Francisco Fernández Carvajal).
En este domingo de Gaudéte no podemos dejar de mencionar a Paulus VI, Servus Dei, quien durante su pontificado nos legó la hermosa exhortación apostólica “Gaudéte in Domino” (1975). Pablo VI dio este documento magisterial para que la alegría de ser cristiano jamás falte en la atmósfera vital de los discípulos de Jesucristo: “La alegría cristiana es por esencia una participación espiritual de la alegría insondable, a la vez divina y humana, del Corazón de Jesucristo glorificado”, escribió este Sumo Pontífice.
“Ave María gratia plena, Dominus tecum…”, le dice el Ángel a María. “Alégrate, llena de gracias, porque el Señor está contigo…”. Que esa alegría que siempre estuvo en el Corazón Inmaculado de Nuestra Buena Madre, esté también presente en el nuestro para que así podamos difundirlo en el corazón de los demás con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Amén.
La alegría del adviento, y la de cada día, es saber que el Señor está muy cerca de nosotros y que, por eso, la alegría cristiana proviene de un corazón animado por el Espíritu Santo alejado de toda aflicción. Hoy en día el común de las personas cree que la alegría tiene que ver con el pasarlo bien, con el gozar el momento, el famoso carpe diem… de la cultura clásica. Pero bien sabemos, que esos momentos de aparente alegría no son más que dichas pasajeras que así como vienen terminan abruptamente dejando muchas veces el corazón desolado y entristecido. La alegría cristiana, por el contrario, está sustentada en Aquel que es el principio de toda dicha y bienaventuranza: Nuestro Señor Jesucristo. Por eso que la alegría es poseer a Jesús, y la tristeza es perderlo.
El apóstol Pablo nos da la clave para entender la razón de nuestras tristezas y abatimientos: nuestro alejamiento de Dios, por nuestros pecados, o por la tibieza. Por eso que manteniéndose unido al Divino Maestro es imposible sentir tristeza, pues sólo en El es posible encontrar la verdadera felicidad, aun en los momentos más difíciles y complejos de nuestra condición humana. La frase de San Alberto Hurtado, “¡Contento, Señor, contento!”, sólo podemos entenderla a cabalidad en el contexto de la exhortación paulina puesta al principio de este sermón.
“Nosotros podremos estar alegres si el Señor está verdaderamente presente en nuestra vida, si no lo hemos perdido, si no se han empañado nuestros ojos por la tibieza o la falta de generosidad. Cuando para encontrar la felicidad se ensayan otros caminos fuera del que lleva a Dios, al final sólo se halla infelicidad y tristeza. La experiencia de todos los que, de una forma u otra, volvieron la cara hacia otro lado (donde no estaba Dios), ha sido siempre la misma: han comprobado que fuera de Dios no hay alegría verdadera. No puede haberla. Encontrar a Cristo, y volverlo a encontrar, supone una alegría profunda siempre nueva” (Francisco Fernández Carvajal).
En este domingo de Gaudéte no podemos dejar de mencionar a Paulus VI, Servus Dei, quien durante su pontificado nos legó la hermosa exhortación apostólica “Gaudéte in Domino” (1975). Pablo VI dio este documento magisterial para que la alegría de ser cristiano jamás falte en la atmósfera vital de los discípulos de Jesucristo: “La alegría cristiana es por esencia una participación espiritual de la alegría insondable, a la vez divina y humana, del Corazón de Jesucristo glorificado”, escribió este Sumo Pontífice.
“Ave María gratia plena, Dominus tecum…”, le dice el Ángel a María. “Alégrate, llena de gracias, porque el Señor está contigo…”. Que esa alegría que siempre estuvo en el Corazón Inmaculado de Nuestra Buena Madre, esté también presente en el nuestro para que así podamos difundirlo en el corazón de los demás con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Amén.
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